Mostrando entradas con la etiqueta Memorias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Memorias. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de julio de 2011

DAVID LAGO GONZÁLEZ - Sonia la patinadora

.

230251_208704082503377_100000913609307_583408_6103632_n

.

Sonia la patinadora

clip_image002

.

a Enrique Agramonte Robles

.

¡Como cada año, como cada noche del San Juan camagüeyano, fiel a su cita con su incondicional público, se la ve acercarse, deslizándose como un cisne! (Y eso que no es agua la superficie, sino adoquines del siglo XVIII, de nuestra legendaria y bravía ciudad que para honor de todos fue bastión de La Independencia y cuna de linajes sin par.) ¡La Avenida de los Mártires se viste de gala para recibir esta ráfaga de misterio y sabrosura que nos devuelve la magia de sus movimientos y el enigma de su identidad! ¡Señores y señoras, damas y caballeros, distinguidos todos, aquí la vemos llegar, aquí está con nosotros ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Sonia la patinadora!!!!!!!!!!!!!!!! ¡No tiene charangas, no tiene congas, pero todas las orquestas y todos los tambores suenan para ella! ¡Suenan por ella! Porque también el arte anónimo es arte mayúsculo, señores. No se equivoquen. Leal a su independencia, ha rehusado el patrocinio de la cerveza Polar, del jabón Candado, y hasta de la prestigiosa firma Crusellas y Compañía. Partagás no tiene nada que hacer con ella. Sonia es libre, imprevisible. Este misterio que año tras año nos regala su arte inconmensurable, grandioso, negro como el trópico misterioso y siempre sorprendente y como el color de su piel (al menos el que obviamente se observa desde aquí), no se casa con nadie. Porque, como la más pura de las artes, pertenece a su público, se debe a él, que, devotamente, cuando nos iluminan estas estrellas sin par del cielo agramontino en esta cita anual, vuelve a nosotros para regalarnos su luz, su simpatía, sus movimientos rápidos y fugaces como una de esas otras estrellas a las que pedimos un deseo. ¿Y qué podríamos pedirle a Sonia que no sea otra cosa que se quede para siempre? ¡Que cada año esperemos con ansiedad este momento único y agradecerle que forme parte de nuestros recuerdos, de nuestra historia rica y sandunguera de ritmos que se atropellan y se sobreponen de comparsa en comparsa, de carroza en carroza, y sea ella misma carroza y comparsa, representante genuina de nuestra cultura popular!

¡Sonia! ¡Sonia! ¡Gritemos todos para dar la bienvenida a esta gran mujer llena del más rico glamour! Y como las grandes estrellas no se prodigan, este acontecimiento sucede una sola vez, una sola noche, cada trescientos sesenta y cinco días. Además de engrandecer el acerbo cultural de tan noble ciudad como la nuestra, ha pasado a formar parte indisoluble del conjunto de nuestras leyendas. ¡Aupémosla con un gran aplauso que nos saque fuego de las manos! ¡Acojámosla con un “¡Viva!” ensordecedor, porque nadie mejor que ella, nada mejor que su arte, se lo merecen! ¡Y démosle las gracias por escoger este trozo de la Avenida de los Mártires para hacer el gran despliegue de su encanto sin par!

-o-

Como cada año también, se escabulló tras unos matorrales a la altura de la Estación de Ferrocarril. Entre ellos y el ancho andén, los raíles y los trenes que llegaban y salían; los vapores de las locomotoras; algunos operarios, con enormes aceiteras de larguísimo pitón, revisando las enormes ruedas de esas viejas máquinas, negras y robustas como toros de acero. A su espalda, una ladera que servía de base a las tripas de un largo hotel español venido a menos: lleno de vocingleros vecinos y radios a todo volumen parecía más bien la parodia de una casa de muñecas tropical y barriobajera. Un pequeño foco de luz, suficiente para quitarse el maquillaje en la oscuridad, iluminaba el espejito de aumento de la marca Max Factor (“Hollywood, naturalmente...”) que servía al personaje para irse despojando del cuerpo y del alma de Sonia, la patinadora, ¡la única!, la eso del “acerbo” con lo que se había quedado un poco confundida. ¿Era bueno o era malo ser acerbo? El fru-frú almidonado del tutú fue tan áspero que un viejo gordo de la segunda planta miró hacia abajo, y a duras penas logró Sonia meter la prenda en la bolsa que dejaba escondida entre las matas. Luego se quitó el leotard y se puso la ropa que había llevado para dejar el mundo de la gloria y pasar de nuevo a la aburrida cotidianeidad. Le gustaba estrenar siempre algo, y para esta ocasión se había comprado unos pitusas americanos, un poco caros, pero qué caray, volvió a tocar la bolsa del dinero del cepillo y la sintió bien llena: en fin, la noche no sólo había sido diversión. Había pasado otro año.

Luisito tomó la línea del tren, pero no en dirección a La Habana ni a Santiago, sino la de vía estrecha que conducía al puerto de Nuevitas. En ese momento se dio cuenta, ¡qué extraño!, que todos los trenes que había visto transitar por allí eran los que regresaban, pero nunca había visto uno partir de la estación hacia el puerto. Debe ser pura coincidencia, pensó, porque no todos van a retornar como si vinieran de la nada. Nuevitas existe, no es imaginación mía.

Esta parte de la línea, aunque igual de peligrosa, no es tan inhóspita como la que lleva a La Habana, tan llena de marihuaneros y parejas de todos los sexos ―¡hasta el tercero! ¡habrase visto!―, singando discretamente bajo los árboles, como de salteadores, restos de brujería y gente solitaria y rara que de pronto sale de lo oscuro como si fueran fantasmas. Este lado es, digamos, más humano. Las casitas de madera están a unos metros de la vía, pero las mujeres que las habitan alivian la aspereza de la miseria cubriendo las cercas con enredaderas y plantas y arbustos olorosos, de modo que hacen de la soledad y la molestia de caminar sobre las traviesas un paseo bajo la luna llena y un muestrario de los más diversos perfumes: galán de noche, madreselva, jazmín, azahar, un limonero florecido, un guayabo parido. Y en definitiva, el trayecto desde la Estación hasta la Avenida de las Palmas no es muy largo, conque si se da prisa y anda ligero, él mismo asusta al miedo.

Con miedo o sin él, lo que no se le pasaría de momento era la vibración de todo su cuerpo, a pesar de calzar ahora esos tennis viejos que siempre reserva para la ocasión. Patinarse toda la zona adoquinada de la calle República, Avellaneda, hasta llegar a la Avenida de los Mártires, es un sacrificio que sólo se puede hacer una vez al año. Los adoquines “legendarios”, como les llamaría Raúl de la Torre cómodamente desde su micrófono de Radio Camagüey. ¡Comemierda! Y decir que había escogido para su Grand Finale ese área de la avenida que parecía ensancharse a causa de la superficie despejada de la gasolinera Esso como si se tratase de un reconocimiento a los mártires de la Independencia fusilados al terminar la calle... bueno, otra comemierdá. Cuando llegaba allí, simplemente ya la Sonia estaba medio muerta. Cuando llegaba allí, su odio hacia la humanidad era tal que en vez de una sombrilla habría querido tener una ametralladora; en vez de unos patines, ir montada sobre un tanque Shellman destruyendo todos los malditos adoquines a su paso y haciendo volar por los aires los balconies de los pudientes y las sillitas y los taburetes pequeños de la chusma de Florat. A medida que aquel imbécil hablaba entreteniendo a “su” público y a una señal pre-convenida con el bugarrón que manejaba la electricidad, las luces se apagaban por un segundo, tiempo suficiente para escabullirse por la calle de la gasolinera, soltar rápidamente esas ruedas de acero y salir lo más deprisa posible por La Vigía arriba en busca de los matorrales donde había dejado su ropita de Luisito. Sonia la patinadora desaparecía misteriosamente, así hasta el próximo año. Algo le unía a Greta Garbo.

Los músculos me tiemblan como una gelatina... de naranja, mami, que es la que más me gusta, acuérdate, me encanta cuando la haces mezclándola con zumo y le echas una latica de cotel de frutas DelMonte ―dijo Luisito en voz alta, y por una cerca de las graciosas casitas le contestó el hocico de un perro.

Ya se divisan las palmas (esto parece una canción guajira), pero al que no veo por ningún lado es a Papo. Bueno, deja pararme aquí, debajo de la farola del bar, y que llegue rápido porque esta zona no es muy buena, no me gusta nada, muy ancha y muy todo pero más solitaria que el cementerio del Cristo por la noche. Y todavía de tierra... el bajareque donde vivimos, en La Guernica, ya tiene una alfombra de asfalto hasta su puerta.

¿Y ese pitusa tan apretado que te has puesto? Pareces una puta.

¡¡¡¡¡¡Ayyyyy!!!!!!!! cómo me das esos sustos, cabrón: yo aquí cagándome de miedo y tú vienes por atrás sin avisarme.

Es que parece que estés fleteando, ¿no te lo he dicho ya?

Papo, déjame en paz, que para fletear estoy yo; además, no soy una puta.

Pero éste es un país de bugarrones y maricones, no de hombres.

Bueno, son variantes... Anda, coge la bolsa y no hables; no, déjamela, que la pongo sobre la parrilla para amortiguar el efecto de los baches sobre mis adoloridas nalgas (ay, qué bien me quedó eso, ¿verdad?). En vez de venir en bicicleta, deberías haber traído la guagua: ¡luces tan bien sentado al volante! Oye, esta noche el ridículo de Raúl de la Torre dijo que yo pertenecía al “acerbo” cultural de la ciudad y eso me ha dejado muy preocupado, ¿tú sabes lo que quiere decir esa palabra?

Luisito, a mí me suena a nombre de planta, ¿no será una mata de santería?

Luisito, Sonia, se encaramó en la parrilla de la bicicleta Niágara a la manera de una dama victoriana acomodándose sobre la montura del caballo. Su brazo derecho rodeó la cintura de su macho.

“Arranca”, dijo.

.

© 2002 David Lago González

(Madrid, 26 de julio de 2002)

domingo, 10 de julio de 2011

ROLANDO D. H. MORELLI - “Escribir borrando”, o viceversa

.

Another tea party

Another tea party

.

Escribir borrando, o viceversa.

(O del viejo artificio de dorar la píldora

e intentar hacérnosla tragar con té de camomila).

 

Por enésima vez en Cuba se habla de cambios. Debe tratarse de la más traída y llevada de las falsas promesas de un sistema que ha vivido a base de engaños y excusas en cualquier caso inexcusables, argumentos manidos y medias verdades cuando alcanza a no decir una mentira entera. También la administración Obama vuelve a las andadas características de las administraciones demócratas estadounidenses, propiciando un puente de una sola dirección, abierta “al entendimiento” entre “las dos orillas”. Entiéndase, el régimen cubano y el régimen cubano de este lado, o en su defecto quienes representan sus intereses o sienten nostalgia de haber quedado fuera del juego y aspiran a reciclarse. ¿Por qué será que quienes menos entienden de nada —particularmente de la naturaleza y artificios de un sistema que gracias a ellos perdura más de medio siglo ya— siempre insisten en “entendimientos” de toda clase, o peor aún, en que “entendamos” o nos entendamos por el simple procedimiento del buenismo complaciente y la práctica del credo cuáquero más ortodoxo. Es decir, declarar la paz a quienes estén determinados a imponernos la guerra, o en cualquier caso sus convicciones y sus juicios. Se trata de una mala película que vimos una vez y vuelve a exhibirse de tiempo en tiempo como si se tratara de una novedad, de modo que no sólo de la cinta se trata sino de un intento por confundirnos haciéndonos creer que se trata de una nueva versión, o eso que en Hollywood llaman un “re-make”.

Las jornadas de “intercambio” entre Cuba y los Estados Unidos, favorecidas por la administración Obama, han traído a las costas de La Florida y otras plazas, entre músicos, cantantes y gente de letras, a Reina María Rodríguez, todos ellos gente no sólo tolerada sino aupada y sostenedora del régimen castrista. No hay entre los cultivadores de la poesía, o entre los cantantes procedentes de la isla, ninguno con una historia creíble de disidencia, para no hablar de enfrentamiento a la tiranía. La tiranía no promueve a sus enemigos internos cuando lo son convencidamente, a menos que intente desacreditarlos por esta vía tortuosa de las concesiones, arrojar sobre ellos sospechas de una u otra índole. Nada cambia en Cuba, especialmente cuando se habla de cambios. Así pues, la visita de Reina María Rodríguez y la pre-eminencia concedida en ciertos círculos miamenses a su presentación en la Alliance Française de esa ciudad, forman parte de la pantomima que sirve, precisamente para ocultar la inmovilidad impuesta a la sociedad cubana por la tiranía que la oprime y empobrece hasta haberla dejado exhausta.

Las notas de prensa que dan cuenta elogiosamente de eventos como la presentación de la señora Rodríguez, amén de su inconciencia, revelan una ignorancia supina. Alguna crónica entusiasta señala entre otras cosas el crecido número de los concurrentes entre los que parece haberse hallado un verdadero, conocido o distinguido poeta, se nos dice, no sé si confundido —concluyo por mi parte— o atraído por el incentivo nada desestimable de ser “recuperado” como ya ha venido haciéndose con otros ilustres descarriados que no están más entre nosotros para protestar porque les sea impuesta esta condición de “hijos pródigos” de la llamada Revolución: Novás Calvo, Lezama, Piñera, Lydia Cabrera entre otros. Los amigos exiliados (o mejor, acogidos a sagrado) de la residente isleña se explayan en conceptos que hablan no sólo de la amistad que los une, sino de la famosa tertulia de la señora Reina María, a la que se compara —alabanza y auto-bambolla aparte— a la que en el siglo XIX sostuviera un Domingo Delmonte, “el cubano más útil de su tiempo” para citar o parafrasear a Martí. Podría creerse ingenuamente, que esta alusión procura hacer obvio el paralelo de la situación de esclavitud e indignidad en que son obligados a vivir los cubanos de hoy con la esclavitud y general opresión del momento en que vivieron Delmonte y sus contertulios, pero nada indica que sea este su propósito. Recuérdese que de Heredia al propio Delmonte terminaron todos en el exilio verdadero o en la cárcel, o en la desgracia y la miseria como sería el caso del desamparado Manzano, con lo que las tertulias y los innumerables proyectos encaminados al mejoramiento de la sociedad y la cultura cubanas de su momento se interrumpieron o vinieron a nada, tal y como pretendía que sucediera el gobierno colonial español. Naturalmente que no son las tertulias, especialmente las toleradas en época de aciago atropello contra los que disienten, las que amenazan a un régimen opresivo hasta el detalle (es decir, totalitario y absoluto como el actual de Cuba) sino más bien las que le sirven de coartada de cara a la galería exterior. “Vean. Aquí no reprimimos a nadie. Tertulia tenemos”. No dudo que en la azotea habanera de Reina María Rodríguez, en los años ochenta se reunieran poetas y escritores —incluso de calidad— acogidos a una permisividad que no está a mi alcance explicar ni comprender siquiera, a menos que nos atengamos a los textos que por entonces escribía la poetisa, y le eran publicados sin dificultad ni contratiempos —repito— en época de particular saña contra quienes eran tenidos por “potencialmente peligrosos” en todos los terrenos, según la llamada ‘Ley contra la Peligrosidad Social’ por entonces en pleno vigor. Me refiero, entre otros libros, al poemario Cuando una mujer no duerme por el que se le concediera a la autora el premio de poesía de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba el año 1980. ¡Año cuando menos simbólico que no podría disociarse fácilmente de los acontecimientos políticos ocurridos a partir de la toma de la Embajada del Perú en la capital cubana por una multitud desesperada, y los acontecimientos ulteriores relacionados con el puente marítimo del Mariel, hechos todos que cortan precisamente la historia del proceso político cubano en un antes y un después ineludible! Se trata de un poemario de amor al sesgo. De amor que se declara a un ente “otro” no correspondido. ¿Será por eso que algunos de los poemas están dedicados a exaltar, loar y amar figuras indiscutiblemente asociadas con la tiranía? En primer lugar Haydee Santamaría, los llamados “combatientes internacionalistas” y el propio Fidel Castro. Me parece notable que de todos los hechos catastróficos que tenían lugar a su lado, ese año 1980 la poetisa sólo parece percibir el suicidio de la Santamaría, temprana compañera de ejercicios revolucionarios de los Castro; hermana de otro dirigente de la oposición contra Batista, Abel Santamaría; fundadora y presidenta de la “Casa de las Américas”, y esposa del Ministro de Cultura Armando Hart Dávalos, cercano colaborador del sátrapa, cuyo suicidio se halla indudablemente ligado a los hechos de la Embajada del Perú y los conocidos como “actos de repudio” organizados y estimulados por el régimen. Se ha hablado de una carta de despedida de la suicida nunca hecha pública por el régimen, en la que se especula que la suicida expresaba su desencanto con los excesos del régimen. Muchos de quienes la conocieron aseguran que Haydée Santamaría era, entre otras cosas, una mujer verdaderamente ingenua. La elegía que le dedica Reina María en cuestión, “En un país” está fechada al pie, el 29 de julio de 1980. Recoge una consternación, que es tanto la del pequeño que pregunta a su madre “qué es la muerte” como la de la voz poética de ésta, que acude a las simplificaciones por respuestas, suponiendo en el niño la misma ingenuidad o capacidad de autoengaño que su progenitora. «¿Dónde está la muerte, mamá? / —pregunta mi hijo que tiene cuatro años—/ ¿Es un país? ¿Y tiene casas y ventanas?/ Yo le digo que sí (…)» (44). A renglón seguido la voz poética se pregunta a sí misma: «¿La gente muere?». Y se da esta respuesta evasiva: «—Nadie me ha respondido aún a esa pregunta». ¡Vaya despiste!, ¿no les parece? El resto constituye una evocación de la muerta prominente siempre recordando a su amado Abel, hermano torturado a manos de las fuerzas del dictador Batista luego del ataque al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, tras lo cual, la voz lírica se permite una alusión a su propio dolor por un hermano también muerto. Lo que no dice la poetisa, lo que oculta con esta argucia por comparación, es lo que se sabe por otras fuentes. El que ese hermano, «tuviera novia» —tal y como nos afirma Reina María—, o no, fuera «Secretario Organizador de la UJC/ en su Facultad de Ciencias Exactas (y) primer expediente» (45) y hasta “revolucionario” confeso y adepto, o se tratara de un simulacro, lo cierto —lo que nos oculta Reina María— es que ese hermano terminó suicidándose por supuestas acusaciones de homosexualidad. De manera que el paralelo evidente, más que establecerse con el hermano revolucionario y mártir de la evocada a quien se dedica la elegía, habría correspondido hacerse con la suicida misma. Y habría que preguntarse: ¿Por qué se suicidan los revolucionarios en la plenitud de la gloria revolucionaria, sin motivos aparentes para ello, y cuando la tradición y la ética del Partido ha condenado siempre el suicidio como contrarrevolucionario y cobarde? No indagaré más en las razones de los suicidas, sino en las de los vivos que les sobreviven para dar gato por liebre a sus expensas, incluso componiendo elegías que queden muy distantes de ser tenidas por herejías.

En otro poema que antecede al citado, la poetisa seguramente explica algunas cosas, como su apego al “Ahora” al hablar a un escurridizo “otro” de esta suerte: «Hablábamos de internacionalismo proletario/ de este tiempo nacido entre nosotros/ que amo atropelladamente/ que me dura poco y me cansa la imagen/ este tiempo donde sembramos catástrofes y sueños/ sobre un horizonte que sufre por alcanzar el alba (…)». No es Silvio Rodríguez con sus alferecías líricas, es peor aún, pero a lo dicho por esta señora habría que atenerse. Sabiamente, los poemas de este libro no estuvieron entre los leídos públicamente en Miami por la poetisa invitada. Quizás al viejo poeta de indudable prestigio que se hallaba presente en la ocasión, le hubiera bastado para recobrarse de su confusión. O no.

El penúltimo de los poemas de este poemario presuntamente de amor, lleva por título: “Hoy habla Fidel”. ¿Cómo titular de este modo un poema de amor? Vuelvo a recordar la lírica ‘comprometida’ (con el oportunismo político) de Silvio Rodríguez, con sus piruetas conceptuales y de todo tipo, donde es concebible “matar” al prójimo “por amor” al ideal más puro, sin ser acusado de haber escrito un bolero ramplón. La ideología es así de parcial en sus amores, furores y delirios. Y la comunista ha demostrado una y otra vez ser la más fundamentalista de todas las ideologías.

«Aunque no supiéramos/ qué iba a decirnos/ aunque sólo fuera verlo/ sentirlo detrás de la pantalla/ la casa se acomodaba en silencio/ y las palomas quedaban quietas» (52). Declara Reina María. Estábamos en el año 1980, la sociedad cubana había sido sacudida por un espasmo de libertad suicida. El discursante no hablaba de otra cosa que de “la escoria” que quería a toda costa abandonar el país. ¿Cómo saber en cualquier caso “lo que iba a decir” exactamente? Pero seguro que sabíamos de qué hablaría: “los que no tengan genes revolucionarios… Los que no tengan espíritu de sacrificio… No los queremos. No los necesitamos. ¡Qué se vayan!” (cito de memoria de uno de los discursos del líder Máximo, dados por ese tiempo). ¿Cómo olvidarlo? Entre “la escoria” a la que hacía alusión, (clasificada de tal por él) estaban muchos homosexuales o tenidos por tal. A muchos los expulsaron del país, o les empujaron a irse, en tanto a otros, caprichosa y arbitrariamente no les permitirían salir para que quedaran convertidos luego en apestados dentro de un país de parias, ‘marielitos’ potenciales y frustrados dentro de una cárcel llamada Cuba. ¿Habrá pensado en algún momento la poetisa en lo que habría sido de su hermano suicidado de haber estado con vida durante las jornadas del Mariel, o después, de no habérsele permitido salir de Cuba?

«Hoy habla Fidel y yo he crecido/ por sus pequeñas arrugas ha pasado este tiempo/ vuelvo por su voz/ que va llenando el barrio/ de una calma que todos conocemos». Entona la poetisa. ¿Calma? ¿Habré leído mal? No. “Lo escrito, escrito está” como afirma la sentencia latina. Dejo pues a los lectores el juicio apropiado a semejante tirada lírica.

«Alguno tropezó con sus ojos en la fábrica/ (que visitaba el tirano, es de suponer) y ya no lo olvidó/ abuela lo guarda en su cartera/ junto con sus lirios y los amores que se fueron. Comprendo por qué/ allá en la Sierra/ ponían su retrato como un santo». Aquí pasamos de Silvio al devoto de Ernesto Cardenal. Estimada poeta, le aclaro que no fue en la Sierra donde primero se colgó la foto del tirano tomándolo por un santo, sino cuando entró en La Habana disfrazado de Cristo, y su por entonces admirador y amigo Miguel Ángel Quevedo, dueño de la muy leída revista Bohemia (otro suicidado tardío por arrepentimiento) decidió convertirlo en Cristo de portada. El mito comenzó a cultivarse a partir de entonces como corresponde a toda una campaña publicitaria, y no terminó siquiera cuando el barbudo máximo se echó contra la iglesia y la religión y se declaró marxita-leninita. Las grandes campañas de propaganda tienen eso, que nos convencen de lo bueno de un producto a pesar de su mala calidad.

«Sólo hay una forma de quererlo: / hemos crecido dentro de él como un gran árbol/ por eso lo cuidamos/ con tanta vanidad y tanta fuerza/ hoy habla Fidel/ mis hijos quieren boinas y barbas/ no saben del hambre y de la guerra/ no pueden con la palabra Nicaragua/ pero se sientan frente al televisor/ y cuando pasan por los parques/ las calles las escuelas/ lo reconocen» (53). (¡Ovación clamorosa!). La imagen del árbol es confusa cuando menos, porque sugiere un tronco carcomido en el que se guarecen estos niños entre los que yo no podría reconocerme, habiendo sido advertido de no acercarme ni a la sombra del urticante guao. Lo de la vanidad de quienes quieren al tirano es justo. ¿De qué otro modo podría quererse al espejo sino en la vanidad del ego que refleja? Los niños de que habla la voz poética aún son pequeños, naturalmente, por eso quieren disfrazarse de barbudos, y prueban a hacerse una idea del mundo frente al televisor. ¿No preferirían los muñequitos como todos los niños? Cierto, la guerra todavía les resultaría desconocida… Así que tengan dieciséis años… ¡Cualquier guerra en aras del internacionalismo proletario sirve! En cuanto a no haber conocido el hambre… A menos que por sus vínculos con la casa de los Hart-Santamaría, u otros a que no alude en su poemario, a la señora poetisa le correspondiera una ración aparte y distinta de la que en teoría correspondía entonces a cada cubano: (“Eso no dan”. “No te toca”. “Lo siento, no ha llegado todavía”. “No alcanzó el reparto de la leche de hoy”. “El gas vino al almacén, pero se acabó enseguida”. “¿Pan? ¿Desde cuando?” Etc.), de qué modo se las arregló para que sus niños no conocieran el hambre como tantos otros. Porque ya basta de la hipocresía de afirmar que en Cuba, mal que bien todo el mundo come (o comía). Mentira. En Cuba mucha gente ha pasado un hambre cainita. Cuestión de grados más o menos. Ni siquiera el mercado negro, y muchos otros ardides bastaron nunca a saciar el hambre del cubano. Lo impensable hubiera sido que en un suelo feraz como son pocos, y en un constante jugarle cabeza al sistema con tal de comer algo, la muerte por hambre hubiera sido la regla. Pero al cabo sí ha llegado a serlo, aunque las estadísticas oficiales no den cuenta de ello, como siempre ha ocurrido con las cifras y todo lo demás, desde que los Castros se hicieron con el poder absoluto.

El peso de este librito de Reina María Rodríguez, un poemario de apenas treinta y tres títulos, es apabullante en la trayectoria de esta señora que recientemente visitara Miami, a quien acogiera en sus salones la Alliançe Française de esta ciudad, y a la cual por intercesión de un embajador socialista francés en La Habana se le concediera con antelación la orden de Caballero de las Artes del estado franco.

¿Sería posible simplemente ignorar la contribución de esta señora a sostener con sus versos, de cara al exterior, la fachada buenista y justiciera de la tiranía castro-comunista a pesar de su interminable lista de víctimas entre las que me encuentro —uno más—? Quienes le otorgan a la poetisa con residencia habanera no sólo espacios, sino aplausos y una atención inmerecida —amparándose en un cómodo y falaz exilio que les va grande al cuerpo— no pueden ignorar que a su vez contribuyen con su aquiescencia y complicidad a servir a la causa de la tiranía que oprime a su pueblo y representa la caducidad de todo discernimiento. No son intelectuales, puesto que han renunciado a pensar por sí mismos, aunque la argucia de que se valen sea precisamente declarar que de eso se trata. Ni siquiera de verdaderos creadores podría tratarse, sino de corifeos y bufones al servicio de una corte de capa caída. ¿Dónde están la dignidad y el patriotismo de toda esta gente? Y no me refiero sólo a algunos recién llegados, sino a muchos que llegaron antes y saben muy bien lo que hacen y de lo que se trata. La mala uva está en la naturaleza de toda esta gente. Dios quiera perdonarlos. Yo no puedo.

© Rolando D. H. Morelli, 2011.

--0--

COLETILLA DEL BLOGGER:  Mucho antes de que Reina María Rodríguez abriera la azotea de su edificio a los delfines de la intelectualidad cubana, en los últimos años 60 y muy tempranos 70, de manera espontánea y sin mediar efecto llamada de Facebook o Twitter que por entonces ni soñaban existir (siguen sin existir en Cuba), a los jóvenes de la contracultura nos dio por acudir a la casita del escultor Fonticiella, artista pionero en la utilización del reciclaje de objetos como vehículo para crear (en alguna parte de este desastre de casa, tengo las fotos que Liliane Hasson hiciera en aquellos momentos, tanto de la persona-personaje como de su obra).  Allí coincidíamos todos los no afiliados: Carlos Victoria, los dos hermanos Espasande, Bárbara Sifille, Junior, Rogelio Quintana, Rafael Zequeira, Rapi Diego, Roger Salas, amigos todavía hoy en Cuba, yo, y muchos, muchos más que no puedo recordar en su totalidad.  Por supuesto, también acudirían los infiltrados oficiales de turno “husmeando” (o “hueliendo”) por una “conspiración”, término por el que sentían y sienten verdadera debilidad.

Pero hay una diferencia abismal entre las reuniones en la famosa azotea (por lo visto, al menos permitidas, por no pensar demasiado mal) con aquellas otras que se realizaban en no sé qué reparto (barrio) de La Habana al que se llegaba después de no se cuánto tiempo en las “guaguas” de la época.  LA GRAN DIFERENCIA ES QUE, OBSTINADO POR LA SEGURIDAD DEL ESTADO y por sabe Dios cuántas presiones, FONTICIELLA TERMINÓ PONIENDO FUEGO A TODA SU OBRA Y A SU CASA, Y SE QUITÓ LA VIDA.

Nunca le premiaron ni con un viaje a Montego Bay.

© 2011 David Lago González

***

lunes, 13 de junio de 2011

Tito’s yard

.

Tito's yard

Camagüey, 197?

.

 

(de Facebook)

FA: un patio definitiva y arquetípicamente cubano... un gran saludo, david.

27 de noviembre de 2010 a las 19:18 ·

WC: De donde era ese patio tu casa?

27 de noviembre de 2010 a las 23:19

JL: David el patio de tu casa es particular...

28 de noviembre de 2010 a las 3:07

David Lago-González

No, Wilfredo. Ese era el patio de la casa de Tito, en un fin de año que celebramos allí. Compramos un puerco y todo y quisimos asarlo en púa. No dejábamos cocinar a las chicas (las Diablas, Saritica, qué se yo). El pobre puerco terminó medio crudo medio quemado porque ya desde el mediodía comenzamos a emborracharnos. Dónde terminó? No lo sé, igual lo enterramos en el mismo hueco que habíamos hecho para asarlo. Al final, claro, lo único que había era aguardiente "Coronilla".

28 de noviembre de 2010 a las 10:30 ·

WC: A mi me pasó lo mismo en La Habana la gente pensaba que por ser de Camagüey sabia asar puercos y mi tío trajo uno de Camagüey en un Volga alquilado y pasó exactamente lo mismo nos emborrachamos y el puerco quedo medio crudo y la leña era lo que se podía poner pues no había carbón al final tiramos sillas y una escalera.
Yo me acuerdo claro de tu casa yo iba con Meruelos a oír música y siempre en el 70 el cuadro de Jesus que tenias como arriba de un buro que decía "de que van van" jajaja

28 de noviembre de 2010 a las 15:55

David Lago-González

Me matas Wilfredito. Meruelos me suena mucho, creo que era de los Meruelos de la Avda. de los Mártires, profesores. A la Dra. Meruelos que era un caso, y en la Secundaria una vez le destornillaron toda la silla y cuando la pobre mujer se sentó... pues claro.
Lo "de que van van" eso no me acuerdo. El cuadro de Jesús debe ser un grabado de Raúl Parrado. Lo que estaba en la pared del buró era el afiche de Disco Blanco de los Beatles.
Mi casa era famosa por la música, supongo que figuraría en una guía del diversionismo ideológico. Una noche, haciendo la guardia del CDR, me enteré por un vecino que apenas conocía que a mí la llamaban "La Casa de la Música".

29 de noviembre de 2010 a las 2:11

WC: Bueno a lo mejor lo del cuadro fue un "trip" pero si me acuerdo bien claro, era un pequeño buro que estaba detrás de la columna, si meruelos era de la vigia, en realidad donde único se podía oír rock era en tu casa también a veces iba con Jose Alberto yo traía muchos discos de la Habana y donde único podía oír era allí y me recuerdo bien claro de Carlos Victoria que siempre venia cargado de música

29 de noviembre de 2010 a las 3:39 · Me gusta

David Lago-González Jose Alberto vivía en la cuadra siguiente a la mía. Tremenda quedada que se dio cuando era músico de Farah María.
Lo del cuadro no fue un "trip" tuyo. Sí existió.
Qué curiosos son los recuerdos. Yo te recuerdo más del Pre y de la zona del Gallo. Creo que por entonces eras muy delgado (bueno, yo también...)

29 de noviembre de 2010 a las 11:10

WC: Como la famosa serie Argentina "Éramos tan flacos" jejeje, imagínate la plaza del gallo era el punto de reunión y coppelia por la madrugada cerrando la noche con un tres gracias de chocolate. Yo los recuerdos a ustedes como super intelectuales actualizados como beatniks o hippies cubanos, sabían ingles la música rock etc. etc. estaban como fuera de espacio en Camagüey jajaja

29 de noviembre de 2010 a las 15:11

David Lago-González Todo un honor, Wilfredo.

29 de noviembre de 2010 a las 18:03

WC: Y yo también por eso me fui a la habana y luego aquí donde estoy what's next? No se

29 de noviembre de 2010 a las 19:12

***

jueves, 2 de junio de 2011

Rememorando la pesadilla…

Rememorando la pesadilla de los actos de repudio, a colación de un vídeo colocado en Facebook.

 

  • David Lago-González pues eso no es nada para los que yo recuerdo...

    Hace 4 horas · Me gustaYa no me gusta

  •  

  • is Sánchez Curbelo Y yo, David! De todos modos te juro q ver esas imágenes me transportó a los 70 y 80. Vi arrancar los pelos a una amiga mía, when I was 13, una de esas niñas decentes del entonces Camagüey. Decir enjambre lo q tenía alrededor, gritándole puras ofensas, es poco. En fin, qué te voy a contar q no sepas (tú!). No sé, me cuesta imaginar q eso se supere, sólo con linchamientos.

  • Hace una hora aproximadamente. · Ya no me gustaMe gusta · 1 personaCargando...

  •  

  • David Lago-González Luisi, no sé si hay quien lo supere. Lo de mi amigo Rolando (Vertientes) fue hoRRRRRRRRRRRRible, y posteriormente para los padres que quedaron allí. Mi madre y yo fuimos unos privilegiados porque Frangelina se negó a que los Miranda y otros vecinos nos dieran el acto de repudio; y en mi centro de trabajo el director (Rolando Acuña) y el del sindicato (que se llamaba Cristóbal) también se negaron al que querían darme Marta Verdugo (San Ramón, cerca de la Plaza), Aidita (una pija de Puerto Príncipe) y más gente, que seguramente vivirán en Miami. Aún así, yo me incorporé después al trabajo cuando no nos dejaron salir (estaba de vacaciones mientras sucedió el Mariel) y me entrevisté con el director, que me dijo que lógicamente no me podía mantener en la misma plaza (de mierda) que tenía antes, y entonces me mandaron a dar pico y pala. El pobre encargado de la brigada, muy consternado, no sabía qué hacer conmigo. Por fin me mandó al fondo de unos talleres en donde se habían dejado secar trozos de cemento sobre el suelo y allí me pasé las 8 horas, mientras desde las naves de los talleres me tiraban piedras y cosas (ninguna me dio ciertamente) y me gritaban ya te puedes imaginar de todo lo que se podía decir en aquellos momentos. La empresa tenía transporte propio, que naturalmente yo no cogí, y me fui andando desde allí (más allá de El Pollito, o Chicken Picking) hasta mi casa. Por supuesto, ya no volví.

    hace pocos segundos · Me gusta

  • miércoles, 1 de junio de 2011

    El Orgullo del Emigrante (o del Inmigrante)

    .

    TABACALERA DE ESPAÑA 028

    antiguo edificio de Tabacalera de España, dependencia abandonada

    .

     

    Como he manifestado en algunas ocasiones con respecto a mis antepasados, por parte materna provengo del apellido Fagundo, de ascendencia sefardí, localizado como oriundo de la zona de Cáceres. Durante la expulsión de los judíos llevada a cabo por los Reyes Católicos, parte de ellos –si no la gran mayoría— se desplazó a las Islas Afortunadas y, en el caso más directo a nosotros, fueron emigrando principalmente hacia tres colonias españolas en El Nuevo Mundo: Cuba, Puerto Rico y la península de La Florida (no confundir con el Miami actual). En el primer punto de la búsqueda de una nueva vida (las Islas Afortunadas) se constituyeron en un apellido considerado ya plenamente como canario. Mis bisabuelos maternos eran “isleños” y no recuerdo si mi abuela también, pero ya mi abuelo si fue la primera generación criolla del apellido Fagundo (que en realidad quiere decir “hijo de Facundo”). Se casaban entre primos hermanos (o carnales) para preservar la continuación del apellido y saga. O sea, practicaban la endogamia en aras de Sefarad. Así mi tía mayor, Victorina (tía Viti), fallecida en los años 30 a consecuencia de la tisis, casóse con su primo hermano León Fagundo (que en la Familia era considerado como una especie de patriarca) y se afincaron en el pueblo de Agramonte, en la provincia occidental de Matanzas, en Cuba, que está bastante poblada –aún hoy— por familiares que llevan ese apellido como primero. Por supuesto, después de un siglo de una primera generación criolla del apellido, la inmediata que me antecede no tenía conciencia de ser, o haber sido, inmigrantes y, mucho menos, extranjeros. Pero la nacionalidad cubana se estaba formando por entonces, y es muy difícil sostener con propiedad para aquel momento el concepto de cubanidad.

    Por el lado paterno, la extraterritorialidad me toca de forma mucho más cercana, pues mi padre arribó al muelle de luz de San Cristóbal de La Habana en el año 1916, con 18 años, habiendo sido el primogénito de los hermanos nacidos en Freituxe, Bóveda, Lugo. Su padre de él –o sea, mi abuelo paterno, también había estado en la colonia y había regresado a la aldea--. Mi padre arrastró tras de sí a una hermana y su esposo, y a dos hermanos más. Otras dos tías emigrarían a la Argentina, y en Galicia quedó una tía y el más pequeño de mis tíos (ambos no llegaron a conocerse, pues mi padre no volvió nunca a España y falleció en Camagüey en 1978, y mi tío todavía vive en El Ferrol).

    Un gallego no regresa jamás si se siente fracasado, y por derrotado se entiende específicamente el fracaso económico. O sea, nunca jamás regresaría pobre. Nunca jamás regresaría para convertirse en carga de nadie, ni de familiares ni del estado. Y es así, gústele a quien le guste.

    En toda mi vida en Cuba no recuerdo vez alguna en que se suscitara entre ellos –y tampoco posteriormente cuando ya fui un joven— ni con terceros, conversaciones al respecto del hecho de la migración y tampoco acerca de sus vidas anteriores en España. En toda esa etapa de mi infancia-adolescencia-juventud hay dos hombres esenciales: mi padre y mi padrino (que también era tío político y también español, aunque no gallego, sino canario de La Gomera). Entre sí no cabía mayor diferencia de caracteres, de modo que sin saberlo esta circunstancia sentó en mí las bases de un equilibrio que al cabo de muchos años comprendo y valoro cuán importante ha sido en mi vida y, sobre todo, en mi formación ética.

    En lo absolutamente personal, una de las tantas razones por las que nunca he regresado a Camagüey (Cuba en general me importa mucho menos) es porque soy un fracasado, económicamente hablando. No he hecho fortuna y no puedo retornar como “indiano”. Puede que esto parezca descabellado a la mayoría y no aspiro a que nadie lo entienda: el gallego verdaderamente es un carácter sumamente peculiar y muchas veces a nosotros mismos nos cuesta comprendernos unos a otros entre miembros del clan. Porque el gallego es de “clan”, de ahí que donde único prendiera la posibilidad de una Sicilia mafiosa española haya sido en las costas gallegas.

    Ni en mi casa, ni en el caserón de Wooden (La Esmeralda) que hizo las veces de casa matriz de la aldea de la que salieron los Lago de la Fuente, jamás se habló de emigración pero era como algo que lleváramos en la sangre, algo genético que solo puede aceptarse y no cuestionarse. Nunca jamás nadie tuvo que decirme, o aclararme, que emigrar era la última carta de la baraja, porque siempre último en todo va a ser el que llega nuevo a algún destino, el que traspasa una puerta por primera vez. Para nada tiene que ver con la resignación ni el fatalismo; son hechos prácticamente congénitos, quizás ese tipo de cosas que ahora llaman “enfermedades raras”. De todo esto me siento profundamente orgulloso. Aparte de español (aun cuando la sociedad española no me acepte como tal por su carácter mucho más clasista que racista, y por ser muy exclusivista, y atender, o bien a razones de dinero o a razones de ideologías, o más bien de estimación arbitrarias que le cuelgan a cualquiera de forma banal y penosamente infundadas), desde Cuba ya me sentía español de forma natural, y cada día que pasa y me hago más viejo me torno más “incomprensiblemente” gallego. Muchos amigos, más caribeños, me lo “perdonan”; a otros los he perdido porque a veces, de forma casi orgánica, inconsciente, involuntaria, hago uso de una rotundidad que no admite la melcocha derretida del cubano ni la pista de patinaje groseramente artístico en que se ha tornado la ética y la moral para la mayor parte de los detritos arrojados por el comunismo cubano al resto del mundo. Lo siento, es algo que no puedo controlar; o tal vez es otra cosa, no lo sé, quizás un proceso degenerativo, o tal vez generativo.

    La manipulación del Estado cubano ha pasado ya de la sutileza que pocos en el mundo comprenden y adivinan, hasta alcanzar un grado de sofisticación terroríficamente diabólico (insisto en el carácter diabólico –no religiosamente, por supuesto— de la Revolución cubana y su paulatina transformación o renovación). Si a las personas que nada tienen que ver con este fenómeno los deja reaccionar solamente en el estrecho y lamentable margen de la visceralidad que se resuelve en apoyarla o negarla con toda la necedad de tal condición, a los que partimos de allí nos confunde enormemente y hay que desarrollar poderes de clarividencia para rozar –y digo “rozar”— alguna verdad de la mentira, alguna sospecha, alguna elucubración. Este enrevesamiento forma parte también del barroco cubano, cuyo máximo exponente literario es José Lezama Lima. Describir la cocción de unas natillas partiendo de los griegos y saltando a los fenicios y a la manera en que los egipcios mezclaban los tintes para que sus diosas se embellecieran, combinándolos a la vez con el olor del café que cuela una guajira de Baracoa, es algo que difícilmente pueda entenderse en su plenitud. También resulta algo mágica la luz cuando uno llega a tal hallazgo (el de cómo se hacen las natillas en Cuba), pero en política y en ideologías y en las artes poco ortodoxas de Maquiavelo y de Fouché, el matiz cambia radicalmente y cualquier complacencia en la magia desaparece, a no ser para quien la ejecuta, al que imagino gozando enormemente de los resultados.  Los ejecutores son verdaderos dioses de la opresión, la represión, y lo que resulta peor, expertos en provocar la sangre y la muerte que no se ve, el golpe que deja moratones pero que licia de por vida.  Olvidémonos de los burdos dictadores latinoamericanos o de cualquier otro sitio, hasta el propio Stalin fue un burdo matón, Hitler, Pol Pot, cualquiera: LA EXQUISITEZ generada por los Hermanos Castro y practicada abiertamente por todos sus secuaces y seguidores, por convicción de maldad y/o convicción de oportunismo, es algo que se extiende con más rapidez y alcance que La Peste. Y, por supuesto, alcanza de pleno a lo que se ha dado en llamar “disidencia” (antes “contrarrevolución”). Incluso al hombre más sencillo.

    La Habana no mueve un solo dedo, no entreabre ninguna puerta o ventana, no deja de mirar al fronterizo mar, si no es porque ya cuente de antemano con un plan posterior elucubrado de principio a fin. Cometen errores, pequeños errores, deslices que se les escapan de la mano férrea, y muere alguien en prisión (alguien de resonancias aunque sea ligeramente políticas porque los muertos comunes siempre han sido numerosos, tanto entre ellos mismos como a cargo de sus carceleros, pero estas personas no les importan a nadie: ni a ningún gobierno ni a la disidencia, esa gente no existe), o se les va la mano fusilando a tres que intentaban huir (mientras que a otros por la misma causa no se les castiga –p.e., un familiar mío, de padre “revolucionario”— o se les mantiene en cuarentena vigilada también conocida/desconocida como “ley de peligrosidad”. Pero lo que sí está total y minuciosamente atado y bien atado es cualquier maniobra de envergadura (éxodo del Mariel, los balseros, la disidencia controlada y permitida, y por última el destierro de los presos políticos que han llegado en masa a España).

    Y hago parada en este punto: el destierro de los presos políticos que han aceptado venir a España. Este grupo de personas se ha quejado largamente de las condiciones en que han salido y de la forma en que el gobierno español les ha tratado. Que yo sepa, han accedido voluntariamente a venir, y añado, aun cuando no haya libertad en un país existe un mínimo de libertad individual con la que esa persona decide sobre su vida: si vivirla o dejarla ir. El Gobierno cubano, Santa Iglesia mediante, les ha otorgado privilegios (al menos teóricamente) bien distintos a los del resto de nosotros: promete respetar “sus propiedades” y el regreso cuando ellos estimen conveniente solicitar el correspondiente permiso de entrada a Cuba (que pueden aprobar o rechazar). 50 años de vida dirigida militarmente, ideológicamente, han convertido a estas personas en gente mimética que tiene mayor capacidad para repetir lo aprendido y lo simplemente vivido que para desenvolverse por sí mismos de forma individual, mínimamente original e independiente. Con seguridad, la mayor parte de ellos, antes de pasarse a la disidencia --¡oh, Dios mío, me he dado cuenta que este amor no era verdadero ni fiel ni sincero!— formaba parte del entramado representativo (en cualquier medida) del Aparato de gobierno, y, en otros casos, también del represivo. Por tanto, por qué tengo que creer en ellos ahora, “aquí y ahora”, y no antes: ¿cuándo eran sinceros y eran ellos mismos? ¿Antes, ahora, nunca?  Muchos cubanos sabemos que una posible, potencial, forma de salir del país es hacerse “disidente” e inmediatamente Estados Unidos considera a esa persona como posible inmigrante (propuesta que se les ha formulado a amigos míos en sus casas). Por supuesto, esto no lo admite nadie.

    Estoy seguro de que, en la mayoría de los casos, o en muchísimos de ellos, lo que llaman “propiedades” pueden ser viviendas entregadas por la Reforma Urbana (Estado cubano) que, o bien fueron quitadas a sus legítimos dueños o estos, al marchar del país, tuvieron que firmar haciendo entrega de las mismas al estado, condición sine qua non para abandonar el país, muchas veces en calidad de nada. Independientemente del origen de esas llamadas propiedades, el hecho de que el Gobierno cubano declare (aunque fuera mentira) respetar este bien adquirido de forma legal anterior a la Revolución o de manera “legal” entregado por la Revolución, sienta una diferencia con el resto de los que abandonamos la Isla. Ese hecho no es gratuito, sino que contribuye a crear justamente la distinción a la que yo me estoy refiriendo. ¿Por qué ellos sí tienen ese derecho y yo no, además de los millones que hemos salido anteriormente?

    Se les permite salir, y España les recibe, liberando allí y admitiendo aquí a una cantidad de familiares que prácticamente más que a familia, deben referirse a todo un árbol genealógico. ¿Por qué ellos sí tienen ese derecho y yo no, además de los millones que hemos salido anteriormente?

    La degeneración moral creada por la Revolución, y alimentada por los representantes de las distintas organizaciones de “apoyo” del llamado “exilio”, también afectados de la misma enfermedad, les ha hecho creer que el status de refugiado político es una especie de medalla de honor a la cual cualquiera o todos tienen derecho en base a sufrimientos anteriores. Y lo peor de todo, es que ellos –o muchos de ellos, o la mayoría— se lo han creído. Lo han repetido hasta la saciedad: ellos no son meros y vulgares inmigrantes, ¡ellos son refugiados políticos! Otro punto para dividir: ellos se consideran por encima de otros que somos emigrantes/inmigrantes (del matiz que sea, incluido por supuesto el político).

    Recuerdo que en el año 83, yo trabajaba de camarero en un restaurante chino y convivía con un amigo (y su madre). A este amigo le habían concedido el asilo político con su correspondiente ayuda económica (de hecho posteriormente les dieron un espléndido piso a estrenar), recibía mensualidades considerables de su numerosa familia en Estados Unidos (por cierto, cuando comenzó a recibir la ayuda del ACNUR, le pregunté si no iba a avisar a su familia para que durante ese tiempo le mandaran menos dinero, y me contestó “ah, no, cuanto más manden, mejor”) y, sin necesitarlo verdaderamente, quiso que yo le consiguiera trabajo donde lo hacía yo. Yo me sentía bastante reacio porque a veces podía haber situaciones un tanto por debajo de ciertos parámetros y simplemente no me gustaba que mis amigos pasaran por ellas. Pero, en fin, accedí. Como para hacer su trabajo en la cocina, se sentaba (mientras los demás permanecían de pie), hubo quejas y le pidieron que hiciera lo mismo que los demás. Allá fue corriendo a la zona del bar, donde estaba yo, a manifestar su indignación (tan de moda actualmente) diciéndome que además de toda la humillación que habíamos pasado en Cuba tenía que aguantar aquello, a lo cual no estaba dispuesto. Como yo hube de mantenerme en actitud de psiquiatra soviético, me conminó a que tomara partido. “Pues vete,” le dije yo. Y abría los ojos como platos diciéndome “parece mentira que tú me digas eso…”  A lo cual le contesté: “Es que tienen razón: lo que haces molesta a los demás. Pero además, yo no te sigo porque yo sólo recibo el dinero que me gano trabajando, no el que me da ningún familiar ni ningún gobierno, y mi madre está muy por encima de ti, de tu enfado, de tu humillación y de tus derechos”.

    Luego de esta pausa (que no refresca, como las de Coca Cola), vuelvo al tema, que en realidad –y en mi barroco cubano— versa sobre la distinción de categorías entre refugiado político e inmigrante. Y esto me lleva a los predios donde estos honorables ex mayimbes y ex reclusos políticos no realmente liberados (ya que, según entiendo, no se les conmutó pena alguna, sino simplemente se les dio la posibilidad de desterrarse) circulan, con el peso, el mismo peso y seguridad que advertía en los patéticos dirigentes de poca o mucha monta al andar por las oficinas de los sitios donde trabajé en Cuba. Ni siquiera se dan cuenta que han sido programados para dividir al ghetto. No soy yo, ni personas como yo que piensan igual y a veces se atreven a manifestarlo, los que dividen al exilio “cuando debemos estar más unidos que nunca”, sino el gobierno cubano desde La Habana, que, consciente o inconscientemente, tiene y encuentra en muchas partes numerosas cajas de resonancia para su labor de zapa. Ya sé que han estado en prisión --cualquiera en Cuba es fácilmente carne de ergástulo— pero se supone que ha sido por una causa en la que creen, por la libertad de Cuba, y si es por una causa o un ideal no tienen por qué esperar beneficios de sus humillaciones, porque ni las de ellos ni las mías les importan a nadie. Ésa es la dura realidad.

    Y como nunca he vivido del erario público, y mi condición de migrante, y mi éxito y mi fracaso, dependen solamente de mi trabajo y no de ningún gobierno ni organización ni asociación amañada para posibles subvenciones, declaro que me une muy poco con esos señores y con gente que piensa de esa manera.

    Yo vine aquí a cambiar de vida, a rehacer mi vida, y desgraciadamente no me puedo olvidar de la anterior.

    © 2011 David Lago González

    domingo, 8 de mayo de 2011

    Disculpas

    DOMINGO 8 047.

     

    Agustina.

    Ahora estaba sentado en un banco de piedra de una linda plaza del Madrid de los Austrias, y al otro lado de la plaza, con su fuente borboteante en medio y sus árboles plagados de un verde intenso, había un pequeño grupo de jóvenes y no tan jóvenes detritus sociales que continuaban la juerga de anoche bebiendo latas grandes de cerveza y calimocho en botellas plásticas de Coca Cola de 2 litros. Cantaban y gritaban, sin duda se sentían en su ebriedad felices. Ese grupillo es el extremo último de lo que se conoce como “botellón”, ya en el umbral del alcoholismo, si no de lleno metido en todo ese diabólico caserón.

    A pesar de su felicidad, o de su alegría, daban una fea imagen. Una imagen de la que cualquier madre se sentiría dolida, horrorizada, avergonzada, si uno de esos inconscientes muchachos fuera hijo suyo.

    Recuerdo que todos nosotros hicimos lo mismo cuando teníamos veinte y algo. Algunos lo prolongaron un poco más, con consecuencias funestas.

    Por entonces corríamos un doble –o triple, o cuádruple— peligro: en la salud y lo social, y en lo político. En aquel lugar donde nacimos tú y yo todas las cosas se convirtieron en pecado político. ¿Te acuerdas? Esto nunca lo supiste, pero una noche bebíamos sentados en las gradas abandonadas del antiguo Club Social Atlético, por allá por San Zenón; estábamos los “sí, pero con cuidado”, Nikitín, Carlos Victoria, creo que Carlos Alonso, Víctor, Enrique, Elio, no se quién más; posiblemente Manuel Molina también. Moneábamos, simplemente. Ya sabes lo que era Nikitín en aquellos tiempos. Y de pronto,

    --All of a sudden (my heart sings)--,

    se encienden no sé cuántos reflectores de esos de los stadiums, dirigidos hacia nosotros, y de todas partes empiezan a salir hombres armados con pistolas y metralletas, insultándonos y preguntándonos qué hacíamos allí. Por supuesto, ellos sabían perfectamente que lo único que hacíamos era reír hasta desternillarnos de las monerías nikitianas, pues sabrá Dios desde cuándo estaban acechando y escuchando en la oscuridad. Pero nos dieron un susto de muerte.

    Y tuvimos suerte. Aparte de la muerte contraída y heredada de por vida, siempre fue increíble la suerte que tuvimos. Pues a aquellas gradas llegamos después de haber descubierto que la piscina del club deportivo permanecía llena por las noches, y todo el mundo se lanzaba en cueros al agua. ¿Te imaginas lo que nos habría pasado? Otra “fiesta del perchero” para la primera plana del Adelante.

    .

    PABLO SERRANO 001 002

    Hoy es el Día de la Madre, sobre todo para América, tanto norte como sur. Tú y yo, y los de alrededor, después del primer año en Madrid, comenzamos a celebrarlo el primer domingo de mayo, como es costumbre en España. Pero, ahora que tengo más o menos los años que tú podías tener entonces cuando aquellas borracheras nuestras, comprendo perfectamente lo que tanto tú como mi padre deberíais haber sufrido pensando en la imagen que podríamos estar dando por las calles y vericuetos de tan señorial ciudad.

    Disculpas tardías, ya sé, pero acéptalas de todo corazón, por favor.

    Tu hijo,

    Davi

    .

    © 2011 David Lago González

    lunes, 2 de mayo de 2011

    Los altos de La Maravilla

    (EDFICIO HABITADO CON VEGETACION NATURAL)

    (Habana, 25 abril 2011)

     

    Justo en esos balcones donde florece la piña (la piña de mierda del deterioro y –oh, sí, cómo no: la belleza de la decadencia) era donde vivían Aurora, la madre de Enrique Bedoya Sánchez, y él mismo, en los tiempos en que estaban amigados entre sí.  Creo que es uno de los deshechos más fotografiados de La Habana, pero ahí sigue La Maravilla con sus fantasmas.  Hasta he visto crecer en la distancia esos árboles... ¡Increíble!  ¡Que tristeza!

    Recuerdo que la primera vez que Enrique me llevó a conocer a su madre (con la cual hice una muy bonita amistad), al empezar a subir la escalera, me restregó por la cara: “Esta es una casa del siglo XVII. Debes cuidar los escalones…”

    Allí se parapetó cuando El Mariel, a la espera de que le avisaran.  Nuestro amigo Janusz le llevaba comida.  Y desde allí, acompañado por éste, partió hacia La Ventura.

    A los dos años se suicidaría, arrojándose a toda velocidad en un coche prestado, por el puente de una expressway en Miami.

    El mejor cuento de Carlos Victoria (“Halloween”) está dedicado y basado en él.

    © 2011 David Lago González

    --o--

    (AÑADIDO – UPDATE)  (Mensaje de respuesta a uno mío por parte de la persona que tomó la foto en Las Islas Desafortunadas)

    “¡Ay Dios mío! ¡Qué cosa más grande!

    Que dentro de toda esa destrucción me venga a llamar la atención precisamente ese edificio.

    Ya te contaré.

    La Habana vieja y Centro Habana, así como gran parte del Vedado, ya se perdieron, es como si hubiese estado bajo un bombardeo por mucho tiempo. El agua albañal, ahora mismo sin lluvias, el agua apestosa y negra sale de las cloacas, sale a borbotones por todas partes, ya podrás imaginarte la peste. Son imágenes tan fuertes que todavía estoy en "shock".

    No, a Camagüey no fui, era caro el único transporte seguro: unos ómnibus chinos que se pagan en divisas y ruedan por toda la isla, y además cuando fui al Rincón de San Lázaro atravesamos dos o tres pueblos pequeños y ahí sí se cayó el tabaco. No vi tanta pobreza y deterioro en mi vida.  Además todo el que viene del interior de la Isla dice lo mismo.

    Te veo pronto.”

    domingo, 1 de mayo de 2011

    Primero de Mayo

    .

    Seguramente algunos –ojito, que he dicho solo “algunos”—del ghetto cubano (también llamado diáspora o con otra retahíla de nombres) recordarán, en sus horas más oscuras consigo mismo, ya sea en la cama o en el water, haber cantado alguna vez, casi fuera de sí, estas estrofas mientras desfilaban entre la turba.

    Primero de Mayo, Día del Trabajo,

    dame tu mano, trabajador.

    Todos unidos, codo con codo,

    será más fuerte nuestra razón.

    Ya a partir de ahí, todo se me confunde con los demás himnos revolucionarios y los convierto en una especie de conga que espontáneamente monto para mí mismo o para terceros:  “Estudio, trabajo, fusil, lápiz-cartilla-alfabetizar-¡Venceremos!” para seguir con “La sangre que en Cuba se derramó, no la podemos olvidar, por eso unidos debemos estar, recordando aquellos que muertos están…”, para después de a cabaret moment que obedece a la palmada de Nikitina Joplin ordenando “¡Pista, muchachitas!”, coronar el happening con aquel primer himno soterrado que cantaban cogidos de la mano Ramón Veloz y Coralia… Coralia… bueno, Coralia QuéSéYo, y mirando al infinito arriba (porque el infinito siempre está arriba, y cuando se habla del infinito nunca se señala hacia abajo, ¿no se han dado cuenta?), temblar de emoción:

    “…y un Fidel, que vibra en la montaña,

    un rubí, cinco franjas y una estrella.”

    Aquí otro manotazo de la Joplin camagüeyana y se desataba la chusmería cabaretera: “Cuba, qué linda es Cuba, quién la prefiere la quiere más, eah…”

    En fin, querido ghetterío, la cosa sigue igual.

    DLG

    jueves, 21 de abril de 2011

    “Los sueños, sueños son” (pero…)

    .

    tumblr_lhsxvgc1BY1qbgkq6o1_500

    .

     

    Esta madrugada me desperté como a las 6 y lo primero que vi fue el miedo de unos nigerianos atrapados en el fuego cruzado de Libia. (Me había quedado dormido en mitad de un programa de TVE1 sobre actualidad, mayormente política, y comentarios, debate y opinión.) Pobres negros, pobre África. Un continente maldito, cuya maldición tiene su origen en que sirvió de cantera humana a los imperios coloniales europeos, generando una degenerada clase de mediadores de desalmados foráneos y nativos que capturaban y vendían lo que en aquellos tiempos no tenía consideración de “ser humano”: al ser humano. Si América ibera nunca se ha repuesto de las consecuencias del expolio practicado, sobre todo, por los imperios españoles y lusos, y sigue siendo hoy el desastre que es y habiendo servido ese expolio como germen del menosprecio que siente América por sí misma (otra cosa es la sobrevaloración que contrarresta negativamente este sentimiento de menosprecio), qué puede quedar para un continente cuya principal materia prima expoliable fueron sus habitantes.

    En fin, el caso es que mi disposición a dormir es algo muy inestable, cosa que verdaderamente me aterra la posibilidad de alcanzar los grados de locura pasiva y silente que llegué a experimentar años atrás.

    El sueño de anoche era agradable, sé que era agradable, pero ya lo olvidé. En cambio, no he podido desprenderme básicamente de dos seguidos que tuve la otra noche, hará como tres días: en el primer sueño, larguísimo, yo asistía como espectador a la tortura y asesinato de una pareja gay que no sé quiénes eran; me desperté en uno de esos clímax, sobre las 6:30, y me volví a quedar dormido, para soñar entonces con que mi madre moría de tuberculosis. A veces tengo miedo disponerme a dormir. Cada dos o tres noches me tomo un opiáceo para asegurarme que el tiempo horizontal sea reparador.

    Conversando con mi psiquiatra, hombre al que admiro y respeto mucho, corroboraba distintas manifestaciones de la ansiedad (de tenerme en MIS brazos, musitando palabras de amor… ansiedad de tener MIS encantos y en la boca volverME a besar…). Por ejemplo, es ansiedad (y NO depresión) el no poder arrancar por las mañanas, la disgregación mental, el escribir veinte cosas a la vez y no concretarme en ninguna…

    -o-

    Anoche (20.04.2011) me tomé finalmente mis pastillitas de lormotazepan 2 mg., para dormir de un tirón y recuperar el sueño real perdido. Pero a las 6 de la mañana –siempre pasa algo a las 6 de la mañana, ni que fuera la hora en que mataron a Lola— el teléfono sonó una primera vez. Lo dejé pasar: “será un puto trasnochado”, pensé. Pero insistieron, y entonces pensé que igual se había muerto alguien querido de los pocos que quedan ya. Final, era una amiga a la que no he vuelto a ver más, que en su momento fue pre-jinetera camagüeyana; pues antes de que existiera todo eso de lo que tanto se ha hablado después y han escrito novelas y filmado películas gente que posiblemente se inventa una buena parte de la historia para hacerla más vendible, esta chica (creo que aún siendo menor de edad) decidió irse para La Habana, en compañía de una chica bellísima, de una hermosura verdaderamente exótica, apodada Heidi, a la caza del marinero mercante griego. Ya Heidi tenía un niño precioso, fruto, creo, de tales aventuras. Y esta amiga dijo: “ay, ya está bueno de bobería, yo me voy a resolver”. Y a La Habana partió, con su almeja entre las piernas. Bueno, el caso es que ella ha descubierto que yo todavía, tampoco, no me he muerto y quiere que le escriba cartas, pero cartas postales… y a mí eso me cuesta mucho trabajo. Lo voy a hacer, lo juro por el Santo Niño de Praga, pero me cuesta un trabajo……………….. espantoso.

    Luego estuve durmiendo hasta las 12:30. Creo que he recuperado parte del tiempo perdido.

    DLG

    miércoles, 2 de febrero de 2011

    MI AMIGO ÓSCAR y YO

    .

    5946713

    .

     

    Mi amigo Óscar, a lo largo de su vida, fue desarrollando una esquizofrenia que, tras dos últimos años infernales --principalmente para él, pero también para todos los que le queremos --desencadenaron en su muerte por parada cardiaca. Viví y le acompañé en el preámbulo de los accidentados doce meses que antecedieron al final (a lo largo de los brotes sicóticos yo solía ser repudiado), corriendo a la par que él en aquella especie de remake de “La Soledad del Corredor de Fondo”, a campo traviesa, mientras lo accidentado de todo aquel terreno que transitábamos (rocas, riscos, valles, desiertos, charcos inmundos, vida y muerte, deseo y pasión y frustración, e historia, muy mala historia a nuestra espalda y en derredor) nos magullaba los pies, y la piel de la cara y los brazos se nos llenaban de arañazos de espinas y gajos secos de bosques y monte bajo. Una parte de genética nos acompaña, sin duda, pero el escenario en que para bien y para mal se habían ido madurando nuestras lozanas uvas, y sobre todo, la enorme miseria humana que hemos conocido, nos dejaron una enfermedad de por vida que, estoy seguro, nos hizo más inteligentes, más agudos y más irrazonablemente fuertes y opuestos a endurecernos con el tiempo, como bien debería haber sido nuestro acto subconsciente de rechazo o protección.

    Mi amigo Óscar y yo hablábamos mucho. Nos emborrachábamos con frecuencia. Éramos asiduos de garitos de estúpido e inservible vicio (la pérdida de tiempo es el peor de ellos). Por puro milagro, y por miedo, nos salvamos de la droga dura. Nos reíamos tanto de todos y de nosotros mismos que por lo general terminábamos llorando. Había nacido en Cuba también, para más señas en Florida, a media hora de mi pueblo. Le fue dado el honor de ser escogido por el Reino de España para reconvertir su condición de escoria de asilado en la Embajada del Perú en La Habana, en respetable ciudadano europeo.

    Por eso a veces comentábamos qué curioso resultaba que los que habían vivido de la Revolución y/o los que habían sacado más tajada de Ella, fueran precisamente los que se proyectaran con mayor contundencia en su contra.

    En fin de cuentas, la vida no se va a arreglar. Qué más quedaba sino devenir en loco.

    .

    © 2010 David Lago González

    miércoles, 26 de enero de 2011

    LOS GUSANOS TENÍAMOS RAZÓN

    .

    gusano de seda klz1256530624f

    (gusano de seda)

    .

     

    LOS GUSANOS TENÍAMOS RAZÓN

    My theme is memory…

    Evelyn Waugh

    Una de las consecuencias del terrible accidente comunista cubano de las que verdaderamente me siento orgulloso, es la catalogación que, siendo aún un niño, hicieron de mí las autoridades, abducidas quizás por la onda expansiva de un romanticismo cegador (y segador) que como traicionera bomba etarra les explotó en plena cara. Sin decretos ni papeles de por medio, para que nunca quedase la menor prueba verificable, se me definió institucionalmente como GUSANO.

    Dejemos pasar el primer año, 1959, en que figurones tan posteriormente refulgentes como Martha Frayde, Carlos Franqui, Guillermo Cabrera Infante y un casi infinito etcétera de personalidades mayores, menores e insignificantes (y no por ello menos dañinas –aun cuando no hayan cometido “delito de sangre”, observación que se me ha hecho en diferentes ocasiones), participaron todos levitando del rubor transido de la instantánea romántica. Digamos que fue un año de mucha confusión, y también de bastante entusiasmo. Pero un par de años después ya plenamente se me colgó con total determinación y convicción el sanbenito del “desafecto”. Por entonces yo tendría entre 10 y 11 años. En fin de cuentas, bueno, era un hijo de papá, y mis padres y mi familia habían salido de los orígenes más humildes hasta ganarse una clase media baja y alta a través de trabajos y esfuerzos constantes (no me constan casos de corrupción, “botellas”, componendas con políticos o prebenda alguna). No eran intelectuales, sino gente que no había sobrepasado la educación primaria; o sea, lo que comúnmente se llama “gente del montón”.

    Esa tribu del montón componía principalmente el grueso de la gusanería, o “gusanera” como ha sido el nombre común que nos ha acompañado durante más de medio siglo. Pero rápidamente La Autoridad hizo tabla rasa de las características del “gusano” añadiéndola a la antigua clase dominante cuando la realidad era muy variopinta, y haciendo de todos un único monigote culpable al que colgar simbólica y literalmente de cualquier árbol que sirviera de cadalso.

    Para mí ser GUSANO fue anterior a escribir el primer verso, como anterior fue a enamorarme y hacer el amor. Mucho antes de tomar café (el de la libreta de racionamiento) y de terminar bebiendo como un cosaco hasta padecer amnesia alcohólica, fui GUSANO. Por lo tanto, es algo que siempre llevo por delante, y de lo que me siento tan orgulloso como de la dicha y el dolor de escribir poesía, y amar o simplemente gustar de alguien.

    Particularmente creo que la gusanera ha estado formada por personas considerablemente sinceras, de reacciones inmediatas, nada estudiadas; reflejos instantáneos, que da a toda esa familia una intrínseca valentía inconsciente que nada esperaba a cambio, y que, cuando menos, se encontró de por vida con una señal (“señalarse”) tatuada entre la piel y el aire. Ése era el pueblo. Mi vecina Blanca Mayo, que pasaba horas del lado de fuera de la ventana, “gusaneando” con mi madre y conmigo (la recuerdo bajando la voz y hablando de medio lado cuando por la calle se acercaba alguien desconocido). La “gusanera” solapada que nos sentábamos en el portal las noches del largo verano camagüeyano. El chinito de la cuartería de enfrente, vendedor de perejil y hortalizas (hasta que lo dejaron) que desde la otra acera se ponía a comentar con mi madre (de pie en su puerta) y le gritaba a voz en cuello: “comunimo malo, comunimo malo”. Y mi madre: “Cállate, chinito, que te van a llevar preso.”

    Pero esa gente sencilla, aparte de los grandes ojos y orejas de los Comité de Defensa de la Revolución que todo lo veían y lo escuchaban –y lo anotaban --tenía también otro adversario que siempre le subestimó y lo despreció: La Intelectualidad.

    Una revolución se convierte en gobierno y en estado, y crean, inevitablemente, su propia sociedad. Esa sociedad, al igual que la anterior suplantada, genera su propio sistema de clases, aun cuando en la superficie no esté movida por la acumulación material. El peso del dinero se trueca en el peso del poder. La burguesía fácilmente se sustituye por el nepotismo (cuando menos), y recorre todo el vía crucis de la implantación del totalitarismo. La guardia pretoriana no son solamente los aparatos de represión, sino toda la naturaleza humana en su nivel más bajo: oportunistas sociales, oportunistas intelectuales, oportunistas políticos. Y se vuelve al dinero, travestido o no (por ese camino andamos también hacia El Cambio del Cambio).

    Las elites son indispensables.

    Y aunque paulatinamente o de forma abrupta, inesperada y ¡oh! sorprendente, asuman de forma pública pero con sigilo, comedidamente, “a lo dicremón” y manteniendo una conveniente fachada “crítica” (a veces autocrítica en el sentido de reconocer “su error” pero siempre reafirmando una sinceridad, dudosa sinceridad), ellos están por encima del pueblo que dijeron y juraron un día responder por él y representar. Y en ese pueblo está EL GUSANO. Aun cuando los vientos le lleven a asumir una radicalización furibunda, exactamente situada al otro extremo de su anterior dedicación y entrega a la causa, también rabiosa (y doblemente enajenada por venir del oportunismo y la conveniencia), nunca jamás admitirán su condición de “gusanos” y “desafectos”. Y en el fondo llevan razón: no lo son. Siguen siendo no más que meros oportunistas de la patria, el himno, la bandera y José Martí, el sagrado apóstol que casi han elevado al nivel de Mahoma.

    © 2011 David Lago González

    http://www.elpais.com/articulo/internacional/EE/UU/retrata/corrupcion/Cuba/elpepuint/20110122elpepuint_4/Tes

    http://www.elpais.com/articulo/internacional/Iglesia/ha/capitulado/elpepuint/20110122elpepuint_6/Tes

    http://www.elpais.com/articulo/internacional/Raul/Castro/Otmar/Issing/elpepiint/20110123elpepiint_3/Tes

    ORUGA-MENU

    domingo, 21 de noviembre de 2010

    Mi amigo Oscar (I + un añadido)

    .

     

    .

    El post original es éste (http://heribertopenthouse.blogspot.com/2010/11/mi-amigo-oscar-i.html).  Aunque ya lo he dicho en otras ocasiones, quiero añadir que después de lo sucedido en la sede diplomática de Perú en La Habana del año 80, España, no sé de qué manera “seleccionó” 500 escogidos por La Corona para darles asilo político en el Reino bajo gobierno de UCD.

    Estos 500 muertos vivientes aterrorizados fueron recibidos en Barajas con otro acto de repudio a mano y garganta de la enérgica y siempre justa izquierda española.  En vez de “Aloha!” y una guirnalda de flores, o de algún “¡Olé!”, los gritos eran del orden de “¡Aquí no queremos chorizos!”, “¡La Escoria, que se vaya!”  “¡Gusanos, a Miami!” y otras lindezas por el estilo, incluidas, claro está, las sexuales-morales.

    Lamento no tener acceso al pasaporte que le hicieron a Oscar para viajar, o al salvoconducto que le dieron, no recuerdo ahora.  LO QUE SÍ RECUERDO PERFECTAMENTE es la foto suya y el trabajo que me costó reconocerlo.  Sólo me la enseñó una vez.  Supongo que en una de sus crisis la tiraría o la quemaría, como hicieron con su vida los comunistas y oportunistas cubanos.

    (To be continued…)

    DLH

    .

    sábado, 20 de noviembre de 2010

    ANTONIO MUÑÓZ MOLINA - Sosiego final de Saul Bellow

    .

    saul bellow-self portrait[3]

    .

    BABELIA

    REPORTAJE: IDA Y VUELTA

    Sosiego final de Saul Bellow

    ANTONIO MUÑOZ MOLINA 20/11/2010

    http://www.elpais.com/articulo/portada/Sosiego/final/Saul/Bellow/elpepuculbab/20101120elpbabpor_6/Tes

    En la última carta que escribió en su vida, un año antes de morir, Saul Bellow se acordaba de unas sandalias que su madre le había comprado cuando tenía seis o siete años, y que le gustaban tanto que las untaba con mantequilla para mantener fresco y flexible el cuero del que estaban hechas. Qué asombroso cómo todo se resume en un par de sandalias de cuero, dice Bellow en la última línea, antes de la despedida. Quizás uno de sus últimos pensamientos o recuerdos antes de perder la conciencia sólo un año después tendría que ver con esas sandalias en las que se resumía su infancia: la cercanía de la madre que iba a morir muy poco tiempo después y el amor de un niño pobre por un pequeño regalo conseguido después de haberlo mirado mucho en un escaparate. En 2004 Saul Bellow era un anciano que vivía retirado en una zona rural de Nueva Inglaterra y tenía una esposa muchos años más joven y una hija de cinco años. La veía jugar cerca de él cuando escribía esa última carta y pensaba que la niña era más pequeña de lo que él había sido cuando se quitaba cuidadosamente sus sandalias de cuero antes de acostarse. Casi nonagenario ahora, sin proyectos de nuevos libros ni de viajes, quizás le dio tiempo a disfrutar una serenidad y un desahogo que no había tenido nunca en su vida, desde que empezó a hacerse adulto en los duros barrios de emigrantes del Chicago de la Gran Depresión, cuando devoraba uno tras otro los libros retirados de la biblioteca pública al mismo tiempo que estudiaba y que intentaba buscarse la vida trabajando en cualquier oficio que se presentara. La mezcla de entusiasmo y penuria de aquellos tiempos iba a alimentar siempre su imaginación y a determinar su actitud hacia el mundo: perseguir contra viento y marea aquello que uno desea o a lo que considera que tiene derecho; pelear si es preciso para que a uno no lo pisen y no dejar ninguna ofensa sin respuesta para ser respetado.

    Convertía en literatura de manera inmediata las complicaciones de su vida, y cada libro le complicaba la vida más aún

    "Es el oficio el que mantiene cuerdo, bendito sea", escribe en 1969, en medio de alguna de las tormentas usuales

    El hijo de emigrantes judíos que no llegaron a hablar nunca bien inglés despertó a la vocación de escribir leyendo las obras maestras de la gran literatura y conversando y discutiendo con amigos tan pobres y tan literarios como él, tan llenos de insensata ambición. Todo lo que más querían era inaccesible en aquella adolescencia de marginalidad y penuria, en una ciudad en la que la crisis económica y la ferocidad de los inviernos revelaban en carne viva la crueldad de un sistema sin misericordia para los débiles o los pusilánimes. Los mejores capítulos de Las aventuras de Augie March tienen un resplandor de calamidad como el de los horizontes de los infiernos de Brueghel o El Bosco: los tranvías alejándose por extrarradios de casas pobres y mataderos industriales en amaneceres batidos por las tormentas de nieve; la sensación de madrugar tanto que todavía es de noche y sentir anticipadamente el frío de la calle y la humedad en los pies calzados con malas botas y chapoteando en la nieve sucia. La alta cultura que veneraba el muchacho demasiado fantasioso para tener sentido práctico era tan ajena a él como el bienestar de las mansiones de los ricos. La cultura literaria tenía su lugar no en Chicago, sino en Boston o Nueva York, o más lejos todavía, en Europa, y sus guardianes eran altivos intelectuales anglosajones que además no ocultaban su antisemitismo.

    "Pero un idioma es una mansión espiritual de la cual nadie puede expulsarnos", escribió Bellow toda una vida después, en el homenaje póstumo a un compañero de generación y de origen, Bernard Malamud, que igual que él se había alzado desde la periferia del gueto judío. Esa mansión espiritual la fue ensanchando Bellow con cada una de sus novelas, con sus cuentos y sus ensayos. Pero cuanto más trabajaba y más cerca se creía de haber alcanzado una posición en la que le estuviera permitido tomar un respiro, otros sobresaltos, deseos incontrolados, pendencias conyugales y literarias, le hacían sentir que nunca iba a pisar un terreno firme. Sus personajes masculinos son seres que nunca descansan, que hablan sin parar, que se van de un sitio nada más llegar a él, que se divorcian tan rápidamente como se enamoran y se casan, que se ven enredados en conflictos legales, en diatribas que sólo suceden dentro de sus cabezas o que si se hacen públicas terminan en escándalos. Leyendo las cartas uno confirma lo que sospechaba, aunque no hubiera conocido la extraordinaria biografía de Bellow que publicó hace unos años James Atlas: Saul Bellow convertía en literatura de manera inmediata las complicaciones de su vida, y como lo hacía tan descaradamente cada libro le complicaba la vida más aún. Decía de sí mismo que era un serial marrier: se casó cinco veces y tuvo cuatro hijos de cuatro madres diferentes. Alguna de sus ex esposas lo llevó casi a la quiebra reclamando compensaciones económicas por haber inspirado los personajes femeninos en sus novelas de más éxito. En una carta le da explicaciones y le pide excusas a una antigua amante a la que convirtió en un personaje que muere en un accidente aéreo. Después de cada nueva novela Bellow tiene la tentación de marcharse de viaje para huir de las quejas de ex esposas, ex amantes, amigos o simples conocidos que le piden cuentas por haberlos usado sin ningún disimulo en la ficción. Pero también ha de defenderse de los críticos que lo atacaban con más saña según iba siendo más conocido y expresaba más abiertamente sus opiniones sobre la literatura o la política. Era siempre, incluso en medio del éxito, el advenedizo que ha de abrirse paso a codazos y a fuerza de tesón y arrogancia. En una carta de 1981 le confiesa a Philip Roth, refiriéndose al escándalo provocado por su novela más reciente, El diciembre del decano: "La escribí en una especie de ataque y me ha quedado un residuo peculiar del que no sé cómo librarme. Ni siquiera puedo describirlo... Hace algún tiempo descubrí que no hay nada que me contenga de decir exactamente lo que pienso".

    Y cómo lo decía. En la inmediatez de las cartas se nota con más claridad el poderío de un estilo que no necesita los controles de la corrección posterior ni de la cautela para transmitir como una corriente eléctrica el flujo de una conciencia convertida en palabras. Entre viajes y angustias, citas clandestinas, compromisos retrasados, demandas de las ex esposas, exigencias de los hijos, diatribas con colegas, Bellow fue dejando un rastro de cartas escritas a toda prisa que dibujan para nosotros una autobiografía y también una poética, una manera pasional y resabiada, severa y sarcástica a la vez de mirar la vida y la literatura. "Es el oficio el que mantiene cuerdo, bendito sea", escribe a un amigo en 1969, en medio de alguna de las tormentas usuales. "La única curación segura es escribir un libro", le había dicho a otro en 1960. En 2004, después de tantos libros y tantas peleas extenuadoras, quizás lo único que necesitaba era ver jugar a su hija y acordarse de aquel par de sandalias de cuero.

    Letters. Saul Bellow. Penguin. 608 páginas. antoniomuñozmolina.es/

    .

    06bellow3_184

    .

    Creo que Fefa la de la Biblioteca fue la primera que comenzó a suministrarnos las novelas de Bellow, que no estaban prohibidas según la Constitución pero sí según la Santa Inquisición de la Conveniencia (¿qué y qué no es conveniente y cómo sobrevivir a ello?).  Le dio a Carlos (Victora, claro) “Henderson, the Rain King”, que pasó de mano en mano y a todos nos pareció deliciosa.  Luego no sé si fue Fefa o fue La Pucha la que consiguió HerzogHerzog cambió bastantes cosas en mí y creo que el descubrimiento de Bellow en esta novela –o el del propio personaje Herzog, que se libera y supera al autor –fue muy importante para mí, tanto como en los early 60’s había sido Ginsberg con su Howl y el Kaddish.  Debe habérsela quedado –¿debo yo habérmela robado? –porque recuerdo haberla leído varias veces estando en Camagüey.  Incluso hubo un tiempo (quizás la primera vez que la leí) que copiaba (mecanografiaba) partes enteras (sobre todo, las cartas de arrepentimiento de escribía Herzog al cabo del tiempo) y se las mandaba a Enrique (Bedoya) cuando estaba en La Habana, sin remitente y desde varios pueblos de Camagüey.  No, no estaba loco: era simplemente esa cosa deleitosa de gozar de un descubrimiento.

    Gracias, Mr. Bellow.  Gracias, Herzog.

    DLH

    .