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miércoles, 1 de junio de 2011

El Orgullo del Emigrante (o del Inmigrante)

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TABACALERA DE ESPAÑA 028

antiguo edificio de Tabacalera de España, dependencia abandonada

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Como he manifestado en algunas ocasiones con respecto a mis antepasados, por parte materna provengo del apellido Fagundo, de ascendencia sefardí, localizado como oriundo de la zona de Cáceres. Durante la expulsión de los judíos llevada a cabo por los Reyes Católicos, parte de ellos –si no la gran mayoría— se desplazó a las Islas Afortunadas y, en el caso más directo a nosotros, fueron emigrando principalmente hacia tres colonias españolas en El Nuevo Mundo: Cuba, Puerto Rico y la península de La Florida (no confundir con el Miami actual). En el primer punto de la búsqueda de una nueva vida (las Islas Afortunadas) se constituyeron en un apellido considerado ya plenamente como canario. Mis bisabuelos maternos eran “isleños” y no recuerdo si mi abuela también, pero ya mi abuelo si fue la primera generación criolla del apellido Fagundo (que en realidad quiere decir “hijo de Facundo”). Se casaban entre primos hermanos (o carnales) para preservar la continuación del apellido y saga. O sea, practicaban la endogamia en aras de Sefarad. Así mi tía mayor, Victorina (tía Viti), fallecida en los años 30 a consecuencia de la tisis, casóse con su primo hermano León Fagundo (que en la Familia era considerado como una especie de patriarca) y se afincaron en el pueblo de Agramonte, en la provincia occidental de Matanzas, en Cuba, que está bastante poblada –aún hoy— por familiares que llevan ese apellido como primero. Por supuesto, después de un siglo de una primera generación criolla del apellido, la inmediata que me antecede no tenía conciencia de ser, o haber sido, inmigrantes y, mucho menos, extranjeros. Pero la nacionalidad cubana se estaba formando por entonces, y es muy difícil sostener con propiedad para aquel momento el concepto de cubanidad.

Por el lado paterno, la extraterritorialidad me toca de forma mucho más cercana, pues mi padre arribó al muelle de luz de San Cristóbal de La Habana en el año 1916, con 18 años, habiendo sido el primogénito de los hermanos nacidos en Freituxe, Bóveda, Lugo. Su padre de él –o sea, mi abuelo paterno, también había estado en la colonia y había regresado a la aldea--. Mi padre arrastró tras de sí a una hermana y su esposo, y a dos hermanos más. Otras dos tías emigrarían a la Argentina, y en Galicia quedó una tía y el más pequeño de mis tíos (ambos no llegaron a conocerse, pues mi padre no volvió nunca a España y falleció en Camagüey en 1978, y mi tío todavía vive en El Ferrol).

Un gallego no regresa jamás si se siente fracasado, y por derrotado se entiende específicamente el fracaso económico. O sea, nunca jamás regresaría pobre. Nunca jamás regresaría para convertirse en carga de nadie, ni de familiares ni del estado. Y es así, gústele a quien le guste.

En toda mi vida en Cuba no recuerdo vez alguna en que se suscitara entre ellos –y tampoco posteriormente cuando ya fui un joven— ni con terceros, conversaciones al respecto del hecho de la migración y tampoco acerca de sus vidas anteriores en España. En toda esa etapa de mi infancia-adolescencia-juventud hay dos hombres esenciales: mi padre y mi padrino (que también era tío político y también español, aunque no gallego, sino canario de La Gomera). Entre sí no cabía mayor diferencia de caracteres, de modo que sin saberlo esta circunstancia sentó en mí las bases de un equilibrio que al cabo de muchos años comprendo y valoro cuán importante ha sido en mi vida y, sobre todo, en mi formación ética.

En lo absolutamente personal, una de las tantas razones por las que nunca he regresado a Camagüey (Cuba en general me importa mucho menos) es porque soy un fracasado, económicamente hablando. No he hecho fortuna y no puedo retornar como “indiano”. Puede que esto parezca descabellado a la mayoría y no aspiro a que nadie lo entienda: el gallego verdaderamente es un carácter sumamente peculiar y muchas veces a nosotros mismos nos cuesta comprendernos unos a otros entre miembros del clan. Porque el gallego es de “clan”, de ahí que donde único prendiera la posibilidad de una Sicilia mafiosa española haya sido en las costas gallegas.

Ni en mi casa, ni en el caserón de Wooden (La Esmeralda) que hizo las veces de casa matriz de la aldea de la que salieron los Lago de la Fuente, jamás se habló de emigración pero era como algo que lleváramos en la sangre, algo genético que solo puede aceptarse y no cuestionarse. Nunca jamás nadie tuvo que decirme, o aclararme, que emigrar era la última carta de la baraja, porque siempre último en todo va a ser el que llega nuevo a algún destino, el que traspasa una puerta por primera vez. Para nada tiene que ver con la resignación ni el fatalismo; son hechos prácticamente congénitos, quizás ese tipo de cosas que ahora llaman “enfermedades raras”. De todo esto me siento profundamente orgulloso. Aparte de español (aun cuando la sociedad española no me acepte como tal por su carácter mucho más clasista que racista, y por ser muy exclusivista, y atender, o bien a razones de dinero o a razones de ideologías, o más bien de estimación arbitrarias que le cuelgan a cualquiera de forma banal y penosamente infundadas), desde Cuba ya me sentía español de forma natural, y cada día que pasa y me hago más viejo me torno más “incomprensiblemente” gallego. Muchos amigos, más caribeños, me lo “perdonan”; a otros los he perdido porque a veces, de forma casi orgánica, inconsciente, involuntaria, hago uso de una rotundidad que no admite la melcocha derretida del cubano ni la pista de patinaje groseramente artístico en que se ha tornado la ética y la moral para la mayor parte de los detritos arrojados por el comunismo cubano al resto del mundo. Lo siento, es algo que no puedo controlar; o tal vez es otra cosa, no lo sé, quizás un proceso degenerativo, o tal vez generativo.

La manipulación del Estado cubano ha pasado ya de la sutileza que pocos en el mundo comprenden y adivinan, hasta alcanzar un grado de sofisticación terroríficamente diabólico (insisto en el carácter diabólico –no religiosamente, por supuesto— de la Revolución cubana y su paulatina transformación o renovación). Si a las personas que nada tienen que ver con este fenómeno los deja reaccionar solamente en el estrecho y lamentable margen de la visceralidad que se resuelve en apoyarla o negarla con toda la necedad de tal condición, a los que partimos de allí nos confunde enormemente y hay que desarrollar poderes de clarividencia para rozar –y digo “rozar”— alguna verdad de la mentira, alguna sospecha, alguna elucubración. Este enrevesamiento forma parte también del barroco cubano, cuyo máximo exponente literario es José Lezama Lima. Describir la cocción de unas natillas partiendo de los griegos y saltando a los fenicios y a la manera en que los egipcios mezclaban los tintes para que sus diosas se embellecieran, combinándolos a la vez con el olor del café que cuela una guajira de Baracoa, es algo que difícilmente pueda entenderse en su plenitud. También resulta algo mágica la luz cuando uno llega a tal hallazgo (el de cómo se hacen las natillas en Cuba), pero en política y en ideologías y en las artes poco ortodoxas de Maquiavelo y de Fouché, el matiz cambia radicalmente y cualquier complacencia en la magia desaparece, a no ser para quien la ejecuta, al que imagino gozando enormemente de los resultados.  Los ejecutores son verdaderos dioses de la opresión, la represión, y lo que resulta peor, expertos en provocar la sangre y la muerte que no se ve, el golpe que deja moratones pero que licia de por vida.  Olvidémonos de los burdos dictadores latinoamericanos o de cualquier otro sitio, hasta el propio Stalin fue un burdo matón, Hitler, Pol Pot, cualquiera: LA EXQUISITEZ generada por los Hermanos Castro y practicada abiertamente por todos sus secuaces y seguidores, por convicción de maldad y/o convicción de oportunismo, es algo que se extiende con más rapidez y alcance que La Peste. Y, por supuesto, alcanza de pleno a lo que se ha dado en llamar “disidencia” (antes “contrarrevolución”). Incluso al hombre más sencillo.

La Habana no mueve un solo dedo, no entreabre ninguna puerta o ventana, no deja de mirar al fronterizo mar, si no es porque ya cuente de antemano con un plan posterior elucubrado de principio a fin. Cometen errores, pequeños errores, deslices que se les escapan de la mano férrea, y muere alguien en prisión (alguien de resonancias aunque sea ligeramente políticas porque los muertos comunes siempre han sido numerosos, tanto entre ellos mismos como a cargo de sus carceleros, pero estas personas no les importan a nadie: ni a ningún gobierno ni a la disidencia, esa gente no existe), o se les va la mano fusilando a tres que intentaban huir (mientras que a otros por la misma causa no se les castiga –p.e., un familiar mío, de padre “revolucionario”— o se les mantiene en cuarentena vigilada también conocida/desconocida como “ley de peligrosidad”. Pero lo que sí está total y minuciosamente atado y bien atado es cualquier maniobra de envergadura (éxodo del Mariel, los balseros, la disidencia controlada y permitida, y por última el destierro de los presos políticos que han llegado en masa a España).

Y hago parada en este punto: el destierro de los presos políticos que han aceptado venir a España. Este grupo de personas se ha quejado largamente de las condiciones en que han salido y de la forma en que el gobierno español les ha tratado. Que yo sepa, han accedido voluntariamente a venir, y añado, aun cuando no haya libertad en un país existe un mínimo de libertad individual con la que esa persona decide sobre su vida: si vivirla o dejarla ir. El Gobierno cubano, Santa Iglesia mediante, les ha otorgado privilegios (al menos teóricamente) bien distintos a los del resto de nosotros: promete respetar “sus propiedades” y el regreso cuando ellos estimen conveniente solicitar el correspondiente permiso de entrada a Cuba (que pueden aprobar o rechazar). 50 años de vida dirigida militarmente, ideológicamente, han convertido a estas personas en gente mimética que tiene mayor capacidad para repetir lo aprendido y lo simplemente vivido que para desenvolverse por sí mismos de forma individual, mínimamente original e independiente. Con seguridad, la mayor parte de ellos, antes de pasarse a la disidencia --¡oh, Dios mío, me he dado cuenta que este amor no era verdadero ni fiel ni sincero!— formaba parte del entramado representativo (en cualquier medida) del Aparato de gobierno, y, en otros casos, también del represivo. Por tanto, por qué tengo que creer en ellos ahora, “aquí y ahora”, y no antes: ¿cuándo eran sinceros y eran ellos mismos? ¿Antes, ahora, nunca?  Muchos cubanos sabemos que una posible, potencial, forma de salir del país es hacerse “disidente” e inmediatamente Estados Unidos considera a esa persona como posible inmigrante (propuesta que se les ha formulado a amigos míos en sus casas). Por supuesto, esto no lo admite nadie.

Estoy seguro de que, en la mayoría de los casos, o en muchísimos de ellos, lo que llaman “propiedades” pueden ser viviendas entregadas por la Reforma Urbana (Estado cubano) que, o bien fueron quitadas a sus legítimos dueños o estos, al marchar del país, tuvieron que firmar haciendo entrega de las mismas al estado, condición sine qua non para abandonar el país, muchas veces en calidad de nada. Independientemente del origen de esas llamadas propiedades, el hecho de que el Gobierno cubano declare (aunque fuera mentira) respetar este bien adquirido de forma legal anterior a la Revolución o de manera “legal” entregado por la Revolución, sienta una diferencia con el resto de los que abandonamos la Isla. Ese hecho no es gratuito, sino que contribuye a crear justamente la distinción a la que yo me estoy refiriendo. ¿Por qué ellos sí tienen ese derecho y yo no, además de los millones que hemos salido anteriormente?

Se les permite salir, y España les recibe, liberando allí y admitiendo aquí a una cantidad de familiares que prácticamente más que a familia, deben referirse a todo un árbol genealógico. ¿Por qué ellos sí tienen ese derecho y yo no, además de los millones que hemos salido anteriormente?

La degeneración moral creada por la Revolución, y alimentada por los representantes de las distintas organizaciones de “apoyo” del llamado “exilio”, también afectados de la misma enfermedad, les ha hecho creer que el status de refugiado político es una especie de medalla de honor a la cual cualquiera o todos tienen derecho en base a sufrimientos anteriores. Y lo peor de todo, es que ellos –o muchos de ellos, o la mayoría— se lo han creído. Lo han repetido hasta la saciedad: ellos no son meros y vulgares inmigrantes, ¡ellos son refugiados políticos! Otro punto para dividir: ellos se consideran por encima de otros que somos emigrantes/inmigrantes (del matiz que sea, incluido por supuesto el político).

Recuerdo que en el año 83, yo trabajaba de camarero en un restaurante chino y convivía con un amigo (y su madre). A este amigo le habían concedido el asilo político con su correspondiente ayuda económica (de hecho posteriormente les dieron un espléndido piso a estrenar), recibía mensualidades considerables de su numerosa familia en Estados Unidos (por cierto, cuando comenzó a recibir la ayuda del ACNUR, le pregunté si no iba a avisar a su familia para que durante ese tiempo le mandaran menos dinero, y me contestó “ah, no, cuanto más manden, mejor”) y, sin necesitarlo verdaderamente, quiso que yo le consiguiera trabajo donde lo hacía yo. Yo me sentía bastante reacio porque a veces podía haber situaciones un tanto por debajo de ciertos parámetros y simplemente no me gustaba que mis amigos pasaran por ellas. Pero, en fin, accedí. Como para hacer su trabajo en la cocina, se sentaba (mientras los demás permanecían de pie), hubo quejas y le pidieron que hiciera lo mismo que los demás. Allá fue corriendo a la zona del bar, donde estaba yo, a manifestar su indignación (tan de moda actualmente) diciéndome que además de toda la humillación que habíamos pasado en Cuba tenía que aguantar aquello, a lo cual no estaba dispuesto. Como yo hube de mantenerme en actitud de psiquiatra soviético, me conminó a que tomara partido. “Pues vete,” le dije yo. Y abría los ojos como platos diciéndome “parece mentira que tú me digas eso…”  A lo cual le contesté: “Es que tienen razón: lo que haces molesta a los demás. Pero además, yo no te sigo porque yo sólo recibo el dinero que me gano trabajando, no el que me da ningún familiar ni ningún gobierno, y mi madre está muy por encima de ti, de tu enfado, de tu humillación y de tus derechos”.

Luego de esta pausa (que no refresca, como las de Coca Cola), vuelvo al tema, que en realidad –y en mi barroco cubano— versa sobre la distinción de categorías entre refugiado político e inmigrante. Y esto me lleva a los predios donde estos honorables ex mayimbes y ex reclusos políticos no realmente liberados (ya que, según entiendo, no se les conmutó pena alguna, sino simplemente se les dio la posibilidad de desterrarse) circulan, con el peso, el mismo peso y seguridad que advertía en los patéticos dirigentes de poca o mucha monta al andar por las oficinas de los sitios donde trabajé en Cuba. Ni siquiera se dan cuenta que han sido programados para dividir al ghetto. No soy yo, ni personas como yo que piensan igual y a veces se atreven a manifestarlo, los que dividen al exilio “cuando debemos estar más unidos que nunca”, sino el gobierno cubano desde La Habana, que, consciente o inconscientemente, tiene y encuentra en muchas partes numerosas cajas de resonancia para su labor de zapa. Ya sé que han estado en prisión --cualquiera en Cuba es fácilmente carne de ergástulo— pero se supone que ha sido por una causa en la que creen, por la libertad de Cuba, y si es por una causa o un ideal no tienen por qué esperar beneficios de sus humillaciones, porque ni las de ellos ni las mías les importan a nadie. Ésa es la dura realidad.

Y como nunca he vivido del erario público, y mi condición de migrante, y mi éxito y mi fracaso, dependen solamente de mi trabajo y no de ningún gobierno ni organización ni asociación amañada para posibles subvenciones, declaro que me une muy poco con esos señores y con gente que piensa de esa manera.

Yo vine aquí a cambiar de vida, a rehacer mi vida, y desgraciadamente no me puedo olvidar de la anterior.

© 2011 David Lago González

viernes, 22 de octubre de 2010

A propósito –o a consecuencias-- de la entrega del Premio Sajarov al Coronel Guillermo Fariñas

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Son cosas que voy dejando por ahí (este comentario que sigue, por ejemplo, en el post del blog de Zoé Valdés) y que creo que debo reunir para que los que “a quien pueda interesar” tengan a mano todo el material necesario para condenarme a la hoguera de los apátridas que no aman ni quieren a su pueblo.  Hay un pueblo paralelo, o un pueblo fantasmal, que sí forma de mí y yo de él, y así será por encima de toda muerte.  Y no, no quiero mescolanzas.

No conozco NADA en el mundo que pueda separar más que la Revolución cubana (ni siquiera las herencias para las familias de los nativos), incluso para personas que ni siquiera la han vivido o la han vivido poco o hasta la han disfrutado de mil maneras.  Yo la he sufrido y la sigo sufriendo, aunque por supuesto no me he pasado los 50 y tantos años sudando ni llorando sangre.  Si ya desde Cuba había ROTO con la sociedad (de) generada de ella, por ella y para ella, nunca he logrado saltar sobre abismo tan profundo y sentirme totalmente confortable con la mayor parte de los especímenes llegado del Solar de Andrómeda.  Son muy pocas las personas con las que coincido plenamente, y algunas están lejos o ya están muertas, y otras siguen viviendo en La (terrible) Nebulosa, y aunque no muevan ni la más infinitesimal hoja en “la lucha” de algo que por todas partes debe estar entrecomillado, siguen siendo para mí incalculablemente más valientes, más cubanos, más víctimas, más resultados y consecuencias, y muchísimos más respetables, que toda esta cohorte de bufones e imitadores a distinto nivel, tanto in como off Cuba.

Shame, Shame on you, pueblo de mierda!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

David Lago González Enlace permanente

Octubre 22, 2010 10:58 am

Otra de las cosas de las que estoy harto es que una parte de España que se considera inteligente y sensible, siga poniéndonos la Transición Española como ejemplo de lo que se debe hacer. Que tenga que oír, o leer, de gente que humana y artísticamente respeto, lecciones de como tiene que comportarse cada cual para ayudar al país donde nació. Estoy harto del aire de superioridad de la progresía que quiere aceptarnos y hasta comprendernos pero que indudablemente es incapaz de hacerlo porque no somos iguales ni todas las dictaduras son iguales ni todos los totalitarismos, independientemente de los puntos en común que existen entre todos. Los sabios de la Grecia antigua eran mucho más modestos.

¿Es que se creen que porque malamente han superado el franquismo se convierten en maestros experimentados, cuyos consejos deben ser seguidos al pie de la letra?

La libertad, como la amistad, nunca es serena, parafraseando la máxima de una aristócrata francesa cuyo nombre no recuerdo ahora. Lo demás es un programa de televisión (y “a Dios le pido” que no se lo encarguen, por favor, a José Luis Moreno). [Por cierto, anoche vi a ese ex corresponsal de TV1 para Cuba, de apellido Medem --a quien tuve que servir tantas veces siendo yo camarero--, expresarse casi complacido sobre el dictamen del jurado Sajarov... ¿Más evidencias?]. Lo que sea, será; y si no va a ser, pues no será; pero la libertad no se puede estar dosificando ni planificando cómo entrar en ella; en cambio, para salir de ella, basta un solo minuto, y todo cambia.

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Y que no venga RM a decirme que nadie posee el privilegio de la verdad, que todos nos equivocamos y todos podemos rectificar.  Eso, que vaya a decírselo al matrimonio de huesos Franco y al resto de la familia que les sucede.

Un amigo me decía hace algún tiempo –creo que el año pasado— que al haberse reducido el espacio donde nos movemos, estamos (desgraciadamente) expuestos a socializar con personas a las que nunca jamás se nos habría ocurrido acercamos, y mucho menos ellos a nosotros.

© 2010 David Lago González

domingo, 13 de junio de 2010

ME NIEGO

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Ceremony of Driving Away the 72 Malignant Spirits, Canton, China, circa 1886, Photographer unknown

(Ceremony of Driving Away the 72 Malignant Spirits, Canton, China, circa 1886, Photographer unknown)

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ME NIEGO a ir comentando online lo que va sucediendo alive en el panorama político cubano, tanto dentro como fuera, porque es muy difícil ser verdaderamente objetivo y lo que yo considero verdad no suele complacer a muchos que acomodan mentalmente las maniobras por la supervivencia disfrazadas de disidencia “civilizada” y políticamente correcta a no entiendo qué imagen que quieren dar al exterior y en el exterior.  En realidad se me hace muy difícil congeniar y compartir espacios comunes con mis compatriotas porque termino con deseos de pasar con un bulldozer por encima de ellos.  No los entiendo, o quizás deba decir mejor que NO QUIERO ENTENDERLOS porque sería pensar demasiadas cosas sucias de la mayoría de ellos.

Simplemente hay que partir del hecho de que cuando mediáticamente, según los cánones del comportamiento de la izquierda imperante y que se da por hecho que coincide con el concepto de lo civilizado, hablan de más libertad, quiero creer que la mayor parte de ellos (como yo) no nos estamos refiriendo a “más” dentro del orden establecido a la fuerza durante medio siglo en Cuba, y cuando dicen “cambio” no se refieren a una mejora de las condiciones ni más oxígeno ni turistas americanos ni latas de cóctel de frutas DelMonte (que según lo leído del marido de YS y otros, parece ser que los únicos turistas que valen de verdad, lo cual es un menosprecio a los cientos de miles de turistas de otras nacionalidades que yo, en su caso, anularía inmediatamente cualquier reserva concertada).  SE ESTÁ HABLANDO DE QUE TERMINE EL COMUNISMO, el maldito comunismo cubano de los Castro y de toda esa sociedad enferma, y nadie tiene cojones de decirlo así, claramente, porque saben que los anulan, no solamente para la remota y patética posibilidad de ser llamados a un “debate” televiso, sino porque inmediatamente te acusan de ultra. (Leer el post “Atrapados en la semántica”) Según toda esa marea que se reúne en fundaciones y asambleas, yo soy un ultra, y yo digo asimismo que a mi generación (los nacidos alrededor del 50) nos importó un pito –y un pito bien grande— la invasión de Girón y los héroes de la brigada 2500nosécuántos (lo siento, patriotas) y que nos alegramos mucho cuando los cambiaron por compotas y alimentos (que el pueblo llano nunca vimos, solamente la elite de gobernantes y acólitos entre la que fue repartida la transacción) porque años después terminamos agotando en las farmacias la dexedrina compuesta con la que nos colocábamos. ¿Eso es ser ultra?  Yo jamás hablo de Martí, precisamente por lo mucho que lo respeto.  Pero yo jamás enarbolo la figura manoseada de Martí y la bandera cubana porque tengo también fobia de ellos por la saturación de la que hizo uso y abuso la Revolución, ni siquiera ensalzo al último de los muertos porque no me da la gana, porque este señor antes de convertirse en “disidente” y dejarse morir de hambre, pertenecía a las brigadas de acción rápida que dan bateos y actos de repudio, y con ese pasado no se puede.  Como judío de Auchwitz, suponiendo, ¿qué me compensa a mí que un día antes de terminar la guerra Himmler se retracte de su trayectoria?  No, NOOOO, la gente se mete en cualquier cosa –siempre con una justificación, claro— y luego quiere que los demás se olviden de su pasado.  Pues yo no olvido.

De las pocas cosas que sé es que soy un buen poeta, no soy un genio pero soy mejor que la media.  ¿Cómo tengo que “comerme” que una persona cuyo nombre no quiero mencionar porque me aprecia y yo le aprecio, se le escape públicamente delante de mí, que al “pobre” Antonio José Ponte no le quedó más remedio que caer en (Des)Encuentro porque qué iba a hacer… cuando después he leído escrito por el mismo AJP que Jesús Díaz le llamó a Cuba desde la creación de la revista para que se integrara al staff de tan prestigiosa maniobra de neutralización del exilio y la intelectualidad.  Pues ya, se acabó la amistad con este señor que apreciaba; me ha costado tiempo y trabajo pero en la vida hay que hacer decisiones.  Porque yo no olvido.

Tanto a este escritor de marras como a Raúl Rivero les he dicho públicamente, en presencia de Pío Serrano y de no sé cuántos asistentes a una conferencia, que ya estaba bien que los que habían representado a la UNEAC, organización tan representativa del horror como el PCC, siguieran a costa de eso representando la intelectualidad cubana.  Más bien es la oficialidad cubana.  Si vivieron a costa de la Revolución ¿no les basta con eso?: no, quieren seguir viviendo a costa de la Contrarrevolución, a la que no tienen cojones de llamar por su nombre sino por el eufemismo de “disidencia pacífica”.  Disidencia pacífica, y una pinga.  A seguir en el candelero y en el candelabro y a sacar partido de lamer el culo de otros partidos y recibir honores y cargos que están muy lejos de merecerse.  Todo, TODO, es una vergüenza.  Y además se atreven a hablar de “exilio” cuando no tienen ni idea de los huevos que hay que tener para llegar a otro país con una mano delante y la otra detrás. Pues yo no me olvido de eso.

Carlos Victoria saltó a la luz porque dio la mágica casualidad de que Liliane Hasson leyó su relato “Halloween” dedicado a Queta Pando, mi amigo del alma, que en vida en Camagüey no era tan-tan bien recibido por ellos; lo tradujo y logró que lo publicaran en Le Monde.  Si no, no hubiera llegado a ninguna parte.  Y de cualquier forma, ¿adónde llegó?  A que se haya escrito una cantidad de mierda intelectualoide y pretendidamente profunda y llena de asociaciones interpretativas cubanas sobre lo que escribió; a estar a punto de ser el tercero en la Santísima Trinidad de las Suicidas que preside Reinaldo Arenas y por suerte haber sido un poco olvidado (es mejor ser olvidado que mal recordado).  Y hay muchas cosas que me han avergonzado en el comportamiento posterior de Carlos Victoria con respecto a Jesús Díaz y Encuentro, y su compañero de universidad Abel Prieto, textos verdaderamente lamentables, que nos llevaron a un distanciamiento de años, sólo salvado por la presencia de la muerte para hablar de las cosas reales que no podía hablar con las locas cursis que pululaban alrededor del próximo cadáver dejando un rastro de e-mails que casi parecían una novela y que se creen que la vida es una rima culterana.  Nunca entendí cómo y por qué y para qué arriesgó su vida y la de su madre loca en una camaronero que cruzaba el Estrecho de La Florida para caer en brazos de esa mafia.  Como tampoco jamás lo he podido entender de una amiga que perdí por la misma razón.  Y es que, desgraciadamente, yo no olvido. No puedo olvidar.  Como me dijo una vez Rafael Zequeira, “mi desgracia es mi memoria”.

Por eso me niego a seguir en vivo y en directo el lamentable contoneo de la serpiente del oportunismo arrastrándose por todas partes.

© 2010 David Lago González

(Este texto ha sido escrito directamente al blog.  Perdonadme cualquiera inconsistencia.)

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miércoles, 17 de marzo de 2010

EL PRECIO DE SER INDEPENDIENTE (Carta Abierta a los Artistas e Intelectuales Españoles)

 

Hoy presento la CARTA ABIERTA A LOS ARTISTAS E INTELECTUALES ESPAÑOLES a las instituciones oficiales correspondientes, aunque sigue abierta la adhesión de firmas.

Casualmente, la Carta por la liberación de los presos políticos en Cuba fue convocada coincidentemente con esta iniciativa mía.

Una cosa es la libertad, y otra es la independencia. El motivo y la puesta en marcha de esta (mi) carta abierta han sido totalmente míos y de un pequeño grupo de amigos que me han ayudado desde el principio, además de todos los que la han firmado y otras personas, hasta ahora desconocidas, que han apoyado y respaldado por espontánea solidaridad. Por supuesto, mis recursos son limitados, muy limitados. No tengo conocimientos informáticos suficientes para hacer correctamente una convocatoria de firmas como lo ha hecho OZT blog, y tampoco tengo dinero para pagar a un profesional. Carezco de apoyo de partido político alguno y de asociaciones de la disidencia cubana. Yo mismo no pertenezco a nada, como tampoco pertenecí a nada en Cuba “revolucionaria”, que es prácticamente la única que conocí. Si mal se entiende la libertad (y el uso de “la libertad de expresión” se ha convertido en lugar común para muchas cosas), mucho peor se acepta la independencia. O estás, o no estás. Pero todo con disciplina de partido. O te envuelves en la bandera o te la pones de taparrabo, pero si no incorporas todo el léxico repetitivo de la obviedad no eres aceptado y siempre serás sospechoso. Justamente eso mismo me sucedió en Cuba y me costó universidades y llevar una vida con el mínimo de recursos, pero independiente: se podía hacer, aunque era peligroso y desaconsejable. Cuestiono mucho el heroísmo, y mucho más el patrioterismo.

Ahora mismo no he podido resistirme a comentar un post de la poeta (nacional) cubana, Mª Elena Cruz Valera, en el blog OZT, en el que habla sobre la facilidad de ser considerado “delincuente” en Cuba y donde, entre las razones que da (y que yo viví, y no ella, por simple cuestión de edad), se refiere a “los escritores con ínfulas de ser independientes”. Le he recomendado el aprendizaje del castellano, porque lo que ella llama “infulas” es aplicable precisamente al otro tipo de intelectuales y artistas que quieren ser oficiales. El comunismo es una religión, y como religión su dios está por encima de todo y de todos, da cordel pero no perdona la vida del pez, sobre todo si éste se atreve a pensar que es más inteligente que el anzuelo. Lleva su pequeño cuaderno de notas y cuando ve que el infeliz osa lucir alas que el dogma no le proporcionó, ¡zas! se las corta a rente, y lo manda al sótano oscuro o al purgatorio. Yo, iluso de mí, una y otra vez vuelvo a caer en el mismo error: ese dogma lo llevan dentro muchas personas con ínfulas de medir la advocación de otras almas.

Pero, claro, tendría que morirme para dejar de ser yo mismo: persona, individuo, ser humano, independiente y libre por la gracia de la vida y la muerte.

© 2010 David Lago González

IMPORTANTE: LA ADHESIÓN DE FIRMAS QUEDA ABIERTA HASTA QUE YA NO TENGA SENTIDO PEDIR RESPETO.