sábado, 21 de agosto de 2010

ROGER SALAS - Sobre la adivinación(*)

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Dave McKean - Optimist Camber - from A Small Book of Black & White(Dave McKean - Optimist Camber - from A Small Book of Black & White)

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El refugio en las supersticiones

Como una de las Bellas Artes,

Donde quien vaya, te sigue allí

A la escucha de sombrío presagio

O el profeta indica con precisión

El sacrificio de un pájaro negro:

Todo eso puede contener el aviso

Relámpago trueno escarcha nube:

Las tijeras abiertas sobre la cama,

Salir de casa con el pie izquierdo,

Pasar indiferente bajo una escalera.

Persignarse de abajo hacia arriba

Es una forma de invocar a Lucifer.

El instruido no es siempre lúcido

Ni el blanco reconoce en público

Que imita fervorosamente al negro.

Ni en el peor momento de desastre

Se hizo observación menos obvia:

Siempre se burlaron del arúspice

Y de su uña percudida de sangre seca.

Cicerón, prudente, redactó discursos

Pero siempre se negó a adivinar nada,

Sabía que era un empeño inútil, como

Mirar ansiosamente volar al cuervo

O destripar su minúsculo hígado.

El ritual te comprende a tu pesar

Y lo único que puedes es asentir,

Si no ser capaz de mirarlo todo

Con cierta cordura. Lo dijo Lucrecio.

En Enna el pueblo dio estigma a Verres

Por robar aquella figura de Ceres.

En Holguín un tal Atanasio Almaguer

Se atrevió a hurtar el rosario de la virgen,

Entonces se desbordó el río Cauto

Y en Yareyal rajáronse unas piedras.

Nadie obliga a creer mediante decreto,

El santero sabe que su ley está en el aire

Y el párroco convierte su púlpito

En una oportuna y fértil fuente de culpa;

Hay tanta atrocidad bien repartida

Que no hace falta retocar la leyenda.

Nada está seguro bajo el sol justiciero,

Hay una sola estrella sobre la isla,

Refulge en un fuego cegador que cae

Y da el tinte bochornoso de derrota.

La anciana coloca hileras sucesivas

De transparentes vasos de agua clara.

Livio contó como no hubo piedad

A la hora de desmembrar a Cicerón

Sacado a rastras de su escondite,

Implorando por una muerte digna.

Todos los finales concurren en horror,

Para Plutarco patria significa miedo.

La lengua morada de la vaca blanca

Es ofrecida a una deidad muy menor

Pero tan vengativa que nadie nombra.

Tan asustado está el cura como el babalao;

El miedo es uno, la razón idéntica:

El barco se hundió por ambas quillas

Y el velamen es un jirón de ideologías.

Superstición será el amor a la guerra y

Lo que animó al sanguinario auriga.

Es superstición lo que guía al anciano

Mientras cubre con cintas verdinegras

Las patas de gallo dentro del caldero,

Último reclamo pueril de la conseja

Donde patria se vuelve siempre miedo.

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(*) Cicerón

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© Roger Salas

Nápoles-Ravello, 2010

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2 comentarios:

David Lago González dijo...

Me parece que éste es uno de los mejores poemas que le he leído a Roger. Algún día quiero hablar de su poesía, aunque ya lo hice como prólogo del poemario suyo "Cuadernos de Rusia" en Ediciones Timbalito hace unos años.

Zoé Valdés dijo...

Sí, muy bueno.