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sábado, 20 de febrero de 2010

DAVID LAGO GONZÁLEZ - VIDA EN EL LABORATORIO

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Rescato este texto de mis archivos, a pesar de que ya fue publicado en el Penthouse con anterioridad y también editado por la Revista Hispano-Cubana, por la vinculación que tiene con el post "La expresión obviada (I)", que aparece más abajo.

El Autor

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VIDA EN EL LABORATORIO

 

Aprendes a moverte por el mundo de la censura sin perder el equilibrio, y tú, desdichado, lo tomas entonces por un juego divertido. A veces te dan palmadas en el hombro por tu “valentía”.

Aun así, no diría que emprendí abiertamente el camino de la rebelión, pues nunca había sido yo un espíritu rebelde; sólo aumentó mi asco. Sí, el asco se encargó del resto. Quien no ha vivido en el mundo de las causas ininteligibles, quien no se ha despertado nunca con el sabor de este asco en la boca, quien no ha sentido nunca cómo se extiende por su organismo y lo domina, por último, esta epidemia de la impotencia universal, no sabe de qué estoy hablando.

Imre Kertesz

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Establecer márgenes generacionales para lo que en este texto intento exponer es algo sumamente difícil. Los números ofrecen una perspectiva demasiado rígida y esa rigidez se adapta mal a la evolución creativa, y también a la propia involución del creador cuando su vida y sus circunstancias, independientemente de las generales, transcurren íntimamente ligadas a su posición y proyección éticas. Vida y obra se encuentran entrelazadas, sobre todo en el caso de los poetas, pues la una y la otra se alimentan entre sí, se reflejan una en otra y casi llega a suceder esa simbiosis que se da caprichosamente entre los perros y sus amos: ambos terminan pareciéndose, si no fusionándose, sin poder determinarse a posteriori quién fue el primero en semejarse al otro.

Tal vez por eso quizás sería mejor proponer una barrera, una línea divisoria que, aparte de la edad de las partes concurrentes, establezca esa aproximación a la diferenciación que se escapa a lo generacional cuando el creador —y especifico, creador— es un ente que, aún inconsciente o subconscientemente, trata siempre de superponer su albedrío a las reglas de mercado, a las normas de conducta, y/o a los intereses políticos.

En la medida de la obviedad, el año 1980 en Cuba constituye una buena y palpable referencia para establecer diferencias, definiciones y prolongaciones, ya sea de forma general o en el caso particular que nos ocupa. Hay un antes y un después del año 80 con su cascada de acontecimientos limítrofes: trágicos social y físicamente; bochornosos en lo ético-social; ominosos en lo humano, y también reconfortantes; definitorios en el compromiso personal de cada cual consigo mismo. El mes de abril fue nuestra Noche de los Cristales Rotos, por la que desfilaron, con el desorden que caracteriza a esas latitudes, las más bajas pasiones. Incluso, de manera institucional hay muchas cosas que antes de esa fecha eran tratadas de una forma y, después de mayo del 80, pasaron a ser tratadas de otra: por ejemplo, la consideración y correctivo político o delictivo de muchos actos (escapar del país cruzando el estrecho de La Florida, comprar carne de contrabando, hablar mal de la Revolución o de alguno de sus dirigentes, etc.)

Partamos la Revolución a la mitad. En esos primeros 25 años guillotinó muchas maríaantonietas y los bucles quedaron a la deriva, rodando desordenadamente por el suelo. Partió por la mitad muchos conceptos y formas de ser y estar, ideas y gestos en los que habíamos nacido y crecido antes de la Revolución, y que conformaban en nosotros “el fuerte” en el que se apoyaba o se apoyaría lo que luego seríamos, el sustrato del que, de una forma u otra, floreceríamos, o del que floreceríamos en una forma o en la otra.

Una forma era mantener nuestra esencia personal e individual, nuestra libertad a decidir en cualquier aspecto de nuestra vida, nuestra innegable e irrefrenable necesidad de selección y nuestra exigencia por determinar, establecer, fijar, definir –es necesario que los mencione todos, aun cuando resulte cansino y repetitivo–, sentar, adoptar, optar, elegir, tomar e incluso, si podíamos, declarar el YO que había en nosotros, por encima de ese todos, cuba, revolución, pueblo, unidad, antiimperialismo y gran etcétera del colectivismo que nos tragaba, nos anulaba y quería sustituir lo natural del ser humano con la imposición de unos excelsos valores de hojalata, plomo y manual para principiantes. Lo logró: nos tragó. Y después de digerirnos, nos devolvió al exterior. Y somos lo que somos, final de algo que nadie gusta de reconocer, o que alimenta y mantiene a algunos otros.

La otra (forma) era capitular ante el aplastante poder de la fuerza, ante la subyugadora fuerza del poder, y ser brizna arrastrada u ola de esa corriente, llevándonos a nuestro paso cualquier cosa, impedimento o no, que encontramos en el camino. Y ambos, La Revolución y nosotros, lo logramos, cada cual en su medida: ella nos tragó, nosotros nos creímos que nos la habíamos tragado. Y después de digerirnos, nos devolvió al exterior. Y somos lo que somos, y por mucho que nos reciclemos siempre vamos a ser lo que somos.

Quizás hay un punto intermedio entre las exposiciones de los dos párrafos anteriores: el que se lo creyó y/o el que quiso, ha querido y quiere dar la imagen de que se lo creyó. Esta proyección va acompañada de una entelequia: las ideas son puras y no traicionan, son las bocas y las manos las que tuercen estas ideas al ejecutarlas. Pero, no obstante, las ideas las genera el hombre, no son una suerte de milagro. La Biblia fue escrita por los hombres, no la escribió Dios.

En un estado totalitario y represivo, sutil o brutalmente, lo anteriormente dicho se materializa, pues, en tres clases de individuos: el consecuente consigo mismo, el arribista, y aquel otro que, llevado por el humano afán de subsistir, accede íntimamente a ceder parte de sus convicciones a favor de una proyección pública que lo contradice pero que le resulta tolerable porque puede sobrellevarla con una cierta asepsia. El problema es que el tiempo avanza, los años vuelan y las dictaduras –específicamente aquéllas de las que podemos hablar por haberlas conocido, las comunistas— exigen cada vez más terreno individual a favor suyo. Cuanto más avanzan en el tiempo, más viscosas y enrevesadas, e inteligentes y maquiavélicas, se hacen.

La Revolución Cubana lleva ya medio siglo de vida. Sin duda alguna, en su primera mitad los métodos de convencimiento y atracción fueron más cruelmente sutiles, angelicalmente diabólicos, brutalmente refinados, porque tenían que vencer y convencer a un abanico de pensamiento mucho más amplio. Ya muchos eran hombres formados cuando triunfó la Revolución. La misión de convertir a estos era dura. La misión de convertir a aquellos cuyas ideas recién habían comenzado a brotar de entre su sustrato personal, individual y único, fue, sencillamente, criminal. Jugaban con la infancia, torcían sus manifestaciones, encorsetaban sus libertades, incriminaban sus pensamientos espontáneos. Una buena parte de la población tuvo que buscar sus caminos sometida a estas coyunturas. Para algunos fueron definitivas y los marcaron de por vida, inutilizándolos. En otros actuó como propulsión de una ola de oportunismo que barría todo lo que encontrara a su paso. Entre ambos, están los del montón, los del no pero sí, los del aparentado, los del “hay que vivir”.

Pero en medio siglo hay una segunda mitad. Para los últimos 25 años la Revolución tenía algo ganado: no tenía que lidiar desde el inicio con generaciones que arrastraban reminiscencias propias de otros tiempos distintos. Ya tenía las suyas propias, nacidas después del año 59, más puras o menos contagiadas que las anteriores. Aunque, por muchas revoluciones que sucedan al unísono, no es posible barrer del todo con una ética meramente humana, intrínsicamente histórica, tradicional, prácticamente genética, es lógicamente aceptable, y aceptado es, que nuevos valores éticos se vayan produciendo y sucediendo a lo largo del tiempo. Cuando menos, grandes o pequeñas variaciones. Las proporciones éticas están compuestas por una pequeña isla de objetividad nadando en un océano de subjetividades. Aunque miradas desde fuera, ciertas cosas y actitudes pudieran ser vistas desde una misma perspectiva, es absolutamente admisible que esa óptica no fuera aplicable, no al hacer un zoom sobre el punto, sino a nacer, crecer, vivir y morir en ese punto y desde allí al exterior.

Me hago muchas preguntas sobre la naturaleza humana. Sobre la pureza de esa naturaleza. El condicionamiento existe en todo tiempo y lugar, y cuanto más cerrado y asfixiante es el espacio, más maneras se ingenian para obtener más oxígeno. Pero, ¿todo es válido? ¿Todo es ético? ¿Dónde están los límites? Y ¿cómo probarlos, cómo medirlos? Dudo sobre cómo juzgar a la gente. Los valores éticos han cambiado, eso está claro. Pero ¿podemos afirmar categóricamente que todos los venidos después son oportunistas desalmados? Lo ignoramos, verdaderamente. No sabemos acusar por igual –quizás también porque partimos de una ética--. Tampoco somos todos iguales, salvo en la categoría de la cobaya. Tal vez los primeros sufrimos más experimentos, mayor experimentación, mayores errores, y carecíamos de los anticuerpos que los segundos han ido ya generando sobre nuestra experiencia acumulada.

Para unos, la vida en laboratorio ha mermado definitivamente el interés por otra opción vital, cualquiera que ésta sea. Los resultados han sido letales. Si la Revolución cavó la fosa, el agotamiento coloca sobre ellos su pesada losa.

Para otros, la vida comienza a partir de ahora, fuera del laboratorio. Y están prestos a demostrar su capacidad y las habilidades ganadas durante el entrenamiento.

No obstante, debe existir un equilibrio en alguna parte. O, ¿habrá muerto del todo aquello que Martí llamaba “mejoramiento humano”?

© 2007 David Lago González.

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Enlaces vinculados: "La Expresión Obviada (I)" http://heribertopenthouse.blogspot.com/2010/02/david-lago-gonzalez-la-expresion.html

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Nota del blogger y autor: Este texto fue censurado por los entonces editores (Ena Columbié y no sé quiénes más) de La Peregrina Magazine para el número sobre "pensamiento cubano" por considerarlo demasiado "pesimista" (dejo al lector la valoración de esta opinión). La Peregrina Magazine es una revista digital dirigida por mi amiga (y soulmate) Karin Aldrey, a la que pertenezco y con la que colaboro desde prácticamente sus inicios en Marbella, España. No sé si al ostracismo acostumbrado en la etapa insular, deba añadir el título nobiliario de "censurado en la otra Cuba", mas, sea lo que fuere, es significativo de que la verdad por lo general no es bien recibida en ninguna parte. Finalmente, el texto fue publicado (y pagado) en la RHC.

miércoles, 17 de febrero de 2010

DAVID LAGO GONZÁLEZ - La Expresión Obviada (I)

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A MODO DE INTRODUCCIÓN

Creo que cursaban todavía los años 80 cuando una tarde, recorriendo la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que ocupaba la mayor parte del Paseo de Recoletos, en Madrid, hubo de dar con un libro de tapa dura gris en cuyo lomo se leía “Literatura Rusa Clandestina”. Sin pensármelo mucho, decidí birlar a mis deberes la para algunos exigua cantidad de 500 pesetas y hacerme con el libro de marras. Era una recopilación de relatos escritos por patronímicos desconocidos, que han seguido siéndolo a lo largo del tiempo transcurrido y a pesar de las sorpresas históricas acontecidas. Habían sido editados artesanal e inicialmente en los célebres Samizdat, “publicaciones clandestinas” que circularon en la Unión Soviética y cuyo nombre era una abreviatura con alusión irónica a la de Gosizdat, que correspondía a la Editora estatal rusa.

Años después vendría la lectura de los demoledores testimonios de los “Archivos Literarios de la KGB”, pero esos relatos ya me habían impresionado lo suficiente como para sentirme siempre reflejado en el espejo de esos artistas que prácticamente perdieron sus nombres, sus obras y el significado de sus vidas bajo el anonimato impuesto por una ideología bestial y sutil que me ha hecho hermanarme a sus destinos.

En ellos pienso también cuando escribo este trabajo.

El Autor

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Perteneció a esa generación de artistas que, como gorriones de Mao, la Revolución obligó a volar lejos de su habitat, hasta reventarlos. No tuvieron respiro, ni pudieron llegar. Cuando entraron a la Universidad, los expulsaron. Y cuando salieron a la calle, los encarcelaron. Después los deportaron, y los mandaron a ese campo de concentración que es Miami. El Exilio se presentaba como un inmenso arrozal donde, ya por costumbre o por miedo, evitaron posarse. Muchos artistas desahuciados y desconocidos deambulan por las calles de la ciudad: son como muertos vivos.

                                                                                     Néstor Díaz de Villegas

                                                                                 (In memoriam Carlos Victoria)

 

En el panorama cubano de la creación literaria y artística existen especialmente dos generaciones (grupos generacionales, grupos, grupos circunstanciales) que han sufrido o experimentado, con mayor crudeza y consecuencias, el rigor represivo de La Revolución y su comunismo insular.

La primera fue el llamado grupo de EL PUENTE, que reunía espontáneamente a jóvenes artistas, mayormente literarios, que al triunfo de la Revolución habían alcanzado ya una definición en el primer paso de la evolución creativa. Es lógico y totalmente admisible que este conjunto de sensibilidades diversas, pero provistas todas del germen anárquico (y también contestatario) de todo acto creativo, se sintiera esperanzado y entusiasmado ante lo que les parecía —y aparecía— como “un cambio”, algo nuevo y fresco que políticamente estuviera más en la línea de sus irreverencias hacia los estrechos cánones de una sociedad burguesa y socialmente obsoleta que rechazaban. Muy pronto iban a saber cuán más estrechos aún eran y serían para siempre los parámetros de aquel cambio de dirección con que la Historia, y la terrible historia de las confusiones, comenzaba a cercenarles y a definir los destinos de sus vidas y carreras, y no solamente las suyas propias sino las de todo un pueblo, tanto para bien como para mal, a lo largo de los próximos 70 o 100 años futuros, ya fuera por contacto directo como por las consecuencias de por vida derivadas de la experiencia. Es de significar que esa “terrible historia de las confusiones” no iba a limitarse a las cotas jurisdiccionales de su pequeño e insignificante territorio nacional, sino que contagiaría a la mayor parte del mundo, sobre todo occidental, tanto desde lo más primario como hasta lo más intelectual y “pensante”, lo cual serviría de muro de resonancias para la represión que ya experimentaban en casa. EL PUENTE simplemente no estaba previsto en el “stablishment revolucionario” (aún incluso no auto-declarado como comunista), y sucedía por iniciativa propia y personal de un conjunto de jóvenes que ese gran poder incipiente (pero excesivo y totalitario desde su cimiente) no había creado ni controlado, y que al intentar lo segundo dio al traste con el movimiento, dispersándolo y anulándolo a través de la represión y el terror, sirviendo de involuntarios e inocentes conejillos de Indias en los que experimentarían todos los métodos posteriores de disuasión y control de la personalidad artística individual. La Revolución, lejos de ser un elemento aglutinador, es un monstruoso elemento y mecanismo de separación y anulación de la voluntad individual, así mismo como de la manipulación colectiva y de una tergiversación propagandística, amén de maquiavélica, convincente a los seguidores con una fe de base (irracional, como suelen ser todas las variantes de la fe). A los jóvenes de EL PUENTE les tocaría ser los primeros en estrenar toda la gama de métodos de disuasión: exilio temprano, represión carcelaria, asociación con extranjeros y expulsión del país, métodos “correctivos” psiquiátricos, sujeción, auto-control, auto-censura, ostracismo, resignación acomodaticia y oportunismo voraz, pasando, claro, por todo tipo de traiciones y contradictorios lazos umbilicales mitigantes de la mezquindad que en ocasiones furtivas reúnen a comensales antagonistas alrededor de una mesa (que no es precisamente “La Mesa de la Verdad”). Todo un lamentable y tristísimo muestrario de lo que entonces se perfilaba como futuro inevitable.

La segunda generación a la que quiero referirme y que es el objeto de este trabajo es la que atañe principalmente a personas que habíamos nacido alrededor del año 1950 y que al triunfo de la Revolución estábamos entre la niñez y la pubertad, gente que en un momento vital de tránsito y formación del carácter, recibimos de lleno el impacto de un fenómeno político-histórico-social, único en sí mismo, que se permitió cambiar todo el orden establecido, con sus valores correspondientes, en apenas unas 24 horas que se hacen eternas y que dejan desnudo —o al menos, sumamente confundido— al protagonista y receptor involuntario de tal cambio. Fue como hacernos hombres y mujeres en el transcurso de una noche, de una forma nada natural. Esta aceleración brusca de la historia nos ponía en la disyuntiva de aceptar o rechazar drásticamente lo que el paso natural de la vida nos había ido enseñando y abrupta -y puedo decir también que violentamente— debíamos dilucidar sobre lo bueno y lo malo, lo acertado y lo errado, de la educación, forma de vida, costumbres, tradiciones, que habíamos ido recibiendo desde nuestro nacimiento. Nos forzaba a decidir cuando aún no teníamos la capacidad suficiente para hacerlo por nosotros mismos y el acto de decidir era una labor y un deber que mayormente correspondía a nuestros progenitores, a nuestros mayores.

Al mismo tiempo fuimos culpados abierta, públicamente, de lastres de los que no éramos conscientes. No fuimos los primeros “niños (naturales) de la Revolución”, sino los niños que la Revolución había heredado de lo que se dio en llamar poco después “la pseudo-República”, en alusión a que todo lo que no había sucedido bajo el catalizador de la pureza “revolucionaria” era en lo absoluto válido. De modo que nuestra educación en cierta forma pasó a ser un “correctivo” de supuestas desviaciones que acarreábamos de la influencia pequeño-burguesa de nuestros padres y familia. Creo que nuestros mayores intentaron protegernos físicamente ante esta avalancha de insultos vedados que propinaban a su papel de educadores a través de su apreciación de la conveniencia en aceptar los nuevos cánones, aun a costa de la posibilidad de perdernos como hijos (como sucedió en muchos casos, de ahí aquello de que los hijos denunciaran a sus padres, etc.) Intuyo el (razonable) pánico que un hecho de tal calibre despertaría en ellos, y de ahí aquella primera estampida de familias enteras con el propósito de “salvar” a sus hijos de algo que no sospechaban en toda su magnitud y que de cualquier forma sospechaban mal y entonces por debajo de toda realidad. Fue la explosión de la posible pérdida de la patria potestad, que dicho ahora suena ridículo pero que para ellos debe haber parecido simplemente atroz.

Esto ocurrió de forma generalizada con todos “los niños del 59”, pero se intensificó especialmente con aquellos de nosotros que comenzamos a experimentar “inquietudes artísticas”, y lo pongo entre comillas porque ello sirvió como motivo de recelo y persecución sistemática como posible ingrediente homosexual y de desviación de la conducta, y en general factible de dedicarnos un seguimiento personalizado. Todo parecía indicar que, más bien lejos de precaver que nuestra generación degenerara en un atajo de inservibles viciosos nada dispuestos a seguir la senda del “hombre nuevo” perfecto sólo posible en las mentes estrechas del Che Guevara y elementos afines, estuvieran absolutamente deseosos e interesados en crearnos como tal para proceder a aplicar más métodos de corrección en su afán de perfeccionamiento y exquisitez del sistema represivo totalitario y la anulación total de la personalidad individual. Incluso parecía planificado: éramos los que no íbamos a integrarnos en la maquinaria del poder, ni siquiera como oportunistas y vividores a expensas de contribuir a la mentira con la propia mentira de nuestra falsa colaboración, que, por otra parte, siempre se entendía que debía ser lo suficientemente entusiasta y dinámica como para disfrazar convenientemente cualquier atisbo de razonamiento personal: debía, tenía que ser enérgica, en pie de lucha constante, única manera de aceptar y cubrir la apariencias de cuán bien se mentía, sin importar que El Poder siempre era conocedor de la falsedad de tal simulación y se reservaba el derecho de descubrirlo y aplicar el castigo correspondiente cuando el oportunista de turno se sintiera lo suficientemente confiado como para creer que era más inteligente que La Revolución, verdadero pecado imperdonable.

Al fin y al cabo, como todos esperábamos, y todos los puntos cardinales así lo indicaban, delinquimos. Comenzamos a escribir, a pintar, a existir, al margen de las organizaciones oficiales que se supone eran las encargadas, no solamente de enseñarnos a hacerlo, sino también de conducirnos por el camino del reconocimiento y la aceptación; eludimos, despreciamos los talleres literarios, y eso no nos fue perdonado, ni por la Oficialidad ni por los que sí habían aceptado las reglas del juego. Decidimos no auto-censurarnos, sino auto-marginarnos, intuyendo ya perfectamente y anticipándonos a la marginación que el stablishment nos aplicaría o, en su caso, la labor de reconducir lo que escribíamos y producíamos a través de otros conceptos más acordes con la Revolución. No era en definitiva que hiciéramos nada abiertamente condenatorio del sistema, sino que lo que hacíamos no se ajustaba a lo establecido, ni en contenido ni en proyección, ni siquiera en la forma de decirlo o darle forma. Había un divorcio total de formas y contenidos, y para ser admitidos en las sendas que nos conducirían a ser “alguien” (Brigada Hnos. Saínz, Uniónde Escritores y Artistas, etc., aunque no muchas más), teníamos que renunciar a ser nosotros para convertirnos en ellos. En esta disyuntiva no éramos los únicos: había personas claramente pertenecientes a otras generaciones anteriores que también decidieron dejarse ser excluidos por razones semejantes o parecidas. Pienso específicamente en Raúl Ibarra Parladé (Santiago de Cuba), un poeta con el peso específico suficiente como para ser tratado con un respeto especial y que está muy por encima de cualquier poetastro que, valiéndose de su producción al servicio del Estado y su ideología, haya sido reconocido —y “reconocido”— como algo a tenerse en cuenta tanto dentro de sus fronteras como más allá de ellas (esto produciría un capítulo aparte).

De modo que lo que aquí yo (creo) bautizo como LA GENERACIÓN OBVIADA viene siendo más bien “un grupo circunstancial” de personas que nos mantuvimos al margen de los cauces oficiales cubanos y que en ese margen hemos desarrollado, sobre todo, nuestra iniciación en nuestra única razón de ser (el arte) mantenida en todo tiempo a pesar y en contra de cualquier posibilidad de reconocimiento. Como he querido sugerir hace un momento, esa marginación también en cierta forma ha viajado con nosotros dondequiera que hayamos ido y nos sigue acompañando en el llamado “exilio” (en definitiva, otra manifestación de “oficialidad”, con su propia regla del juego y su particular gama de valores, reconocimientos y exclusiones, y, paradójicamente, continuador y valedor del escritor y el artista oficial comunista, en el que existe también una gran confusión dado el prolongado tiempo del mismo y lo sutilmente preparado —por no decir “alerta”— que hay que estar para detectar precisamente la sutileza de una validación a la que el escritor o artista proveniente de los organismos oficiales insulares aspira y al que La Revolución le ha hecho creer merecedor de tal derecho).

Como fue un grupo que, salvo en cada núcleo, se desconoció a sí mismo en el sentido de su extensión a lo largo de Cuba, teniendo en cuenta que entre nosotros sólo existía el lazo de las circunstancias pero nunca fue un movimiento, y mucho menos algo organizado (como, curiosamente, quería “ver” a toda costa la Seguridad del Estado en mis visitas obligadas a sus villas y oficinas), es posible que sea una tarea a completar a partir de ahora. Estoy seguro de muchos nombres, pero carezco del conocimiento suficiente del pasado como para incluir con justicia a todo los que mantuvieron actitudes semejantes y específicamente a los que comprende ese periodo.

He aquí unos pocos nombres que considero podrían estar incluidos en LA EXPRESIÓN OBVIADA:

01. Raúl Ibarra Parladé              Santiago de Cuba.

02 Antonio Desquirón Oliva      Santiago de Cuba, 1946.

03 Carlos Victoria Olivera          Camagüey, 1950.

04 José Rodríguez Lastre          Camagüey, 1948.

05 David Lago González            Camagüey, 1950.

06 Rolando H. Morelli                Camagüey, 1953.

07 Osvaldo Lugo (pintor)           Camaguey.

08 Roger Salas Pascual              Holguín, 1950.

09 Delfín Prats                          Holguín, 1949.

10 Raúl Parrado (pintor)           Camagüey, 1948.

11 Manuel Cuadrado (pintor)   Camagüey, 1946.

12 Rogelio Quintana Puig         La Habana, 1951.

13 Rafael Zequeira                   Guáimaro, Camagüey, 1950.

14. Omar Cerit Beltrán             Camagüey, 1948.

15 Karin Aldrey                        Central Preston, Holguín, 1950.

16 José Abreu Felippe             La Habana, 1947.

17 Luis de la Paz                      La Habana, 1956.

18 Esteban Luis Cárdenas        Ciego de Ávila, 1945.

19 Evelio Cabiedes (Benny)     Camagüey, 194?-199?

20 Néstor Díaz de Villegas       Cumanayagua, 1956.

21 Juan Lara (actor, artista plástico)     Camagüey, 1946.

22 Valentín Álvarez (actor)     Camagüey, 1948.

23 Emilio de Armas                  Camagüey, 1946.

24 Rafael Bordao                      La Habana, 1951.

25 Rafael Bragado                    ¿?

26 Juan Abreu Felipe               La Habana.

27 Nicolás Abreu Felipe            La Habana.

28 René Ariza                           ¿?

29 René Cifuentes                    Camagüey, 1952.

30 Jesús Selgas  (pintor)           ¿?

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(Continuará...)

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© David Lago González

(Philadelphia, Sept-Oct. 2009)

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NOTA DEL AUTOR: Agradecería la aportación de otros nombres que consideren corresponden a las circunstancias antes detalladas.