.
Madrid de los Austrias, puerta, mirilla
.
Estoy seguro de haber pasado peores momentos antes, pero la gran diferencia es que por primera vez tengo 61 años.
David Lago González
000
“Un marginal, demasiado preocupado por la verdad en la acción, demasiado preocupado por la acción en el pensamiento […] Ahora, y desde hace mucho tiempo, soy un marginal tanto aquí como allí […] Una persona sin partido cuyas opiniones ofenden primero a unos y después a otros…” ***Raymond Aron (autorretrato)***
.
Madrid de los Austrias, puerta, mirilla
.
Estoy seguro de haber pasado peores momentos antes, pero la gran diferencia es que por primera vez tengo 61 años.
David Lago González
000
.
.
Desgraciadamente no puedo escapar a las asociaciones, y esto de “República del Sol” se me ocurre anteponerlo a la palabrería vana ya conocida por algunos de “Primer territorio súper-libre de Europa” extrapolando aquello de que Cuba, según Fidel, era “el primer territorio libre de América”. Que me perdonen los indignados: mi indignación es más vieja y antigua que la de ellos y me es imposible no ver la repetición de eslóganes del mayo francés del 68 y las frases “pret-a-porter” que pueden adaptarse a cualquier cuerpo. Incluso recordé una foto de Carlos Victoria en el comedor desierto del Campamento “Perderemos” bajo un letrero copiado del parisino “Rat-ta-ta-ta”.
“Mis fuentes” me habían informado que en la República del Sol estaban reclutando voluntarios para Cuba, Venezuela y Nicaragua, no sé para qué. Nada vi al respecto, lo que no quiere decir tampoco que mis fuentes estén equivocadas sino que la realidad puede estar soterrada.
Es posible que si me hubiera tocado vivir en Estados Unidos, o si hubiera contestado que sí a mis padres cuando me preguntaron (democráticamente) para formar parte de la Operación Peter Pan (detesto traducir los nombres propios, que siempre me enseñaron que no se traducían), habría estado protestando contra la guerra en Viet Nam y, en fin, contra el “stablishment”. Me parece una reverenda basura especular sobre las posibilidades de lo que no fue porque las circunstancias son las que definen toda actuación, pero, no sé, quizás... Sí fui (y fuimos) anti-stablishment en Cuba, lo único que –“¡Oh, casualidad”, como dice Luis Carbonell— lo que para los jóvenes norteamericanos (peluses asquerosos como nosotros) era un maravilloso gobierno comunista que les regalaba ron (del que no podíamos beber nosotros, pues reservado nos era en exclusiva el vomitivo aguardiente de caña “Coronilla”) y les suministraba mariguana de primera calidad –y de todo esto supo mucho Jesús Díaz, artífice y ejecutor fiel de todo este engatusamiento propagandístico que superaba al mismísimo Goebbels—, para nosotros era principio y fin de la represión.
Me paseaba entre las carpas azules y pensaba en los grados de magnitudes de la indignación de la que estos chicos protestaban, y de aquella otra de la cual no podíamos protestar, a pesar de que ya lo hacíamos de sobra siendo simplemente nosotros mismos. Un chico desde un micrófono (open-mic, para seguir con el estilo de la Spanish Revolution), aún más desastrado de lo que fuimos nosotros bajo el comunismo, discurseaba sobre la indignación y la dignidad, y decía que se indignaban porque les arrebatan la dignidad. Antes y ahora creo que la dignidad es un componente de la sangre o un gen que no todos poseen, y de ahí que solamente puede serle arrebatada a los desgraciados afortunados que la padecen.
La palabra “revolución” por todas partes y recogida de firmas para las asambleas vecinales para el próximo sábado 28, me hacen crecer el pelo que no tengo y ponérseme de punta. Por si a alguien le interesaba, les dejé un ejemplar de mi libro La Resaca del Absurdo, para que lean algo de la indignación que precede a las revoluciones. Nunca pensé que ese libro de mierda pudiera ser instructivo, pero quién sabe...
Antes me he referido a los eslóganes que llamaré “pret-a-porter”. NADA, ABSOLUTAMENTE NADA, que no haya visto (y siga viendo) cada domingo en la Plaza de Tirso de Molina donde la extrema izquierda y la CNT venden cositas para la causa, o “La Causa”. Presente el argumento de que el 11-S fue una maniobra orquestada por Bush, el Mossad y la CIA, tema que he visto considerablemente más desplegado con anterioridad en la mencionada plaza, firmado por nadie, pero ese “nadie” no se atreve a sacar a colación el 11-M madrileño como una misteriosa maniobra orquestada más allá de Al Qaeda y cuatro marroquíes (no me gusta decir “moros”, que en realidad son los naturales de Mauritania en tiempos más remotos) ni pensar en la vinculación ya especulada de la conexión con el narcotráfico gallego.
Me gustaría pensar en la inocencia, en la juventud, en la pureza, en la no manipulación, en la independencia, pero todo me parece también tan viejo, tan anticuado y repetido. Todo sucedió ya antes, pero la ignorancia histórica de los indignados es supina, y con ello les concedo el beneficio de la duda de que no están al servicio de “fuerzas ocultas”. Referencias:
“Robert Brasillach dirá que el fascismo es ‘una poesía, incluso la poesía del siglo XX (junto con el comunismo, por supuesto)’. Se concederá especial atención a lo que puede convertirse en espectáculo de masas, como las fiestas, los desfiles (...)”
“Durante la Primera Guerra Mundial, Marinetti defiende posiciones nacionalistas... En 1918 se implica todavía más en la acción política lanzando un ‘Manifiesto del partido político futurista’, que retoma sus temas habituales: antiparlamentarismo, anticlericalismo, (...), igualdad de todos ante la ley, protección social de los más desfavorecidos y rejuvenecimiento de todos los ámbitos del país. Al año siguiente se une a Mussolini, que acaba de crear los Fascios de Combate.”
“Stalin cree que han pasado los tiempos en que era útil reivindicar el comunismo y afirmar la unidad internacional. Ahora lo conveniente es poner el acento en el antifascismo y la democracia, insistir en la autonomía nacional.”
“Stalin... ‘En Bulgaria tenéis que crear un Labour Party, un partido de los trabajadores [...] No es ventajoso tener un partido obrero, y llamarlo además comunista [...]. os aconsejo vehementemente que lo hagáis [...]. Será un partido popular. Os aseguro que no perderéis nada. Todo lo contrario, saldréis ganando. Y desde el punto de vista de la situación internacional del país, os facilitará considerablemente la labor. En el fondo será un partido comunista, pero contará con una base más amplia y llevará una máscara cómoda en el momento actual. Os ayudará a conseguir el socialismo por una vía concreta, sin la dictadura del proletariado [...]. No temáis que os acusen de oportunismo. Para nada es oportunismo. Se trata de aplicar el marxismo a la situación actual’ (2 de septiembre de 1946)”
Estas palabras de Stalin son pura clarividencia. Resultan increíbles por su actualidad y ponen de manifiesto el neo-bolchevismo.
“Las personas mayores tienden a lo antiguo, mientras que los jóvenes van hacia delante. Es muy importante sustituir a las personas mayores por jóvenes” (Vladimir Ilich ‘Lenin’, 6 de febrero de 1941.)
Lo dicho, nada nuevo bajo el sol. Incluso en la República del Sol.
[Todas las citas son extractos del libro de Tzevan Todorov, “La Experiencia Totalitaria”. Las negritas y el subrayado son míos.]
© 2011 David Lago González
…o…
Me duele la cabeza. Me duele la cabeza porque me bebí toda una botella de vino del Penedés. Salí de casa después de un brief breakfast y ya a los diez minutos comencé a sentir hambre. Me compré el libro de Todorov en El Corte Inglés y subí al restaurante. Ensalada de salmón y langostinos, 1/2 botella de rosado del Penedés (el más barato) que se convirtió en una botella completa realmente bebida, y una tarta de queso. Descubrí que las tartas de queso con frambuesa son más generosas en la cafetería del sótano que en el restaurante de la séptima. Son cálculos que saca uno. Tal vez los que vienen santiguados y apadrinados por el difunto Jesús Díaz o por el marido de la dueña del palacio de Santa Pau, no tienen que recorrer esas circunvalaciones cerebrales, pero no todo somos iguales. Por suerte. Tanto para esos sujetos de pacotilla como para mí, por lo que nos toca a cada cual.
Comencé a leer a Todorov. ¡Cuánto quisiera volver al menos a mi estado inmediato anterior a La Gran Depresión! Imagino que pudiendo leer, la vida me sería más fácil. Pero, en fin, no sé si haya que seguir esperando. Ya estoy cansado, muy cansado de esperar, como cantaba el ciego Tejedor, que no veía la luz y murió sin verla.
Me duele la cabeza y le regalé a Todd todas las cajas de paracetamol que almacenaba de consultas anteriores. Decidí no tomarlas más. También decidí no tomar más un calmante-antiinflamatorio para el dolor del aplastamiento de las vértebras. Hay cosas que uno decide, y no sabe bien por qué. No sé hasta qué punto todo es psicosomático. Tengo una facilidad casi sobrenatural a somatizar los estados de ánimo. Ya lo sé, está diagnosticado.
Con respecto a Todorov, estoy en la introducción. Algunas veces me parece que o no se explica con la contundez suficiente o con respecto a lo vivido en Cuba comunista la represión era mucho más evidente. También hay que tener en cuenta que a los 20 y pocos años se fue a París y no dice cómo, y su familia le visitaba en Francia y tampoco dice cómo. En fin, habiendo vivido lo vivido, el escepticismo es un lastre insalvable.
Me llamó mi amigo. Problemas de todo tipo, entre ellos familiares. Todo apunta a tiempos peores.
Nada más que decir.
.
.
.
Té de Ceilán
(Melodías para una escalada)
(Homenaje a Silvio Rodríguez)
.
La voz se imposta fácilmente.
Todo estriba en actuar con frialdad, derribar estoico al adversario,
como un magistrado inglés que bebe impasible su té de Ceilán
y dicta una sentencia de muerte.
El adversario es también fácil de encontrar.
Un río por cruzar, una piedra inoportuna,
un sobre lacrado, un hombre,
una taza de auténtica porcelana china,
una nación, un amor imposible, un anhelo no realizado.
Todo por permanecer.
Tal vez por venganza algún acto, alguna canción improvisada.
Pero no siempre. La voz se imposta para vivir,
para soñar, para sentir, para creer
que en cierta forma has cruzado un río,
has apartado la piedra inoportuna,
has rasgado un sobre,
has matado un hombre,
has visto con placer que la vieja porcelana china
se ha convertido en polvo al tirar la taza contra el suelo,
has conquistado una nación,
has amado a “una mujer clara” que te “ama sin pedir nada”,
y por fin has realizado el viejo anhelo que durante tanto tiempo
había estado enturbiando el té desde el fondo de la taza.
.
(Camagüey, Cuba. 1975)
© 1975 David Lago González
.
.
Es un viejo poema escrito hace 25 años, dedicado a Silvio Rodríguez. Lo de “homenaje” está usado en el sentido inverso de la palabra, que era cómo se utilizaba en Cuba por aquellos tiempos.
Yo no fui amigo de Silvio Rodríguez, pero sí otras relaciones de amistad muy fuertes y muy sólidas, y salvadas a lo largo del tiempo inmenso que ya se nos ha echado encima, han hecho que de alguna manera estuviera en contacto o al tanto del personaje desde antes que lo fuera. Desde que hacía el servicio militar, vivía en la calle Zanja con sus padres y su hermana, desde que él y su musa visitaran la casa de Teté Vergara con asiduidad, desde antes de que adivinara de que aquel “gobierno de difuntos y flores” (y que es un tema absolutamente personal y no político) iba a estar presente en él durante toda su vida. Cuando fue a aparecer en televisión por primera vez, pasó un telegrama avisando del día y los detalles. Empezamos a verlo en mi casa, en el una vez flamante televisor de 24” que ya por entonces daba sus últimos coletazos, y tuvimos que salir corriendo mi amiga y yo para mal verlo en el televisor de su casa, en una imagen que se iba y venía entre eso que llaman “llovizna” y que más bien era un aguacero. Cantó “Quédate” (mediocre canción) y “En mi calle” (preciosa melodía que ha ido ganando calidad y perfección con las sucesivas versiones). E., que, por lo general irradiaba siempre un brillo especial, lucía mucho más durante aquel atardecer. Creo que al final brincábamos, nos abrazábamos. Por fidelidad a la amistad, no me voy a referir a otros muchos incidentes de la relación entre ambos.
Para una generación que era eminentemente musical (al contrario de la beat generation, que fue absolutamente literaria), para nosotros Silvio era el que había logrado musicalizar nuestro momento, el único que cantaba. Los demás venían a ser pura comparsa. En cierta manera venía a ser nuestro Bob Dylan. Se considera que Robert Zimmerman traicionó a sus seguidores folkies al pasarse al rock durante el concierto de Newport en 1965. La primera traición de Silvio Rodríguez fue cuando se internó por el nada aceptable camino del compromiso político con una Revolución con la que nunca jamás, ni remotamente, nos sentimos identificados, y que representaba todo lo contrario a lo que la progresía mundial suponía, martirizándonos y condenándonos por las mismas razones, incluso nimiedades, que hacía con nuestros contemporáneos cualquier otro poder. Pasó de ser el esquema potencial de una canción protesta a ser un fabricante de loas y adulaciones ridículas y desgraciadamente no obviables. El cantador oficial, el juglar del Reino.
Luego (o después) vino la obra de Nikitín, “El Cuadrilátero”, presentada en Camagüey por el Grupo de Teatro de Camagüey, a la que él pondría música y canciones (de ahí su canción “Viaje a Camagüey”), y que Natividad González Freyre (sí, esa pobre señora que desde hace años padece alzheimer en Madrid y que en sus últimos tiempos en La Habana estuvo asediada y bajo actos de repudio) se encargó de destruir por completo —de hecho, fue la única obra de teatro de Nikitín que lograra montarse— y de paso acabar con todo el grupo de teatro, que tuvo que desperdigarse hacia Santiago de Cuba y hacia la actuación radiofónica. Coincidimos con él, Nikitín y yo, en Santiago de Cuba en el Primer Festival de la Canción Protesta (esto requiere un post aparte que ya escribiré). Y entre medias, la segunda traición de Silvio Rodríguez, y de la que pocos saben, fue representar el papel de flautista de Hammelin para atraer a los hippies para el internamiento voluntario en un campo de caña disfrazado de experimento de integración y convergencia entre esa juventud descarriada, extravagante y extranjerizante y la otra juventud que oficialmente aparentaba convertirse en imagen del Che Guevara. Carlos Victoria devino en líder indiscutible de esta experiencia. Silvio, que se introdujo entre medias, estuvo presente en todas las conversaciones, pero nunca llegó a Verdún, nombre del campamento de lo que se dio en llamar “La Brigada Perderemos”, que hoy todavía sigue siendo un tema tabú en Cuba e, incluso, no dudo en pensar de que haya existido un pacto de silencio entre Carlos Victoria y Abel Prieto para no tratar el tema, pues ése fue uno de los puntos de desavenencia entre Carlos y yo.
Aquel “castigo” por el que se le envió a faenar (o a animar las tropas) en un barco de pesca en aguas de Canarias y que dio por fruto la canción “Playa Girón”, nombre del barco, según rumores populares de la época, se debió a que la mejor marihuana de toda La Habana se fumaba en casa de Silvio; incluso el primer trip lisérgico de Carlos Victoria lo cogió en su casa, y luego iba viendo elefantes azules en “la guagua” que nos devolvía a la beca.
-o-
Hoy los diarios hablaban de él. Siguiendo el reciclaje de Pablo Milanés, “reclama cambios en Cuba”. “En su nuevo disco pide superar <la erre de revolución>”, subtítulo del titular enviado por Mauricio Vicent desde La Habana (elpais.com).
A pesar de todo lo dicho anteriormente, yo respetaba a Silvio. Todo el mundo puede escoger su camino, y si él escogió el del diablo durante tantos y tantos años me parece respetable, aunque no lo comparta. Lo que sí merece todo el desprecio del mundo es que, a estas alturas, comience —como la mayor parte de artistas e intelectuales oficiales de la UNEAC o de la organización estatal a la que pertenezcan— su proceso de reciclaje.
Todo lo que falta es que venga a amenizar las noches en el Café Libertad. Precisamente. Ojalá, por lo menos, que se quede sin voz.
© 2010 David Lago González
.
(Camagüey, Estación de Ferrocarriles)
.
http://zoevaldes.net/2010/02/04/lo-que-vi-en-cuba-por-emma-zinsky/#comments
A razón de este post de Zoé Valdés en su blog, me gustaría referirme de pasada, y con mucho tiento y respeto, a las vicisitudes que le han sucedido a uno de mis mejores y más estrechos amigos que, por innumerables situaciones familiares, ha tenido que volver muchas veces a Cuba. Subrayo: no es que lo haya recordado de pronto; todo lo por él contado, e incluso lo omitido, es parte también de mi vida, pero correspondería decirlo a él, pienso que de forma testimonial, porque aunque le sirve como material literario creo que la ficción ablanda la dura realidad de los hechos. Mi amigo no tiene una doble identidad ni un seudónimo y mantiene una posición muy clara y pública frente a los desmanes del férreo “desgobierno” que nos devasta más allá de las aguas territoriales de esa isla tanto y tan poco afortunada. Si omito su nombre es simplemente por respeto y porque escribo este texto sin consultar antes con él (aunque tampoco voy a revelar nada identificativo).
En un año —el de la enfermedad y fallecimiento de su madre— tuvo que viajar a Cuba en siete ocasiones distintas y casi pierde su empleo en una universidad norteamericana donde impartía clases. Cuando su madre fue ingresada —y ya después dada de alta voluntaria para poder morir dignamente en su casa y no en aquella cochiquera que era el Hospital Provincial de Camagüey—, ella era una gran privilegiada en comparación con el resto de las pacientes allí ingresadas. Al lado de su cama se retorcía una señora mayor, de raza negra, a causa del dolor producido por el cáncer. No le administraban ningún sedante hasta que él (este amigo) pagó con dólares las dosis de morfina para que le fueran aplicadas a esa señora que por primera y última vez veía. O sea, el medicamento existía, estaba allí, pero no estaba destinado para el consumo interno. Esto contrastaba con otro hecho porque unas salas más allá a la de las víctimas del apartheid turístico-sanitario, había una sala para atender extranjeros donde la gente acudía del Más Allá (el “más allá” es cualquier lugar fuera de Cuba) para sanar recibiendo la atención que se aplica a los enfermos a los que se les quiere salvar la vida, que es el objetivo de la Medicina y debería ser para todo tipo de personas.
Por lo general, con mucha más frecuencia de la deseada, en sus vueltas a Cuba, este amigo ha sido una y otra vez llamado (por supuesto, debo escribir “llamado”) a la Seguridad del Estado para ser chantajeado, coaccionado, a través de sus necesidades familiares y con amenazas sobre los que allí iban quedando, intentando convencerle de los beneficios que obtendría si accediera a colaborar con el Gobierno Socialista cubano, unas veces en el negocio de obras de arte y otras simplemente infiltrándose y dando información sobre otros cubanos del exilio. Por supuesto, nunca aceptó. Pero, a pesar de todas esas amenazas ha seguido al frente de sus posiciones sumamente claras con respecto a la represión y falta de libertad de aquella maravillosa sociedad comunista.
Cada vez que ha tenido que viajar a ese infierno, regresa a su casa destrozado y sufre temporadas de fuerte depresión. Y es tanto el dolor que le es muy difícil hablar de las causas, mucho más escribir sobre ellas.
No es un héroe. Es simplemente una persona con dignidad y consecuente consigo mismo.
(Madrid, 6 de febrero de 2010)
© David Lago Gonzalez, 2010.
.
http://contandocubanos.blogspot.com/2010/01/eliseo-alberto-y-el-huitlacoche.html
La noticia está, a su vez, tomada de El Excelsior, y quién la escribe --quiero suponer que mexicana-- celebra en cierta forma la libertad de elección donde vivir y morir, o recibir un riñón (en el "Cira García", el hospital destinado al turismo medicinal, debo imaginar).
Algunos tienen suerte: pueden incluso ir a fundirse, o confundirse, con el polvo de sus ancestros. Va a vivir con su hermana Fefé, que no es mala persona. Recuerdo un poco a Rapi, de "los años de la onda" en La Habana. Me alegro por el enfermo, simplemente de forma humana. Me viene ahora a la memoria que Abel Prieto quiso en los momentos de agonía de Carlos Victoria llevárselo a Cuba para intentar salvarle la vida, pero él prefirió una muerte menos cochina que la que le brindaba el compañero de universidad recobrado.
Ahora bien, tremendo papelazo se sentirán haciendo los que tanto defendieron o comentaron aquel bodrio de "Informe contra mí mismo" en los vetustos salones del Café Central (Madrid), al que decidí no ir defendiendo en una carta abierta al entonces principiante novelista Carlos Victoria (papelazo mío personal) en contra de un escritor nada ajeno al Estado cubano que quería presentar una poco convincente credencial de arrepentido. Me alegro también por este atajo de estúpidos y amantes de lo conveniente que siempre dan crédito a los estafadores: les viene bien el escarmiento (que ni sentirán, porque ya nadie practica la ética). (http://heribertopenthouse.blogspot.com/2009/11/david-lago-gonzalez-la-prioridad.html)
Por aquellos días en que él presentaba el libro en Madrid, comió con el ya fallecido crítico Rafael Conte y un amigo común cuyo nombre omito y que le conocía de La Habana, de tiempos muy anteriores. En algún momento este amigo le señaló el detalle (moral) de cómo su padre --el poeta Eliseo Diego-- se prestaba, o se había prestado, a representar y defender al gobierno cubano en no sé qué foro sobre derechos humanos. El hijo le contestó a mi amigo: "Ay, fulano, ésas fueron chocheras de papá, que quería visitar Suiza."
Nada más.
David Lago González
En una de las pocas cosas en que nunca complací a mi madre fue en trasladarnos a Miami. No es que ella lo pidiera jamás ni se sintiera grandemente entusiasmada por la idea (pues le tocó vivir también la vanidad social del cubano de otras épocas anteriores a la Revolución, cosa que incluso yo recuerdo de algunos personajes que, por coincidencias de holganza económica, pasaban por la sala o la saleta de mi casa en algunas ocasiones), pero comprendo que quizás en un principio de nuestra “transterración” le habría resultado más fácil para aceptar la separación definitiva de Cuba y de todas sus raíces. Pero mi rechazo —podría perfectamente ampliarlo, pero tendría que explicar más cosas y estoy cansado a veces de explicarME— a Miami, “la nueva Cuba”, se remonta a los mismos tiempos remotos en que comenzó mi rechazo hacia todo lo nacional autóctono debido a la apropiación inmediata que hizo Fidel Castro y su compañía de fanáticos, seguidores bien intencionados e ilusionistas de la peor calaña. Lo primero de ningún modo fue tan fuerte como lo segundo —que me ha tarado para siempre y ya estoy en el umbral de la vejez—, pero todavía se mantiene y se renueva al menor tropezón, por pequeña que sea la piedra. Por suerte, bastante poco después de volver a Madrid desde una fugaz Galicia, conocí a quien sería mi pareja durante once años, Ángel del Río Hornos, judío sefardita al que debo muchas consecuencias de índole psíquica, pero también la gran suerte de haberse involucrado con mi madre (mutuamente) desde el mismo principio y habernos facilitado el paso a un cosmopolitismo que fue la voluntad primera con la que dejé Camagüey, al punto de que mi madre (persona muy criolla —en el mejor y más antiguo y tradicional y elegante sentido del término—) asumió de inmediato la cocina y otras costumbres no tan cerradamente cubanas para abrirse a una verdadera y armoniosa integración, sin renunciar ni negar el origen más inmediato de toda ella (y también sin necesidad de los estúpidos “contratos de integración” que propone Mariano Rajoy, candidato a la presidencia española por el Partido Popular).
Hace poco tuve otro tropezón. Este vino en forma de documental, de esos documentales aparentemente apolíticos y medio bobos en que se quiere poner de manifiesto las maneras y expresiones de un pueblo. Este no versaba sobre la Cuba insular sino sobre la sustitutoria: Miami, y sobre todo —ya que los tópicos pesan sobre cualquier otra cosa y todo este tipo de filmaciones está más bien dirigida hacia la mass media más imbecilizada e impersonal—, la Calle Ocho, pasarela de La Pequeña Habana o Little Havana, ahora cuando ya ni siquiera existe prácticamente pues la mayor parte de sus habitantes cubanos han salido de allí y ha sido sustituidos por toda clase de latinoamericanos. Pero la verdad es que en ese documental —que se filmaba en una especie de “carnaval” que para nada me recordaba un verdadero carnaval sino que para mí era reflejo fiel de las bebederas populares con que el Estado cubano regalaba al pueblo por el ataque al Cuartel Moncada durante los días 26, 27 y 28 de julio, fecha a la que también fue trasladada la celebración del Día de Reyes, no con su carácter religioso, sino como festejo infantil— lo más que apreciaba era un espíritu netamente cubano, de la Cuba urbana profunda actual y post-Fidel, ésa que me obliga a no volver y que desgraciadamente ha terminado engulléndose a la que una vez fue auténtica, ésa en la que viví y me emborraché hasta el peligro de la inconciencia y el alcoholismo. El peligro de la peligrosidad con el que el comunismo me había re-bautizado, contagiándome de un virus más destructor que el del VIH.
Lamentablemente parece que las cosas se igualan por el peor rasero. ¿A eso es a lo que se refieren los dialogantes? Crecí, me formé-deformé, en una época radical, de ahí que el producto también resultara serlo —como dice el tío ése de Penúltimos Días: “ya sabemos, David, que tú eres el más radical de todos”—, no logré ceder yo mismo a la domesticación. Tuve otros patrones, otras “lacras”, como se decía. Entre mis tiempos y otros posteriores (que sobre todo florecieron a partir de la segunda mitad de los años 80 y durante los 90s) hay un abismo insalvable: el de la domesticación. No hay manera de entendernos.
Y, además, a quién le importa.
Lo peor de todo es que ahora hay una nueva forma de “identificarnos”: todos somos la Calle 8.
(Madrid, 27 de enero de 2010)
© David Lago González, 2007.
.
.
.
(attitude)
.
Gladiolo Soy: jornada de una gaviota cubana
sáb,23 enero, 2010 04:07
De: Gladiolo Soy <GladioloSoy@gmail.com>
Para: david2305@yahoo.es
¿CUBAENCUENTRO saca finalmente del armario a su homofobia?*
Posted: 22 Jan 2010 04:25 AM PST
CUBAENCUENTRO, como muchas otras publicaciones digitales o de formato tradicional, ha estado experimentado sacudidas organizativas fuertes. Estas sacudidas se han manifestado también en su política editorial y en los materiales publicados. La corteza terrestre no es lo único que ha estado quebrándose últimamente más de lo habitual, creando...
Sólo un sumario del contenido. ¡Visite mi bitácora para enlaces completos, otros contenidos y más!
-o-
El moderador del blog "Gladiolo Soy" me envía este memo a mi buzón sobre el eco que encuentra el dibujante o el equipo de Guamá en Cubaencuentro para mofarse de los homosexuales utilizando como pretexto no sé qué proyecto de ley de matrimonios del mismo sexo que lidera la conocida "defensora" de los derechos de gays, lesbianas y transexuales cubanos (in-situ), Marcela Castro Espín, escogidos ignoro siguiendo no sé qué baremos de adhesión "revolucionaria", para ser la avanzadilla de su plan comercial-turístico y propagandístico político (sobre todo, política externa) para granjearse la simpatía de la comunidad homosexual internacional, buena parte de ella creyente del milagro comunista cubano y de "los grandes avances que se han dado en Cuba últimamente hacia la normalización de la libertad". Como yo no visito esas tristes páginas del desencuentro inspirado desde La Habana, no me entero muy bien de sus asuntos, o me entero de pura casualidad (como, por ejemplo, el repliegue de algunos miembros importantes del Consejo Editorial, de lo que nadie en los muchos blogs comentó porque, como en el original isleño, "no conviene, no conviene").
Hacerse eco de una mofa sin añadir atisbo de crítica es aplaudirla y compartir la idiosincracia de donde nace. Burlarse de los maricones es una "gracia autóctona cubana" (o "un pujo" criollo). Pero los tiempos cambian, para bien y/o mal, y hay que adaptarse a ellos. Claro, eso es válido para casi todo el mundo, pero no para los cubanos. Los cubanos --que luego despotrican de los argentinos-- son tan suyos que ellos están por encima del bien y del mal, y de todas las costumbres, sociedades, instituciones e idiomas de los países que acogen a esa cosa llamado "exilio", porque, desde luego, ellos son únicos. Impermeables a superarse a sí mismos, un lamentable grupo (y posiblemente el más representativo) de ellos (y nosotros) sigue chapoteando en el mismo fango.
David Lago González
.
.
.
-
Estoy recibiendo una Kale Borroka de baja intensidad en los blogs que modero en forma de comentarios insultantes, descalificadores, liantes, o tratando de introducir temas que nada tienen que ver con el asunto que se trate. Otros vinculantes, con la intención de enemistar a personas con las que existe una empatía y un respeto. La mayoría están escritos en cubano ramplón y orgulloso de serlo, lo cual parece que puede ser otra forma (anormal) de gesto patriótico-patriotero-ultranacionalista; los menos, respetan el castellano, como si estuvieran escritos por españoles. Otros son spams con links para adquirir Cialis o Viagra (agradezco las indicaciones, pero desde hace cierto tiempo me convertí al celibato) o contactos pornográficos femeninos (¡pobres, hasta en eso se equivocan!). Y otros están escritos en chino mandarín, yiddish o hebreo, árabe, en fin, en idiomas que no son accesibles a la mayoría; algunos de estos me divierto sometiéndolos al traductor de Google y realmente dicen cosas absurdas o incomprensibles. No, no he recibido ninguno en quechua.
Por esta razón y porque cuido el producto que intento hacer, controlo los comentarios. No me interesa lo que opine "el respetable" sobre esto. Quien crea que pongo cortapisas a la libertad de expresión, pienso que no tiene una verdadera idea de en qué consiste la libertad y tiene en muy baja estima la de expresión.
.
Auguste Lev, Bachanalia
.
Algunas cosas deberían empezar a contarse por el principio, pero otras muchas resuman tanto dolor al ser contadas que es difícil respetar la cronología y tienen que aparecer como trozos dispersos, retazos de hechos pasados a veces mal hilvanados por el paso del tiempo, la subjetividad y la selección autónoma de la mente. Las memorias no son sólo recuerdos: son la vida del hombre. Si un hombre renuncia a la fidelidad a lo vivido, renuncia también a su vida y no es sino un mero farsante.
En Cuba persiste una incomprensible costumbre que ignoro a qué tiempos se remite, que consiste en celebrar los quince años de una muchacha como una puesta en sociedad mediante una fiesta, una gran fiesta cuanto más fastuosa más deseable. Nuestra fiesta de quince, allá por los primeros años 60, con la que el grupo de Camagüey despertamos y nos integramos de forma entrecomillada al mundo, a aquel mundo comunista donde nunca se vio el horizonte, consistió en una especie de collage punitivo político-social que sirviera de escarmiento a futuras desviaciones, también entrecomilladas. Fue primera página del periódico Adelante y, como si de la UMAP se tratase, en mi casa no se habló de eso jamás. Se llamó “LA FIESTA DEL BARBERO”. La idiotez del super-machismo cubano “cheo” la dio a conocer por el resto de sus miserables vidas como “fiesta del perchero” porque daba por supuesto que al lado de la puerta de entrada de la casa donde se realizara, habían colocado un armario o alguna barra bien provista de perchas para colgar en ellas la ropa que se dejaba al desnudarse para integrarse de inmediato a la depravación total de la orgía. Naturalmente, esto sólo podía ser obra de maricones y tortilleras, muchos de ellos menores de edad que eran engañados y sonsacados por babeantes y sangrantes bocas adultas llenas de colmillos vampirescos que harían de sus gráciles y apetitosos cuerpecitos la gran tarta de la fiesta.
No recuerdo si hay más referencias, pero Carlos Victoria en “La Travesía Secreta” nos sitúa en el balcón interior de la Casa Teatro de la calle Cisneros mirando hacia las salas del Juzgado donde estaba celebrándose el juicio (había una o dos ventanas abiertas). Tal como sucedió. Intentábamos adivinar quién declaraba en cada momento, tarea que se hacía muy difícil por la amplitud de los patios interiores de esos palacetes, incluso creo recordar que en un momento determinado vislumbramos en la distancia el delgaducho cuerpo de Larita.
Éramos amigos y conocíamos a muchos de los acusados, tanto mayores de edad como menores (que también lo éramos nosotros en aquel momento) y algunos de ellos seríamos posteriormente amigos importantes, y con la mayor parte de ellos la amistad sigue manteniéndose.
La Fiesta del Barbero nunca existió. La mala suerte vestida de Policía les tocó a estas personas como pudo habernos tocado a nosotros o a cualquier otro. Fueron simplemente chivos y nunca pudieron berrear la injusticia y la arbitrariedad.
Larita era un magnífico actor del Grupo de Teatro de Camagüey (sigo recordando perfectamente su memorable actuación en una comedia de los años 30 de un dramaturgo norteamericano cuyo nombre no recuerdo ahora) y una persona entrañable con la que he vuelto a contactar a través de internet, después de haber estado preso muchos años y posteriormente salir para Estados Unidos.
Benny (también conocido como Benny-Bola de Humo, de nombre Evelio Cabiedes) nunca fue tan buen actor pero devino en un excelente narrador, cuya obra se perdió totalmente. De los que conozco, creo que fue el gran perdedor, pues los años de cárcel por la sentencia por corruptor de menores, se vieron incrementados por posteriores condenas, y creo que tuvo un triste final.
Papo, Renecito, Carlos Alonso, Elio, Osmel (creo), Tamara, Aleyda, y otros que no recuerdo y otros que quizás nunca conocí, pasaron por sus castigos domiciliares o de reclusión de menores y quedaron marcado para todo futuro posible en aquella isla-paraíso en cuyo gobierno y romántica revolución todavía tantos creen y defienden, sobre todo fuera de ella. Es curioso el caso de mi gran amigo Elio, que cumpliendo otra condena por haberse escapado del Servicio Militar o por “escándalo público”, llegó a conocer en la cárcel al mismísimo barbero, en cuya “fiesta” supuestamente había estado. También Aleyda (omito el apellido) me contó cuando la vi aquí en Madrid una vez, que a ella simplemente la había besado una mujer, mayor de edad (también acusada y metida en “la fiesta”), en otro lugar que no tenía nada que ver con aquella barbería de la que no conocía nada.
Hace unos años, en Sevilla, hubo un suceso que me recordó aquella “fiesta”. Fue “el caso Arny”, y estábamos en plena democracia.
En fin, cosas gratuitas que les suceden a las personas en cualquier parte del mundo y bajo cualquier circunstancia.
.
(Madrid, 17 de enero de 2010)
© 2010 David Lago González
.
Mel Wilken, 1978
.
.
.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Cuba/cuela/gala/Real/elpepucul/20100109elpepicul_6/Tes
(C) Roger Salas (C) El País
Comprendo la situación de un periodista nacido en la ínsula de los amores iberos y trabajando en la España que a su antojo manejan el lobby Meliá y otros poderosos y otros utópicos patéticos y nostálgicos.
El verbo "colarse" es un eufemismo. Esta presencia cubana en una gala dirigida a Europa, despreciando a los bailarines nacionales, es un paso más del contubernio de la obsesión del ministro Moratinos y su comandante en jefe, el presidente del gobierno Sr. José Luis Rodríguez Zapatero, por Cuba en su actual forma de gobierno (y no otra), por los grandes y ambiciosos intereses de la Madre Patria en su antigua Perla y otra consecuencia directa del noventayochentastismo infantiloide que arrastra desgraciadamente media España en su tarea de recherché de temps perdu adelantándose desesperadamente a que el antiguo socio comercial de Cuba --los Estados Unidos de Norteamérica-- vuelva a ocupar su lugar tras posibles cambios isleños y más que posibles apaños políticos y comerciales, dando por el culo una vez más a los tontos guanahatabeyes (ya que hemos retrocedido del primitivismo de taínos y siboneyes a la profundidad primaria del conglomerado indígena autóctono menos desarrollado). Se valen de todo, hasta de una malla y un tutú. Si la cosa no entra a lo bestia, que se deslice finamente, delicadamente, cual ala de mariposa.
En la Isla tienen algo contra lo cual luchar duramente y es la admiración desmedida, que llega al embeleso, de su pueblo hacia los norteamericanos. El respeto y la consideración, bien ganada, por los españoles emigrantes/inmigrantes durante los siglos XIX y XX, se fue perdiendo cuando comenzaron las inversiones en masa pro-gubernamentales españolas, y hoy son gente odiada y despreciada, colaboracionistas de los Castro como antes lo fueron de Franco, y los que viajan de turistas, asquerosos folladores que imitan a los antiguos conquistadores. Al fin y al cabo tienen experiencia en la babosería, tanto para pactar un trato como para pasar la mano por un culo.
Madrid, 13 de enero de 2010.
(C) 2010 David Lago González
.
(Cartel polaco del filme "Cenizas y Diamantes", de Andrzej Wajda)
.
a Leo Fornés
a Janusz Kucharzcyk
Hace dos o tres noches zapeaba yo de un canal a otro y caí en la 2 de TVE (Televisión Española). Posiblemente era La Noche Temática y el asunto era la política en el cine. Todo iba acorde con lo que yo recuerdo (y visto en muchos casos) sobre el tratamiento de la primera y segunda guerras mundiales y el fascismo y el nazismo, si bien el documentalista posiblemente tenía menos conocimientos cinematográficos que yo como simple espectador, teniendo en cuenta también que la mitad de mi vida transcurrió en Cuba.
Pero el siglo XX avanzaba y la historia llega de pronto a la caída del muro de Berlín. Para ilustrar la presencia del comunismo en el cine y también de su aparente e inicial desaparición oficial de la escena mundial, al único filme que se recurre es a “Goodbye, Lenin”, película que muestra de forma ligera y graciosa el cambio (no el de Obama, sino el otro, de antes) y la entrada al nuevo orden mundial y a la globalización actual. No pude por menos que sentir vergüenza de los realizadores del programa. Ignoro si era información sesgada o desconocimiento, pero he pensado más en lo segundo, y creo que es más penoso. Se saltaron toda la filmografía (sutilmente) contestaria y remarcadamente artística que se produjo en los países “satélites soviéticos” (entonces se les llamaba así) durante la década del 60, sobre todo, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la propia Unión Soviética. Wajda, Forman, Tarkovski, Mijalkov y tantos y tantos otros, primero robados por la estúpida censura franquista, que, por provenir de esos países, los consideraría con un alto grado de peligrosidad, y después la igualmente estúpida amnesia de la pretendida progresía posiblemente les consideraría también peligrosos por no acatar los designios ideológicos que, aunque no lo digan abiertamente, siguen considerando correctos y justos.
Gracias al ostracismo que la oficialidad ejerció sobre mí y sobre muchas personas que me rodeaban, por suerte nunca nos vimos con posibilidad de acceder a altas (ni a bajas ni a medias tampoco) esferas gubernamentales, ya fueran estrictamente políticas o de índole político-intelectual-artística, pero, aunque algunos (o muchos) se sorprendan de lo que voy a decir a título personal, me alegro —sin justificar para nada lo que nos sucedió— de muchas consecuencias de la represión. Por suerte, al salir en el año 82, no viví el ardid gubernamental cubano de recurrir al nacionalismo e inculcarlo en la mente de la población multiplicando geométricamente la confusión que a muchos nos originaba la confrontación de tantas contradicciones. Algo bueno, alguna ventaja nos tenía que pasar a los primeros. Y por eso tuvimos la ventura de haber visto todo ese cine que la mayor parte del mundo capitalista se perdió. Todas aquellas películas que, a pesar de hablar húngaro, checo, polaco, ruso, compartían con nosotros el mismo lenguaje de los sordos y los mudos, y adivinábamos, y queríamos descifrar y sentir que algo que veíamos en la pantalla tenía el mismo significado de lo que escribíamos y guardábamos en lugares secretos más allá de la esperanza y también de la cordura. Para una buena parte la generación de aquellos tiempos, esos artistas eran nuestros héroes.
Por lo anteriormente dicho, ignoro cómo se compraban en el I.C.A.I.C. las películas en el extranjero, bajo qué criterio, bajo qué sensibilidad. Desconozco el nombre o los nombres de esos funcionarios. Ignoro igualmente si la posibilidad de ver todo aquel cine que no tenía ningún representante semejante en nuestro patio, obedecía en realidad a la aguda sensibilidad e inteligencia de alguien en particular, o si sucedía justamente por todo lo contrario, como aquel rumor del funcionario que compró máquinas quitadoras de nieve ¡para utilizar en Cuba! Pero sea lo que sea, ¡bendito aquel compañero!
(Madrid, 18 de diciembre de 2008.)
© 2008 David Lago González
.
NOTA: Realmente no sé si he editado ya este texto o se quedó "engavetado" en el disco duro. Si ya lo he hecho, perdone usted la torpeza, sin querer pasé y tropecé, tropecé y perdí la cabeza, y le pido perdón a usted.
.
(Laurent Rab, Evidence)
.
01. Perversión del término “socialismo”.
02. Consideración simplista que vincula a la izquierda con la miseria o un bajo nivel económico.
03. Incorporación del léxico oficialista al popular.
04. Obligatoriedad del matiz patriótico en la vida y proyección del individuo.
05. Obligatoriedad de una trascendencia martirio lógica.
06. Recrudecimiento de posiciones extremas contrarias a la Revolución, sobre todo en los emigrantes primeros y los últimos, franjas en las que se incrementa también lo patriótico y el patrioterismo. Proporcionalidad directa de estas características a la implicación pública de esas personas en la representación del estado cubano.
07. Magnificación de la tragedia cubana.
08. Nacionalismo.
09. Anti-norteamericanismo. Incorporación sistemática e inconsciente de términos vejatorios antiamericanos al habla cotidiana, y al pensamiento.
10. Anti-españolismo.
11. Recrudecimiento del sentimiento anti-miamense y radicalización de la incomprensión del papel histórico, social y político que les sirve de base física para la degradación y el ataque y la justificación y relativización constante de lo que se quiere justificar, posiblemente en proporción también con el grado de implicación anterior.
12. La chusmería (gresca) como facilismo y como escudo para no ceder en el intento de comprensión del opuesto.
13. Re-escritura de la historia. Alineación y falta de rigor mínimo.
14. Relativización de hechos e ideas. Neutralización. Apolitización por unión de identidad. Falsedad (consciente o inconsciente).
.
Desde hace tiempo quiero empezar a desarrollar estos puntos de lo que yo llamaría "taras pequeño-comunistas", de la misma forma que ellos denominaron a las anteriores "deformaciones político-sociales" que les precedieron, "taras pequeño-burguesas". Pero realmente cada vez escribo menos sobre política absoluta, a no ser que esté asociada con experiencias personales y/o artísticas; incluso he pensado dejar definitivamente el blog "Strawberry Fields forever" que originalmente pensé destinar a asuntos más políticos para dejar el Penthouse lo más aséptico posible ya que a veces edito cosas pertenecientes a amigos que viven en la Isla y no acabo de entender, en la situación actual, hasta dónde se perjudica o no a una persona. Pero también pienso que cada cual debe aguantar el palo de la vela que sostiene, así que, como siempre, no tengo más que preguntas y ninguna solución.
(C) 2010 David Lago González
.
(Bárbara, Carlos Victoria, Rogelio Quintana, Julián, Abel Prieto. La Habana, 1969)
(Property of Rogelio Quintana)
.
a la imagen que recuerdo de Bárbara F. Melko
(como Rogelio la llamaba)
Siboney: antiguo Biltmore.
Los muchachos del bachiller nos apostábamos detrás de los setos para observar el patio de la casa de enfrente a la hora en que ella se desnudaba para beber el sol del trópico, y sus pechos asemejaban dos manzanas asadas, rociadas de caramelo, y las dos gotas de cera roja que las coronaban simulaban con justicia sus pezones erectos.
A pesar de la distancia de metros y años, yo los recuerdo.
Luego apareció en el patiecito atiborrado del escultor Fonticiella contrastando con la basura reciclada de sus inventos y sus muñecas incompletas: ella era la imagen de lo que la Naturaleza termina con el mayor de los aciertos.
Fenicia, macedonia, romana, mameluca, turca, y tropical; por sus ojos cruzaba el Orontes y el Litani y se confundían con el Almendares para llegar al mar y hacerse universal y vasta.
Por Madrid anda, como si caminara, una foto comprometedora donde, además de la suya, asoman por detrás de un sofá otras cabezas valiosas, incluso hasta de posteriores ministros de la Corte del Rey Fidelio que supieron ―¡sabia clarividencia de los ministerios!― separarse a tiempo del cogollito ignorante de los destinos que se fraguan en las trastiendas de lo secreto.
Se casó con Waldo, un pintor de hermoso pincel, que murió gratuitamente dentro del puñal de un negro fresco una noche de El Vedado ―Jorge Edwards lo menciona en un libro, pero el chileno lo cuenta mal, porque escribió de oídas y desconoce los pormenores de la gratuidad―.
Y juntos tuvieron una hija, tan hermosa como los cedros del Líbano y la florecilla etérea de la ceiba que apenas se la ve y apenas vuela y sin embargo es flor, y en ese rápido espejismo de su vuelo demuestra lo incógnito.
Años van y años vienen.
Muchos son los hombres que se interesan por la belleza enigmática de Al-Jumhuriya al-Lubnaniya; muchos son los escogidos por la reina, pero no todos los que quieren pueden obtener el tesoro enterrado en la arena de la costa.
Otros hombres, funcionarios de La Corte, requieren sus servicios, fuerzan sus métodos, buscan estratagemas amenazantes para conducirla por los senderos de la lengua delatante.
Pero La Bella es bella y se cree a salvo; cree que su belleza la salvará de la miseria de esos hombres.
Un diplomático encandilado quiere trasladarla al Viejo Continente: atrás quedaría la basura que los coches de La Corte descargan para alimento de las gaviotas.
Mas la hermosura y el enigma para algunos no son motivos de admiración, sino un simple propósito de destrucción y vasallaje, y el negarse a contribuir a fortalecer los cimientos del Reino de Fidelio se paga caro, hasta alcanzar el refinamiento de destruir para siempre sin llegar al burdo asesinato:
es necesario que nadie desaparezca
para que las historias pierdan valor con los años.
Y así, una noche, los gendarmes de La Corte irrumpieron en su casa; la tomaron rehén justo ante las narices asustadas del diplomático encandilado que raudo arrió sus velas y emprendió el regreso a la Baviera, previamente aconsejado para que no insistiera en reclamar aquel espejismo no merecedor de su amor y compostura, y mucho menos de su vida disipada.
Del otro lado de la historia, la belleza enigmática del Líbano fue acusada de consumar obscenas fechorías con su hermano y en presencia de su hija ―inocencia del destino que el destino utilizaba ahora contra ella―, y fue encarcelada durante años bajo un "nuevo amanecer"*.
Años van y años vienen.
La vida no se detiene, sólo se aja, y de nuevo amanece,
tímida, pavorosamente amanece: y todo por no mover "la sin hueso"...
El diplomático se ocultó, bien oculto, en la Selva Negra: no era de fiar. Tampoco él. Y la belleza enigmática de Al-Jumhuriya al-Lubnaniya quedó viva, como su hermano y su hija. Aquel pintor con cuya hermosura se acoplaba murió en el camino. Fonticiella quemó su casa, sus esculturas y su cuerpo.
Como la foto comprometida, hoy anda, como si caminara, por ciudades de Norteamérica.
Pero la dejaron viva: de nada vale
lo que ahora cuento.
Yo recuerdo dos gotas de cera roja sobre sus pezones erectos.
(Madrid, 25 de Julio de 1998)
(C) 1998 David Lago González
*Nombre de una cárcel para mujeres en la provincia de La Habana, Cuba.
―o—
Si hay alguna posibilidad de que el ser humano sea ser humano, esa posibilidad está aquí...
José Saramago
(La Habana, Cuba. 2 de enero de 1999.
Celebración del 40º Aniversario de la Revolución Cubana)
-o-
Hace unos tres meses, creo, internet me deparó una insospechable y agradabilísima sorpresa: Bárbara me había localizado a través de Facebook y me decía “ahora sé por fin quién es el famoso David Lago...” Había recuperado el apellido paterno y ahora se llamaba de otro modo, y sí, enseñaba en una universidad del norte de los Estados Unidos.
Yo no he conocido, ni en Cuba ni en ninguna otra parte del mundo, una mujer con más estilo y con más encanto que aquella Bárbara. Era una mujer de estirpe propia, como una princesa. Y siempre fue una mujer, aun cuando fuese una joven cautivadora.
En el poema —o “prosa lírica”, como le gusta decir a Zoé— las anécdotas están ficcionadas, claro está, o pretendidamente líricas. Pero realmente la vi por primera vez al unirme, irremediablemente y levemente contra mi voluntad, al resto de compañeros escolares que espíabamos el patio de un chalet de la acera de enfrente. Bárbara tomaba el sol, y con ella otra chica. Rafael (Zequeira) habría de decirme no sé cuántos años después que seguramente la otra hermosa muchacha era Zulema. Al cabo de una o dos semanas, no recuerdo bien, me dan mi primer pase de fin de semana, y Carlos Victoria y yo terminamos en casa del escultor Fonticiella. Allí estaba Bárbara. Era la chica del chalet de Siboney, ¿tal vez la calle 119?
Después, todo se iría al carajo. Tal vez consideraban que no merecíamos ser jóvenes, que no nos merecíamos la ligereza ni la belleza de la juventud y desde un principio se obstinaron en eliminarnos porque ya por no haber nacido dentro de la Revolución, les éramos un estorbo y algo con lo que nunca podrían contar. Y cuanto más se obstinaban en enderezar el árbol torcido por impuro, más nos asegurábamos nosotros de torcernos del todo.
© 2009 David Lago González
.
.
para Renecito, su hermano
Cuando ingresé en el primer curso de la escuela secundaria1 en Camagüey, y esto puede haber sido por el año 1962-1963, estudiaba el segundo curso un muchacho llamado Roy Cifuentes. Además de ser la época de los Beatles, era también la nefasta etapa de la cursilería amanerada del cantante español Raphael, extraño fenómeno de la dictadura franquista con la que Fidel se llevaba tan bien. Los primeros estaban cuasi-prohibidos, pero el segundo —nunca se vio una imagen2— sentó escuela —¡y qué escuela...!— entre locas que se volcaron de lleno a la canción melódica (en Camagüey, p.e., Gilbertico Fernández, Manolito Martínez y otros muchos). Aquello era Camagüey early 60’s, yo todavía seguía con los antiguos amigos del barrio y queríamos formar un grupo como los Beatles, ¡claro está! Yo controlaría las letras y la imagen, Silverio tocaba la batería (le enseñaba un personaje extrañísimo al que llamaban “Primitiva”), Chicho no sé qué (sería bajo) y Osvaldito “Molleja” la guitarra, que sería el único que verdaderamente terminaría haciendo carrera de músico.. Ensayábamos en casa de Molleja, que yo creo que quedaba por allá por la Planta Eléctrica, y su madre había sido cantante de ópera; cuando menos nos lo esperábamos, éramos interrumpidos por el chillido voraz de su frustración artística. Claro, perdimos el curso pues apenas íbamos a la Secundaria, o entrábamos por la puerta principal y salíamos por la de la piscina o el portón lateral, o en un descuido del profesor o profesora saltábamos por la ventana y nos largábamos corriendo.
Pero algunas veces íbamos. Y allí estaba Roy, the boy with a moon and star on his head3. Nunca jamás he visto histerias colectivas como las que desataba Roy Cifuentes. Simplemente con pasar por el corredor. Parado al borde la baranda, asistí a un aluvión espontáneo de chillidos de todos los que estábamos en el patio, tanto chicas como chicos. A la gente le daba igual: Roy era un dios... No, Roy era Dios. Y además, se iba del país, lo que le daba una cierta actitud de estar más allá de todo. Porque, efectivamente, estaba más allá de todo: era la belleza absoluta, y sus cabellos rubios eran el sol.
Recuerdo la fiesta de quince de Ivonne Loret de Mola —hija de mártir de la Revolución a cuya familia no dejaban salir del país—. Se realizó en los lujosos salones del todavía (creo) Centro Gallego de Camagüey. Yo detestaba este tipo de festejo, pero esto se auguraba como otra cosa. Fui acompañando a Maruchi, mi amiga del barrio, que luego terminaría esquizofrénica. La fiesta todavía no había empezado del todo cuando, de pronto, se empezó a escuchar un rumor, un balbuceo ya enorme, que iba aumentando de volumen hasta que se oyó el nombre, o, más bien, El Nombre: ¡ROY!!!!!!!!!!!!!!!! En lo alto del descanso de la escalera de mármol, enfundado en un jersey negro de cuello de tortuga, muy a la época, que resaltaba el brillo dorado de su pelo y su cara perfecta.
Nunca le llegué a hablar: tanto me paralizaba su belleza.
Y un día no volvió. Tal vez se fue como un ángel. Sé un poco de otra historia posterior, pero yo quiero recordar ésta y sólo ésta: la del muchacho con una luna y una estrella sobre su cabeza.
(Madrid, 4 de enero de 2010)
© 2010 David Lago González
1”Ana Josefa Betancourt de Mola”, antes colegio Los Maristas (donde también estudié la primaria)
2El primer comentario que oí sobre lo que era Raphael sobre un escenario provino de Silvio Rodríguez, que lo vio en la televisión en el barco pesquero “Playa Girón” cuando le impusieron una especie de castigo.
3Cat Stevens
.
Quizás debido a mis limitaciones académicas o a mi cautela, me siento absolutamente incapaz de repetir la denominación de “novela” que he leído sobre este libro, o darle alguna otra que no sea “la herencia de Reinaldo Arenas.” ¿Hubo algún tiempo anterior en el que Daniel Fernández escribiera de forma distinta a Reinaldo Arenas? No lo sé.
Le conocí hace siglos en casa de Coco. Coincidimos allí un par de veces tal vez. No creo que él recuerde ese encuentro porque solía pasar —y todavía sigo haciéndolo— bastante desapercibido. Durante el tiempo en que estuvo allí creo que fue el único que habló hasta que finalmente se marchó. Coincido plenamente con RA en que la primera y única definición que pudo pasar por mi mente sobre su persona fue la de “pedante”. Como nunca le traté de forma humana, no he podido variar ese juicio que ahora este libro me corrobora. Por qué era considerada como “mala” no lo sé, pero ese grupo de personas vivía en cierta forma bajo el hechizo delirante, paranoico y, sin duda alguna, perjudicial de Reinaldo Arenas en una especie de imitación lastimera y de pacotilla de El Cuarteto de Alejandría. El utilizar nombres reales en una especie de ficción-testimonio-ajuste de cuentas-difamación/acusación (en la que siempre se omitió o se obvió en cierta forma la mezquina venganza “loqueril” —del más bajo nivel— por la sombra de un pollo o una polla que cruza el escenario, llámese Lázaro Carreño o cualquier otro) llegó a convertirse casi en un estilo, que ahora Daniel Fernández en este libro resucita, incluso en el caso de personas que dice haber querido (pág. 33, s/Carlos Victoria) (pág.111, s/Enrique Bedoya). Para nosotros (y por “nosotros” digo los escritores Rafael Zequeira, Carlos Victoria, Nikitín y yo, que comprendimos “el caso de Camagüey” —por darle algún nombre— y para nada el aquí en este libro llamado “proceso Daniel Fernández-Carlos Victoria” como si fueran los dos únicos afectados e incluidos en esa patraña jurídica, es evidente que Francisco Garzón Céspedes participó supuestamente en el estudio o valoración que nos llevó a las salas de interrogatorio de Villa María Luisa (Camagüey) y Villa Maristas (CV), pero ninguno de nosotros hemos tenido nunca pruebas fehacientes de ello. Otro amigo, más cercano, donde sí nos reuníamos a leer, es posible que participara, who knows... Pero nunca jamás se nos ocurrió pensar en Coco Salas ni en Daniel Fernández (cuyo libro evidentemente lo utilizaron como “cebo”) ni en Reinaldo Arenas como delatores, porque, ya puestos a recelar: ¿Por qué Reinaldo Arenas pudo llegar a sacar manuscritos de Cuba, ser publicados en el extranjero, tener éxito, y no ser detenido hasta bastante después? Son sobrados los casos en que sucedió lo contrario desde el mismo principio (p.e., René Ariza). Carlos Victoria contaba —entre lo poco que lo hacía— (o me contó a mí), que el intelectual encargado de trabajar para la Seguridad del Estado debía ser un tipo sumamente inteligente pues los comentarios y disección de lo intervenido eran muy agudos y precisos. (¿Abel Prieto? —No lo es tanto—. ¿Cintio Vitier? ¿Eliseo Diego? ¿Jesús Díaz? ¿Raúl Rivero? ¿Lisandro Otero? Son todos suposiciones y especulaciones sin base alguna más allá de la desconfianza y el rechazo que generaban en nosotros los escritores oficiales, pero sin duda alguna esa figura existió y de forma muy activa.) Fueron varias las sesiones en que se le insistía a Carlos Victoria que la autoría del poemario Lobos no era suya —efectivamente, era mía—, pero el libro había caído en la requicia de su casa, mientras que otras cosas (poemas, fotos personales, un set de fotos con los Espasande, y las de la Brigada Perderemos, Campamento Verdún, se salvaron porque estaba en la mía.)
Yo no creo que la Seguridad del Estado Cubana sea tan minuciosa de dejar que sigan existiendo sus archivos y alguna vez, en no sé qué siglo, pasen a ser de dominio público como hoy sucede con lo de la Stassi en Alemania, pero quién sabe si la vanidad les puede y otras generaciones pueden leer en directo las páginas de la infamia. Mientras tanto, poco podemos hacer con certeza.
En el libro hay una especie de rectificación o abundamiento sobre cosas de las que escribió RE en su obra y en “Antes que anochezca”. (Lo siento, no llegué a leer El Color del Verano porque cuando comencé me dio asco y pensé “más de lo mismo NO”.) Por ejemplo, el tema del bugarrón y el maricón cubanos que aquí se abre en un abanico de casi 360º, argumento a estas alturas que suena a sumamente antiguo, a la manera de cualquier definición de la Chueca más vanguardista y guerrera, y asunto que, por real que sea en Cuba, será siempre de argolla pa’bajo. A no ser que se trate de forma antropológica, y no es el caso. Cuando llegué al final del capítulo verdaderamente agradecí a Dios el punto y aparte.
En lo que sí el libro logra su razón de ser es en el de ser EL PRIMER LIBRO que coloca la literatura de Reinaldo Arenas en el punto —críticamente hablando— más cercano a la realidad. Cuestionable genio literario (precisamente por el delirio que nunca supo, pudo o le interesó controlar, pero que lastrará su obra cada vez más en el futuro) y poeta nada notable, todo eso quedaba suplido por su gran e incuestionable fuerza para interpretarse y proyectarse a sí mismo, cosas estas últimas que el tiempo implacable irá cubriendo de olvido.
Por lo demás, Sakuntala y La Mofeta pueden quedarse cómodamente en el jardín de Daniel Fernández regando las buganvilias. Y serán de más utilidad.
(Hospital Ramón y Cajal, 4C. Madrid)
(1-26 de diciembre de 2009)
© David Lago González 2009
-o-
He aquí el testimonio ligeramente ficcionado de hechos comunes y de mi interrogatorio en particular. Para nada tiene que ver con el "proceso Daniel Fernández-Carlos Victoria" ni con que Carlos Victoria fuera detenido en una fiesta y con que hubiera una redada de 37 personas, fantasías que ignoro de que parte del cerebro de Daniel Fernández pueden salir.
Como he dicho públicamente, e, incluso, creo que publicado en algún momento, Carlos Victoria fue detenido mientras trabajaba en la sede del Instituto Forestal de Camagüey, situado en la Carretera Central, no recuerdo si con destino a Habana o a Santiago. Fue llevado a su casa, que era una casa muy pequeñita que sus abuelos habían construido para su madre cuando enloqueció, y allí requisaron todo, absolutamente todo lo escrito, ya fuera manuscrito, mecanografiado o publicado (incluyendo dos noveletas rosas que una de sus tías había escrito cuando joven). A la madre le dijeron que le habían dado un premio en la RDA por sus cualidades literarias, mentira maldita que yo tuve que seguir apoyando cuando, cada vez con más frecuencia y desesperación, Estrella Victoria Olivera iba a mi casa en busca de noticias (estaba desquiciada pero no era boba), y mi familia y un querido amigo común se escondían en la cocina.
A los 52 días tocaron a la puerta, y era Carlos Victoria.
El Autor
-o-
Una llamada de atención
a Carlos Victoria y José Rodríguez Lastre
Era agosto y, a pesar del agobiante sol del mediodía, David sintió que el frío que habitualmente llevaba dentro traspasaba su piel y volvía a él con un violento espasmo, como algo ya situado fuera de su cuerpo o una especie de boomerang térmico. Al cruzarse con Josep en la escalinata de la antigua Villa María Luisa, éste le había susurrado entre dientes una corta frase en italiano, inofensiva en sí misma e incapaz de acarrear consecuencias trágicas en una situación normal. Pero la que hoy, por segundo día consecutivo, les había traído hasta la casona de La Zambrana no era muy normal del todo.
—Tutto bene, tutto bene—. Era lo que había dicho Josep de retirada, esbozando una fugaz sonrisa, también de medio lado, como las palabras. Y así había atravesado la verja, dejándole a él frente a la puerta abierta que daba acceso a la recepción.
Ante sí, los ojos brillantes del guarda que la atendía quedaron por un momento clavados en la nuca de Josep como tratando de descifrar si detrás de aquella elemental mención de un idioma extranjero, por lo general erróneamente asociado a la frivolidad, no se escondía una clave, una leve señal de la mano, un guiño del ojo. Algo, en fin, a lo que él no tenía acceso. Por un instante, David temió que su amigo fuera llamado atrás de nuevo, desencadenando otra vez todo el proceso o provocando uno nuevo. No era simple paranoia. Él vio el brillo, la intención casi a punto de materializarse, y se apresuró a atajarla haciendo más física su presencia: casi lanzándose sobre el buró preguntó por el Teniente Blanco. El subalterno, un poco despectivamente (en su catálogo de calidades, ellos, los citados, eran sujetos despreciables), le mandó entonces sentarse y esperar. ¿O se lo había ordenado...? Daba igual, de cualquier forma David obedeció, habituado como estaba a hacerlo sin cuestionarse nada.
Le era difícil controlar el leve temblor que le venía por rachas, por olas que de tiempo en tiempo le recorrían el cuerpo, aun cuando en cierta forma se consideraba un experto en materia de ocultar sus temores y sus sentimientos, más por lo acostumbrado que estaba a hacerlo que por la supuesta perfección que hubiera alcanzado. Nunca se alcanza la excelencia total en este campo. Una buena parte de su vida la había pasado temblando ante el temblor oculto de los que habían sabido convertir el suyo en manifestaciones de poder. Esa contención le había ayudado a conservar un tanto menos resquebrajada su dignidad y la propia opinión que tenía de su persona. Esa pizca de libertad individual, tan oculta, tan profunda, silenciosa, muda, inerte, e inerme también, que era lo único que tenía. No había cedido mucho de sí. No habían publicado sus libros, nadie los conocía, a excepción de sus amigos —y de esa nebulosa de nombres insospechables que formaba la avanzadilla de la defensa de los logros revolucionarios— Se mantenía en un anonimato que amenazaba con prolongarse hasta la eternidad. Pero sólo había tenido que mentir lo estrictamente necesario como para poder subsistir de manera miserable detrás de los diferentes escritorios por los que había desfilado. Y esto, cuando sólo se quería pasar desapercibido, no requería una concepción personal; otra cosa era si pretendía remontar la escala laboral hacia puestos de dirección, lo que conllevaba automáticamente subir también en el rango social y político. Y ése no era su caso. Él sólo quería ganarse el pan y que le dejaran lo más tranquilo y olvidado posible para poder continuar escribiendo esa sarta de poemas inservibles. Al fin y al cabo, ¿quién ha dicho que la poesía sea útil?
Pero hacerlo en un país como éste y dejarla almacenada en las gavetas, despreciando las tantas oportunidades que existían para hacerla pública, también era un peligro. Significaba que por su parte existía un total desprecio hacia las personas que decidirían esa publicación, o que estaba sobradamente convencido de que lo escrito por él no se ajustaba al tono laudatorio que era el común denominador de todo libro que saliera al mercado y condición sine qua non para que éste se editara.
Estos poemas —los suyos y los de otros—, se leían en reuniones privadas que raramente iban más allá del mismo grupo de amigos y que, no obstante, habían sido del dominio oficial desde mucho tiempo atrás. David recordó cuando, recién abandonados sus estudios en La Habana para regresar a Camagüey y reintegrarse al instituto de bachillerato, fue llamado por el Dr. Durán, director del centro, y por un agente que combatía, examinaba y controlaba las lacras sociales, para ser interrogado sobre las inclinaciones sexuales de algunos compañeros de estudios. Y ya entonces era conocida por ellos la existencia de su “inclinación” creativa, tanto o más peligrosa que el ángulo de caída de la mano derecha o si su mirada se volvía lánguida distrayéndose por los meandros de una curvatura corporal.
Mientras esperaba de nuevo en el amplio salón a que le hicieran pasar ante el Teniente Blanco, iba repasando su vida, su escasa y poco interesante vida —al fin y al cabo, era joven—, cuyo único ingrediente o característica más peligrosa era haberla vivido a lo que otras fuerzas poderosas e ineludibles habían considerado como “margen”. Recordó entonces a Damar, ese extraño compañero que había tenido en Económicas. Cuando le separaron de la universidad, una tarde se le acercó en la calle y le dijo que lo habían expulsado irónicamente porque no sabían nada de él y les era tan inclasificable que no podían encasillarlo en ninguna parte. En un arranque de congratulante camaradería, hasta le había aconsejado: “Puedes hacer y ser lo que quieras, pero trata de que tu vida sea lo más pública posible y ellos sabrán entonces que no tratas de engañarles ni de ocultarles nada. Lo que les molesta es que lleves una doble vida, que tengas secretos, y que te mantengas digno. Sobre todo esto, ellos lo toman como un insulto. Con mantenerte al margen no logras protegerte, sino ofenderles, porque les estás diciendo que no quieres mezclarte con ellos: recuerda el viejo lema de <con la Revolución todo, sin la Revolución nada>. Pues aplícatelo para la próxima.” Vaya, pues, al menos me daba alguna esperanza de futuro...
Muchas veces, mientras se leían unos a otros lo que escribían, mientras se juntaban para beber o para cenar en algún restaurante, mientras algunos de ellos daban un viaje juntos, o simplemente mientras iban caminando por la calle, habían pensado que estaban siendo observados, no de una manera cinematográfica, con despliegue de cámaras y micrófonos ocultos (aunque también se habían inclinado hacia la exageración y la teatralidad), pero sí que estaban siendo objeto de un largo seguimiento que en algún momento saldría a la luz. Ahora había llegado ese momento. No sabía si en realidad él, por su parte, lo había anhelado inconscientemente; dentro de sí llevaba una patética y contradictoria mezcla de rebeldía y cobardía, no asumida lúcidamente, que, como el aceite y el vinagre, nunca se harían un todo único, homogéneo, algo con lo que verdaderamente pudiera contar. Suponía que eso le pasaba a mucha gente, a todos ellos, aunque nunca nadie lo hubiera admitido, quizá porque ni siquiera tenían noción de tal cosa. Pero todos lo presentían: alguna vez les exigirían que dejasen el margen, que cruzaran la cerca y que comenzaran a jugar como profesionales, como intelectuales oficiales —bueno, en fin, los únicos que había y podían existir—. Había llegado la primera rendición de cuentas. Pero era de reconocer también que no habían querido ser demasiado duros, tal vez porque alguien detrás de todo aquello apreciaba y podía distinguir el valor de una persona, y este primer aviso consistía en un recordatorio para que pusieran su posible talento al servicio oficial y dejaran ya de que éste jugase un mero papel personal y, por tanto, despreciablemente individualista. Y esta llamada, en lo que a ellos concernía, era también una definición: se decantarían por el margen o por la inserción, y tal vez el aceite podría separarse o suceder el milagro de licuarse al vinagre.
Habían estado allí mismo la noche anterior, hasta muy entrada la madrugada. Los habían sentado en aquel mismo salón, muy espaciados unos de otros. Se suponía que, como era de rigor, estarían siendo observados por cámaras ocultas, grabados por micrófonos escondidos. Al llegar a la villa, David había pasado un susto de muerte. Sin pensar en la peligrosidad que él podía significar para un representante de la seguridad nacional, se dirigió a un guarda que hacía su posta en mitad del aparcamiento y éste, nada más oír su voz, rastrilló su ametralladora y comenzó a insultarle ordenándole retroceder. Pensó que lo iba a matar, sus órdenes se alternaban con insultos y a él le pareció todo demasiado excesivo: no tenía idea de que pudiera parecer tan peligroso. Esperó bajo un olmo, en la acera, a que los demás fueran llegando y así se le fue pasando el temblor de las piernas, que en los primeros momentos apenas si podían sostenerle. Luego les llamaron dentro, desde la puerta principal. Fue entonces cuando se sentaron en aquel salón por primera vez. Como a mitad de la noche comenzaron a llamarles, cada uno por separado.
—¿Qué concepto tiene usted de la amistad?— fue lo primero que le preguntó el policía. Habían cruzado el patio de la casona y habían entrado en un cubículo de una edificación evidentemente posterior y que nada tenía que ver con el estilo colonial camagüeyano de la casa. Se sentaron los dos en un sofá negro y hasta le brindó café de un termo del cual el agente se sirvió una taza. Si no hubiese sido por la realidad, aquello bien podría haber parecido una conversación amistosa entre dos personas que quieren conocerse.
Pero claro, si no fuera por la realidad, la vida entera sería otra cosa. Y ahora, a las doce o la una de la madrugada este hombre venía a preguntarle por el concepto de la amistad cuando él esperaba un interrogatorio a la manera de un Hollywood venido a menos, con unos tipos que fumaban y le insultaban, unas sillas incómodas, algún que otro golpe para provocar la confesión de no sabía qué. Y la realidad se aparecía en forma de conversación afable pero distante, queriendo, elementalmente, provocar confianza.
David Lago se sintió desarmado por aquella pregunta que no esperaba. Era como si al cabo de tanta tensión, después de que en la tarde, con la citación para el interrogatorio le habían interrumpido disfrutar del primer encuentro de boxeo entre Cuba y Estados que transmitía la televisión en directo en no sé cuántos años, viniera alguien a preguntarle si prefería las palomitas de maíz o el algodón azucarado en una noche de feria cuando hacía miles de años que se había olvidado de ellos. ¿Cómo iba a responder a aquello cuando apenas si tenía cabeza para tratar de ofrecerse a sí mismo una imagen digna de su persona? Una pregunta tan total, que abarca tantos matices, tan compleja, tenía que reducirla a tres o cuatro líneas en un expediente de señas generales y primera impresión, ante un policía que contradecía la imagen preconcebida de todo interrogatorio con una patina de naturalidad y elegancia con que querían bañar la represión a fin de restarle importancia para que luego nunca pudieran decir que fueron maltratados. La amistad. Friendship. L’amitie. Un flujo afectivo entre dos personas que debe respetar la integridad de cada una de las partes. Un intercambio de pensamientos afines, de ideas opuestas. La necesidad de comprender y ser comprendido, de aceptar y ser aceptado. La afinidad, la contradicción. Un descubrimiento, sin otra explicación ni razonamiento. En cierta forma, una pasión. Algo que no se entiende al entrar, sino cuando ya se está dentro y forma parte de la vida y de la realidad, de ambas cosas a la vez, que tampoco siempre quieren decir lo mismo.
¿Pensaba o hablaba? Presintió que se trataba de lo segundo cuando sintió que había comenzado a deslizar su pie por el barranco descendiendo por un abismo inimaginable. El policía aprovechó inmediatamente la ocasión que le brindaba:
—¿Qué quiere decir?
—Que lo imaginable forma parte de la vida de una persona, pero no forma parte de la realidad— le dijo, pensando que deliraba.
—Y según usted, ¿en qué se divorcian? ¿Tal vez en la Revolución? ¿La Revolución forma parte de la realidad pero no de la vida de ustedes?
Se quedó callado, aun dándose cuenta que los tiempos muertos constituían en si mismos la mayor y más clara declaración de sus pensamientos. Pero ¿verdaderamente pensaba algo?
—En mi caso, la realidad y la vida forman un todo, no se bifurcan ni se divorcian, y dentro de ellas está, por supuesto, la Revolución, que es ineludible y que, por otra parte, no existe razón para eludirla.— Obviamente omitió que tampoco existía manera humana de hacerlo, y en gesto de patética osadía le puso este ejemplo:
—En un caso concreto, esta conversación. En la vida se desarrolla como un simple diálogo, una exposición de ideas, de mis ideas, como si fuera un examen universitario, cuando en realidad no es más que un interrogatorio.
No sabía lo que estaba hablando. David se daba cuenta de que aquello no tenía ningún sentido y comenzaba a temer que esa dignidad que a toda costa quería mantener se resquebrajaba ante el miedo, ante el pánico. Pero ¿ante el medio de qué? Era como si realmente fuera culpable, cuando ni siquiera sabían en verdad por qué habían sido llamados allí. Apenas comenzar el interrogatorio ya habría deseado declararse responsable de lo que le pidieran, sólo para terminar con aquella farsa de conversación elegante y rodeos sicológicos.
—Dígame cómo comenzó su amistad con todos los demás— le preguntó el policía.
Insistía el hombre con el tema de la amistad... Y entonces se percató de que era muy difícil definir eso con exactitud. Podría decir cuándo o cómo se conocieron, pero era casi imposible precisar cuándo ese mero conocimiento se había convertido en amistad. Por otra parte, la amistad siempre se está probando a sí misma, y siempre está superándose a sí misma. ¿Cómo situar el momento exacto en que se decide ser amigo de alguien cuando esa decisión, las más de las veces, no es consciente?
Tal vez, en el caso de Carlos y Josep, podría decirse que comenzó quizás en el 63, cuando en casa de unos amigos y en mitad de un apagón, los dos le pidieran que se acercara a la luz del candil para observar cómo le quedaba la barba que se había dejado en los quince días de escuela al campo. Le venía a la memoria ese momento y otro que sucedió casi al mismo tiempo y que consistió en copiarle a Carlos la letra de “I should have known better”. Pero aquello no quería decir nada, eran simples instantáneas que recordaba y que sí, tal vez, marcaban el inicio de algo que después, con el paso del tiempo y nunca a partir de un momento determinado, se convirtió en amistad. David creía que más bien la vida de cada cual, la vida de todos, se orientaba a coincidir en una ocasión predestinada y que en ello había participado de un modo definitivo la realidad y el destino, y la realidad era, por sobre todas las cosas, el hecho histórico que les había tocado vivir y que cambiaría la existencia de cada uno de ellos para siempre y de forma drástica, sin saber ni cuestionarse si para bien o para mal. ¿Qué importaba? Con los demás no podía precisar ningún momento en particular. David gustaba de creer un poco en el destino. Por aquel entonces, había sustituido a Dios por él, y le había entregado el peso de su vida, quitándoselo de encima para su propia beneficio, para dejarse llevar sin tener que tomar decisión de nada, de modo que siempre también había algo a quien culpar de sus errores.
Pero mientras intentaba fijar el inicio cronológico de cada amistad, se dio cuenta que había incluido en el ejercicio a Carlos Victoria y que éste era el único que no se encontraba entre los citados, aunque, no obstante, daba por hecho que debía haberlo sido. Entonces, a una pregunta inesperada del policía, se hizo la luz y comprendió por qué estaban allí todos menos uno.
—¿Ha leído usted el libro de Daniel Fernández “Las tribulaciones de Truca Pérez en el Puerto de Luz de San Cristóbal de La Habana”?
—No—. Le contestó de forma tajante.
—¿Seguro que no?
—Seguro.
—¿Pero Carlos Victoria sí?
—No sé.
—¿Nunca le habló del libro?
—Nunca.
—¿Nunca? ¿Algo diría?
—No. Ni siquiera supe nunca si lo leyó.
—¿Usted es amigo de Daniel Fernández?
—Sé quién es, nos presentaron una vez y hemos coincidido algunas veces en La Habana, pero no somos amigos.
—¿Pero de Carlos sí es amigo?
—Se conocen, aunque no sé si Carlos lo considera amigo. Se conoce a mucha gente pasajera.
—¿Sabe que Daniel, en un momento de su novela, llama “asno” a Fidel?
—Si no la he leído, ¿cómo voy a saberlo?
—Puede habérselo dicho alguien. ¿Ninguno de sus amigos le habló de ello?
—Ninguno. Estoy casi seguro que ninguno leyó ese libro.
—¿Por qué está tan seguro?
—Porque alguien lo habría mencionado alguna vez, habría dicho algo.
—¿Se nombra en esas reuniones la palabra “clandestinidad”?
La irrupción de esa palabra, le pareció algo tan ridículo que involuntariamente sonrió.
—¿Por qué sonríe?— preguntó el interrogador.
—Porque es ridículo. Su pregunta y la palabra. Somos un grupo de amigos, qué puede haber de “clandestino” en ello?
—Lo que pueden hacer.
—No hacemos nada, salvo juntarnos, hablar. Beber, reír.
—¿Se leen lo que escriben?
—Mire, nos reunimos o nos visitamos o nos hablamos porque somos amigos, algunos de nosotros y no todos entre nosotros, es decir, entre los que hemos sido citados y los que no. Luego, algunos escribimos y sí, solemos leernos las cosas algunas veces y no siempre. ¿Qué hay de malo en ello, qué hay de clandestino?
—Las preguntas las hago yo— dijo secamente. —¿Envía lo que escribe a otros?
—¿A otras ciudades, quiere decir?— El policía asintió sin hablar. —Sí, se le escribo a algún amigo, a veces le mando algo.
—¿Recibe usted también cosas de ellos?
—Sí, alguna vez.
—¿Manda usted lo que escribe al extranjero?
—Salvo a familiares, no conozco a nadie más fuera de Cuba. Y no creo que les interese.
—¿Sabe si algunos de sus amigos lo hace?
—Yo creo que no.
—¿Qué piensa de Daniel Fernández?
—Nada. No pienso nada. Yo apenas si le he visto, ¿por qué voy a tener que haberme hecho opiniones sobre él, o él sobre mí?
El agente se quedó como esperando...
—Simplemente quiero decirle que no me importa si escribe bien o mal, o cualquier otra cosa, porque nunca he sentido la más mínima curiosidad por conocerle más allá de los cinco o diez minutos que han llevado los encuentros.
—¿Considera que lo que usted escribe está por encima de lo que se publica?
—En algunos casos, sí.
—¿Por qué no se integra artísticamente en una de las tantas organizaciones que existen para ello?
—No sé, soy un poco tímido.
El policía paró un momento y le miró. Aunque tenía otras muchas reservas, su timidez era una de las razones que verdaderamente le impedían acercarse a esas asociaciones oficiales. Además, tenía una excesiva conciencia del ridículo y pensar solamente que su admisión o no admisión dependía de personajes como Raúl González de Cascorro o como Efraín Murciego, al que había visto una vez dando saltos mientras leía uno de sus poemas, le hacían sentir como si se hubiera tragado una daga de acero que, a más de ponerlo tieso, le impedía articular palabra.
—¿Le gusta la música americana?
—Usted sabe que sí— le respondió, asumiendo que su casa era sobradamente vigilada. —Mi casa es bien famosa por eso.
—¿Se distiende o se pone nervioso? ¿Tenía miedo?
—Sí.— Aunque al mismo tiempo que afirmaba, reparaba en el verbo “distender”, tan poco utilizado en Cuba, y mucho menos entre aquella suerte de personas.
—¿De qué?
—Supongo que de mí mismo.
Hubo una pausa de varios minutos en los que el agente continuó escribiendo en un expediente que había ido rellenando desde que empezó con la primera pregunta. “Así que ya tengo el honor de haber sido <expedientado> por la Seguridad del Estado,” pensó, con un cierto orgullo infantil.
—¿Le importa firmar aquí? Es todo lo que ha declarado, léalo— y le extendió las hojas, separando un grupo de ellas.
Mientras firmaba, David preguntó:
—Carlos Victoria está aquí, ¿verdad?
—Sí— contestó el policía. Y recogiendo el cuaderno y el bolígrafo, le dijo:
—Puede marcharse ya. Espere en el salón donde estaba antes. Sólo tiene que cruzar para atrás el patio.
Y cruzó de vuelta el patio. Es curiosa la asociación de imágenes y de palabras, pero entonces recordó que el lema que había utilizado Heberto Padilla para el famoso concurso que le trajo la desgracia, según un comentario filtrado de la época, hablaba también de algo así como de cruzar la vida no es cruzar un parque, o un patio, o un puente. Y cruzando el bien cuidado césped llegó a la puerta. Y de la puerta al salón. Y allí esperó a que fueran saliendo los demás.
Eran las cinco de la mañana cuando los acercaban en un jeep militar al centro de la ciudad: deferencia que tiene el poder con el talento creador.
Al día siguiente volvieron a citarlos aduciendo que habían extraviado sus declaraciones. Todas las declaraciones. Vaya casualidad... En menos de doce horas se habían perdido todas aquellas palabras, aquellos miedos, aquellas manos frías y sudorosas, y tendrían que volver a declarar lo mismo que habían dicho la madrugada anterior. Fue por eso que se cruzaron Josep y él a la puerta de la Villa. Mientras pasaba a ver al Teniente Blanco, recordó de nuevo a Damar, su antiguo compañero de universidad, y aplicó su consejo a la dualidad de su existencia: cuanto más pública sea tu realidad, más privada será tu vida.
(Madrid, diciembre 1985)
© David Lago González, 1985
(Publicado en Revista Hispano-Cubana, nº 32, Otoño 2008, pág. 189, http://www.hispanocubana.org/revistahc/pdf/REVISTA_HC_32.pdf)
Sitio
certificado por
|
![]() ![]() |
directorio de blogs |