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Ni el propio Sarkozy lo pudo resistir y en la tarde del domingo, al saber que dejábamos París montados en un tenebroso airbus de esos que se han caído últimamente, se desplomaba él desmayado mientras corría.
Momentos antes, al tomar un bus que nos llevaba desde la Puerta F21 a la escalinata del avión, subía detrás de nosotros una familia mejicana formada por tres generaciones de mujeres: la abuela, la hija y la nieta. Liliana Fedexkaia, mi amiga de cuando el Gulag de la Cervecera del Bosque en Camagüey, que había viajado especialmente desde MaiAmi para comprobar que yo aún vivía, apretó con fuerza mi brazo cuando la hija mejicana, haciendo uso de su peculiar giro del idioma castellano, le indicó a su madre que se agarrara de un tubo (del vehículo) diciéndole: "Cuidado, mamá, no vayan a masacrarte", frase inolvidable que hubo de sumirnos en una risa contenida nerviosa que ahora mismo se me revuelve y vive al recordarlo. Eso era por la izquierda. A nuestra derecha, y más justamente debo decir "contra nuestras caras", teníamos la cara lunar de un sujeto asiático al que habíamos bautizado como Yambo-Yambo-O-Ah, y que era como una especie de chino-mongol-mogol-tibetano-uzbeko o sabrá Dios, que en el aeropuerto mascaba chicles abriendo y cerrando la boca sólo como Joe Bocazza hubiera sido capaz, pero dentro del bus comenzó a bostezarnos encima de forma verdaderamente amenazadora, tanto por la amplitud en que se abrían sus fauces como por la halitosis que despedía, razón por la cual, al tercer bostezo, hubimos de volvernos de espalda a él, quedando de frente pero de lado a la abuela mejicana masacrada.
Así las cosas, llegamos a uno de esos aviones que en los últimos tiempos no paran de caerse, y subimos. Y nos sentamos. Para sorpresa nuestra, las tres mujeres mexicanas cayeron justo en la fila de atrás, y se pasaron todo el tiempo cantando canciones infantiles. Liliana me decía: "estoy a punto de cantarles <al ánimo>".
Finalmente aterrizamos en Madrid. A los dos días, Sarkozy se recuperó de nuestra pérdida y pudo abandonar el hospital. C'est la vie.
(Liliana Fedexkaia en el salón de mi casa)
(Place de Voiges)
(St. Germain des Pres)
(Place de St. Michael)
(Bistró, brunch de despedida)
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Aunque no lo mencioné, senti continuamente la presencia de nuestro Oscar, con quien había ido en marzo del año anterior y falleció en Madrid en abril pasado. Amaba París como un loco.
David Lago González