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sábado, 23 de abril de 2011

BABELIA (viernes, 22 de abril de 2011)

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George Krause - Hand of Fatima, Spain, 1954

George Krause - Hand of Fatima, Spain, 1954*

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NOTA DEL BLOGGER:  No me cabe duda de que el libro de Preston es para mí una joya, tanto por su contenido como por su inalcanzable precio a mi maltrecho bolsillo  --¿Le escribo directamente al autor pidiéndole que me regale el libro o me pongo a hacer caridad bloggística como Ernesto Hernández Busto?  Nada, simplemente toca joderse (once more again).

Sobre el libro de ensayos de Herta Müller, sí puedo albergar la esperanza de que algo milagroso casi me haga disponer de los 18 euros que cuesta para comprármelo en mayo, el mes de las flores (y, entre ellas, yo). Una frase en la crítica del libro me augura que estamos en la misma línea: “el imperceptible desmoronamiento del yo”, una fineza que las antagónicas dictaduras de derecha mucho más bastas nunca pudieron imaginar.

*(Aclaración de Roger Salas sobre la foto de George Krauze) Tienes colgada en el blog una foto muy bonita en b/n que en el pie pone Mano de Fatima, y es una niña al lado de un llamador de puerta antiguo. Es un error. La mano sostiene una manzana y representa a la diosa Pomona (la que jamás se interesó por el cortejo masculino), este llamador era habitual en las casas dicen que ya en tiempos de Roma, pero los hay auténticos del renacimiento. Pomona, la diosa de la agricultura también representa la abundancia (y de hecho se representa también con el cuerno desbordado de viandas). Ponerla a la puerta aseguraba la riqueza material. La fruta era la que golpeaba la puerta, no directamente la mano. Y eso también era intencional y estaba relacionado con el mito tardío tal como lo recoge , creo, Ovidio.

CRÍTICA: EL LIBRO DE LA SEMANA

Las raíces del terror

ÁNGEL VIÑAS 23/04/2011

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La violencia ejercida durante y después de la Guerra Civil tiene muchas páginas hasta ahora ocultas. El historiador Paul Preston ha profundizado en este tema en uno de sus libros más esperados. Una investigación que disgustará a muchos por la precisión de sus denuncias

Este es un libro cuya aparición se aguardaba con expectación, al menos en el medio universitario y entre la amplia grey de investigadores que desde hace años han ido poniendo al descubierto las dimensiones cualitativas y cuantitativas de la violencia en la Guerra Civil y en la posguerra. En mi opinión, supera las expectativas.

El Holocausto español.

Odio y exterminio en la Guerra Civil y después

Paul Preston

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

y Eugenia Vázquez Nacarino

Debate. Barcelona, 2011

859 páginas, 35 euros

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Paul Preston
A FONDO

Nacimiento: 1946

Lugar: Liverpool

La noticia en otros webs

No debería sorprender. Se deben a Preston obras fundamentales. Está profundamente familiarizado con la historiografía española desde hace muchos años, lo cual rezuma en esta obra por los cuatro costados. Desde su atalaya del Centro Cañada Blanc sobre la España contemporánea en la London School of Economics sigue al día sus altos y sus bajos. Ha creado el más importante plantel de historiadores sobre España que existe en el extranjero.

El presente libro resume toda una vida. Lo hace desde una perspectiva particular y de síntesis de una inmensa bibliografía pero en la que inserta su profundo conocimiento de la evolución española. Impresiona por su penetración analítica, juicios de valor y fundamentación empírica de un tema que no es agradable. En la España del siglo XXI para muchos, inimaginable.

La obra disgustará a numerosos descendientes del pacto de sangre que militares felones cerraron con sus bases sociales, ya fuese en la clase alta (particularmente en Andalucía, Extremadura, Salamanca y Rioja, es decir, la oligarquía agraria) o con sus adláteres en las clases media y de servicio. Menos aún a quienes crecieron en los loores a una cohorte de guerreros sanguinarios contra su propio pueblo y que constituyeron la espina dorsal del Ejército y de la Guardia Civil de Franco. Tampoco a una jerarquía católica neointegrista que a veces recuerda la de los años treinta, con su incapacidad por separarse de las eternas verdades de Trento. Crispará a historiadores neofranquistas y a algún que otro reputado autor norteamericano. Inevitablemente desagradará a los residuos de los ensueños revolucionarios ya sean anarcosindicalistas, poumistas o comunistas, porque Preston dedica una buena parte a la violencia que, desde abajo, manchó para siempre los estandartes y el honor de los partidos y organizaciones obreros. Unos más que otros. Con los responsables identificados.

Agradará, eso sí, a quienes ven en el pasado una de las claves para comprender el presente. En el LXXV aniversario de la sublevación militar y civil encaja muy bien el que Preston haya profundizado en las raíces del terror, a saber, en las luchas sociales que puntearon el quinquenio 1931-1935, en la arrogancia de una clase incapaz de entender la necesidad del menor cambio y en el desprecio que un sector del Ejército y de los ricachones de la época sentían por la "escoria de la tierra", condenada a una vida en condiciones infrahumanas en espera, eso sí, de que el Señor les recompensara en la próxima.

El trato que Preston da a los manejos de la CEDA (confederación de las derechas) es antológico. Frente a las visiones reduccionistas de una historiografía marcada por el patético deseo de desvirtuar en todo lo posible las intenciones y logros de la conjunción reformista, en 1931 y 1936, la obra muestra cómo en aquel periodo se sentaron las bases para lo que después ocurriría. Ni Gil Robles, ni Lerroux ni personajes siniestros como Salazar Alonso salen bien parados. Mola y sus conmilitones (Queipo de Llano en particular) aparecen como lo que fueron: militares brutales, ignorantes y desbarrados con sus alucinaciones sobre el "peligro" comunista, judaico, masónico, ateo o liberal, bien nutridas por los camelos difundidos por personajes turbios como el padre Tusquets o el corrupto policía Carlavilla.

Me asalta una pregunta. ¿Hará algo la Iglesia católica por elevar si no a los altares al menos a una condición honorable a gente como los padres Santiago Lucas Aramendia, Antonio Bombín Hortelano, Andrés Ares Díaz o Jeromi Alomar Poquet? Todos ellos, y otros, masacrados por militares, carlistas o falangistas tras interceder a favor de condenados a muerte "por auxilio a la rebelión".

Frente a los negacionismos de pandereta que siguen aflorando en la España de nuestros días, y que remozan las "verdades" de la guerra y del franquismo como si no hubiera pasado el tiempo, el libro de Preston, que aparecerá en su versión original inglesa el próximo otoño, difundirá en todo el mundo los horrores made in Spain. Cualitativa y cuantitativamente mucho más brutales, permanentes y extensos en un régimen que, al incidir sobre su propio pueblo, no deja de recordar algo al estalinista con su afición a tergiversar el pasado. Bajo la mirada no intervencionista, eso sí, de las altaneras y orgullosas democracias occidentales.

Una obra, en definitiva, que ratifica la reputación del autor y que debiera ser de lectura obligada no solo para los interesados por nuestro pasado sino, y sobre todo, para los educadores de las generaciones futuras.

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CRÍTICA: LIBROS - NARRATIVA Y ENSAYO

Dictadura y lenguaje

CECILIA DREYMÜLLLER 23/04/2011

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Ensayo. En una época de saldo general y banalización de la literatura, una escritura como la de Herta Müller que se ocupa de persecución, resistencia y traición, que se compromete con la verdad e indaga incesantemente en el ambiguo poder de las palabras, ya es un acontecimiento en sí. Esto lo confirma nuevamente El rey se inclina y mata, con su dolorosa y vergonzante carga existencial. Probablemente, si la Academia Sueca no hubiese señalado la obra de Herta Müller con el Premio Nobel, no tendríamos oportunidad de conocer sus quebradas, turbadoras metáforas de la existencia dañada, no leeríamos nada de los agujeros negros que abre el miedo en la realidad cotidiana, ni nos tomaríamos la molestia de entrar en su mundo puesto al revés por la dictadura.

El rey se inclina y mata

Herta Müller

Traducción de Isabel García Adánez

Siruela. Madrid, 2010

190 páginas. 17,95 euros

Por qué y de qué manera se perpetúa esta experiencia en la percepción de la víctima, sólo se puede mirar caso por caso, y eso es lo que se propone el presente tomo de ensayos. El rey se inclina y mata se sitúa en la línea de reflexión sobre la relación entre lenguaje y dictadura de Imre Kertész o Czeslaw Milosz. Pero a diferencia de estos dos, Herta Müller centra sus observaciones no tanto en el terror con mayúsculas, sino en el minucioso examen del imperceptible desmoronamiento del yo. El enfoque aquí es, como en toda su obra, inexorablemente autobiográfico, mientras el estilo resulta sorprendentemente narrativo, ya que gran parte del libro se compone de unas lecturas universitarias de poética. "En realidad no alcancé a comprender los daños que sufrían aquellos mis familiares hasta que no me vi yo misma en una situación desesperada. Fue entonces cuando realmente tomé conciencia de que una herida demasiado profunda deja los nervios destrozados para siempre. Que las consecuencias de tener los nervios destrozados se manifiestan después, es más: incluso se extienden a las épocas anteriores".

La historia del rey que mata es la historia de lo terrible e innombrable en una biografía de persecución. "Cuando se desmoronan los pilares de la mayor parte de la vida, también se caen las palabras. Yo he visto desmoronarse las palabras que tenía". Detrás hay, por una parte, el historial de Herta Müller como objeto de observación de la Securitate, con los interrogatorios, las amenazas de muerte, la desaparición de los amigos. Por otra parte está la infancia en un pueblo cerril del Banat, región habitada por rumanos de habla alemana y húngara. Es un entorno en el que el silencio es una actitud vital que "puede mantenerse durante toda una vida dentro de la cabeza cuando se está convencido de que gastar las ideas hablando es un despropósito", como explica el ensayo Cuando callamos, resultamos desagradables... Cuando hablamos, quedamos en ridículo. La tétrica y al mismo tiempo familiar figura del rey incluso posee valor simbólico para la historia de la madre de Herta Müller y su estancia de cinco años en el campo de trabajo soviético, herencia de la que se nutre la magnífica novela Todo lo que tengo lo llevo conmigo.

De ahí que, para seguir el recorrido de lugares y acontecimientos vivenciales que engendran el mundo narrativo inclemente y emboscado de Müller, estos ensayos son de gran utilidad. Es más, también ayudan a encontrar claves de acceso a las imágenes perturbadoras de su poesía, que ha ido presentando en poemas collage de aterradora belleza. Al final de cada trecho del rastreo autobiográfico, las citas de sus versos fantásticos, crudos y enigmáticos han adquirido una nueva luz, también gracias a la transparente traducción de Isabel García Adánez. Así, disimuladamente, los ensayos pasan de la historia personal al terreno propio de la deliberación poética, que Müller despoja de cualquier borla académica-teórica, desmontando a su vez el mito de la literatura autobiográfica. "A lo vivido en tanto proceso ni le importa lo más mínimo la escritura, no es compatible con las palabras. (...) Para describirlo es necesario recomponerlo a la medida de las palabras y reinventarlo por completo. (...) Hay que demoler las presunciones de lo vivido para poder escribir sobre ello, apartarse de cualquier camino real para tomar uno inventado, porque tan sólo éste podrá parecerse al primero".

Sin embargo, estos ensayos no tendrían el efecto que tienen -lo vergonzoso mentado al principio-, si no fuera por otra cosa: en ellos se percibe una punzante necesidad de explicarse y legitimarse. Pues, la víctima que se ha salvado se ve enfrentada de repente, en su vida en libertad, con el cuestionamiento de su trastorno, debe responder a la incredulidad de los saturados ciudadanos occidentales. Su aprendizaje de la libertad va a la par con una renovada pérdida de confianza: en la capacidad de entendimiento y en la empatía ajena. Señalar este efecto secundario, que yo sepa, es único en la literatura de esta temática. Y nos implica a nosotros, los lectores: nos asigna una parte de responsabilidad con unos destinos que no están tan apartados de los nuestros.

sábado, 12 de marzo de 2011

LEYENDO EN WOOSTER (sábado 12 de marzo de 2011)

(de cine, literatura, museos, gente sensible; política asquerosa, mierda, basura; y, al final del túnel, los brotes verdes)

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REPORTAJE: IDA Y VUELTA

Vidas adultas en el cine

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 12/03/2011

http://www.elpais.com/articulo/portada/Vidas/adultas/cine/elpepuculbab/20110312elpbabpor_11/Tes

Una pregunta insistente me venía a la cabeza mientras estaba en el cine, viendo Poetry, y cuando salí luego a la calle y seguía habitado por esa película, habitando en ella, acordándome del rumor de las aguas de un río y de una voz de mujer que dice la mitad de un poema y se convierte en una voz de niña que dice la otra mitad, o de la actitud de atención y cortesía con que esa señora mayor y un poco cursi que se ha apuntado en el centro cultural de su barrio a un taller de literatura decide escuchar el sonido de la brisa en las hojas de un castaño. Volví al cine solo unos días después a ver otra película, de otro mundo, en otra lengua, De dioses y hombres, y la pregunta ya familiar de tan persistente apareció de nuevo, esta vez desde el mismo principio, desde las imágenes del despertar del día en un convento cisterciense en los montes de Argelia y en una aldea próxima que tiene algo de tibetano y de alpujarreño en sus pobres casas escalonadas con tejados planos. En ambas películas, no empieza habiendo más música que los sonidos del mundo natural, o los de la presencia y el trabajo humanos, pasos, herramientas, una azada cavando la tierra, el trajín de una mujer mayor en una cocina, el de un monje que cuida un huerto, la concentración silenciosa con que otro monje vierte en un tarro la miel que ha cosechado él mismo. Las dos tratan de la belleza y del horror, de la compasión y el crimen, de las consecuencias tremendas que pueden tener las decisiones que se toman. En las dos está el retrato de lo que hacen los años en las caras de las personas. En Poetry hay un sentido del paisaje que tiene mucho que ver con la pintura china y con las visiones zen de la naturaleza; en De dioses y hombres el sentido de los espacios interiores habitados por macizas figuras de monjes nos recuerda inevitablemente a los cartujos de Zurbarán, las caras estáticas y a la vez castigadas por la edad, la intemperie, el trabajo, el juego de claridades y sombras de los hábitos blancos en interiores iluminados por velas.

Me cuesta imaginar que una película como 'Poetry' o como 'De dioses y hombres' llegue a hacerse entre nosotros

Mi pregunta era, es: por qué es tan difícil que pueda haber películas así en España. Ninguna de las dos, desde luego, es común: la maestría siempre tiene algo de inesperado y de excepcional. Pero aun así, me cuesta imaginar que una película como Poetry o como De dioses y hombres llegue a hacerse entre nosotros. No creo que sea una cuestión de dinero. Nuestra poquedad industrial nos veda hacer películas sobre superhéroes voladores o batallas de carros de combate o naves espaciales, pero no sobre una abuela que en una ciudad de provincias vive sola con su nieto adolescente y un día decide que le gustaría escribir poemas, y menos aún sobre siete monjes que hacen poca cosa más que rezar y ocuparse de un huerto y de auxiliar en la medida escasa de sus posibilidades a la gente de una aldea vecina. Tampoco creo que sea por falta de historias: la de Poetry es perfectamente común, incluyendo la noticia de una chica humillada y violada por los machotes de su instituto, hijos de padres que aspiran a que sus niños no se lleven ningún mal rato, ni siquiera por haber cometido un delito inmundo. Y De dioses y hombres trata de la naturaleza misteriosa de la fe, pero sobre todo del coraje de mantener la propia dignidad frente a la amenaza cierta de un terrorismo sanguinario: y de la necesidad moral de mirar de frente a ese monstruo sin contaminarse de él ni rendirse a él ni convertirse en él.

Me consta que muchas personas han vivido y viven en España historias parecidas o equivalentes a las que se cuentan en esas dos películas. Y no me cabe duda de que hay escritores capaces de construir relatos e inventar diálogos de una veracidad semejante, y actores que podrían interpretar a esos personajes de una manera tan pudorosa y tan honda que se nos olvida del todo que son criaturas de ficción, y directores con un sentido visual y rítmico lo bastante sutil como para volver memorables y hasta en cierto modo sagrados lugares tan de todos los días como una capilla, un puente de autopista sobre un río, una parada de autobús, un bosque, el cobertizo o el huerto de una casa campesina. En Poetry el profesor de literatura se queda quieto delante de una pizarra y en lugar de escribir en ella unos versos se saca del bolsillo una manzana y les pide a los estudiantes que la miren. ¿Cuántas veces han visto esa cosa vulgar, una manzana? ¿Mil, diez mil, cien mil? ¿Cuántas veces se han fijado de verdad en ella? En De dioses y hombres el monje anciano que se ocupa de la enfermería ha atendido a una madre y a una hija y al fijarse de verdad en ellas advierte que no sólo les hace falta una medicina: rebusca entre sus cosas, y un poco después la madre y la hija salen de la consulta calzadas cada una con buenas zapatillas, usadas, desde luego, pero sólidas y mucho mejores que las chanclas rotas con las que habían llegado.

En España hay muchas personas con esa capacidad doble de contemplación y cordialidad, de ensimismamiento apacible y trabajo serio y competente. Pero si es tan difícil que se hagan películas sobre ellas es porque son invisibles en el discurso público. Una clase política omnipotente y omnipresente ha usurpado todos los espacios de la vida cívica, imponiendo el sectarismo y el clientelismo por encima del mérito, la demagogia halagadora sobre cualquier sentido de la responsabilidad personal, el griterío y el sambenito partidista por encima de los debates verdaderos y prácticos sobre una realidad que sería menos grave si al menos aceptáramos mirarla con los ojos abiertos. Como el mérito, el esfuerzo, el trabajo apasionado, no sirven para ascender ni merecen reconocimiento público, los millones de personas que a pesar de todo hacen cada día escrupulosamente su tarea permanecen invisibles, y muchas veces han de pagar con la marginación y hasta el sarcasmo el ejercicio de su dignidad. En un país con casi cinco millones de parados a la gente la echan del trabajo por tener cincuenta años. En un país de economía en quiebra se recorta el gasto en educación y en investigación pero no en coches oficiales ni en gabinetes de imagen ni en suntuosos viajes internacionales de gerifaltes ni en soeces televisiones corrompidas por la propaganda y el clientelismo. Robar dinero público es menos grave que pedir seriedad o que no acatar el juvenilismo o el victimismo o el narcisismo oficial.

Quién va a hacer películas que sean un ejemplo de trabajo inflexiblemente bien hecho y que traten de la nobleza de dedicarse a algo con los cinco sentidos, que recuerden que cada acto implica responsabilidades y consecuencias, o que existe belleza en la experiencia y en la vejez, que tan necesaria como la justicia es la compasión, que la fe religiosa puede no ser oscurantista ni ridícula, que se puede ser radical y heroico sin levantar la voz, haciendo cada día el oficio de uno.

Poetry (2010), de Chang-dong Lee. De dioses y hombres (2010), de Xavier Beauvois. antoniomuñozmolina.es

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EN PORTADA / Opinión

Odiar 'El Gatopardo'

JAVIER MARÍAS 12/03/2011

http://www.elpais.com/articulo/portada/El_Gatopardo/Odiar/Gatopardo/elpepuculbab/20110312elpbabpor_10/Tes

 

La obra de Lampedusa "es sobre todo una novela sobre la muerte, la preparación para ella y su aceptación"

Ningún libro ni ningún autor son imprescindibles por sí solos, y se puede asegurar que el mundo sería exactamente como es si no hubieran existido Kafka, Proust, Faulkner, Mann, Nabokov o Borges. Quizá no sería tan igual si ninguno de ellos hubiera existido, pero la falta de uno solo es indudable que no habría afectado al conjunto. Por eso resulta muy tentador -una tentación fácil, si se quiere- pensar que la novela representativa del siglo XX es la que tuvo mayores posibilidades de no existir, y la que nadie habría echado de menos (al fin y al cabo Kafka no dejó una obra única, y una vez que se supo que había otras, además de La metamorfosis, cualquier lector podía permitirse "añorarlas" o desear leerlas). La que ya en su día fue vista por muchos casi como una excrecencia o una intrusión, como algo anticuado y completamente alejado de las "corrientes" predominantes, tanto en su país, Italia, como en el resto del globo. Como una obra superflua, anacrónica y que no "añadía" nada ni "avanzaba", como si la historia de la literatura fuera algo progresivo y en cierto sentido parecido a la ciencia, cuyos hallazgos van siendo arrumbados o eliminados a medida que son superados o que se demuestra la parcialidad, insuficiencia o inexactitud de cada uno de ellos. Cuando la literatura funciona más bien de la manera opuesta: nada de lo que se le agrega borra o anula nada de lo ya escrito, sino que, por así decir, se pone a su lado y convive con ello. Lo más antiguo y lo más nuevo respiran al unísono, y a veces cabe pensar si todo lo escrito no es más que la misma gota de agua cayendo sobre la misma piedra, y si lo único que de verdad varía es el lenguaje de cada época.

"¿Cómo podía uno ensañarse con quienes, sin duda, iban a morir?... Sólo tenemos derecho a odiar lo que es eterno"

Es necesario, claro está, que lo viejo aún aliente pese al tiempo transcurrido desde su creación o su aparición: desde luego hay obras que se borran y anulan -y son la inmensa mayoría-, pero lo hacen por su propia cuenta, no porque nada venga a ocupar su lugar ni a suplantarlas ni a jubilarlas: languidecen y mueren por su escaso brío o porque -precisamente- aspiraban en su nacimiento a ser "modernas" u "originales", lo cual les facilita luego el pronto envejecimiento, o, como también se dice, quedar demasiado "fechadas". "Esto es de tal periodo y sólo de ese", nos decimos al leerlas fuera de su época, y, con la incontenible y siempre creciente aceleración del mundo, "fuera de su época" significa a veces, hoy en día, tan sólo un decenio después de su alumbramiento. Algo de eso sentimos incluso con las narraciones de los más grandes autores contemporáneos: con Kafka, con Faulkner, con Borges en ocasiones, casi siempre con Joyce. De puro innovadores, de puro arriesgados, de puro voluntaristas, de puro distintos o de puro ambiciosos, pueden resultarnos, en ocasiones, levemente anticuados, o, si se prefiere, tan sólo "fechados".

No ocurre eso con Isak Dinesen, ni con El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Ésta no es en modo alguno una novela decimonónica, como algunos, confundidos acaso por el siglo en que se sitúa su acción, llegaron a afirmar en su momento. Es sin duda alguna una novela contemporánea de las de los escritores mencionados, su autor no desconocía las nuevas técnicas ni los "avances" del género, si es que puede llamárselos así, e incluso tuvo la modestia de descartar una posibilidad -contar una sola jornada en la vida del Príncipe Fabrizio di Salina- con la siguiente frase: "No sé cómo escribir el Ulises". Pero sí sabía, por ejemplo, hacer un uso magistral de la elipsis, relatar fragmentariamente, sin subrayar y hasta sin contar del todo, dejar sin explicación lo que al lector le basta con vislumbrar o intuir, llevar a cabo iluminadoras asociaciones entre elementos dispersos y en apariencia secundarios o meramente anecdóticos, combinar sin fatiga ni trampa lo dicho y acaecido con lo sólo pensado (todo ello mucho más propio de la novela del siglo XX que de la del XIX), y sobre todo observar, reflexionar, insinuar, matizar.

Como es sabido, El Gatopardo pudo no publicarse, y de hecho así ocurrió para su autor, que no llegó a verla impresa y que pocos días antes de su muerte, el 23 de julio de 1957, recibió una nueva carta de rechazo de una de las mejores editoriales italianas, que de ese modo se sumó en su "ojo clínico" a otra no menos prestigiosa. Pero no es sólo eso, sino que El Gatopardo muy bien pudo no escribirse: Lampedusa no era escritor, o resultó serlo tan sólo después de su muerte; y si en los últimos años de su vida acometió su novela fue, al parecer, por causas enteramente menores: el relativo éxito tardío de su primo el poeta Lucio Piccolo, que lo llevó a hacer la siguiente consideración en una carta: "Con la certeza matemática de no ser más tonto, me senté ante mi mesa y escribí una novela"; otro de los alientos recibidos fue el de su mujer, Licy, quien lo animó a escribir -se supone que cualquier cosa, sin pretensiones- por ver si con esa actividad se le aplacaba un poco la nostalgia; una tercera razón pudo ser su soledad: "Soy una persona muy solitaria", señaló. "De mis dieciséis horas de vigilia diaria, al menos diez transcurren en soledad. No pretendo, sin embargo, pasarme todo ese tiempo leyendo; a veces elaboro teorías literarias...". Lo cierto es que sí se pasó la mayor parte de su vida leyendo y acarreando muchos más libros de los que necesitaba, en una cartera, durante sus cotidianos recorridos rutinarios por la ciudad de Palermo. Por leer (lo hacía en cinco o seis lenguas), leía hasta a los escritores mediocres y segundones, que consideraba tan necesarios como los grandes: "También hay que saber aburrirse", opinaba. De manera que poco ímpetu y escasa ambición hubo detrás de El Gatopardo. En verdad era muy fácil que jamás hubiera existido, y el propio Lampedusa tenía sus dudas acerca de su oportunidad y su valor: "Es, me temo, una porquería", le dijo en una ocasión a su discípulo Francesco Orlando, y por lo visto se lo dijo sin coquetería y de buena fe. Al mismo tiempo creía que merecía la publicación (lo cual no es mucho creer, dado todo lo que se publicó en el siglo XX bueno, mediano y malo: no digamos lo que se lleva ya publicado en el XXI). En su texto de "Últimas voluntades de carácter privado", escribió: "Deseo que se haga cuanto sea posible para que se publique El Gatopardo...; por supuesto, ello no significa que deba publicarse a expensas de mis herederos; lo consideraría como una gran humillación". No hubo mucho ímpetu ni mucha ambición al iniciar la tarea; al menos sí hubo algo de orgullo al terminarla.

No le faltaban motivos para ello a Lampedusa. El Gatopardo, libre de servidumbre, de temores críticos, del agarrotamiento que se apodera a veces de algunos novelistas por el solo hecho de sentirse responsables ante sí mismos y ante su propia trayectoria anterior, libre de ínfulas y de presunciones y de ansias de originalidad, sin ninguna intención de deslumbrar ni de escandalizar ni de "abrir nuevas vías", se lee, más de cincuenta años después de su publicación y ya en otro siglo, como una obra maestra solitaria por partida cuádruple: por ser la única novela completa de su autor; por haber aparecido cuando éste ya estaba muerto y haberse echado a rodar por el mundo sin acompañamiento alguno, por así decir; por provenir de un isleño apartado de la literatura "pública" hasta el fin de sus días; y por resultar extraordinariamente original, sin haber aspirado a ello, además. Sobre semejante novela se ha escrito mucho en el tiempo transcurrido, y sería presuntuoso por mi parte querer añadir algo más. La novela de Sicilia, bien; la novela de la unificación de Italia, bien; el fin de una época y el declinar de todo un mundo, de acuerdo; el retrato del oportunismo con la famosa frase de cuya cita tanto se ha abusado -"Si queremos que todo permanezca como está, hace falta que todo cambie", o bien "...que algo cambie"- y que repiten hasta la saciedad quienes jamás han leído El Gatopardo, de acuerdo; aunque esa frase sea sólo anecdótica en el conjunto del libro, un afortunado elemento más. Para mí es sobre todo una novela sobre la muerte, la preparación para ella y su aceptación, incluso sobre cierta impaciencia por su advenimiento. De manera nada insistente, tenue y respetuosa y modesta, casi como una parte de la vida y no por fuerza la más importante, la muerte va rondando. Quizá dos de los pasajes más emotivos de la novela sean la contemplación, por parte del Príncipe di Salina, de la breve agonía de una liebre que acaba de abatir durante una cacería; y el último párrafo, en el que, casi treinta años después de la desaparición del propio Don Fabrizio, su hija Concetta se decide por fin a arrojar a la basura al perro disecado que fue de su padre y por el que éste sintió debilidad, Bendicò.

De la liebre se dice: "Don Fabrizio se vio contemplado por dos grandes ojos negros que, invadidos rápidamente por un velo glauco, lo miraban sin rencor pero cuya expresión de doloroso asombro era un reproche dirigido contra el orden mismo de las cosas; las aterciopeladas orejas ya estaban frías, las patitas se contraían enérgica y rítmicamente, símbolo póstumo de una inútil fuga; el animal moría torturado por una angustiosa esperanza de salvación, imaginando, como tantos hombres, que aún podía superar el trance, cuando ya estaba condenado...". Y de la momia del perro Bendicò se dice: "Mientras se llevaban a rastras el guiñapo, los ojos de vidrio la miraron con la humilde expresión de reproche de las cosas que se descartan, que se quieren anular", y esto lleva al lector a acordarse de otra cita, muy anterior, en la que, al hablarse del mundo de Donnafugata, se dice: "...desprovisto, pues, incluso de ese resto de energía que en toda cosa pasada aún alienta ...".

Lampedusa sabe que todo tarda en desvanecerse, que todo se toma su tiempo; hasta lo que ya es "cosa pasada" remolonea y se resiste a marcharse; hasta la vieja momia de un perro que abandonó el mundo decenios atrás. Y a esa lenta desaparición, pero desaparición al fin, sólo se atreve a oponer un humilde reproche hacia el orden mismo de las cosas, sin ni siquiera alcanzar el rencor. Quien conoce o intuye ese orden se va acostumbrando a la idea y a la perspectiva, incluso cuenta con ella como "salvación": "...había conseguido la parcela de muerte que es posible introducir en la existencia sin renunciar a la vida", se lee en otro momento; y en otro: "Mientras hay muerte hay esperanza...". No se trata sólo de los lugares y de los animales, que no comprenden (y menos aún comprenden los ojos que ni siquiera son ojos, sino los vidrios de taxidermista que imitan los del perro Bendicò disecado). Se trata también de las personas, la mayoría aún ignorantes y llenas de vida, aún en la creencia de que la muerte es algo que concierne a los demás, y sin embargo ya dignas de compasión. En la famosa secuencia del baile se dice: "Los dos jóvenes ya se alejaban dejando paso a otras parejas, menos hermosas, pero tan enternecedoras como ellos, cada una sumergida en su propia y efímera ceguera. Don Fabrizio sintió que se le ablandaba el corazón: el desagrado se había transformado en compasión por aquellos seres fugaces que trataban de gozar del exiguo rayo de luz cuya gracia les había sido concedida entre las dos tinieblas: la que había precedido a la cuna y la que los arrebataría tras los últimos estertores. ¿Cómo podía uno ensañarse con quienes, sin duda, iban a morir?... Sólo tenemos derecho a odiar lo que es eterno".

Cincuenta o más años son sólo un instante "en los dominios donde reina para siempre la certeza", como asimismo se lee al final de la Sexta Parte. Pero quizá sean suficientes para que todos los novelistas aún vivos, aún fugaces, aún ciegos y enternecedores entre las dos tinieblas, nos estemos ya ganando el derecho a odiar El Gatopardo.

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REPORTAJE: ARTE - Reportaje

Historias oscuras de grandes museos

FIETTA JARQUE 12/03/2011

http://www.elpais.com/articulo/portada/Historias/oscuras/grandes/museos/elpepuculbab/20110312elpbabpor_33/Tes 

 

El Louvre, el Metropolitan o el British Museum poseen piezas monumentales y grandes colecciones de diversas civilizaciones que sus países de origen reclaman. El libro Saqueo, el arte de robar arte realiza una inmersión en ese conflicto

El sombrero que suele (o solía) llevar Zahi Hawass recuerda inmediatamente al de Indiana Jones. Su actitud también es semejante en muchos aspectos a la del arqueólogo aventurero. Hawass ha sido, hasta su dimisión el pasado día 3, secretario general del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto durante una década y ministro unas semanas. Y el azote de autoridades y directores de museos a los que denunció repetidamente por posesión ilegítima de algunos de los grandes tesoros de la civilización de los faraones, reclamando su devolución. Respaldado por el depuesto gobernante Hosni Mubarak, el mediático y controvertido arqueólogo parece haber abandonado de momento la enardecida misión que lideró con golpes de efecto que hicieron temblar a más de uno.

"¿A quién le interesaría la escultura griega si toda ella estuviera en Grecia? Estas piezas son grandes porque están en el Louvre"

Museos tan prestigiosos como el Louvre de París, el Metropolitan de Nueva York, el British Museum de Londres o el J. Paul Getty de California tienen un oscuro historial en la adquisición de piezas procedentes de saqueos, robos y compras ilegales. Desde hace más de tres décadas se suceden reclamaciones de los países de origen de las antigüedades que se exhiben en las salas de estos y otros centros de conocimiento universal. La polémica no deja de avivarse y los argumentos de unos y otros se enfrentan con sus razones y sinrazones. La periodista norteamericana Sharon Waxman ha realizado una investigación que la ha llevado no solo a entrevistarse con los directivos y expertos de estos museos, sino también con algunos de los defensores de la tesis de la devolución de piezas significativas a los países de origen, anticuarios y policías. Detrás de muchas de las obras reclamadas hay fabulosas historias, escandalosas maniobras, venganzas, injusticias y también argumentos de peso de ambas partes.

Todo parte de preguntas como las que se puede hacer casi cualquier visitante cuando ve, por ejemplo, la piedra de Rosetta en las salas egipcias o los monumentales frisos del Partenón griego en el Museo Británico; el busto de Nefertiti en Berlín o el zodiaco de Dendera en el Louvre, ¿qué hace esto aquí y cómo llegó? Los museos no suelen facilitar esa información.

Hay capítulos que a los ojos de hoy resultan siniestros o escandalosamente trágicos. Uno de ellos es el caso del zodiaco de Dendera, un bajorrelieve único en su especie que posee la clave de los conocimientos astronómicos del antiguo Egipto, extraído del techo del templo en la década de 1820 mediante explosiones que dañaron otras estatuas cercanas, remolcado sobre rodillos que no evitaron que cayera a un lodazal, transportado a París y comprado por Luis XVIII. El templo original luce un oneroso techo negro. A la pregunta de Waxman sobre este tema, la conservadora del Louvre responde simplemente: "¿De qué otro modo desprendería usted un techo de piedra?".

Es cierto que, sin la participación de los franceses, la egiptología moderna no existiría. Fueron las expediciones napoleónicas las que desataron la fiebre por la civilización de los faraones y quienes hicieron los primeros estudios serios. Se hicieron todo tipo de excavaciones sin los más rudimentarios criterios arqueológicos, como los actuales, que priman el estudio del conjunto de los hallazgos para establecer relaciones entre los objetos y deducir sus nexos. La dispersión de miles de objetos extraídos de las tumbas y templos ha destruido para siempre valiosos datos. Y eso vale para piezas de todas las culturas. Otra portavoz del museo parisino explicaba a la autora: "Puede que los griegos estén indignados ahora por la procedencia de esta o aquella estatua, pero ¿a quién le interesaría la escultura griega si toda ella estuviera en Grecia? Estas piezas son grandes porque están en el Louvre".

Tampoco es desdeñable el papel de preservación, estudio y difusión de otros de los grandes museos enciclopédicos. Después de que el Partenón fuera usado como polvorín por los turcos en el siglo XVII y volara en pedazos por bombas venecianas, el embajador británico en Constantinopla, lord Elgin, decidió en el siglo XIX desmontar buena parte de los frisos decorativos y vendérselos al British Museum. Hay que tener en cuenta que en esa época si encontrabas algún objeto antiguo, simplemente te lo llevabas o lo comprabas a intermediarios de dudosa reputación. No existía miramiento alguno hacia la población local y en muchas ocasiones eran los propios gobernantes los que facilitaban dichos desplazamientos a cambio de algún beneficio. Las reclamaciones de los mármoles de Elgin llevan cerca de dos siglos, pero la respuesta ha sido siempre negativa. Sería catastrófico sentar un precedente que podría cuestionar por completo el patrimonio y la función de los museos. ¿Habría que restituir cada pieza al lugar donde fue extraída? ¿Quién lo cuidaría? ¿Habría que viajar por todo el mundo para hacerse una idea de las diferentes culturas? Hay ideas que se podrían desarrollar hasta el absurdo.

Waxman no pierde de vista las luces y sombras de las historias y personajes que aborda. Señala que "la batalla por los tesoros de la antigüedad tiene como base un conflicto acerca de la identidad y al derecho de reclamar aquellos objetos que son sus símbolos tangibles", por un lado. Por el otro, está el papel que han cumplido estas instituciones, surgidas a la luz de la Ilustración y que han logrado crear un asombroso mosaico de diversas culturas para ponerlas al alcance de millones de visitantes. Además, por supuesto, del trabajo historiográfico y científico que se desarrolla en estos centros. Uno de los argumentos que suelen usar es que en los países de origen normalmente no serían capaces de preservar y conservar ese patrimonio. O que el número de visitantes sería ínfimo. Algo que, si bien es cierto en muchos casos, hoy está cambiando. Como también esa perspectiva paternalista y eurocentrista. No obstante, casos de depredación reciente, como la destrucción de los budas de Bamiyan, los saqueos en los museos de Irak y de Egipto en las recientes revueltas, hacen pensar en qué es lo más conveniente.

De todas formas, hoy las cosas están mucho más complicadas para los grandes museos y cada objeto que se ofrece a estas instituciones requiere un informe prístino sobre sus antecedentes y procedencia desde que en 1970 la Unesco dictó una resolución que prohibía la exportación y traspaso ilegal de la propiedad cultural. Algunos países también han actualizado su legislación en ese sentido.

El conflicto no es nuevo ni tiene visos de resolverse de manera sencilla. Pero lo que propone Waxman en sus conclusiones sí podría servir de base a un código de comportamiento que sería beneficioso para todos. Para empezar, es deseable mayor transparencia. "La historia del saqueo y la apropiación debe ser admitida, y debe salir a la luz para que la gente comprenda los verdaderos orígenes de estas grandes obras de la antigüedad", escribe. "Constituiría un gran gesto de integridad y humildad que desde hace tiempo viene faltando en nuestros grandes templos culturales". En cuanto a la restitución, una de las posibles fórmulas que se podrían estudiar es la colaboración entre los países ricos y los más pobres o diversas fórmulas de préstamo o alquiler. Hay quienes sostienen, por otro lado, que la posibilidad tecnológica actual permite hacer reproducciones perfectas de todo tipo de obras, casi indistinguibles del original. Una posibilidad abierta a los sitios arqueológicos, donde la cantidad de visitantes daña con su presencia el estado de conservación.

Si bien Saqueo. El arte de robar arte empieza con un capítulo dedicado a la gesta de Hawass, su salida de escena no le resta a este libro toda su actualidad. Casi el mismo día de su dimisión, en otro extremo del mundo, se confirmaba un triunfo contra la posesión ilegal de objetos de patrimonio histórico tras un largo litigio. La Universidad de Yale, que tenía en custodia desde hace un siglo un gran número de piezas extraídas por el descubridor oficial de la ciudadela inca de Machu Picchu, Hiram Bingham, ha accedido finalmente a devolver 363 de ellas en las próximas semanas. Se ha anunciado ya que serán transportadas con todos los honores en el avión presidencial peruano.

En ese sentido, el libro de Waxman tiene sus limitaciones. Su investigación abarca los cuatro museos citados. En torno a ellos construye una serie de relatos, muy documentados y de escritura ágil, que abarcan a algunos de los más relevantes -y elegantes- saqueadores de la historia. También las historias de héroes menores que, si bien lograron desentrañar misterios, desenmascarar engaños y rescatar con los tesoros parte del orgullo por la historia de su país, terminaron por verse envueltos en venganzas y enrevesadas acusaciones.

El tráfico ilícito de obras de arte se da en todo el planeta. En América Latina (territorio no contemplado en el libro de Waxman) hay peligrosas mafias que saquean a diario yacimientos, templos, palacios y museos. Solo en México, de los 35.000 sitios arqueológicos registrados, han sido expoliados 10.485. Según Fernando Báez, autor de El saqueo cultural de América Latina (Debate, 2009), se ha perdido el 60% del patrimonio tangible e intangible de la región. Una depredación que se agudizó a lo largo del siglo XX. Él mismo sufrió graves amenazas por parte de los traficantes durante su investigación. Detrás de la plácida contemplación de obras de arte en las vitrinas de los museos suele haber historias, personas y pasiones. También hay héroes y villanos, pero no siempre es fácil distinguirlos.

Saqueo. El arte de robar arte. Sharon Waxman. Traducción de José Adrián Vitier. Turner. Madrid, 2011. 423 páginas. 25 euros.

 

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EDITORIAL

Una Europa inane

Los líderes de la UE eluden cualquier acción contundente contra un Gadafi a la ofensiva

12/03/2011

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Europa/inane/elpepuopi/20110312elpepiopi_1/Tes

La diplomacia está siendo una vez más devorada por los acontecimientos sobre el terreno en Libia, donde casi un mes después de que comenzaran las protestas Gadafi ha recobrado plenamente la iniciativa, sus fuerzas retoman ciudades y su aviación y sus tanques diezman a los rebeldes. Rebeldes en Libia significa personas en absoluta inferioridad de condiciones que, mirándose en el espejo de países vecinos, han decidido levantarse contra una brutal opresión. Y que ahora, a la vista de la parálisis internacional, van perdiendo la esperanza de derrocar al tirano.

La Unión Europea -como el Consejo de Seguridad de la ONU, como Estados Unidos- también da largas a la guerra civil libia. No cabe interpretar de otra manera la vaguedad semántica de un acuerdo, ayer, en el que se reconoce como "interlocutor político fiable" al consejo nacional de los sublevados; o que considera, a estas alturas, que antes de intervenir contra Gadafi tiene que "demostrarse la necesidad de actuar".

Para sobrevivir, el movimiento rebelde en armas, por confuso y desorganizado que aparezca a los ojos occidentales, necesita imperativamente del reconocimiento formal internacional, abanderado por Francia y que le escatima la UE. La prevista ayuda humanitaria no sirve para canalizar apoyos políticos ni para vender petróleo. Europa, dividida, tampoco está por secundar una zona de exclusión aérea que podría resultar decisiva.

Es poco probable que a un rufián tan curtido como Gadafi le impresione mucho la beata petición de la UE para que renuncie al poder. La retórica europea -pese a su incansable prédica sobre derechos humanos, libertad y democracia- no puede ocultar el hecho de que los escaldados poderes occidentales, con Washington a la cabeza, prefieren seguir esperando, cualquiera que sea el precio de hacerlo, antes de promover una acción militar en otro país musulmán. Exigir para cerrar el cielo libio la anuencia plena de la Liga Árabe, una organización básicamente inútil, es un burdo escapismo.

Comienza a ser pertinente preguntarse qué pasara en Libia -cuántos muertos y cuántos refugiados más- con Gadafi ganando la partida. Si la contraofensiva gubernamental continúa en medio del estupor internacional, las derrotas de los sublevados y las represalias llevarán presumiblemente al pánico y luego a la desbandada. ¿Qué argumentos invocarán la ONU, Washington o Bruselas, cada uno esperando que el otro dé el primer paso, para no haberlo evitado a tiempo?

La ausencia de una contundente respuesta exterior no solo refuerza la crueldad de Gadafi. Envía también un devastador mensaje a otros déspotas regionales sobre las ventajas de resistir despiadadamente. Y no puede ser más desmoralizadora para todos aquellos que a riesgo de su vida buscan libertad en una zona del mundo que, desde su independencia de los poderes coloniales, ha sido puesta de rodillas por sus propios dirigentes.

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NOTAS (INSIGNIFICANTES) DEL (INSIGNIFICANTE) BLOGGER:  Mi admirado Antonio Muñóz Molina se pregunta por qué no se filman en España películas como las que he describe.  Pues por lo patéticamente pretenciosos que suelen ser las personas ligadas al séptimo arte en este país, que siempre pretenden tirarse el pedo por encima de su cerebro y termina saliéndoles por el talón: ése es su Aquiles.  Obviando las comparaciones que el escritor quiere establecer, agradezco cada Babelia sus crónicas sobre el cine que ve en New York y que yo, persona tan sensible como él y otros muchos más, no podré ver en Madrid porque ir al cine para mí es prácticamente un lujo inalcanzable.

Pero como decía en el subtítulo de este post, me tranquiliza comprobar al final del túnel los brotes verdes:  los Bekham han confirmado que la Especiada Chica que siempre posa con una pierna adelantada a la otra espera por ¡una niña! que les colmará de dichas infinitas, y con ellas a toda la crónica social global, tanto la más chic como la más barriobajera.  En fin, el mundo está salvado, y comienza aquí una nueva era.

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lunes, 13 de diciembre de 2010

Leyendo en Wooster (domingo, 12 de diciembre de 2010) - “Memoria de Tony Judt”, de Antonio Muñóz Molina

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Fue ayer, y ya me había cogido tarde para levantarme y hacer todas las abluciones matinales: hacer la cama; asearme y (terminar de) vestirme (a veces ya duermo con parte de lo que voy a usar al día siguiente, como José Mario); tomar pastillas primera fase-segunda y tercera acompañadas de zumo de grosellas negras o de granada, y un vaso de leche; revisar el inbox; echar un vistazo a las plantas y bajar corriendo las escaleras. Ah, abrir las contraventanas de los balcones. Por puro corrimiento horario y lumínico, en invierno (aunque aún no hemos llegado) me cuesta muchísimo más levantarme temprano.

Ya el Rastro estaba en pleno rendimiento. Yo me escurro, literalmente, por una senda que transcurre por detrás de los tenderetes para evitar al populacho y los turistas que a esa hora transitan más lentos de lo acostumbrado. Alcanzo el quiosco, compro El País y sigo a Wooster.

Habían casi ocupado mi rincón de lectura y solamente me habían dejado opción entre dos mesas que estaban ocupadas por viciosos fumadores, a los que espero que la nueva Ministra de Sanidad, Miss Pajín, les corte las manos tipo Irán y Mesopotamia en cuanto inflijan la ley anti-tabaco a partir del 2 de enero del inminente año nuevo. Así que tuve que moverme hacia otra mesa. Casi tuve que correr porque venía a uno acercarse peligrosamente con su taza de café con leche y su tortell, y a partir de esa mesa y hacia el fondo estaba lleno, tanto de gente como de humo de tabaco. De modo que casi me abalancé contra la fórmica blanca, recordando aquella frase-happening de Reinaldo Arenas (¿era de Reinaldo o de Delfín?) “¡De plástico, sí, dos pares! –dijo la loca abalanzándose contra el mostrador de la tienda.” Y me senté.

Apareció Bárbara, que es actriz y mientras tanto camarera emergente y sueña con viajar a todas partes, confirmó mi desayuno y me lo fue trayendo.

Periódico del domingo, suplemento dominical, y el Babelia, que el día anterior no había tenido tiempo de leerme. Nada, pura mierda. Ya es más apropiado decir “voy a comprar el WikiLeaks” que “voy a comprar El País.” Pero, por suerte, en Babelia Antonio Muñóz Molina me reservaba un excelente, magnífico artículo sobre Tony Judt, y reflexiones anejas o derivadas. Leer por la mañana a alguien que escribe tan bien compensa el desconocer cómo se va a desarrollar el resto del día. Aquí les dejo, pues, con estos señores.

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REPORTAJE: IDA Y VUELTA

Memoria de Tony Judt

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 11/12/2010

http://www.elpais.com/articulo/portada/Tony_Judt/Memoria/Tony/Judt/elpepuculbab/20101211elpbabpor_7/Tes

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Tony Judt era apasionado y a la vez escéptico y no se callaba nunca. Creía apasionadamente y al mismo tiempo en el albedrío y la responsabilidad individual y en la solidez de un Estado democrático capaz de proveer servicios fundamentales y garantizar el imperio de la ley. Dedicó páginas y páginas a denunciar el sectarismo y la ceguera de esa parte de la izquierda europea que se negaba a despertar de su romance con las dictaduras comunistas, pero se opuso con igual contundencia a los nuevos fundamentalistas del mercado y a los entusiastas de las nuevas guerras imperiales emprendidas por George W. Bush, su aliado Tony Blair y otros comparsas de menor cuantía, aunque de idéntica soberbia.

Pertenecía a esa magnífica escuela inglesa que combina el rigor de los hechos con la claridad de exposición

Hay personas que pasan sin dificultad del dogmatismo de izquierda al de derecha, de creer que la Historia tiene una dirección indudable que lleva a la sociedad comunista perfecta a creer que a donde lleva esa dirección es a una sociedad capitalista perfecta. Tony Judt, que pudo llegar a la universidad de Cambridge gracias a los avances igualitarios traídos por el laborismo de posguerra, fue toda su vida un defensor de la socialdemocracia europea. Se definía a sí mismo como un "socialdemócrata universalista". Pero era muy consciente de la singularidad de su propio origen, y de la mezcla de sus identidades parciales: era inglés, hijo de padres emigrantes judíos, cada uno de una esquina de Europa; era judío pero carecía de convicciones religiosas; muy joven abrazó el sionismo de izquierdas y se fue a Israel a trabajar en un kibutz, pero salió de allí vacunado contra las obsesiones ideológicas e identitarias. Entre sus compañeros estudiantes en Cambridge, muchos de ellos hijos de la clase dirigente británica, era un advenedizo. En Inglaterra, el origen de sus padres, las comidas que se cocinaban y las lenguas que se hablaban en las reuniones familiares le daban de antemano un matiz europeo; viajó a París para estudiar en la reverenciada École Normale Superieure, y los intelectuales franceses a los que vio de cerca -Sartre, Althusser, Foucault, Kristeva, Lacan, Beauvoir- le inspiraron mucha menos admiración que escepticismo, cuando no un abierto sarcasmo.

Nadie menos pomposo o palabrero, menos gurú a la manera francesa que Tony Judt. Y esa misma ironía, esa desconfianza hacia las grandes nebulosidades teóricas que iban a cubrir durante décadas el estudio universitario de las humanidades, también le confirmaron en su posición de rareza cuando se marchó a dar clases a Estados Unidos.

Como historiador, pertenecía a esa magnífica escuela inglesa que combina el rigor de los hechos, la claridad de exposición y el impulso narrativo. Pero esos valores se volvían cada vez más sospechosos, según arreciaba en las universidades la moda de la Teoría, del Discurso, de la jerga intraspasable convertida en lenguaje canónico. Como no se callaba nunca, no dejó nunca de ganarse enemigos. Era un radical de los años sesenta al que en los noventa sus colegas universitarios miraban de soslayo como a un conservador. Era un judío que por criticar la política israelí y proponer que Israel se convirtiera en un estado binacional no basado en pertenencias étnicas o religiosas fue acusado de antisemitismo y de traición, expulsado de revistas en las que colaboraba, sometido a boicot cuando daba conferencias. Desconfiaba del excesivo poder de seducción de las ideas, y le gustaba repetir una cita de Camus: "Cada idea equivocada termina en un baño de sangre, pero siempre es la sangre de otros". A principios de los años ochenta, con el mismo entusiasmo vital con que lo emprendía todo, se puso a estudiar checo y empezó a interesarse por esa parte de Europa que los progresistas del oeste habían ignorado, incluso desdeñado, la Europa central alejada en nuestras imaginaciones hacia los confines de lo inexistente, territorio nebuloso de novelas de espías y de disidentes que no nos inspiraban ninguna confianza y a los que no dábamos ningún crédito, si es que nos enterábamos de sus nombres. Sobre su conocimiento de ese corazón de Europa segregado por la guerra fría Tony Judt levantó el mayor de sus libros, el de más amplitud y riqueza, Postwar, la narración formidable de la historia del continente que resurgió de sus ruinas a partir de 1945: el despegue económico y el ajuste de cuentas o la acomodación con el pasado innombrable; la voluntad gradual de ir estableciendo una unión europea; la desgracia de los países que nada más librarse del nazismo cayeron en manos de los ocupantes soviéticos; la irrupción de lo imposible en 1989, la caída del muro de Berlín y de un orden internacional que parecía establecido para siempre.

No se calló ni cuando la enfermedad se iba apoderando de su cuerpo, paralizándolo poco a poco, músculo a músculo, miembro a miembro. Decía que era como vivir en una celda que se iba achicando cada día unos pocos centímetros. Prisionero en su cuerpo inerte, condenado a noches enteras de insomnio inmóvil, descubrió que su único consuelo era reconstruir meticulosamente sus recuerdos. Cuando estaba sano había investigado en archivos y hemerotecas, entrevistado a testigos, elaborado detalle a detalle el relato del siglo XX en Europa, con ese talento peculiar que necesita un historiador para imaginar las cosas exactamente como fueron. Ahora el objetivo único de su investigación era él mismo, y el único archivo que estaba a su alcance era el de su propia memoria. Sabía que no le quedaba mucho tiempo; también que antes de que se le acabara la lucidez habría perdido el uso del habla, y se vería reducido a un monólogo silencioso con sus propios fantasmas. Administró sus fuerzas: recordaba vívidamente un episodio, una época, un lugar, a lo largo de la noche, y al día siguiente dictaba cada vez con más dificultad lo que había imaginado.

No podían ser textos muy largos: la intensidad, la precisión, la inevitable fatiga, imponían el límite de unas pocas páginas. Le gustaba concentrarse en una sola experiencia y revivirla en cada uno de sus pormenores. Atado a la cama, con una sensación permanente de frío, con un tubo de plástico en la nariz que le permitía respirar, volvía a un pequeño hotel de Suiza al que había ido de vacaciones con sus padres en algún invierno de la infancia: de nuevo subía los peldaños de la entrada; recorría el pasillo; imaginaba el sonido de los pasos sobre la madera y el olor a sábanas limpias de las habitaciones; por una ventana abierta veía un paisaje de laderas nevadas y respiraba el aire helado y limpio. De ese recuerdo viene el título del libro póstumo que acaba de publicarse, The Memory Chalet.

Ideando el libro, dictándolo en los meses últimos de su vida, Tony Judt logró una escapatoria conjetural de aquella celda cada vez más estrecha en que se convertía su cuerpo. Viajó de nuevo con dieciséis años en un carguero por el mar del Norte. Otra vez caminó por las calles de Londres en las que había sido niño. Atravesó en coche por primera vez toda la amplitud desconocida y prometedora de Estados Unidos. Al final quiso estar en una pequeña estación ferroviaria, en Suiza, esperando en paz la llegada de un tren.

Tony Judt. Algo va mal. Traducción de Belén Urrutia. Taurus. Madrid, 2010. 256 páginas. 19 euros.

antoniomuñozmolina.es

sábado, 13 de marzo de 2010

LEYENDO EN WOOSTER (sábado 13 de marzo de 2010) - ANTONIO MUÑÓZ MOLINA en BABELIA : LA COSTUMBRE DE LA INFAMIA (¡Magistral!)

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No quiero enturbiar con ninguna palabra mía que comente el soberbio y magistral artículo de Antonio Muñóz Molina porque no hay nada que añadir que pueda engrandecerlo más. Cada vez que le leo, lo admiro más. No voy a caer en la indignidad de poner el anagrama de PayPal en ninguno de mis blogs (aunque estoy casi seguro de que me hace mucha más falta a mí una aportación económica que a otros tantos que la piden), pero cómo me gustaría leer ese último libro suyo, que me han dicho que es magnífico. Siento una profunda admiración por este hombre tan claro en sus conclusiones y tan decidido a hacerlas públicas por encima de los convencionalismos de lo conveniente.

Sigue siendo curioso, sorprendente e imprevisto cómo la muerte de Zapata Tamayo y demás ambientes circundantes a ésta, se ha constituido en un verdadero revulsivo para la sociedad española y para la decantación ética de una buena parte de su intelectualidad, en detrimento de la manifestación de otra parte lamentable de ella. Nada va a hacer caer a Fidel —como se decía antes— pero al menos definirá irremediable la inclinación política de algunos.

Con Cuba todo resulta difícil. Si complejo es entender lo que allí sucede desde hace medio siglo por parte de personas acostumbradas a la democracia (que incluso tienen la posibilidad de pensar en justicias sociales) y/o personas que han tenido que padecer dictaduras catalogadas de derecha en las que se estilo mucho más lo brutal que lo sutil y refinado, no es menos fatigoso intentar explicarlo. Cómo explicar y convencer la terrible facilidad con que antes de la estampida (dirigida) de El Mariel, cualquier acto que supuestamente no encajara dentro de los parámetros gubernamentales era considerado un delito político

  • (salir ilegalmente del país, escribir por libre, matar una vaca o vender y comprar carne de vacuno, estar en posesión de dólares y/o dinero cubano anterior al cambio de moneda realizado por el Estado en el año 1960, llevar el pelo largo en el caso de los hombres, vestir ropa extranjera, elogiar o comentar algo de las sociedades no soviéticas siendo profesor de cualquier materia, poner una bomba, expresar en voz alta una protesta o lamentación porque el autobús no llega o porque la comida de los comedores obreros o estudiantiles es una basura, intentar matar a Fidel, coincidir con asiduidad en visitar una casa donde también acuden otras personas, y un sinfín de cosas inimaginables dependiendo siempre y mucho más, no del acto, sino de la mala suerte llamada también arbitrariedad y mezquindad humana)

y cómo inmediatamente después de zarpar la última embarcación cargada de escoria, la mayor parte de esos delitos “políticos” pasaron a ser comunes, a los que habría que añadir los considerados de escándalo público por ser considerado homosexual o lesbiana, por ser sorprendido in fraganti teniendo relaciones sexuales en un descampado o ser reiterativamente borracho o fumar marihuana. Incluso, hasta que vean que dos hombres entran juntos en una casa a altas horas de la noche. Cómo explicar la facilidad de lo peligroso, lo caprichoso de lo prohibido.

Comprenderá pues el Sr. Guillermo Toledo cuán fácil podría él haber “delinquido” viviendo bajo ese gobierno que defiende. Comprenderá el Sr. Miguel Luchino González Bosé que la ambigüedad a la que tanto partido ha sacado, habría bastado en Cuba para dar con sus huesos en uno de los campos de concentración de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Comprenderían Javier Bardem, su madre, Luis Tosar o cualquier otro actor o director de cine español, que ese estremecimiento que les recorre el cuerpo en la Gala de los Oscars y el hilillo de saliva que se escapa por la comisura de sus labios, podría haber sido suficiente en Cuba comunista para que no actuaran ni dirigieran nada en sus fucking vidas.

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ANTONIO MUÑOZ MOLINA   -   IDA Y VUELTA

LA COSTUMBRE DE LA INFAMIA

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 13/03/2010

http://www.elpais.com/articulo/portada/costumbre/infamia/elpepuculbab/20100313elpbabpor_4/Tes

 

He olvidado con los años el nombre y la cara de aquel escritor ruso pero me acuerdo siempre de sus manos. Eran unas manos grandes, mucho más toscas que su cara, con los dedos chatos, con unas uñas aplastadas y como cuarteadas, rotas, crecidas con dificultad, las del índice y el corazón de la mano derecha muy amarillas de nicotina. En las palmas de las manos y en las plantas de los pies están escritas las vidas de la gente, me contó una vez un forense. En las manos de aquel escritor ruso, ex soviético, al que yo conocí en un congreso de literatura en Portugal, estaba escrita de manera indeleble una biografía de hospitales psiquiátricos y campos de castigo. Era un coloquio internacional del que tampoco recuerdo nada, salvo las manos de aquel escritor, salvo el dedo índice que por un momento se apartó del humo del cigarrillo para señalar en dirección de los colegas occidentales que compartíamos con él una mesa redonda, y que le habíamos escuchado en silencio mientras contaba su historia de persecución. "Qué poco tenemos que agradecerles a ustedes", nos dijo, el dedo amarillo de nicotina tan fijo como la mirada de los ojos muy claros. "Ustedes, los escritores europeos, que disfrutaban de la libertad, qué poca solidaridad tuvieron con nosotros, qué poca ayuda nos dieron".

      Algunos bajaban la cabeza o miraban hacia otro lado para no ver aquel chato dedo acusatorio. Ésa ha sido la actitud de una parte de la intelectualidad occidental hacia los sufrimientos de las víctimas de los regímenes comunistas. Mirar para otro lado, callar por miedo a que lo acusen incómodamente a uno de cómplice de la reacción. Al fin y al cabo hay causas mucho más seguras que garantizan sin riesgo la vanidad de sentirse solidario, el certificado irrefutable de progresismo que le permite a uno la impunidad moral, aparte de un cierto número de beneficios prácticos que tampoco son desdeñables. Ya se sabe el peligro que se corre cuando se atreve uno a no marcar el paso de la ortodoxia, tan querida entre quienes al parecer tienen por oficio la libertad de la imaginación y la rebeldía del pensamiento. Hay, por lo tanto, quien calla y otorga, quien firma estratégicamente algunos manifiestos, quien tal vez llega a darse cuenta de ciertos horrores pero elige callar "para no favorecer al enemigo", no sea que alguien diga que se ha vuelto de derechas. Hay, en una gran parte de la izquierda democrática europea y americana, una resistencia sorda a aceptar que la opresión y el crimen cometidos en nombre de la justicia son tan repulsivos como los que se cometen en nombre de la superioridad racial. Basta que una dictadura se proclame de izquierdas para que sus abusos merezcan la indulgencia de quienes nunca correrán el peligro de sufrirlos, del mismo modo que un grupo terrorista que asegure luchar por la liberación de un pueblo oprimido despertará la emoción romántica de anglosajones y escandinavos llenos de buenas intenciones, capaces de llorar por el desamparo de un gato abandonado, pero fríos como pedernal ante la sangre de una víctima humana.

      Intelectuales. A principios de los años sesenta, cuando el admirable documentalista y director de fotografía Néstor Almendros se exilió de Cuba y regresó a la Barcelona en la que había nacido, y en la que estaban sus amigos españoles, descubrió que para casi todos ellos se había convertido en un apestado. Se rebelaban contra la dictadura de Franco, pero sospechaban de él porque había huido de la dictadura de Fidel Castro; algunos de ellos eran homosexuales, pero cuando Néstor Almendros les contaba la persecución de los homosexuales en Cuba preferían no darle crédito. Como Castro se declaraba antiimperialista, criticar su tiranía era convertirse en cómplice del imperialismo. Señoritos burgueses de Barcelona se ungían de legitimidad revolucionaria negándose a aceptar que Néstor Almendros pudiera tener razón. Lo que contaba, lo que había sufrido, no merecía ningún crédito. Si era preciso se podría recurrir a la calumnia.

      Éste es el grado siguiente de la infamia: hay quien calla, y hay quien levanta la voz, pero no en defensa de la justicia o de la libertad, sino para calumniar a los que han huido, a los disidentes, a los que cometieron el delito de desear para sí mismos y para su país lo mismo que disfrutan aquellos que les niegan la dignidad, el derecho a ser escuchados. Es una antigua técnica soviética. André Gide estuvo en la URSS en 1936, invitado con todos los honores, para leer el discurso funerario en el entierro de Máximo Gorki. Había sido hasta entonces un simpatizante sincero de la revolución. Pero en aquel viaje en el que las autoridades lo trataban con la pompa con que se recibe a un magnate extranjero empezó a observar cosas que lo inquietaban, que empezaron a sembrarle dudas, que le provocaban la alarma de contradecir sus convicciones más queridas. Otros veían y prefirieron callar, embriagados por ese licor tan irresistible para los intelectuales y los artistas, el halago a su vanidad de los gerifaltes de una tiranía. Pero André Gide volvió a Francia y se atrevió a contar lo que había visto, lo que no había podido ni querido ignorar, la pobreza horrenda, la desigualdad restablecida en beneficio de los jerarcas del partido comunista, la desoladora uniformidad de un país en el que el miedo apagaba las voces y bajaba las cabezas. Y a partir de entonces se convirtió en objeto de los peores insultos, en los que nunca faltaban las referencias groseras a su homosexualidad, que sería una prueba añadida de su decadentismo. André Gide llevaba muchos años muerto y Pablo Neruda lo seguía insultando en sus memorias, haciendo bromas sobre su "corydoncito".

      Ahora un disidente cubano ha muerto después de una larga huelga de hambre y los papeles han vuelto a repetirse. A unos les ha tocado el oficio de callar, de modo que no hubo información sobre la huelga de hambre de Orlando Zapata, que reclamaba el derecho a la dignidad poniendo en juego lo único que le queda a uno en una tiranía, su vida. Y a otros, en el reparto habitual de la infamia, les ha tocado ejercer la calumnia. A Margarete Buber-Neumann también la calumniaron intelectuales europeos de conciencia limpia cuando después de sobrevivir a los campos de Stalin y a los campos de Hitler escribió un libro de memorias lleno de claridad y coraje explicando la inhumanidad idéntica de las dos tiranías. Mientras tantos estábamos callados, o no nos enterábamos, el actor Guillermo Toledo eligió para sí mismo el papel que sin duda considerará más ilustre, el de insultar a un perseguido desde la cima de su privilegio, el de llamar traidor y terrorista a un pobre hombre que jamás pudo tener ni una fracción del bienestar ni de la libertad que el señor Toledo y los que le jalean disfrutan sin peligro. Yo pensaba que ser de izquierdas era estar a favor de la igualdad justiciera de los seres humanos, del derecho de cada uno a vivir soberanamente su vida. No imaginaba que duraría tanto la costumbre estalinista de injuriar a los perseguidos y a los asesinados.

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      ANTONIO ELORZA  -  De Raúl a Chávez

      http://www.elpais.com/articulo/espana/Raul/Chavez/elpepiesp/20100313elpepinac_9/Tes

       

       

      El artículo de Antonio Elorza, también contundente, juega con otras comparaciones y equiparaciones. “Malhaya el aire, malhaya, y el agua que me lo hundió...” andará Zapatero cantando por toda la Moncloa desde que le tocó a España asumir la presidencia semestral de la Unión Europea, porque si ya antes había dejado de convencer, ahora tozudamente está obligado a contradecirse continuamente y en Bruselas se comporta de una forma y en Madrid de otra, y al final tendrá que decidir; o quizás no, en definitiva seis meses pasan en un suspiro y el olvido (la mala memoria) es fácil, cada vez más fácil.

      Si el “embargo” norteamericano —que no existe, porque todo turista que llegue a Cuba dispone de cualquier cosa que no está a disposición del pueblo llano, a no ser que los horribles, horripilantes de la muerte, Estados Unidos tengan tanto poder dentro de Cuba como para dirigir el bloqueo o apartheid interno— no ha valido para que los Castro y toda su corte sean mínimamente humanos, también está demostrado que de nada sirven unos diálogos que sólo quieren ganar adeptos a su izquierdo mientras en el bolsillo derecho se echan más y más maravedíes infectos de todos los derechos que los sindicatos españoles defienden para sus trabajadores. Los “intereses” españoles... Asimismo hablan también los despreciables imperialistas “yanquis”... Si estos decían aquello del “patio trasero” y al menos hay que reconocerles el cinismo de la sinceridad, qué hay que agradecer a España que considera a aquella isla una cochiquera y un puticlub, no ya de carretera, sino de camino vecinal, y encima lo disfraza todo argumentando que desean el bien del pueblo cubano. ¡Basta ya, por Dios! Ni el viejo generalísimo se preocupó jamás de los intereses de los españoles en Cuba (por ejemplo, mi padre, yo) porque el único interés español era el supuesto anti-imperialismo norteamericano que es posible que fuera más genuino por parte de Franco que por parte de Fidel. Hoy los intereses españoles en la isla siguen siendo los mismos y además la recuperación —en este caso, comercial— de la Perla de la Corona, perla y corona del gobierno español y nunca de los cubanos (y por cubanos no me refiero al Estado), pero, hoy, ahora mismo, como la obstinación de Zapatero, siguen viviendo de espaldas a una no aceptación del español magnate, cuya calidad humana varía considerablemente con respecto a la del emigrante de la primera mitad del siglo XX.

      A veces da la impresión de que el actual Gobierno español se preocupa más por los intereses que tiene en Cuba que por toda la situación de su propia casa. Realmente no lo comprendo. No sé qué es más importante para Zapatero: si Cuba o España. Si como cubano es indignante, lo es doblemente como español. ¿Qué pasaría si España recuperara esa dignidad que Elorza da por perdida y mantiene una actitud enérgica y definida frente al desgobierno cubano? ¿Por qué no pueden abandonar al gobierno cubano? ¿Por qué no pueden abandonar a los que ellos, eufemísticamente, llaman pueblo cubano? ¿Siguen siendo nuestros papás, nuestros capitanes generales?

      ¿Por qué no acaban ya de sacar a relucir toda la trastienda de entramados del terrorismo internacional que conduce irremediablemente al Gobierno cubano, de igual forma que se dice que todos los caminos conducen a Roma? ¿Por qué Elorza patina aquí también, cuando habla de las FARC, ETA y Venezuela? Ahora todos son terroristas, antes todos eran frentes nacionales de liberación y eran mirados con reconocimiento. El único cambio es semántico eufemístico, pero continúa siendo “una lamentable farsa”.

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      (1)(2) © 2010 David Lago González

      sábado, 6 de marzo de 2010

      LEYENDO EN WOOSTER (sábado, 6 de marzo de 2010)

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      cafe

      NADA, hoy El País no dice nada de Cuba.  No hay sangre, no hay plasma ni una transfusión de plaquetas, ni siquiera un suero de glucosa, así que habrá que esperar a que Fariñas pase al otro lado para que La Isla Desafortunada vuelva a ser noticia.  ¿Qué se va a hacer?  La vida es así de cruel, y el mejor reflejo de la crueldad lo representan los medios informativos, y la sangre es muy escandalosa, por eso las distintas versiones del comunismo siempre tratan de ocultarla.  No es que sean mejores que los pinochets, los videlas, los nosécuántos: simplemente manejan la orfebrería de la sutileza.

      En la sección de Cultura, Javier Marías escribe un artículo bajo la cabecera de “Vivimos en una perpetua adolescencia social.”  D’accord.  Hace mucho que no le leo.  Pero siempre le agradeceré que en uno de mis buceos por otras cavidades más oscuras, leí una noveleta suya titulada “Todas las almas” y aquello me ayudó a volver a la superficie.  Luego vi la versión cinematográfica que hizo Gracia Querejeta; es otra cosa, pero también guarda cierto encanto.

      Dos páginas más adelante leo que “Zapatero premia a Joan Baez por su defensa de la libertad”.  Esto tiene que ver con lo que dice Marías, aunque la realidad de ZP es que va más atrás: al infantilismo.  Lo que su ignorancia supina desconoce  --igual que el detalle de querer regalarle a Obama el original de una foto de un brigadista negro (por aquello de la negritud) y resulto que el brigadista en cuestión era un negrito cubano conocido como “Cuba Hermosa”--  es que tengo un cassette de un concierto de Joan Baez en Madrid, allá por los 80, en que pide, grita “libertad para los presos políticos cubanos”, y por entonces La Primavera Negra ni siquiera todavía era gris para sus militantes.  ¿De qué hablaba aquella otrora frágil acompañante de Dylan?  Nadie sabe, nadie contesta.

      Y en Babelia destaco un texto de Rocío García titulado “La revancha contra las dictaduras” sobre un cineasta rumano, Radu Mihaileanu, cuya última película, El Concierto, se estrena el viernes próximo.  Pediré prestado el dinero para verla pues he leído que el cine rumano ha derivado en algo muy bueno y el más mordaz con el pasado reciente de esa larga extensión de tierra arrasada por las ideologías, a la que pertenece Cuba como si fuera una comunidad autónoma de ultramar.  Subrayo dos fragmentos de su entrevista:

      Para mí, que soy un desesperado muy optimista y que he conseguido escapar a la campeona de todas las dictaduras, como fue la de Ceausescu, he logrado entender gracias al filósofo Cioran y otros escritores ilustres que la vida es sólo una pequeña fractura en ese camino hacia la infinidad que es la muerte.  El humor es como un manantial que interrumpe dentro de la tragedia de la que estamos rodeados.  Además la vida no dura más que un segundo por lo que tenemos que aprovecharla y llenarla de humor.”

      Y esta otra:  “No sé cuál es la última armonía, pero creo que tampoco hay por qué saberlo.  Es un infinito al que hay que tender, que hay que buscar y tratar de llegar a él.  Nunca vamos a saber realmente dónde va a estar esa armonía, a lo mejor de vez en cuando tenemos la sensación de que estamos tocándola, pero inmediatamente después vamos a seguir buscándola, siempre con el miedo de no encontrarla”.

      Pagué y me fui a la “busca y captura” en una mañana lluviosa y muy fría, cercana ya a la primavera.

      David Lago

      sábado, 13 de febrero de 2010

      Una de las mejores y más completas definiciones que he leído sobre LA POESÍA

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      Está escrita por Antonio Muñóz Molina en su recensión (Babelia) sobre la última novela del escritor norteamericano Don DeLillo, "Point Omega".  PURO MISTERIO titula a su reseña, pero más allá del primer párrafo  --que reproduzco a continuación--  no continué leyendo porque, de cualquier forma, yo carezco de eso que supuestamente a nadie le interesa y todos se refieren a él  con desdén, pero que hace la vida más agradable y con lo cual se puede pagar desde un café hasta un libro.

      El escritor español dice:

      "La última novela de Don DeLillo se lleva en el bolsillo como un libro de poemas y para ingresar de verdad en ella hace falta una actitud más propia de la lectura de poesía que de la prosa.  Pero me equivoco en la disyuntiva: la prosa no es lo contrario de la poesía, sino del verso.  La poesía es un estado de máxima intensidad expresiva que muchas veces está ausente de los libros de versos y sin embargo puede saltar como un chispazo en medio de una novela, o en una música, o en las imágenes de una película.  La poesía es aquello que sólo puede percibirse con una forma peculiar de atención, algo que está materialmente en el sonido de las palabras pero también en el silencio y el espacio en blanco que hay detrás de ellas y en la resonancia que provocan.  La poesía es un primer impacto que ha de ser continuado por una larga revelación, por la conciencia de un significado que es a la vez más claro y más misterioso en cada lectura y nunca se repite idéntico.  La poesía es para ser leída en silencio unas veces y otras veces en voz alta, y su lectura no se acaba nunca, ni siquiera cuando nos sabemos los versos de memoria."

      http://www.elpais.com/articulo/portada/Puro/misterio/elpepuculbab/20100213elpbabpor_12/Tes

      sábado, 6 de febrero de 2010

      LEYENDO EN WOOSTER (Sábado, 6 de febrero de 2010)

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      Magnífico artículo el escrito por Antonio Muñóz Molina en el Babelia (El País), que lleva por título “Larga vida al presidente Mao” (http://www.elpais.com/articulo/portada/Larga/vida/presidente/Mao/elpepuculbab/20100206elpbabpor_4/Tes), y es una especie de constatación de cuán equivocados estaban los jóvenes de la generación a la que pertenece el escritor. No deja de parecerme inverosímil el hechizo que ejercía el maoísmo entre lo que él mismo define como “lo más pijo del mundo universitario de Occidente”. Imagino que esa misma “equivocación hechizada” o “hechizo equivocado”, convertido en obcecación e irracionalidad es el que se sigue produciendo con respecto al comunismo cubano y su lamentable y triste revolución, catalogada por Antón Elorza como “la revolución más romántica del mundo” (esa frase se la echaré en cara toda la vida). Esto es como lo del exotismo de las frutas: ¿qué tiene de insólito para nosotros un mango, una fruta bomba (papaya), una guayaba, un mamoncillo (especie de lychee cubano)? Un reno es más exótico que un canistel, la sidra de la Bretaña francesa mucho más que la harina de maíz. La relatividad, siempre.

      Y una moraleja: el daño que produce esa mezcla tan frecuente de inocencia e ignorancia en los verdaderos protagonistas-víctimas de aquello que se idealiza.

      © David Lago González, 2010.