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domingo, 27 de febrero de 2011

SHAME ON YOU, EUROPE! (QUOTES TO REMEMBER–Javier Valenzuela)

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Gaddafi, 1973

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Este Nerón greñudo, de rostro acartonado y estrafalaria vestimenta que vocifera mientras acribilla a su pueblo quiso ser Saladino en su juventud. Lo fue, de hecho, por un tiempo en los más salvajes y húmedos sueños de algunos. Lo sé, resulta difícil de aceptar para los que no vivieron los años setenta y ochenta del pasado siglo, para los que tan solo lo han seguido en los últimos tres o cuatro lustros. Pero, créanme, Gadafi fue guapo en su juventud y no iba de tirano, sino de revolucionario. ¿Como Fidel Castro? Algo así.

© Javier Valenzuela / El País

 

El subrayado y las negritas son mías.  Naturalmente.  Y efectivamente, la cara contorsionada, colérica y terrorífica del Gaddafi actual fue una vez tan joven y agraciada como la del carismático dictador comunista Fidel Castro.  Por lo general, en nuestra juventud siempre somos hermosos especímenes que podemos esconder al mismísimo infierno concentrado en cuerpo y mente.  Y esos seres que se creen nacidos bajo la conjunción de todas las constelaciones para, aun cuando nadie se los pidiera, salvarnos de los espantosos y terribles futuros suelen por lo general conducirnos hacia alguna variante incluso hasta peor que cualquier cosa imaginable o meramente sospechable.

Y aún en este paralelismo de imagen y de fondo pero no siempre coincidente al 100%, nadie menciona entre los horrores la Ciencia del Genocidio Sutil porque, indiscutiblemente se necesita ser un ser superior (para la maldad) como lo es Fidel Castro y la ideología comunista de fina orfebrería, para poder desarrollar esas habilidades y hacer coincidir ciencia y arte en un trasunto diabólico.

Estas revueltas, revoluciones, cambios y ola de incertidumbres inmediatas y futuras, deberían hacer recapacitar a todo el mundo, no sólo a las grandes potencias europeas y a los Estados Unidos, sobre la aconsejable utilización de una cautela mayor.  Los conservadores también deberían sopesar sus odios y sus amores.  La progresía, su visceralidad y sus fascinaciones, también viscerales.  No se piensa con las entrañas sino con el cerebro.  Los progres españoles de antes y los neo-progres (nu-lefties) deberían ya aceptar que el tiempo pasa y que el espejo dice la verdad, y esa verdad no se refleja solamente en la flacidez de la carne y en las arrugas alrededor de los ojos, sino en que lo imaginario que ellos defendían (con respecto a algo que no vivían) no correspondía ni correspondió nunca con la realidad, y que los representantes y horrendos hacedores de esa (otra) realidad nunca jamás defendieron sus intereses ni sus sueños, salvo solamente para utilizarlos en beneficio propio.

Todos, TODOS, deberían avergonzarse.

© 2011 David Lago González

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Gaddafi, 2010

domingo, 20 de febrero de 2011

ROGER SALAS - La pasividad de Oblomov (mensaje y poema)

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Andrei Tarkovsky - film still from Zerkalo [The Mirror], 1975

Andrei Tarkovsky - film still from Zerkalo [The Mirror], 1975

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subject: la pasividad de Oblomov

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De: ROGERSALAS@…………

Para: david2305@yahoo.es


me he vuelto a leer tu artículo y por eso debemos conceder su lugar, el que merece, a la poesía en nuestra vida (a pesar de lo que dice Olga Savonarola o La Cruel). En 2008 yo escribí LAS NIEVES DE OBLOMOV y te lo dediqué, cuando regresamos de aquella manifestación en Sol que, al menos a mí, marcó un antes y un después en mi condición de exiliado. ¿Por qué Oblomov? Hoy, más de dos años después, tenemos la respuesta. El personaje homónimo de la gran novela de Iván Goncharov de 1858 se ha convertido en el paradigma de la pasividad ante los hechos de la historia en tanto sus dimensiones mayores o domésticas, a la que agrego eso que decía mi madre machaconamente:

"no hay nada que hacer: en Cuba edificaron el odio encima de la miseria".

Para que no tengas que buscar, te lo pego aquí en su versión definitiva del libro.

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LAS NIEVES DE OBLOMOV

 

(para D.L.G. Manifestación en Sol)

 

Merecemos la nieve, no es ajena ni copiosa

como extraño podemos entender su silencio.

Al bajar en forma de telón abisal, su gesto

se transforma sobre nosotros en gran sudario.

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¿A quién conocerá cuando derretida, sucia

arrastre nuestras mejores ideas o recuerdos

que pueden contener banderas, otra bandera?

Cada enseña es un puñal, un torpe afeite.

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No podría levantar la voz ni tampoco escuchar.

Es tan simple como agitar un jirón de la mortaja.

Estamos rodeados de cientos de banderas

Como vestiduras de hielo, sangre, o cristal.

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Banderas a rayas azules y nieve espolvoreada.

Pero advierte que el distante triángulo rojo

es una lámina de sangre seca, húmeda

por mor de los copos que cayendo sentencian.

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La pintura es tan trágica como presumible:

cuando el dique teatral da paso a la escarcha

las sombras bajo abrigos anticuados corren

y abandonan el sendero de abedules desnudos.

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Respiran costosamente desdichados incautos

invocan la letanía de los mártires destronados,

recitan la hebra del fruto confitado en hiel,

la que se adorna con bayas de la cobardía.

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Ansia estúpida del orante al deseo de la nieve

que no cuaja bajo la tierra y se hace peor barro

en la torpe memoria de la isla cruzada a cuchillo.

Alzan aves muertas, complacen como banderas.

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Migajas en la mesa del banquete de Oblomov

respetable entonces como ahora, mintiéndose;

hay triángulos rojos, trozos del pastel baratario

en aguanieve trufados de sangre, hielo, cristal.

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(Madrid, 2008)

© Roger Salas

sábado, 19 de febrero de 2011

De querencias y aversiones hacia las revoluciones, y del miedo a la basura

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“We do not know how big the crowd is, and what opposition it is…until we get out of step with it.”

“We do not know how big the crowd is, and what opposition it is… until we get out of step with it.”

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REPORTAJE: IDA Y VUELTA

La revolución y las basuras

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 19/02/2011

http://www.elpais.com/articulo/portada/revolucion/basuras/elpepuculbab/20110219elpbabpor_6/Tes

  • Decía Mark Twain que algunas de las peores cosas de su vida no habían llegado a sucederle. Algunas de las revoluciones mejores de la mía les han sucedido a otros. La primera alegría política desbordada de la que tengo recuerdo me sucedió una tarde de finales de abril en Madrid, en 1974, cuando compré el diario Informaciones, que era el que leíamos los antifranquistas, y vi el titular que anunciaba la Revolución de los Claveles en Lisboa. La dictadura acababa de caer, pero había caído al otro lado de la frontera. Para muchos de nosotros la ebriedad de la liberación no era menos estimulante porque fuesen otros los que estaban viviéndola. Tenía un reverso de esperanza, y otro de melancolía. Igual que veía uno las películas queriendo imaginarse que era él quien abrazaba a Faye Dunaway y no Warren Beatty, así miraba las fotos de la gente que se lanzaba vestida a las fuentes de la plaza del Rossio o que trepaba a las orugas de los carros de combate para poner claveles en los fusiles de los soldados. El hábito fortalecido por la literatura y el cine de vivir vicariamente las vidas de otros y de imaginar que las cosas que nos importaban sucedían en lugares y tiempos ajenos a los nuestros se trasladaba intacto a la experiencia política. Aquella primavera del 74 yo me pasaba la vida en el reino encantado que fundó para siempre Víctor Erice en El espíritu de la colmena o en las manifestaciones italianas de las películas en blanco y negro de Bernardo Bertolucci que ponían en la Filmoteca. La cámara recorría morosamente la marcha de una multitud de puños cerrados y banderas con hoces y martillos y cuando la acción pasaba a otro asunto se levantaban en la oscuridad silbidos y gritos de protesta, porque suponíamos que las imágenes de la manifestación habían sido abreviadas por la censura, no por la decisión del director de no seguir recreándose en ellas.

Algunas formas radicales de alegría civil no hemos llegado a experimentarlas nunca. No me quejo. Las cosas son lo que son

Lo que vaya a pasar mañana o el mes que viene no se sabe. Lo que pasa hoy nadie lo vaticinaba hace sólo un mes

Salíamos aturdidos del cine a la borrosa realidad y comprábamos Informaciones o Triunfo para sumergirnos por delegación en las muchedumbres portuguesas, que lo inundaban jovialmente todo, las plazas y las avenidas de una Lisboa en la que no habíamos estado nunca, los balcones, los tejados, los parques públicos, los pedestales con elefantes o con reyes a caballo. La libertad era posible, aunque fuera en otra parte. Nosotros imaginábamos que una dictadura era como una fortaleza de muros de hormigón y troneras blindadas que sólo sería posible tomar por asalto o derribar a cañonazos: pero en Portugal el edificio entero de la dictadura se había desmoronado sin que los militares alzados contra ella dispararan sus fusiles, y sin que los carros de combate tuvieran otra misión que la de servir para que la gente feliz escalara sus torretas. En nuestro país los esbirros de la Brigada Político Social torturaban a los detenidos: en Portugal sus congéneres, los policías de la PIDE, huían como ratas de la ira incruenta de los revolucionarios, que asaltaban las comisarías y tiraban por los balcones los siniestros archivadores metálicos con las fichas de identidad de los perseguidos. Con mi Informaciones de cada día o mi Triunfo de cada miércoles recién comprados en un kiosco de la Puerta del Sol yo miraba los balcones de la Dirección General de Seguridad y me imaginaba entrando por su puerta principal entre un río de gente, corriendo escaleras arriba hacia los despachos de los torturadores, o descendiendo hacia los sótanos donde estaban las celdas, donde abriríamos los cerrojos para soltar a los presos.

Pero la misma Puerta del Sol era el escenario de otra revolución delegada, de la que nos separaban las fronteras del tiempo, más irrevocables todavía que las del espacio. Caminando por ella uno imaginaba la revolución posible que se parecería a la de Lisboa y la otra revolución verdadera que la había llenado de gente el 14 de abril de 1931. En las fotos de Santos Yubero que pudieron verse tan magníficamente ampliadas hace unos meses en Madrid la muchedumbre del 14 de abril se convertía en un conjunto asombroso de retratos individuales, de personas concretas que gritaban o sonreían o trepaban con alpargatas a las copas de los árboles o a los techos de los tranvías. Yo, que tantos hombres he sido, no haber sido nunca -dice el poema de Borges- aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach: ni yo ni ninguno de los que compartían aquella felicidad aplazada de 1974 en Lisboa alcanzamos nunca su cumplimiento en nuestro país, en nuestras propias vidas. Tampoco nos echamos a las calles de Teherán en enero de 1979, ni a las de Managua en el verano de aquel mismo año. En eso nos parecíamos a nuestros padres y a nuestros abuelos, que se tuvieron que conformar con ver en los noticiarios del cine el júbilo de París en el día de la Liberación en agosto de 1944. Algunas formas radicales de alegría civil no hemos llegado a experimentarlas nunca.

No me quejo. Las cosas son lo que son. El pasado es inmodificable, aunque tantas personas en España dediquen sus mejores esfuerzos a corregirlo, y la calidad de la democracia española no es inferior a la de la portuguesa, aunque su nacimiento fuera más vacilante, más confuso. En cuanto a las alegrías de Teherán y Managua, nuevos sátrapas con inclinaciones policiales se encargaron muy pronto de desbaratarlas. En noviembre de 1989 el hundimiento súbito de las tiranías comunistas y el gozoso delirio de quienes se encaramaban al muro de Berlín debieron de habernos traído alguna otra felicidad delegada, o al menos solidaria, pero al ensimismamiento español le quedaban lejos aquellos países del corazón de Europa, y una parte considerable de nuestra clase intelectual y periodística aún juzgaba de mal tono la resistencia contra dictaduras que no fueran fascistas. Por una casualidad de la vida me tocó ver en televisión las imágenes de la caída del muro de Berlín en una casa en la que estaban reunidos algunos escritores, editores y críticos de inclinación al parecer progresista. Miraban las imágenes de la gente abrazándose en Berlín como si asistieran lúgubremente a la transmisión de un entierro.

Ahora me acuerdo de aquellas revoluciones siempre ajenas, triunfales o fracasadas, viendo imágenes de las multitudes en esa plaza que de pronto se ha agregado a la geografía de la libertad, la plaza Tahrir, escuchando voces de egipcios en la radio pública americana y en la BBC, leyendo los reportajes admirables de The New York Times, donde el periodismo se sigue ejerciendo como un oficio responsable de adultos. Las decepciones de tantos años, el cinismo instintivo español, no llegan a malograrme la alegría, la antigua alegría delegada por la libertad súbita de otros. Lo que vaya a pasar mañana o el mes que viene no se sabe. Lo que pasa hoy nadie lo vaticinaba hace sólo un mes. La economía, la politología, la sociología han demostrado tener el mismo rigor predictivo que la ufología. Pero esta mañana me ha alegrado el día ver en la portada de The New York Times a la gente joven de la plaza Tahrir recogiendo hacendosamente la basura acumulada en los últimos días. En mi país las grandes alegrías colectivas suelen tener un origen alcohólico o futbolístico, y dejan tras de sí un rastro de toneladas de basura que siempre recogen otros.

antoniomuñozmolina.es

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La Reina de la Noche

febrero 18, 2011

“Odio las revoluciones”. Por Jacobo Machover
http://isiswirth.wordpress.com/2011/02/18/odio-las-revoluciones-por-jacobo-machover/#comment-847

Archivado en: Uncategorized — isiswirth @ 11:37 pm

(Agradezco a Jacobo Machover por este artículo.)


ODIO LAS REVOLUCIONES


Jacobo Machover

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“Odio las revoluciones y a sus admiradores. Parafraseando a Claude Lévi-Strauss y su provocador “Odio los viajes y a los exploradores” (en “Tristes trópicos”), se podría llegar a una conclusión parecida: hay que acabar con las ilusiones, con esos sueños recurrentes, que acaban SIEMPRE por transformarse en pesadillas. Hablando de la revolución francesa, la madre de todas las rebeliones que acaban adquiriendo una significación mayúscula, el filósofo René Girard escribe: « La revolución es violencia, y la violencia no tiene orígenes, está allí desde siempre, nada la crea, y no produce nada.”


No hay nada que salvar de las revoluciones y, menos aún, de las actuales, las que han tenido lugar en dos países árabes y amenazan con extenderse por toda esa región, amenazando la paz, aunque fuera “fría”, con Israel, lo cual, confieso, es lo que más me importa.


Los regímenes comunistas nunca han tenido ni tienen nada que ver con esas autocracias ancladas en las tradiciones locales, como las de Ben Ali o la de Mubarak. Pero los sistemas implantados por ellos no eran totalitarios en lo más mínimo. Se basaban en una represión despiadada, en la corrupción a todos los niveles y en la utilización de la religión a su conveniencia, para aplacar a los islamistas que amenazaban sus propias prebendas. Los “pueblos” que salieron a la calle no son ni más ni menos valientes que otros. No tienen tampoco más espíritu de sacrificio. Parte del “pueblo” tunecino hoy día huye de ese “tunisami” (que podría desembocar en un islamismo puro y duro) para ir a buscar refugio en la isla de Lampedusa, en Italia, y de allí buscarse la vida y el sustento en la vieja Europa, tan aburridamente democrática, pero que aplaude a las “masas revolucionarias”, con una nostalgia trasnochada de los “sans-culottes” franceses, de los “bolcheviques” rusos y otros “republicanos” españoles. Esta vez, sin embargo, los aplausos no son tan nutridos como los que saludaron la victoria del castrismo, por ejemplo. Muchos intelectuales (entre los mejores) se quedan callados, o escépticos, recelosos ante lo que vendrá, sin duda, no un aire de “fiesta” tropical como antaño, sino un cambio brutal nada “sexy”, con la sharia por ley suprema y ejércitos de mujeres enlutadas, envueltas en trapos de la cabeza a los pies. Ay, sí, y la amenaza de una guerra (otra más) contra Israel. En Egipto, un viejo predicador islamista, otrora exilado, ha dado cita, en la Plaza de la Revolución (perdón, de la Liberación), a 2 millones de sus fieles (el doble de los “fieles” de los Castro), el año próximo en Jerusalén (pero en la suya, vista desde la mezquita Al-Aqsa). ¿Quién coño puede estar entusiasmado con esa perspectiva, sabiendo que algunos “hermanos” ya se han lanzado a la caza de las prostitutas en Túnez (como en nuestra “noche de las tres P”) y que todas las manifestaciones de masas tienen lugar los viernes, en esa mezquita al aire libre en que se ha vuelto la Plaza de cuyo nombre no me quiero acordar?


En otros tiempos, cuando los comunistas vietnamitas acabaron con el “imperialismo” americano y sus “fantoches” autóctonos, ya se produjo algo así: decenas de miles de hombres, mujeres y niños se tiraron al mar, prefiriendo enfrentar los peligros de una travesía sin rumbo, y a los piratas que los desvalijaban sin piedad, en lugar de esperar el futuro luminoso que supuestamente les iba a aportar la nueva sociedad. ¿Y los cubanos? ¡Cuántas veces se han lanzado en botes, en lanchas, en balsas, votando con sus pies y gritando: “No future”! Es exactamente lo que sucedería en Cuba en caso de que hubiera una rebelión del “pueblo”.


Todos ellos, así como los camboyanos, los albaneses y tantos más por el mundo no hacían más que ilustrar la sentencia de Francesco Guicciardini, amigo de Maquiavelo: “Para escaparle a un tirano bestial y cruel, no hay regla ni medicina que valga, excepto la que se aplica con la peste: huir lo más lejos y lo más rápido que se pueda.”


En Cuba no se produciría nada semejante a lo que ocurrió en los países del Este. En la ex – Unión Soviética, todo vino de arriba, de la mano de Mijaíl Gorbachov, de Boris Yeltsin y de unos cuantos más, que realizaron, al cabo de más de 70 años, que Moscú “no aguantaba más”. En los demás satélites de la “hermana República”, fue más o menos lo mismo, incluso la caída del muro de Berlín, provocada por gente que huía, refugiándose en embajadas de la República Federal (como los cubanos en la embajada del Perú en 1980), para unirse a sus compatriotas del Oeste. En las llamadas “revoluciones”, tampoco hubo movimientos “heroicos”, ni durante la “revolución de terciopelo” en Checoslovaquia, ni en Rumanía, cuando los ex – comunistas liquidaron a los esposos Ceaucescu para que no hubiera juicio. En ninguno de esos países se hizo el proceso del sistema, ni, desgraciadamente, me lo temo, se hará.


Pero era son ellos con quienes los cubanos tenían verdaderos puntos en común, por haber vivido los mismos terrores, los mismos horrores, la misma vigilancia, la misma delación, la policía del pensamiento, la doble moral, el ateísmo militante, las colas, el caos económico, la felicidad impuesta por aclamación, el culto a la personalidad, al Jefe, al Partido, o el exilio eterno. En aquel entonces, los hermanos Castro acabaron con cualquier veleidad de cambio al fusilar a los militares que acaso tuvieron la tentación de introducir cualquier amago de “perestroika” en la isla. Poco antes, los chinos habían acabado sin contemplaciones con los estudiantes de Tiananmen.


En Cuba, las Brigadas de Respuesta Rápida y el contingente Blas Roca se encargarían de enviar a todo el mundo a casa o a la cárcel y, si no fueran suficientes, lo harían los cederistas y, si éstos tampoco fueran suficientes, intervendrían las “avispas negras” y otros cuerpos represivos especialmente entrenados para ello. No se trata sólo de “irresponsabilidad”, hay ignorancia de la realidad en los que convocan a un motín generalizado. Qué bonito espectáculo ¿verdad? Con cámaras de televisión por doquier, con “twits” y páginas Facebook retomados por toda la blogosfera. Pues no. Tan bello no sería. Tendríamos que tragarnos otra vez el mito de una nueva revolución, con nuevos líderes autoproclamados, con viejos y nuevos eslóganes repetidos a saciedad, sin la profundización democrática necesaria para no caer más en la utopía sangrienta que significó, un día ya lejano, la huida de un dictador para desembocar en una total ausencia de libertad durante medio siglo.


¡Que se vayan Fidel y Raúl! Claro que sí que nos gustaría a todos, pero con alguna esperanza que proponer, para que los presos de conciencia salgan todos, por fin, de las cárceles aún repletas, para acabar con las leyes absurdas de la revolución, con la organización deliberada de la escasez, para volver a un Estado democrático sin brillantez pero nuestro, del que los cubanos no tengan que huir por todos los medios para construir una vida más o menos decorosa en un exilio que, a pesar de las mejoras que significa, se vuelve cada día más insoportable y que, si el tan cacareado “levantamiento popular” se llegara a producir por obra y gracia del Espíritu Santo, se vería incrementado con la llegada a las costas de la Florida de cientos de miles de fugitivos para quienes la palabra “revolución” o cualquiera de sus sinónimos no significa nada más que destrucción de su familia y de la vida, de sus propias vidas.”

Comentarios (4)

4 comentarios »

  1. clip_image001

Qué se vayan Fidel y Raúl? Hay que estar alucinando.
Si mal no recuerdo en Chile el final del régimen de Allende comenzó con “La Revolución de las Cacerolas”

Comentario por Frida M — febrero 19, 2011 @ 12:26 am | Responder

  1. clip_image002

Yo también odio las revoluciones salvo… incluso si, como sabes, en este país no nos tienen permitido el odio a las revoluciones, ni el odio, tout court… Insisto, y me perdonas de nuevo, con mi comentario en el post anterior: No creo que lo que está ocurriendo en los países árabes sean revoluciones, creo que son fenómenos nuevos, expeditivos, sin los trámites habituales de las revoluciones… Es un fenómeno inédito, y claro que no debemos quedarnos callados, no sólo los intelectuales, que tienen como norma callarse, además y sobre todo los políticos, que son los que tienen que exigir un mínimo de seguridad internacional, y esa seguridad sólo se consigue presionando para que estos países entren en un sistema democrático lo más rápido posible. Pero claro, aquí los políticos se dedican a gozar de prebendas que le facilitan los dictadores.
En cuanto a las prostitutas perseguidas, que también leí hoy, es fatal, estoy de acuerdo contigo; pero en Cuba, como sí fue una revolución pura y dura a la manera estalinista, aunque con una guerrita de merengue de por medio, donde se fusiló más de lo que se batalló, esas persecuciones fueron maquilladas como una profilaxia social insoportable e imperdonable que todo el mundo aceptó y aplaudió. No es el caso en Túnez, no hasta ahora. Y la prueba es que la prensa ha hablado, y muchos tunecinos lo desaprueban.
En cuanto a lo de la página en Facebook, que es muy diferente de Twitter, creo que te refieres a lo de Por un levantamiento popular, yo estoy de acuerdo con el levantamiento, porque tú y yo nos hemos preguntado en algunas ocasiones qué podría pasar para que acabe la pesadilla, yo sí creo que sólo podría acabar si eso sucediera, me lo dicen todos los años vividos en Cuba, la propia historia de Cuba, y la historia de su exilio. Yo odio la palabra revolución por lo destructivo que el término conlleva cuando nos referimos a cambio político, pero revalorizo las revoluciones, por el contrario, que han conducido a algo positivo, creo que la revolución de Yeltsin fue más importante que la de Gorbachov, pero Gorbachov fue el impulso, y pienso que la caída del Muro fue una apoteósica revolución, y así…
Lo otro que nos quedaría es esperar a que siga la casta de los Castro, o que un grupito coja el mando cómodamente y el traspaso dure 50 años más. Pero la vida es una sola, igual no nos toca verlo, igual estoy equivocada… Veremos, si todavía nos quedan ganas…

Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:00 am | Responder

  1. clip_image002[1]

Mira esto: http://twitter.com/#!/DirectorioCuba
Cuando golpean a una anciana, y la encierran en un calabozo, qué creen que pueden hacer los hijos? Plantarse en masa frente a la estación de policía, eso puede ser el inicio de algo nuevo, diferente, porque lo no que aceptaríamos ninguno de nosotros es esperar tranquilos dándonos sillón a que un familar nuestro caiga en las garras de los asesinos.

Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:06 am | Responder

  1. clip_image002[2]

Perdonen, vuelvo, porque recordé: la Embajada de Perú, Mariel, la Crisis de los Balseros, fueron movimientos abortados a través del éxodo y exilio… Y es que nos ha caído el castigo de la errancia, antes que la justicia divina.

Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:16 am | Responder

  1. clip_image001[1]

Magnífico cuestionamiento de Jacobo, compartido por mí al 100%. Además, justamente me lo leo ahora, después de leerme un artículo de mi admirado Muñóz Molina en Babelia, también sobre “las revoluciones”, y ver en la calle los pasquines pegados de los grupos “revolucionarios” madrileños celebrando las revueltas en el mundo árabe (su ignorancia supina y adoctrinada por la CGT y sabrá Dios qué más) le hace celebrar cualquier tipo de revuelta de cualquier signo.

Con el permiso del autor y de la distinguida moderadora del blog, me lo subo al Penthouse –ay, esas escaleras… me van a matar…– Viene al pelo con el momento de incertidumbre.

Saludos “revolucionarios” a todos.

Comentario por David Lago González — febrero 19, 2011 @ 10:46 am | Responder

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Dos escritores (y pensadores) que admiro coinciden hoy en torno al mágico –y elemental— conjuro del término “revolución”.  El primero, el español Antonio Muñóz Molina, comenta una cierta querencia de su generación por el febril entusiasmo popular que no ha podido nunca llegar a sentir del todo.  El segundo, el judío francocubano Jacobo Machover, hace relucir el rechazo a una trascendencia insospechable.  En ambos textos hay cosas cercanas y a la vez distantes.  Pero en ambos hay un cierto (o bastante) escepticismo.  Una mezcla de él y un cierto dejarme arrastrar por la alegría cívica experimenté durante los sucesos de la caída del imperio soviético en 1989, vistos desde Madrid.  Perplejidad, incertidumbre, incredulidad y pánico, viví en carne propia durante el casi mes y medio que duró ¿la revolución? de la Embajada del Perú y El Mariel en mi ciudad natal.  Alelamiento y sorpresa incomprendida e incomprensible me paralizaron casi cuando las tropas triunfantes de los que de inmediato se destaparían como brutales y sutiles asesinos (Castros y Guevaras, y otras malas compañías) atravesaban el viejo Camagüey, y mi madre sufría unos sofocos que calmaban unas jóvenes vecinas Nelsy (muy poco después abandonaría Cuba para siempre hacia Estados Unidos) y Nancy (que finalmente se casaría con su novio barbudo Alonso, que devendría en un déspota policía de alto grado y previsiblemente experimentado torturador) y la sala de casa se llenaba de olor a monte que traían unos alzados con collares de madrejuana, rosarios al cuello y luengas guedejas rizadas que provenían de la zona de Nuevitas y venían a saludar a mi padre, que alguna vez había sido patrón de sus trabajos.  Alegría, entusiasmo, estupefacción, admiración y preocupación he estado experimentando ante las revueltas de Túnez y Egipto, y ansiando silenciosamente que se defina por fin el rumbo del futuro egipcio para bien y para que sirva de guía a los demás pueblos encolerizados del mundo árabe.  Porque sobre todo estos escenarios --pasado, presente y futuro--, sobrevuelan dos aves: una paloma y un cuervo.  Yo también odio las revoluciones.  No me gusta que nadie más en el mundo se arrogue el derecho de quebrar up-side-down el destino de un niño, como hicieron conmigo en 1959 o como hicieron con Jacobo ese mismo año fatídico.

© 2011 David Lago González

¿Por qué no me uno a las campañas internáuticas que exhortan a un levantamiento popular en Cuba?

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20101122256170

© Malleon Ma

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¿Por qué no me uno a las campañas internáuticas que exhortan a un levantamiento popular en Cuba?

(Postura absolutamente personal, y no recomendable de secundar.)

 

Independientemente de que deseo que esto sucediera y, sobre todo, trajera un cambio total, radical y absolutamente nuevo (y no un acomodamiento a la lentísima y casi eterna y repetida sesión de maquillaje de la Revolución Cubana), no me manifiesto al respecto ni me uno al coro.

Es obvio y evidente de que mi posición física, social, económica y política, una vez asumidos todos y absolutamente todos los pormenores del significado y trascendencia de la terrible y gozosa experiencia de la migración, desde el inicio y el fondo de esa reconstrucción del ser humano, y careciendo –gracias a todos los dioses del Olimpo y al miserable reciclaje de los compatriotas— de prebendas, privilegios, facilidades, asilos políticos (que me negué a solicitar, aun teniendo mucho más derecho a ellos que muchas otras personas que vinieron antes y después, y muchas de las cuales ni siquiera lo agradecen y lo toman por humillación), favores y/o abrazos de fraternales hermanastros que provienen de los antiguos oficiales y oficiosos compañeros, me protege, digo me protege y pone a salvo que cualquier represalia directa de un régimen, un ejercito y un pueblo, cubanos, en los que lamentablemente no confío gran cosa.

Por tal razón, me cuido muy mucho de instigar a posibles acciones y reacciones cuyas consecuencias sobre terceras personas son impredecibles para mí, y que podrían acarrearme un añadido más a los distintos sentimientos de culpa que porto y transporto desde mi infancia.

Recuerdo que en los años 60, las emisoras radiofónicas (no se dice “radiales” aunque sea de uso común en el habla popular cubana) del exilio “radical” (EL EXILIO, PARA QUE SEA EXILIO, SIEMPRE TIENE QUE SER AL MENOS VERTICAL EN SUS PRINCIPIOS), arengaban a que los cubanos que estábamos o quedábamos en la Isla, saliéramos a la calle a protestar. Mi madre --que, por suerte, siempre fue más madre y ser humano y mujer que otras muchas cosas colaterales y fantocheras— se encaraba con la bocina del radio, exhortando a su vez a quien estuviera del otro lado a que fuera él quien volviera de su mísera o sublime vida fuera de El Horror y se pusiera a gritar por la calle en contra del gobierno.

Tuvo otras muchas formas de demostrar su valentía, que por suerte no estaba empobrecidamente limitada a una función patriótica que por lo general casi siempre termina en patriotera, o interesada y productiva individualmente.

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© 2011 David Lago González

sábado, 5 de febrero de 2011

ROLANDO MORELLI - Gastón Baquero: Del silencio digno a la palabra reveladora

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Gastón Baquero: Del silencio digno a la palabra reveladora

Thursday, February 3, 2011 | Por Rolando D. H. Morelli

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FILADELFIA, Pensilvania, febrero, www.cubanet.org - En mi artículo anterior, que ha gozado de la inmejorable fortuna de ser reproducido en varias partes, y acogido en todas ellas con imprescindibles y siempre muy pertinentes comentarios, escribí sobre lo que dijo, lo que insinuó y lo que muy probablemente quiso decir a propósito de un artículo de Gastón Baquero en el Diario de la Marina (19 de abril de 1959), monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal, quien tales cosas escribía recientemente, para una publicación católica cubana: Palabra Nueva (nro. 200, oct. 2010, sección «Apostillas»). Como lo prometido es deuda, y resulta además mucho más grato e instructivo dialogar con un poeta que escaldar a un monseñor, en esta segunda parte de mi trabajo abordaré sin más rodeos el mencionado texto de Baquero, poniéndolo así, de paso, a disposición de los lectores.

Comienza así su carta de “despedida” el que se marcha, indicando en ella que se trata a la vez que del anuncio de una partida la confirmación de un regreso fugaz a las páginas del Diario, o si se prefiere un fugaz pasar por ellas luego de algún tiempo de ausencia. Quien escribe está obligado a alejarse físicamente ahora porque ya antes, después de haber examinado de cerca el objeto de su reflexión, tomó distancia —más que prudencial, consternadamente.

«Al iniciar un viaje que por muchos motivos puede denominarse “de vacaciones”, consideramos obligado ofrecer a los lectores amigos —los otros se lo explican todo a su manera— algunas consideraciones sobre la actitud de este columnista antes y después del primero de enero. Veníamos en silencio, sin escribir, desde la aparición de la censura [impuesta por Batista]. Meses y meses previos al desenlace de una etapa histórica, nos vieron callados, y posiblemente interpretados por algunos frívolos o por algunos ciegos apasionados como indiferentes a un dolor patrio, o como partícipes de la mentalidad y ejecutoria que producía esos dolores. A cada cual su juicio, su interpretación, su creencia, que sólo puede modificarla el tiempo. Es inútil razonar contra los prejuicios».

Aunque el tono de este opúsculo —más que un mero artículo periodístico— no es ajeno a la ironía cuando habla el autor por ejemplo de su próximo viaje al exilio como “de [unas] vacaciones”, resume sobre todo un profundo dolor. Dolor consecuente de una doble derrota, moral y material de la que el trabajo en cuestión se hace eco. Véase que Baquero habla de la censura, del silencio en que se había sumido en los últimos tiempos (los de la dictadura de Batista) y la más definitiva e inapelable de todas las censuras, la de la tiranía totalitaria, de la que ni siquiera le es dado hablar por las claras. Ambas (la tiranía comunista y la censura que ésta conlleva siempre) se nos venían encima a trancos y por barrancos, aunque todavía se disfrutaba formalmente de ‘libertad de expresión’ en el país. Desde su larga experiencia de reflexivo, y de hombre bien informado, Baquero anticipa lo que está a la vista y pocos quieren (o pueden) ver todavía.  Contrario a lo que sugiere en su apostilla monseñor de Céspedes, Gastón no escribe para esos presuntos amigos de lleva y trae a que parece referirse, sino a “los lectores amigos”, es decir, quienes echan de menos la falta de su palabra sagaz y oportuna. Para nada le importan al escritor “los otros” lectores, es decir, esos que “se lo explican todo a su manera”. Periodista en serio, de los que no categoriza un artículo salido de su mano por debajo de otros empeños de su escritura, Baquero se dirige a “un lector amigo” —el adjetivo y el sustantivo no deben trastocarse aquí— es decir, alguien capaz de entender y de solidarizarse con su disyuntiva. De manera que con el propósito de hacerse entender, apelando a la vez a la razón y a la emotividad de sus argumentos, procede a explicarse en llano y por derecho, salvando los evidentes escollos. No en vano había de ser esto lo último que escribiría para la prensa cubana de la isla el gran poeta y periodista.

«Las personas de nuestra manera de pensar nos veíamos cada día, más arrojadas a un callejón sin salida. Estábamos contra el crimen y la violencia, pero no podíamos irnos con la revolución. Comprendíamos que ya la tragedia cubana avanzaba con violencia arrasadora y que no tenía nada que hacer la voz del periodista, y menos si éste pertenecía a la ideología conservadora. Se habían gastado las palabras persuasivas, los llamamientos al cese de la lucha, las apelaciones a buscar una salida incruenta. La palabra pertenecía a las armas, que no se han hecho para propiciar el entendimiento[i]. A quienes no podíamos ni aplaudir lo que ocurría, ni dar por bueno lo que venía, no nos quedaba otra postura que la del silencio. Y al silencio fuimos».

Sería bueno en este punto, recordar que tanto el historial delictivo de Fidel Castro Ruz, quien venía del pandillerismo estudiantil con al menos dos muertes de rivales atribuidas a su gatillo alegre, y cuya participación en el llamado ‘bogotazo’ que sacudió con incendios y asesinatos la capital colombiana a raíz del asesinato de Eliecer Gaitán, presidenciable liberal asesinado, ha quedado fuera de toda duda. Castro había viajado como representante de un sector del estudiantado universitario habanero, con la excusa de participar en un cónclave auspiciado por Perón, como contraparte de una reunión de estadistas americanos que debía celebrarse en Bogotá.  Luego vendrían para Castro y sus seguidores los asaltos al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, y al Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Es decir, que todas las evidencias indicaban en 1959 a quienes conocían su trayectoria de matonismo y de ambicioso sin escrúpulos que de tal sujeto nada bueno ni edificante podía esperarse. Lo sabía Baquero, lo sabía el director del Diario de la Marina José Ignacio Rivero, lo sabían el senador y ex cuñado de Castro, Rafael Díaz Balart y muchísimos otros.  Conociéranlo o no, las mejores mentes de la nación cubana abogaban por un diálogo nacional que trajera una solución pacífica y una salida práctica a la crisis provocada por la permanencia de Batista en el poder. A estimular y conseguir ese diálogo dedicaron sus mejores esfuerzos y palabras, personalidades como la de Orestes Ferrara, Raimundo Lazo y la mediación del ínclito y avezado político y veterano de la última guerra por la independencia de Cuba, don Cosme de la Torriente[ii]. Frente a la posibilidad de este diálogo nacional como salida incruenta, se pronunciaban Castro y sus seguidores ofreciendo como única ‘salida’ la ‘solución’ revolucionaria, es decir, violenta. Años antes, ante el senado de la nación, el senador Rafael Díaz Balart oponiéndose al voto unánime de sus compañeros al otorgar un indulto a Fidel Castro, encarcelado por los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, ocurridos en julio del año 53 había advertido a sus compañeros y colegas, y a todo el que quisiera oírlo:

«He pedido la palabra para explicar mi voto, porque deseo hacer constar ante mis compañeros legisladores, ante el pueblo de Cuba y ante la Historia, mi opinión y mi actitud en relación con la amnistía que esta cámara acaba de aprobar y contra la cual me he manifestado tan reiterada y enérgicamente. (…) Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que solamente saldrán de esa cárcel para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del poder total al que aspiran. Se han negado a participar en todo proceso de pacificación y amenazan por igual a los miembros del gobierno que a los de la oposición que desean caminos de paz, que trabajan a favor de soluciones electorales y democráticas que pongan en manos del pueblo cubano la solución al actual drama que vive nuestra patria. Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia, ni elecciones, ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es tiranía; un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en 20 años (…)»

Con tales antecedentes, que aquí me ha parecido necesario recordar, se explica aún más elocuentemente a tantos años de escrito el artículo de Baquero lo dicho por éste, soslayando las amañadas acotaciones y escolios de monseñor de Céspedes García-Menocal o de cualquier otro ‘sociolisto’ asotanado, o sin sotanas.

«Las personas de nuestra manera de pensar» afirmaba pues Baquero a continuación en su trabajo, «nos veíamos cada día más arrojadas a un callejón sin salida». Y reflexionaba al respecto, saliéndose de las fronteras inmediatas que «los tiempos cubanos, como los de casi todos los países en esta hora del mundo, se inclinaban visiblemente hacia las soluciones extremas». Pasa así en su análisis, de un momento fugaz en la historia de Cuba, el final del batistato, a la proclamación de un tiempo estático en el que ya se habría entrado, el cual si bien no calcula en años concretos como hiciera Díaz Balart en su discurso, le parece haber llegado para durar intolerablemente. «Muchos creían que se gestaba simplemente la caída del gobierno con su reemplazo por otro mejor, pero adscrito en definitiva a una línea jurídica, económica, social, política, dentro de una tradición inaugurada en la Carta Magna de 1940. Quienes veíamos que la nueva generación iba mucho más allá, y propugnaba una revolución y no un simple cambio de gobernantes abogábamos     —por no tener fe en las revoluciones— por salidas de otro tipo, que eliminaran el gobierno malo y que no abrieran la terrible incógnita de una revolución social siempre más radical y profunda de lo que —afortunada o desdichadamente— Cuba puede y debe intentar en esta hora».

En el próximo segmento, Baquero declara su posición frente a la revolución en el poder, que es al mismo tiempo la que lo enfrenta a la concepción revolucionaria en general, como presunta solución única a los males políticos, económicos y sociales de una sociedad cualquiera.

«¿Y por qué no tenemos [las personas de nuestra manera de pensar] fe en las revoluciones? No es [solamente] porque ellas produzcan trastornos, lesionen intereses, vuelquen las costumbres. No tenemos fe en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la asistencia de grandes genios, la milagrosa autoridad de ángeles  y santos para cambiar de la noche a la mañana la naturaleza humana. Las revoluciones quieren hacer por decreto que en un instante se precipite el progreso, y nazca el hombre nuevo, y surja por encanto la ciudad soñada. Su gran paradoja consiste en que no quiere dar al tiempo lo que es del tiempo, ni al hombre lo que es del hombre, sino que intenta saltar a pies juntillas, por encima del tiempo y del hombre para llegar de una vez a la meta teóricamente fijada».

Hombre de pensamiento conservador, y pese a su protesta en el sentido de que no lo arredran trastornos o sacudidas de ninguna índole, Gastón no entra a cuestionar la presunta legitimidad misma de los empeños revolucionarios, (ese despropósito de soñar por otros y con destino a ellos un mundo que se presume superior en base a una cierta elucubración pseudo-científica y desatinadamente romántica) sino que se limita a apuntar el descarrío de unos propósitos que se declaran altruistas y edificantes, por cuenta de la desproporción entre el deber y el haber de la cuestión misma. La experiencia histórica del hombre enseña, nos dice a continuación el articulista, que las revoluciones «provocan sufrimientos y conmociones que alteran a fondo y por mucho tiempo el desarrollo, el desarrollo normal y seguro, el avance lógico y humano hacia el mejoramiento constante de las formas de vida. [La revolución] quiere la perfección de la noche a la mañana y es en definitiva una noble, pero trágica terquedad ideológica, soberbia intelectual, que quiere desconocer la naturaleza humana y piensa que las grandes ideas, el afán por la justicia, la sed de verdad, no han aparecido [todavía] en el mundo porque a éste le han faltado revolucionarios». Andando aquí sobre una cuerda floja que lo reconcilie con el momento histórico que es, pese a todo, el suyo, y a la vez con una tradición intelectual de vieja andadura, anclada en el pensamiento cubano, afirma seguidamente el comentarista:  «La historia muestra que los revolucionarios han contribuido como nadie a la aparición de nuevas ideas, de mejoramiento y de justicia, pero que los revolucionarios, cuando triunfan, ya no saben sino saltar hacia el porvenir de un golpe, ignorando la dura materia del tiempo y la resistencia del hombre».

Baquero confunde aquí, seguramente que no ignorándolo, sino con avezada cazurrería los términos, emprendedor, adelantado a su época, pionero, etc. con el de “revolucionario” a fin de propinar la estocada a fondo de su juicio siguiente: «Mientras no llegan al poder son un bien, pues traen el fermento de la inquietud y el aguijón del progreso». La obviedad de este procedimiento o razonar de Baquero se evidencia en la primera línea del siguiente párrafo. Si bien, no puede permitirse decir que antes de llegar al poder los revolucionarios han asesinado a personas inocentes mediante atentados que buscaban crear un estado de pánico generalizado (siguiendo una ‘lógica’ revolucionaria de efectos comprobados en el campo, incontables veces), afirma lo que parecería a primera vista una contradicción: «El progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador [Batista]; en la impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de una juventud partidaria de la revolución». (El escritor parece determinado a no sucumbir al empleo de la mayúscula para la palabrita, como luego se volvería requisito hacerlo).  Es decir, que la revolución en el poder, es sinónimo de estancamiento en lugar de progreso. Una de las bromas en circulación entonces lo conjeturaba de la siguiente manera: “Batista dejó al país al borde del abismo…  Y entonces llegó Fidel y nos lanzó a dar ‘el gran salto hacia delante’”. Entre paréntesis, “este gran salto hacia delante” captaba intuitivamente ya el carácter rojo leninista de la revolución en el poder. A continuación, la emprende Baquero contra quienes por oportunismo simple y llanamente, o bien por hacer el elogio del avestruz, o por aquello de “todo tiene arreglo”, “no hay que preocuparse” y “aquí lo único que no hay es que morirse”, hicieron de la vista gorda ante el cúmulo de evidencias de lo que se nos venía encima. Y es obvio que ya Baquero no habla de meras ‘revolucioncitas’ (tormentas en un vaso de agua), sino de la revolución permanente, o permanecida, si se me permite el neologismo. Que Fidel Castro negó insistentemente su filiación comunista hasta disponer y haberse asegurado todos los resortes del poder, no contradice lo que advierte Baquero:

«Los caracteres ideológicos [de la actual revolución] no fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por el doctor Fidel Castro en diciembre de 1957[iii], al desembarcar en Cuba, están contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. Si algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque claramente se le dijo por el doctor Castro que todo comenzaría al caer [el viejo] régimen, y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento [26 de julio] creyendo que éste venía solamente “a tumbar a Batista”, pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización económica y social, se equivocaron totalmente, o no [leyó] con atención aquel manifiesto».

En realidad, si bien es cierto que muchos capitalistas y gente de la clase media y media alta contribuyeron con sus fortunas a la subversión revolucionaria por aquello de “caiga el negro aunque venga el caos” que muchos de ellos decían, hubo asimismo mucho de extorsión revolucionaria y del impuesto revolucionario de que casi nadie habla, como si todos hubieran estado dispuestos a colaborar de buena gana con las exacciones que sufrían. Por otra parte, el análisis de Baquero en este punto desconoce, acaso por conveniencia de su argumento en lo inmediato, el trasfondo de confusión social que aún en nuestros días y en un país como los Estados Unidos persiste en relación a las llamadas “prestaciones sociales”, y a la “igualdad” respecto a las cuales se hace harto difícil separar la paja del grano.  Lenin afirmaba aquello de “dejemos que sean los capitalistas quienes fabriquen la cuerda con la que habremos de colgarlos”, pero ello no es óbice para que muchos capitalistas sigan jugando a día de hoy, a hacer la revolución social que estaría llamada a equilibrar todo aquello que ande mal. Cualquiera que proclame la igualdad, o mejor dicho, la palabra igualdad, cuenta de inmediato en muchos países y sociedades con el apoyo de quienes entienden a su modo y manera lo que esta palabra debe querer decir. La tradición ‘revolucionaria’ cubana, que no empezó por la Constitución del 40 —mencionada y exaltada por Baquero en su artículo— pero en ella se consagró como ideal y aspiración (bien que interpretada distintamente) se proponía determinar hasta el número de caballerías de tierra de que debía disponer un campesino para ser dichoso. En otras palabras, el intervencionismo del estado frente a la indiferencia o inconsecuencia de su gestión. Entre ambos polos parece oscilar, y Cuba no era entonces una excepción, la expectativa de un gran número de personas de todas las clases sociales alrededor del mundo. Las estadísticas de diversa procedencia nos indican que la Cuba anterior al año 59 había prosperado en lo económico y social más allá de otros países del área americana y aún europea. La pobreza existía como existía, sigue y seguirá existiendo en todas partes, porque la pobreza no es una mera cuestión de ricos malos y pobres buenos. Robin Hood pudo haber sido un mito útil en su momento y lugar de origen, pero al ser extrapolado de su contexto ha demostrado incesantemente ser peor que la enfermedad que pretende remediar. Una sociedad como la norteamericana actual habla de “sus pobres” en términos que debemos tomar como relativos porque los pobres disponen muchas veces de recursos que en otros países corresponden a la clase media. En Cuba, la revolución en el poder por más de medio siglo, ha instaurado un grado tal de dependencia de sus súbditos, que acabó por convertirlos en niños desvalidos. Y aunque ese régimen ni da ni dice donde hay, un gran número de los nacidos después del año 59 demandan (o al menos esperan como pichones en el nido) a que los abastezcan y mantengan, lo cual precisamente consigue mantenerlos en la dependencia y en la miseria. Los que logran despertar de ese marasmo, vuelan lejos en busca de otras tierras más propicias, pero aún fuera siguen esperando que “les den” determinadas cosas a las que al menos en teoría se sienten con derecho a ser servidos.  La Cuba anterior a Castro era evidentemente muy superior en todos los renglones a la actual re-creación fruto del régimen castrista. Ni siquiera el fatuo y fatídico “Che” Guevara negó en principio esta superioridad de la sociedad cubana, y hubo de admitirla en varias ocasiones bien que se refiriera a ella con cualquiera de las típicas argucias del ignorante que se cree docto: “(…) las condiciones en las que Cuba construye el socialismo son bastante difíciles (…) porque [nuestra] abundancia es menor hoy que en el pasado; porque se necesita luchar contra el recuerdo [en la mente de los obreros] de una abundancia que, hablando con objetividad (sic) era mayor [entonces](…)”(72)[iv]. «¿Qué falta le hacía [pues] a Cuba una revolución?» (113) se pregunta aún en sus memorias Contra viento y marea (Memorias de un periodista), José Ignacio Rivero, el último director que fuera del Diario de la Marina. La respuesta, no por obvia, es menos pertinente: ninguna falta. Pero tampoco le hace falta al organismo sano la enfermedad, y sin embargo, por un simple rasguño penetra el tósigo en la sangre y lo envenena y afiebra hasta causarle la muerte, o hasta dejarlo con el aspecto de un zombi.

Volvamos nuevamente al artículo de Gastón Baquero, quien nos dice a párrafo siguiente: «(…) como este columnista no fue ni es partidario de las revoluciones, ni de las transformaciones violentas de la estructura social (lo que no quiere decir que permanezca indiferente ante los males y renuncie a la superación de estos por medios que le parecen menos dañinos y más duraderos), no creyó nunca que se debió abandonar los esfuerzos para poner fin pacífico y no revolucionario a los horrores que Cuba padecía. Por supuesto que esta idea no sólo fue derrotada por los hechos —lo que es mortal para una idea— sino que se prestó  y se presta a las interpretaciones más agresivas y mortificantes sobre el origen de la actitud». Aunque pareciera que Baquero “se explica” en retirada, lo que hace en verdad, con gran valentía y entereza, es ofrecer una fundamentación de su conducta en momentos en que siente la incomprensión y el acoso de tirios y troyanos. Véase nuevamente que el escritor se dirige en un principio a “los lectores amigos”, vale decir, aquellos con quienes es aún posible, y más bien deseable, explicar la raíz de su postura intelectual. No vaya a pensarse ni por un momento que el acoso al que me refiero tuviera una connotación metafórica. El mismo José Ignacio Rivero en el libro citado anteriormente nos da cuenta de, hasta qué punto corrió peligro la vida de Baquero en momentos en que los ‘linchamientos revolucionarios’, con o sin el aval de un juicio sumario, ocurrían o podían ocurrir por diferentes vías y con arreglo a innumerables añagazas: desde una ejecución por presuntos actos contrar-revolucionarios o ‘vínculos’ con el pasado régimen, pasando por un ajuste de cuentas ‘a manos del pueblo’, hasta un accidente bien orquestado, un suicidio, o cualquier otro medio. Nos dice Rivero:

«[las llamadas anónimas] nos decían que la próxima vez que Baquero pusiera sus pies en el periódico, un grupo de milicianos lo iría a buscar para llevárselo a La Cabaña, fortaleza militar donde se estaba fusilando a los batistianos y a los enemigos de la revolución. Llamamos enseguida a Baquero a su casa y le dijimos que no se atreviera a ir al Diario durante algunos días y le explicamos lo de las llamadas. Él no podía creerlo y nos dice enseguida: “¿Usted cree de verdad, Director, que mi vida peligra? Seguramente esas llamadas son de algunos a quienes les he hecho algún favor”.  (…) “Déjate de ironías, Baquero, que la cosa no está para eso ahora. Yo en tu lugar, me asilaría [hasta] ver qué pasa” (135)».  Cuenta seguidamente en su libro J. I. Rivero de qué manera se produjo el asilo de Gastón en la embajada del Perú y de qué modo mientras alentaba a Baquero a buscar asilo, vinieron por otro destacado intelectual, Francisco Ichaso, quien fue arrestado y llevado al Príncipe del que tras numerosas gestiones del propio Rivero ante Castro y de otras personalidades intelectuales consiguió salir para permanecer por un tiempo bajo arresto domiciliario sin cargos definidos en su contra, hasta que tomado por la fuerza el Diario en el que laboraba, Ichaso también buscó asilo político en la Embajada de México.

A esta luz, la denuncia de Baquero resulta no sólo transparente, sino conocidos los hechos antedichos, aún más valiente su postura.

«Al triunfar la revolución no faltaron los atolondrados que seguían creyendo que por haber sido más o menos anti-batistianos eran ya suficientemente revolucionarios. No veían que el 1º de enero, volado ya el posible puente de una junta militar —delicia de los que querían dinamitar la casa, pero sin derribar las paredes ni el techo—, Cuba entraba a vivir una etapa histórica absolutamente distinta (sic.).  Esta etapa iba a requerir una nueva mentalidad en las clases, en los ciudadanos, en el Estado, en las costumbres, pero muy pocos lo sospechaban». Como quien escribe con plena conciencia de futuro, Baquero no sólo hace recuento del pasado inmediato sino que ofrece su evaluación del presente que ha llegado a instalarse con exigencia de cosa definitiva e incuestionable, ante la confusión o la pasividad, cuando no de la plena y simple complicidad de muchos incautos.

«Al principio todo fue júbilo. La caída de una dictadura que cometió tan terribles errores y realizó tantos horrores, fue ocasión justificada para el desbordamiento oceánico de alegría pura y sincera, sin diferencias de clases ni de individuos. Todos eran felices porque había caído la tiranía, pero muchos no sospechaban siquiera que recibían entre palmas una revolución social. Ya de Batista estaban hasta la coronilla los más tenaces batistianos. El río de sangre, la inseguridad para la vida y la propiedad, la censura de prensa, el imperio del terror como norma de gobierno, habían llegado a sensibilizar hasta a los reacios al dolor ajeno. Cuba había apurado el límite de la resistencia física y de la resistencia moral. De todos sus sufrimientos parecía librarse, en jubilosa catarsis, cuando ofrecía enardecida a los revolucionarios victoriosos el laurel de la gratitud y el aplauso de la admiración. Y como en 1902, como en 1933, como en 1944, el pueblo cubano se dispuso a iniciar de nuevo, el camino hacia la honradez administrativa, la libertad ciudadana, el respeto a los derechos, la desaparición de los privilegios, y la vida reglada por la paz, la cultura y el progreso».  Al señalar el júbilo con que fue recibida la caída de Batista y la llegada de los revolucionarios, indica Baquero igualmente los motivos y aspiraciones que lo motivaban en primer lugar, y al indicarlos por sus nombres y apellidos, como si dijéramos, está al propio tiempo haciendo alusión a los incumplimientos de esas promesas y de esas aspiraciones, de lo que son evidencia los hechos constatables al presente de escribirse la columna que comentamos. «Ahora nos encontramos» —continúa diciendo poco más adelante— «en el ápice del despertar. Aquella señora que “compró sus bonitos del 26” no soñó que la revolución le iba a rebajar el 50% de sus rentas por alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios, y subsiguiente influencia; aquel sacerdote que hizo con su sotana un manto de piedad para salvar vidas de jóvenes acosados y de su iglesia un centro de conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad y de la vida. ¡Cuántas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos han fallado! Pues llegó la revolución de veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los mismos años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano».

Baquero no se pronuncia (ni se las echa de comentarista político siquiera a esta hora trágica y peligrosa, no menos para él) en su artículo. Su lucidez lo lleva a reflexionar sobre lo que le resulta inevitable hacerlo, pero ni su actitud mental ni su disposición son políticas en el sentido de la acción. No analiza desde la profundidad del conocimiento histórico o de las ciencias políticas —por otra parte tantas veces equivocadas—, sino desde el sentido común y la experiencia propia. Por eso dirá seguidamente:

«Al chocar frente a frente con la realidad, muchos se han asustado. No sabían que una revolución era así. ¡Pues así, y más, son las revoluciones! Por eso ante ellas, quienes no tenemos vocación política y no nos inclinamos a participar en “movimientos contrarrevolucionarios” —por mucho que la revolución nos persiga— no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se consolide cuanto sea de bueno [en el actual proceso] para Cuba, y que se disuelva rápidamente en el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual, pueden incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos».

Como se apreciará, la posición asumida por el articulista es de sentido más ético que ideológico, más una actitud personal que una disposición ‘clasista’ según debían considerarla los revolucionarios marxistas. La necesidad de ‘explicarse’, tiene a la vez que un carácter romántico, altruista, no altanero, un trasfondo de anagnórisis individual que permita al poeta ser aún, expresión colectiva y bocina de esos invocados “lectores amigos”, de quienes debe apartarse momentáneamente, pero a quienes no abandona. Allí a donde se dirige en busca de refugio —no se hace muchas ilusiones al respecto— tal vez pueda continuar su reflexionar: «Desde lejos hablaremos, en tanto Dios provea otra cosa —si nos da venia para ello el Director [del periódico] y si no se oponen ciertos defensores (sic.) de la libertad de pensamiento—, de otras tierras, de otros cielos, de otros personajes. Posiblemente, con toda posibilidad, volveremos de un modo o de otro a defender aquellas ideas en las cuales creemos, sobre la sociedad, la economía, las relaciones humanas, la libertad frente al comunismo esclavizador, ideas de las que nos sentimos orgullosos, por [más] maltratadas, incomprendidas o vilipendiadas que hoy se hallen. El mundo las necesita aunque no quiera verlo».  Expresan estas palabras, como es evidente, un optimismo de buena ley incluso frente al destino de Cuba, ante la posibilidad de un pronto regreso (¿de qué otro modo resignarse al exilio sino como algo temporal, pasajero?). Y asimismo, se revela un desconfiar ante otras posibles formas de censura en su nuevo destino español. Y ya para cerrar sus comentarios, ofrece Gastón Baquero una advertencia que es al mismo tiempo, tal vez sin conciencia de ello, la descripción más apta que corresponde por contraste, a un tipo de intelectual que tanto abundaría, y aún abunda en nuestra época. No habría que ilustrar este aserto con un listado en el que se consignen los nombres de infames luminarias del pensamiento. Porque muchos han sido los intelectuales, verdaderos o pre-fabricados, que han renunciado a serlo, es decir a pensar y a actuar en consecuencia, para adherirse como lapas y defender a todo trapo las enconadas manifestaciones del totalitarismo comunista, o las del fascismo y el nazismo, (a veces al mismo tiempo, quizás si por intuir que se trataban de lo mismo). Dice Baquero para terminar su pieza: «El miedo a defender las ideas que van contra la corriente, o que son estigmatizadas como nocivas, es la mayor de las cobardías. Vale más morir junto a una idea vencida, en la cual se cree todavía, que uncirse…». —El término empleado no es accidental— «al primer carro victorioso que pasa, renunciando a tener ideas, a defender una ideología, a proclamar la visión propia y sincera que se tiene de los hombres y del mundo».

¿Qué otra cosa cabría añadir a semejante concepción de uno mismo, y de su inserción en el mundo y la sociedad, sino que por ella puede sacarse el retrato de un verdadero intelectual y poeta? Uno que sucumbió al cabo a la carga de los años y al exilio —a la inconsolable lejanía del suelo querido— mas no a la momificación en vida como con tantos otros ocurriera, y para vergüenza ajena aún sigue sucediendo.

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Notas


[i] Subrayado en el original.

[ii] José Ignacio Rivero en las memorias ya aludidas da cuenta de su conversación con Ferrara, a la sazón en París, y cuya entrevista apareció en las páginas del Diario de la Marina, así como de una carta que le enviara el conocido ensayista y hombre de letras, Raimundo Lazo. La activa gestión de don Cosme, por otra parte, es ampliamente conocida de los historiadores y contó en su momento en los medios públicos con la divulgación que debía corresponder a su importancia y carácter.

[iii] En su nota-‘coletilla’ al artículo de Baquero que comenta, monseñor de Céspedes García-Menocal enmienda al primero la plana con motivo de la fecha indicada por éste como la del desembarco de Castro en playas cubanas, procedente de México, 1957 en vez del correspondiente 1956, bien que este detalle en sí carece de mayor relieve en el contexto del artículo. En consecuencia, señala monseñor, quien tanto relieve da al dato del desembarco, que G. B. podría estar refiriéndose a lo expuesto por Castro en su autodefensa por los ataques contra las guarniciones de Santiago y Bayamo. Documento hoy conocido como «La Historia me absolverá”. En realidad, aunque Baquero habría podido referirse a cualquiera de los documentos y manifiestos castristas de ese u otro momento, nos parece que lo hacía en particular respecto a la hoja suelta del Boletín ‘Sierra Maestra’, órgano oficial del Movimiento 26 de julio, que el Diario de la Marina reprodujo “para que nadie se llamara a engaño” J.I.R. (153) el 27 de julio de 1957.  Es muy posible que Baquero recordara este impreso con más claridad por haber sido reproducido precisamente en las páginas de la Marina. En todo caso, ahí están los argumentos a que hace referencia Gastón.

[iv] En otra parte observará el mismo Guevara, sin que los datos de que dispone le sirvan para llegar a conclusiones atinadas: “Además, hay que analizar las circunstancias especialísimas de Cuba (…) un país sin flota [mercante], sin recursos (¿?) en realidad para el comercio exterior, pero con un comercio exterior fabuloso (…). Cuba durante años mantuvo un comercio [exterior] de ochocientos millones de pesos [moneda que entonces tenía paridad con el dólar norteamericano, por concepto de] importación, y otro tanto de exportación. Que para darles una idea de lo que es eso, les puedo decir, por ejemplo, que Brasil, ocho millones de kilómetros cuadrados, Cuba, cien mil kilómetros cuadrados; Brasil, sesenta millones de habitantes, Cuba, seis millones de habitantes, [Brasil] tiene un comercio exterior que no creo que llegue a ser el doble del cubano (…) [pese a] esa inmensidad de territorio, con esa inmensidad de recursos, y ya con un desarrollo industrial que lo coloca a la cabeza de América” (140) “Las bases materiales del socialismo”, en El socialismo y el hombre nuevo, siglo XXI, México, 6ta ed. p. 140.  La cita al interior del texto procede del artículo “La formación del hombre nuevo” recogido en el mismo libro.

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Rolando D. H. Morelli, intelectual, poeta y escritor cubano exiliado reside en Philadelphia. Es co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua.

ENLACE: http://www.cubanet.org/opiniones/un-articulo-de-gaston-baquero-y-las-revelaciones-de-monsenor-o-la-mojigateria-duplicidad-e-hipocresia-de-algunos-capitostes-de-la-iglesia-catolica-cubana/

http://www.cubanet.org/opiniones/gaston-baquero-del-silencio-digno-a-la-palabra-reveladora/

viernes, 4 de febrero de 2011

LEYENDO EN WOOSTER (viernes, 4 de febrero de 2011) (around Egypt…)

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FALTA DE PAGO 003

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¡Por fin! Primera vez que leo sobre papel de prensa llamar a las cosas por su nombre (“revuelta” o “rebelión” por “revolución”). Y creo que uno de los mejores análisis que he leído sobre el conflicto actual y los posibles venideros.

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TRIBUNA: YASMINA KHADRA

No son revoluciones

Aunque los levantamientos en los países árabes tienen una misma motivación, sus regímenes son muy diferentes. Y falta una estrategia y cabecillas que sean catalizadores eficaces de esos movimientos

YASMINA KHADRA 04/02/2011

http://www.elpais.com/articulo/opinion/revoluciones/elpepuopi/20110204elpepiopi_12/Tes

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Si los levantamientos que se encadenan en determinados países árabes tienen en común una misma motivación, a saber, la expresión ultrajada de un hartazgo y de una necesidad vital de emancipación y de libertad, los regímenes totalitarios contestados son muy diferentes los unos de los otros. En Yemen se trata de una dictadura estática, esclerotizada, sin proyecto real de sociedad y sin dinámica, basada exclusivamente en las alianzas tribales. Una dictadura virtual, sorda, opiácea, que ha instalado al pueblo en el estoicismo y la renuncia.

La noticia en otros webs

En la insurrección de 1988 en Argelia cometimos la torpeza de no contar con guías prevenidos

Túnez podría arreglárselas. En Egipto, se trata de las relaciones de fuerza de la región

En Túnez, el régimen, nacido a partir de una esperanza de renovación y de progreso, cayó en la trampa de una espantosa estrechez de miras que condujo a Ben Ali a perder de vista la oportunidad de poder inscribir su nombre con letras de oro en la historia de su país. Ben Ali era, sin duda alguna, el más convincente de los presidentes árabes. Disponía de un pueblo magnífico, instruido, moderno, emancipado y no violento. Su reino era pan bendito. Pero, al no hacer la gloria estremecerse más que a las almas que son dignas de ella (Gogol dixit), el soberano de Cartago optó por la depredación bulímica y por una represión policial que no tenían ninguna razón de ser. Privilegió el reino de sus allegados y de su familia política en detrimento de su propio reino y acabó por verse superado por el giro de los acontecimientos. Podríamos decir que la dictadura de Túnez era sobre todo un poder crapuloso sobre el país, basado en el nepotismo, la corrupción y el tráfico de influencias.

En Egipto se trata de un régimen fantoche, deseado y alimentado por los intereses estadounidenses e israelíes. Considerado como la punta de lanza del mundo árabe, se ha convertido en su eslabón débil. Su incondicional alianza con los norteamericanos ha perjudicado mucho al destino de Palestina y dispersado considerablemente a la unidad árabe. Al concentrar en su seno a las principales instituciones árabe-africanas (políticas, económicas, culturales y deportivas), Occidente ha hecho de él su único interlocutor y su principal peón en la región. Valiéndose de ese privilegio, el régimen de Mubarak trocó deliberadamente su estatuto de hermano mayor por el poco brillante papel de cómplice y de traidor, actitud que el pueblo egipcio, considerado como el más intelectualizado del mundo árabe, no ha acabado de digerir. En la dictadura egipcia se da el ejercicio flagrante de una creciente injerencia de los intereses geoestratégicos occidentales, en particular los de Estados Unidos e Israel. Su vocación consiste esencialmente en amordazar el orgullo y la dignidad nacionales en beneficio de ambiciones vampirizantes exteriores.

Los levantamientos que tienen lugar en esos tres países responden también a una urgencia capital. En Yemen, como en Túnez y en Egipto, los pueblos reclaman la libertad, el honor y la posibilidad de acceder a una vida decente. Los regímenes denostados han sido, para nuestros pueblos, la causa principal del marasmo y de la descomposición socioeconómica que nos deniegan el derecho a poder ascender en el concierto de las naciones. Pero de ningún modo se trata de revoluciones. Se trata de una reacción espontánea, incoherente y sin orientación precisa, cuyo objetivo es el de expulsar al tirano sin prever ni preocuparse por lo que vendrá después. Una revolución es un acto pensado, maduramente articulado en torno a una hoja de ruta, de una estrategia, y conducido por actores identificados y determinados. No vemos a cabecillas titulares designados en las calles de El Cairo, de Túnez o de Adén. Privados de catalizadores eficaces, estos vastos movimientos de protesta van a tener que seguir hasta el final y desbaratar todos los ardides que los Gobiernos amenazados van a multiplicar para cambiar la situación a su favor. Nos hallamos ante la duda sideral, de ahí que se haga imperativo el recurso inmediato a conciencias intelectuales o políticas capaces de encarnar la cólera popular y la saludable alternancia exigida por el pueblo. Sería desastroso seguir sitiando las plazas públicas sin erigir en ellas tribunas y sin hallar para ellas una voz fuerte y creíble que desbanque los discursos falaces y las llamadas a la calma de los regímenes acorralados. Como sería desastroso aceptar un compromiso, que, con toda evidencia, no sería sino una trampa inesperada y una tentativa de ganar tiempo para los Mubarak y sus esbirros. Cometimos esa torpeza en Argelia con ocasión de la formidable insurrección de octubre de 1988. Al no contar con guías prevenidos que nos evitaran las trampas de la recuperación y nos precavieran de los fallos de nuestra inadvertencia, aplaudimos la proclamación de la democracia y del multipartidismo para desengañarnos algunos años más tarde bajo el tsunami islamista. No quisiera que esta catástrofe se operara en Túnez y en Egipto. Esa es la razón por la que resulta de extrema importancia, para esos dos países, escoger a hombres y mujeres aguerridos, vigilantes y dispuestos a erradicar toda traza de los antiguos aparatos represivos del Estado y a impedir las tentativas de instrumentalización y desviación ideológicas que reducirían a cenizas la instauración de una auténtica democracia laica y republicana.

Sin embargo, si el caso tunecino suscita la simpatía de Occidente, el de Egipto le quita el sueño. Porque en Egipto no se trata del porvenir del pueblo egipcio, sino de una nueva configuración de las relaciones de fuerza en la región. Si el régimen de Mubarak se hundiera, la "paz" de Oriente Próximo ya no estaría garantizada. Entendiendo por "paz" la estabilidad de Israel y su impunidad. Estados Unidos va a emplear todo su peso para mantener el régimen, a riesgo de sacrificar a Mubarak. Y los egipcios están viviendo las horas más peligrosas de su historia republicana. O aceptar la "transición" o la guerra civil. Personalmente, no soy nada optimista. Cada día que pasa lo hace en beneficio del régimen, que ha elegido la guerra de desgaste. Ya no es la calle la que gestiona el asedio. La economía está parada, la gente no percibe sus salarios y los estómagos empiezan a acusar el hambre. El régimen lo sabe y va a tratar de prolongar las manifestaciones pacíficas para volver a desplegarse, restablecer sus redes de propaganda y de disuasión y sembrar la duda en los ánimos. En el momento en que escribo, Mubarak habría confiado ya el destino de Egipto a los expertos del Pentágono. Esa "transición" que reclama Washington es la trampa mortal que destruirá toda oportunidad de recuperar su honor y su salvación al pueblo egipcio.

Hay dos preguntas que hacerse:

1. ¿Podrían extenderse estos levantamientos a Libia, Argelia, Marruecos y Jordania? Para Libia, la cuestión ni se plantea. Para los libios, Gadafi no es un dictador sino un líder iluminado. Tardaremos en ver sumidas en la cólera a las calles de Trípoli. Respecto a los otros tres países, a pesar de la corrupción generalizada, el desempleo, el empobrecimiento galopante y la falta de perspectivas para la juventud y los nuevos diplomados, no habrá insurrecciones en ellos. Los Gobiernos actuales prometerán la introducción de vastas y urgentes reformas para satisfacer las reivindicaciones de sus pueblos y seguirán sin comprender que es la alternancia lo que la nación exige. El brazo de hierro será flexible, pero nadie podrá prever la reacción popular a corto plazo. Una cosa es cierta, gracias a lo que ocurre en Túnez y en Egipto, los pueblos saben ya dónde están sus verdaderas fuerzas. Nada será ya como antes.

2. ¿Van a cambiar algo estos levantamientos? En Yemen, nada concluyente. Al régimen le bastaría con hacer algunas concesiones para dispersar a las multitudes. Las alianzas tribales están demasiado corrompidas como para renunciar a sus conquistas en beneficio de sus comunidades. Túnez podría arreglárselas. Tiene bazas reales de salir bien parado de la transición, pero los excluidos del aparato del poder no renunciarán a su parte del pastel. En cuanto a Egipto, se velan las armas, o, por seguir con la tradición musulmana, es "la noche de la duda". Se juega todo a una carta. Y todo lleva a creer que se va a armar una buena. Los envites geoestratégicos son de tal calibre que gustosamente aceptarían el sacrificio de algunas decenas de miles de muertos.

Yasmina Khadra es escritor argelino. Traducción de Juan Ramón Azaola.

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De tenebrosa me parece la calificación de Jamenei y del presidente iraní de impronunciable nombre definiendo estos hechos como “el despertar del mundo islámico”. Alah aqbar (الله أكبر) esperemos que también muestre un poquito de su grandeza para nosotros, “los infieles”.

sábado, 29 de enero de 2011

IMPRESIONES SOBRE EL ACUCHILLADO DEL PARQUET (PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE JACOBO MACHOVER, “El Terror ‘Humanista’”)

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IMPRESIONES SOBRE EL ACUCHILLADO DEL PARQUET

(PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE JACOBO MACHOVER, “El Terror ‘Humanista’”)

 

Quizás quería preguntar, o habría preguntado, si en el libro presentado, escrito por el amigo Jacobo Machover, sobre el bautismo de sangre con que se inició la Revolución Francesa --perdón, la Cubana --de alguna manera se hacía notar la (supuesta o probada) naturaleza criminal de los “ajusticiados” por aquel peculiar “humanismo” que convocaba la sangre para detener la sangre, verdadero galimatías. Pero la pregunta se me viene a aclarar ahora, al día siguiente de haber estado allí.

Adivinaba, olía, un divorcio entre lo expuesto por Jacobo y lo que muchos de los allí presentes procesaban en sus cabezas, como si en ese trayecto espacial aquellas palabras hubieran sufrido por sí solas una transformación. Me gusta Machover porque es objetivo y crítico con la intra-realidad política cubana. Él en sí no contribuye a la santificación de heroicidades verdaderas, relativas o debida a consecuencias secundarias, pero vuelvo a insistir que mucha gente allí me daba la impresión de que se quedaba con los que ellos querían oír y lo demás era reducido al nivel de “pecata minuta” o error pasional literario.

En el acicalado salón de la Fundación Hispano-Cubana, con el parquet recién acuchillado y barnizado y casi “impisable”, estábamos anoche tres personas que con un año o dos de diferencia pertenecemos a la misma quinta --la que se mueve alrededor de 1950 --pero que las circunstancias político-personales nos separaron en cuanto a vivencias y, por tanto, en cuanto a forma de mirar hacia atrás, por lo menos hacia tan atrás como el año en que se inició El Infortunio y los inmediatos anteriores y posteriores, que es a lo que me voy a ceñir.

Por una parte, el autor. Atrapado en el cambio radical a mitad de la infancia, sale de Cuba con sus padres para establecerse en Francia. Su condición de judío y su posterior educación francesa contribuyen a consolidar en su figura un intelectual de peso, y uno de los pocos intelectuales de origen cubano que atienden y responden con la debida seriedad a la profundidad de esa cualidad.

Una segunda persona era un amigo que he ido conociendo al coincidir con él en las tertulias de los miércoles y compartir posteriormente, con él y otros, la “after-session” en un bar cercano. Su historia personal en cuanto a la salida de Cuba debe ser más o menos semejante a la de Jacobo, pero –aunque desconozco en sí su trayectoria extra-insular –me atrevo a pensar que nunca ha encontrado verdadero acomodo en la integración a otro país y otra sociedad, a las que por cantidad de años vividos pertenece mucho más que a cualquier vestigio autóctono. Hay en él una terrible carencia por el desgarramiento socio-cultural que le lleva a asumir o incorporar a su proyección cualquier manifestación y actitud barriobajera y de argot o jerga marginal de reciente cuño en busca de una identidad “cubana” a la que se ha negado a renunciar, lo cual podría ser hasta genuino si no fuera porque él no ha vivido el proceso degenerativo galopante –y horrendamente doloroso y alarmante –que acompaña a la Revolución Cubana desde sus inicios con una posiblemente inconsciente vulgarización que lleva aparejado todo colectivismo. Este amigo está siempre mucho más dispuesto a ver santones de la Patria en cualquier camaleón que mude de color al saltar a una nueva planta.

La tercera persona era yo, que recibió el “advenimiento” a edades semejantes, pero que por innumerables razones que no vienen al caso detallar, permanecí en Cuba hasta 1982, viviendo in situ toda la debacle y siendo cobaya del experimento revolucionario-comunista.

En su alocución, Jacobo Machover hablaba de la memoria y el olvido. Para mí también son temas primordiales, en los que insisto una y otra vez, pero con el matiz de que me extiendo en el tiempo y llego hasta el momento actual y, pesimista o realísticamente, lo continúo hacia el futuro, o hacia la nada.

Mientras Jacobo recordaba las tres primeras Bohemias de la Libertad, las fotos de los cadáveres hallados en las cunetas, los cuerpos de la gente torturada, las uñas y los pelos y los dientes arrancados, y cómo todo aquello que pertenecía a los crímenes de los batistianos se confundía con las secuencias de los fusilamientos de los (posibles) causantes de todo lo mostrado una página antes --tal vez solamente separada por un anuncio de la cerveza Polar o del jabón Camay –paralizando en ambos contenidos el mismo salvajismo, la misma injusticia --desde el punto de vista de que ninguno de aquellos muertos tuvo juicios “civilizados” --y se preguntaba cómo era posible que la gente olvidara, yo pensaba que estas dos personas a las que me he referido han mantenido intactas en sus pupilas aquel horror captado por fotógrafos siempre mantenidos en el anonimato, pero yo continué repasando y viendo las mismas imágenes de las famosas Bohemias mientras cada día iba a cagar, así hasta posiblemente un par de días antes de que nos echaran de nuestra casa y cerraran la puerta con la misma llave con la que yo solía abrirla.

© 2010 David Lago González

 

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