sábado, 28 de junio de 2008

Message in a bottle

(desde la Isla de la Siguaraya)



Acabo de imprimir la entrevista. Le leí un pedacito y pienso disfrutarla este fin de semana.
Ahora que viene al caso. Mira, no sé qué perdió Cuba de más importante, si a Olga Guillot o a la carne mechada. No es que no me guste Olga. Tengo varias grabaciones de Olga. Todo el mundo tiene grabaciones de Olga, y de la Yiyiyi, Celia Cruz, y de todo el que vale la pena. Es cierto que no se oye OFICIALMENTE. Pero qué obsesión hay con hacer las cosas OFICIALMENTE!!! Lo mejor de la vida es extraoficial. Cuando nosotros conocimos a los Beatles no se podía oirlos oficialmente, pero la gente tenía unos discos de vinilo enormes que se grababan "piratescamente" y luego tuvimos al papá de fulanito que los mandaba, etc. Y también se singa extraoficialmente. Que el día que OFICIALMENTE me digan que singue, los fósforos!!!! por algo será!!!
Los artistas o escritores "amados" OFICIALMENTE , como Silvio, o el mismo Senel Paz, tienen garantizado un sólido y profundo olvido. Incluso, las cosas buenas que puedan tener, se diluyen en la avalancha del comando oficialesco.
Líbreme el Cielo de todo lo que huela a oficial, o estatuído. O propagandizado.Besos

sábado, 21 de junio de 2008

La Maravilla



© Alexey Titarenko

Sábado, 21 de junio de 2008.


Esta mañana una maravilla me hizo llorar. Suena irónico, contradictorio, incongruente. Pero así fue. Revisaba el link de un fotógrafo llamado Alexey Titarenko, una serie de fotos agrupadas bajo el nombre de “Havana serie”, y de pronto di con “La Maravilla”. Fue como una especie de posesión espiritual, los vellos de los brazos se me erizaban y empecé a repetir como un obseso “ay Dios mío, ay Dios mío”. En la habitación descansaba mi compañero y le llamé porque simplemente quería compartir con alguien la maravilla de la maravilla. Yo mismo me levanté y fui en busca de la foto de Enrique y Gisela. Y empecé a explicar a mi compañero que hacía muchos años “La Maravilla” era un café tradicional de la Habana vieja, justo esquina a la calle de Villegas. Sin duda, su época de esplendor andaría por la primera mitad del siglo XX. Pero en los altos, entrando por Villegas, una escalera (“del siglo XVII”, apuntaba, o apuntalaba, Enrique; “y esa casa en ruinas, de la otra esquina, es del siglo XVI”, añadía para rematar) que crujía como cien fantasmas, nos conducía a lo que sin duda fue una casa señorial, devenida todavía con decencia y amor en una casa que compartían varias personas sin familiaridad alguna pero con un comportamiento común que se definiría como humano. Allí vivía Aurora Sánchez, la madre de Enrique Bedoya; y desde allí Enrique saldría hacia El Mariel para no volver jamás (se suicidó en Miami en el año 82); allí el amigo Janusz acudiría a pertrecharlo en los días de espera; allí tomábamos té con Aurora, gran conversadora, mujer de carácter fuerte; allí comenzaría mi amistad con esta hermosa y elegante señora que, nacida en España, la guerra civil le había pillado del lado de acá mientras daban un viaje de asueto.

Yo le señalaba a mi amigo los balcones encima del rótulo de La Maravilla, o el esqueleto de esos balcones y de esas ventanas en las que todavía se podía apreciar algunas tablas de los postigos, y empezaba a llorar mientras mi compañero me abrazaba ligeramente como se toca a alguien que no se comprende pero que te conmueve, y me asomaba junto a Enrique y Aurora a aquellos balcones, y reíamos, y sonreíamos en algún rincón de la memoria, al mismo tiempo que me preguntaba cómo era posible que todo aquello hubiera terminado por la locura de un hombre, por la tozudez de un mesiánico, y les decía a ellos que no había castigo posible para quien provoca la ruina por la ruina, sin que nada provechoso sobreviviera para los que vendrían detrás, porque todo se queda en el maravilloso recurso del recuerdo que pone de nuevo carne a las sombras, pintura a las paredes, brillo al sol. Y eso es un aporte ajeno a la locura del Mesías.



©2008, David Lago González








jueves, 5 de junio de 2008

Texto leído por Roger Salas en la Casa de América, Madrid 2 de junio de 2008. Libro de ISIS WIRTH: "Después de Giselle"


Texto leído por Roger Salas en la Casa de América
Libro de Isis Wirth: “Después de Giselle”
(Estética y Ballet en el siglo XXI).
Editorial Aduana Vieja, Valencia 2007. (Con fotografías de Marc Haegeman).



Buenas tardes.

W. H. Auden comienza su conferencia sobre el “Julio César” de William Shakespeare con la siguiente frase:

“Hoy espero contentar a los menos aficionados a la música, puesto que pienso hablar y hablar sin parar”.

Parafraseando al maestro autor de “Trabajos de amor dispersos” digo que “hoy espero contentar a los menos aficionados al ballet, pues pienso hablar y hablar sin parar”. A lo que se puede responder con otra ocurrencia de Groucho Marx:

“¡Dios mío, no le voy a preguntar por la salida de incendios; me limitaré a seguirle!”.

El ballet es una pasión y como dijo Michael Clark: “No fire scape in hell” (No hay salida de emergencias en el infierno). El ballet también es un infierno, con sus propias llamas y hasta una formula mágica en su fuego demiurgo donde hay no azufre, pero sí técnica, estética, y hasta ética.

En la literatura especializada y actual de ballet en castellano es un hecho excepcional el libro de Isis Wirth (née Armenteros), una mujer culta, con una palabra de verbo elocuente y con criterios propios y avanzados en las materias que toca. Lo digo por mor de la calidad en sí, no porque se editen pocos libros. Si se editan pocos libros de ballet en español es porque tenemos lo que nos merecemos, lo que hemos propiciado y formado. La comparación con el ámbito anglosajón de la especialidad es insostenible y ociosa. Lo que sí nos sirve, es esa escuela anglo-americana que empieza antes de John Martin, pasa por Arnold Haskell, Richard Buckle, Walter Terry y Clive Barnes, y que Isis ha estudiado muy bien, pues en ella hay una intención de referencia que apunta su rigor y hace deleite.

Hay otra escuela en paralelo de la que somos deudores, la ruso-soviética, llamémosla “la eslava”, que gestiona y se informa en otro sentido y donde están Sloninski, Roslaeva, Rosánova, Krasovskaia y Gayeski. Isis los ha leído, eso seguro. Y así va en una búsqueda de su propio sistema y estilo con algún que otro toque sincrético.

El libro de Isis tiene dos intereses básicos: reúne su etapa cubana (ella es cubana y desde hace años vive en Suiza y en el mundo real, desde donde atiende toda la actualidad del ballet) así como la progresión personal experimentada con su asentamiento en Europa y América. Sus estilo y criterios han cambiado positivamente, se han abierto a una dialéctica y a una dinámica que impone el mismo desarrollo del ballet contemporáneo y el llamado clásico (o académico, mejor expresado) vistos a los ojos globalizados de hoy, algo que aventuro, ya estaba en los prolegómenos de los estudiosos Gino Tani y Curt Sachs. Hoy le preguntas a tantos jóvenes pujantes y ambiciosos que estudian danza en las universidades españolas quiénes son Tani o Sachs y te miran con escéptica superioridad.

También es interesante en el tomo de Isis la sección de las entrevistas, aspecto vivo de la profesión periodística, no del crítico, que maneja con solvencia y calidad en sus preguntas y su síntesis. Y llamo la atención sobre su trabajo con el bailarín cubano radicado en Londres, Carlos Acosta, hoy una gran estrella internacional. En cierto sentido, y no es exagerado, Isis le ha “descubierto” para la literatura de ballet.

“Después de Giselle” no es un título banal y tiene sus claves. Para cualquier especialista de ballet cubano, la “Giselle” de Alicia Alonso (y la que expone como conjunto el Ballet Nacional de Cuba) le resulta una marca, un antes y un después, un dominio estético, un decálogo poderoso de parámetros difícilmente superables en la apreciación del “espectador ilustrado” que es lo que debe ser siempre el crítico (nunca un balletómano de pro, sino un analista coréutico). Pero Isis lo consigue al final de su libro, rompe con la “umbilicalidad insular” a partir de la honestidad. No reniega de lo escrito (lo que dice mucho a su favor y a su empeño), y establece el paralelo de las circunstancias de ayer con las circunstancias de hoy propias del ballet, que siempre son más dramáticas que festivas (una metáfora que vale para también para la poesía, la literatura y las artes visuales). Es un libro que he leído con placer e interés en espera de sus nuevos escritos, donde seguramente con otras perspectivas, esa “Giselle” memorial y simbólica, insular y posesiva, será un perfumado telón del pasado.

Debo apuntar que no estoy totalmente de acuerdo con todos sus postulados y conclusiones, y esto es lógico. Le digo a mi querida Isis que si alguien está totalmente de acuerdo con ella, que desconfíe, le sugiero que recele del elogio vano e incondicional (verdadera maledicencia de Tepsícore) . Las maneras de disentir en este caso, son parte actuante del negocio. Y eso también es lo que me gusta de su libro, donde entra lo dinámico y lo dialéctico con lo estrictamente historicista o escolástico.

He leído por ahí que Isis es un producto de escuela cubana. Me niego a aceptarlo. No es verdad. Isis es su trabajo y no hay que meterla en el saco del criollismo reductor. ¿Una escuela cubana de críticos de danza y ballet? ¿Algo que no sea la servidumbre hagiográfica? Perdónenme que me ría primero y me sonroje después. Isis es libre en su escritura, y en sus ideas.

Hay una contaminación progresiva entre el papel del crítico y el del periodista o cronista. La relación entre el crítico o cronista de los avatares del ballet con sus objetivos es difícil; y es verdad que se pueden llegar a tener verdaderas francas relaciones con los bailarines y los coreógrafos. No siempre es así. Se nos ve como “intrusos”; se nos cataloga como “advenedizos” y se nos utiliza siempre que pueden. El caso de Paul Szilard (empresario legendario, ex-bailarín y gran persona) y el crítico Clive Barnes es ejemplar. De hecho, Barnes prologó en 2002 las memorias de Szilar, que tienen por título una metáfora maravillosa: “Under my wings” (Bajo mis alas). Barnes (que ha escrito libros extraordinarios sobre Balanchine, Nureyev, Ashton, Fonteyn y otros) me decía, emocionado, el año pasado en Miami al recibir el Premio de la Crítica que otorgan el Festival Internacional de Ballet de la ciudad y el Miami Dade College of Arts, que el papel del cronista (y del crítico) de ballet sería, siempre y a la postre, ingrato. Isis no desmaya en ello. Lo sabe.

Dice Hölderlin en “Sócrates y Alcibíades”:

“Quien más hondo ha pensado, ha de amar lo más vivo;
La alta virtud comprende quien ha mirado el mundo;
Y a la postre es frecuente
Que los sabios se inclinen a lo bello”

Os aseguro que Isis Wirth en este libro ha mirado el mundo y se ha inclinado por lo bello.

Muchas gracias.


En Madrid y 2008
©ROGER SALAS