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jueves, 21 de julio de 2011

Sueños

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Elisa Joya (Fotoérase), 2011

© Elisa Gulminelli, 2011 (Fotoérase)

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Acabo de soñar con mi madre. No sé por qué razón no estábamos viviendo juntos. Se había consumido mucho, como le pasa a la gente en Cuba. Y no sé cómo yo había ido allí.

Estaba compartiendo el pisito de Pico Cejo, en Vallekas –donde pasamos tantos horrores, muchos más de los que se quejan Los Honorables Patriotas Desterrados— con una chica joven, bastante maja. La muchacha era puta y recibía sus clientes en una habitación contigua al salón, detrás de una cortina blanca de encaje plástico. Mientras yo estuve allí, recibió a dos clientes: un chico joven y un señor mayor. Mi madre parecía no enterarse o no importarle en lo absoluto. Bueno, ella siempre fue bastante “vieja dama indigna” pero con quién ella decidía otorgarle licencia; tal vez a esta muchacha se la había dado.

No sé por qué estábamos separados, y yo quería llevármela a mi casa. Ella accedió desde el primer momento, como un corderito. Pero el sueño se dilataba y se dilataba dando vueltas en torno a sí mismo, mientras yo repasaba que los muebles no eran los mismos y todas las (pocas y malas) fotos que colgaban de las paredes eran de la chica en posiciones ridículamente pornográficas.

Por fin, no sé cómo, nos decidimos. Yo le recogí sus pocas cosas en una pequeña maleta como de los años 40, y de pronto ya estábamos subidos a una especie de jeep cherokee, cruzamos un pequeño riachuelo que era el poblado en el que Carlos Alonso me ha recordado la memoria que cuando trabajábamos en la Presa Najasa y pasábamos por allí, los lugareños y los trabajadores que íbamos encima de la cama del Berliet, nos enzarzábamos a pedradas y escupitajos… Bueno, y ya después, no sé si nosotros o el sueño, desaparecíamos. Supongo que eso quiere decir que llegábamos aquí, pero al levantarme veo que mi madre no está. Otro sueño más.

Evidentemente, sigo con las fiebres.

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© 2011 David Lago González

(Madrid, 21 de julio de 2011)

sábado, 27 de febrero de 2010

Sueño recurrente: el agua, o la falta de ella.

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Anoche otra vez me visitó ese sueño recurrente en que vuelvo a la Playa de Santa Lucía, en Camagüey, buscando llegar al mar, y el sueño va tornándose en pesadilla porque, por más que creo acercarme a la orilla, nunca llego a ver el agua.

El de anoche se iniciaba con un acompañante al que nunca logré verle la cara porque siempre estaba de espaldas a mí, hasta que le vi alejarse y fundirse en la distancia.  Eso hizo que me uniera a un grupo de jóvenes desconocidos, muy divertidos, pero terminaba aburriéndome de ellos y continuando el camino por mí mismo.  Bajaba por una ladera en un autobús de pueblo, un poco destartalado, siempre a más velocidad de la debida.  Luego ya no estaba en el autobús sino que corría a través de una vegetación de costa, esquivando piedras, dunas y esas plantas que son como borbotones de sargazos, hasta que ya olía y sentía el mar... y entonces se hacía la luz, y la luz del brusco despertar borraba la posibilidad del agua.

David Lago

lunes, 25 de mayo de 2009

Revelación onírica

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Tunnel

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Anoche soñé con Carlos Victoria. La primera vez desde que murió. El sueño --que no llegaba a la categoría de pesadilla, sino solamente de sueño lúgubre (como correspondería ciertamente al personaje)-- también incluía la primicia de escuchar la voz de Oscar León, fallecido el mes pasado; la alucinación auditiva sucedía cuando yo contaba a Carlos la muerte de Oscar y le decía que cuando pensaba en alguna frase exacta que había dicho él, oía su voz en mi oído, y, al decir esto, de inmediato y nítidamente escuchaba en mi oreja izquierda la cantarina melodía de sus obsesiones. Los sueños tienen esos apartados dentro de sí mismos, en los que uno se desprende del cuerpo y se observa, incluso se toma como un sub-tema que se desarrolla por otra vertiente, y luego vuelve a unirse al cuerpo principal, como vagones que se apartan en ramales diferentes y después continúan camino todos juntos. Antes, los trenes en Galicia funcionaban así: yo siempre tuve miedo de quedarme en un ramal muerto.

Pero en este sueño yo llegaba a unas oficinas que estaban en el subsuelo de alguna parte que yo creo que era España, y allí tenía que hablar con un señor mayor, bastante lúgubre también, que iba a ser mi jefe. No está muy claro que yo fuera a suceder a Carlos Victoria en la labor que hiciera, pero lo cierto es que así lo parecía pues Carlos estaba todo el tiempo en plan de despedirse. Hasta me anotó finalmente el número de teléfono para que le llamara después...

Habían otros personajes pululando alrededor y de pronto yo me vi hablando con Felipe Lázaro, que me explicaba cómo tenía que regar una especie de trozos aislados de tierra que funcionaban como jardines y también como huertos. A mí lo del jardín me pareció civilizado, pero en cuanto a lo de regar el huerto, mientras él hablaba, yo pensaba "ni muerto me pongo yo a regar el huerto".

Pero lo que más me impresionó es que Carlos y yo nos pusimos a hablar de la madre de Wendy Guerra. Y yo le preguntaba que, si ella decía que era hippy, pues lo lógico era que pudiéramos haberla conocido. Sonriendo levemente, él me dijo que era una de las tantas muchachas del Campamento... y yo pensé gráficamente en una chica que aparecía en una de las fotos que estaban en mi casa. Y él seguía sonriendo levemente..., lo cual empezó a intrigarme y... Entonces me dijo: "Yo soy el hombre". Yo me quedé un poco atónito, pensando qué querría decir con aquella sentencia enigmática. Y él seguía sonriendo levemente. Yo me contagié con la sonrisa, y en ese momento en que yo le iba a preguntar, él agregó: "yo soy el padre". "Imagínate, David Lago, yo soy el padre de Wendy Guerra." Como diciéndome "yo, que no tuve padre, también hice lo mismo" pues se suponía, en el sueño, que Wendy Guerra no sabía quién había sido su padre (al revés de cómo sucede en El Relicario).

Y desperté.

-o-

Fuera del sueño y aquí en la realidad, esta mañana me llamó Felipe Lázaro, cosa que prácticamente no hace nunca.