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martes, 28 de junio de 2011

Los jemeres rojos, el genocidio, el exterminio, el paripé de los tribunales internacionales y un atajo de viejecitos asiáticos que ante el mundo se ríen de sus crímenes.

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CAMBODIA-ROUGE/Los jemeres rojos, el genocidio, el exterminio, el paripé de los tribunales internacionales y un atajo de viejecitos asiáticos que ante el mundo se ríen de sus crímenes.

Ése sería el resumen de lo que ayer vi, con estos ojitos míos de Camagüey de 1950 que los hornos crematorios de La Almudena van a convertir en cenizas algún día. Fueron varios telediarios, incluso de cadenas tan antagónicas como TVE1 y Telemadrid.

Durante todas las secuencias que presentaron del juicio, en ningún momento pronunciaron términos como “comunismo” o “comunista”. Ni siquiera les llamaron “fascistas”. Tal asepsia me da por colegir que la ideología comunista está de nuevo y definitivamente anclada en el Manual de Urbanidad Burguesa de la Izquierda y el Diccionario de Términos Políticamente Correctos, a pesar de los millones de personas que las distintas variantes –siempre desastrosa y trágicamente infructuosas— han asesinado en su largo camino.

Cualquier persona que no alcance un mínimo de imparcialidad con respecto a las ideologías y a sus nefastas consecuencias, merece y expreso lo más profundo de mi repulsión.

© 2010 David Lago González

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(Camboya, exterminio)

miércoles, 11 de mayo de 2011

UGANDA: sin pobreza, sin SIDA, sin gays…

Esta entrada ha sido escrita por IRENE MILLEIRO.

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Cuando doy algún curso o participo en alguna conferencia no me canso de repetirlo: la ayuda al desarrollo funciona. Hay muchos ejemplos, aunque las ONG no seamos muy buenas en visibilizarlos. Uno de esos buenos ejemplos es Uganda, uno de los países que parece que alcanzará gran parte de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el año 2015, entre ellos el de reducir la pobreza y el hambre a la mitad. 

El punto de partida era aterrador: primero, la brutal represión del régimen de Idi Amin en la década de los 70, que dejó más de 300.000 muertos. Después, una sangrienta guerra en el norte que duró más de 20 años entre el gobierno y el fanático y brutal Ejército de Resistencia del Señor, que secuestró a más de 30.000 niños y niñas para hacerles trabajar como soldados o esclavas sexuales. En el año 2006 Oxfam y la plataforma de ONG de Uganda cifraban el coste humano de la guerra en cientos de miles de muertes, y su coste económico en más de 1.700 millones de dólares. (Ver aquí la entrada que hicimos sobre la radio comunitaria Wa).

Con este panorama, las tasas de pobreza, analfabetismo, y prevalencia del VIH eran brutales en los años 90: cerca del 70% de la población vivía con menos de 1 euro al día, el 44% era analfabeta y cerca del 15% de la población estaba infectada por el VIH.

El panorama a día de hoy es, afortunadamente, muy distinto: en 2009 la tasa de pobreza ha bajado hasta el 29%, el analfabetismo ha caído hasta el 27% y “solo” un 6% de la población sufre el VIH.

Este “milagro” ha sido posible gracias a una combinación de voluntad del gobierno, inversión de los donantes –incluido el Banco Mundial- y trabajo de las ONG -denunciando la situación, presionando para conseguir avances y colaborando con la población y el gobierno para producir cambios concretos-.

Pero en casi todas las historias bonitas hay una cara oscura: hoy mismo se debate en el Parlamento de Uganda una ley que permitiría condenar a muerte a las personas homosexuales. Así como se lo cuento. La ley no sólo pretende introducir la pena de muerte para las personas que practiquen la homosexualidad en Uganda, sino que incluye también provisiones para las personas ugandesas que se involucren en este tipo de relaciones fuera de su país, para que sean adecuadamente castigadas tras su extradición a Uganda, e incluye penas para organizaciones, medios de comunicación o personas que apoyen los derechos de las personas LGTB.

La eterna tensión entre los derechos económicos, sociales y culturales y los derechos civiles y políticos. Países como Uganda o como Cuba se excusan en su buen cumplimiento de los primeros para quitarle importancia a las violaciones de los segundos. Para mí la discusión es tan absurda como preguntarle a alguien a qué hijo quiere más.

Y podemos hacer algo. El presidentísimo Museveni (dirigiendo el país desde 1986, otra faceta de esa cara oscura) quiere seguir manteniendo la buena imagen y el apoyo económico de la comunidad internacional. Gritemos. A la hora de cerrar este post más de 600.000 personas ya habían firmado esta petición de Avaaz para frenar la ley. Hazlo tú también, y dile a Museveni que los derechos son siempre derechos.

sábado, 17 de abril de 2010

La banalización del mal, según Monika Zgustova

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Cada vez me gusta más esta escritora húngara, nacionalizada española, que, precisamente por ser europea, puede tener acceso a decir públicamente lo mismo que yo pienso.

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TRIBUNA: MONIKA ZGUSTOVA

¡Pasa tus vacaciones en el 'gulag'!

MONIKA ZGUSTOVA 16/04/2010

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Pasa/vacaciones/gulag/elpepiopi/20100416elpepiopi_5/Tes

 

Hojeando la prensa diaria me llama la atención el siguiente titular: "Vacaciones delirantes: ¡Bienvenidos al gulag!" ¿Se trata de una broma? La propuesta se especifica de la siguiente manera: "Plan de vacaciones Gulag: talar árboles en un bosque lituano con nieve hasta los tobillos, aprender el himno de la URSS, degustar una sopa aguada y un trozo de pan negro y, de postre, ser interrogado por un miembro de la KGB". A continuación, el anuncio propone en clave de ironía: "Todo un festival de placeres y relax".

El turismo organizado a los lugares del mal trivializa el sufrimiento humano, lo convierte en espectáculo

Recuerdo que en su novela Un día en la vida de Iván Denísovich, Solzhenitsin, describe cómo Iván, su álter ego, encerrado en el gulag, saboreaba un pequeño trozo de dicho pan negro y cómo guardaba otro trozo en una bota para repartir las migajas a lo largo del día y disponer de fuerzas suficientes para soportar las 14 horas de trabajo duro. En cuanto a la sopa, Solzhenitsin menciona que algunos se molestaban por la gran cantidad de cucarachas que contenía el líquido, mientras que otros ya se habían habituado a ello: "Todos terminan por acostumbrarse", concluye Solzhenitsin.

Hablando de interrogatorios, el escritor ruso describe en su Archipiélago Gulag que a los detenidos se les interrogaba de día y de noche, y que, durante semanas o meses, no se les permitía dormir ni acostarse, ni siquiera cerrar los ojos. En cuanto al tipo de trabajos forzados, los condenados trabajaban en las minas de carbón o metales preciosos, talaban árboles o construían edificios, carreteras y vías de tren en el norte de Siberia, en ese desierto helado barrido por el viento polar, sumido en la oscuridad durante seis meses del año.

Aparto el periódico y me pregunto si efectivamente el sufrimiento de tantos -en el gulag soviético murieron aproximadamente cinco millones de personas- se ha convertido en un frívolo parque temático para turistas.

Entro en la web oficial de Gulag: en un vídeo, una lituana cuenta que fue divertido (fun) montar esa reliquia del sistema soviético. Tras esa explicación, un estudiante americano suelta riendo: "¡Menudas vacaciones! ¡En vez de tumbarte en la playa, te sometes a bofetadas!". Al final, un joven de India llega a la conclusión de que esta experiencia le ha ayudado a comprender el horror de lo que fue el sistema soviético.

Y es que los campos de concentración soviéticos han desaparecido: las mal construidas barracas de madera, donde vivían los presos, acabaron por desintegrarse en el hielo y la nieve siberianos.

Últimamente, las agencias de viajes han empezado a ofrecer viajes organizados a Auschwitz. Los autocares aparcan cerca del campo y escupen decenas de turistas. El año pasado, sólo de Israel, 30.000 estudiantes visitaron el campo. El escritor Jordi Puntí, que recientemente había visitado Auschwitz, me contó que la presencia de tantos turistas no favorecía la reflexión sobre lo ocurrido. En la web de Auschwitz leo las reacciones de los que ya han visitado el campo de concentración: "Potente y triste: ¡no os lo perdáis!", "Hay que ir: una experiencia conmovedora", "¡Muy recomendable!", "¡Buenos guías!", "Pensad en comer algo antes de la visita y poneros calzado cómodo". Son las mismas reacciones que ante el puente de los suspiros en Venecia o una puesta de sol en Cabo Sunion. En la misma página una agencia de viajes ofrece: "Desde Cracovia te llevaremos a Auschwitz en un cómodo coche, ¡en sólo una hora!". Y en la misma página se ve una playa tropical con palmeras y hamacas, para los que prefieren el Caribe a Auschwitz. El turismo organizado a los lugares del mal acaba trivializando el sufrimiento humano para convertirlo en un espectáculo que contemplamos sin que nos alcance, como no nos horrorizamos ante la tortura de un santo en un cuadro barroco.

La banalidad del mal es conocida: con esa etiqueta Hannah Arendt describió la actitud de Eichmann y otros nazis que durante su juicio se declararon libres de culpa porque sólo habían obedecido órdenes. Banalización del mal es lo que provoca el turismo masivo al gulag y a Auschwitz, sustentado por las frívolas palabras de los anuncios que ofrecen unas "vacaciones delirantes" para convertir en oro lo que sea, incluso el exterminio.

Es imprescindible mantener la memoria histórica para que la Shoa y el gulag no se repitan y para que nadie se atreva a negarlos. Sin embargo, atraer a autocares turísticos a ver los lugares del mal como si de un espectáculo se tratara significa deshonrar la memoria de los que allí sufrieron y perecieron.

Banalizar el mal no sólo es indignante sino que es peligroso. Han sido varios los momentos en la historia en que la banalización del mal ha precedido a la rehabilitación que transformaría el mal en algo más o menos aceptable, y luego en bien.

Monika Zgustova es escritora. Su última novela es Jardín de invierno (Destino).

jueves, 15 de abril de 2010

PATXO UNZUETA - Semprún y las fosas de Katyn (y Garzón)

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PATXO UNZUETA

Semprún y las fosas de Katyn (y Garzón)

http://www.elpais.com/articulo/espana/Semprun/fosas/Katyn/Garzon/elpepiesp/20100415elpepinac_17/Tes

PATXO UNZUETA 15/04/2010

 

Jorge Semprún nació en Madrid en 1923, se exilió en Francia en 1939, formó parte de la Resistencia, estuvo preso en un campo de concentración nazi, luchó contra Franco en la clandestinidad, fue disidente antiestalinista y ministro de un Gobierno socialista en España. Además, Semprún es un gran escritor. En pocas personas la vida y ese oficio avanzan tan unidos: es a la vez autor y protagonista de gran parte de su obra. No es casual que así sea, pues su biografía es en sí misma novelesca.

Tres meses después de su liberación, el campo nazi de Buchenwald fue reabierto por los soviéticos

Una memoria compartida implica reconocimiento por la democracia de las víctimas de ambos bandos

Pero hay algo en esa biografía que no resulta exactamente novelesco, aunque sí admirable: Semprún ha estado en cada momento en el lugar en el que había que estar. No es difícil hallar personajes que, al contrario, se caracterizan por llegar siempre tarde, cuando el peligro ha pasado; personas que se sintieron sinceramente antifranquistas, pero sólo después de la muerte de Franco, o cinco minutos antes; combatientes de la Resistencia cuando la División Leclerc desfilaba ya por los Campos Elíseos; críticos con las dictaduras del Este europeo después de la caída del Muro.

No es necesario recordar que Semprún no aguardó a que la historia decidiera de qué lado estaba la razón, o al menos las mejores razones, para comprometerse con una causa que resultó la más humana, o la menos inhumana, de cada momento.

El lunes pasado estuvo en Buchenwald, el campo nazi en el que fue recluido a sus 19 años. En su discurso, cuyo contenido había adelantado en EL PAÍS una semana antes, consideró que Buchenwald es un lugar idóneo para hablar de Europa (de la tragedia de la Europa del siglo XX), pues tan sólo tres meses después de ser liberado por los aliados fue reabierto por los soviéticos que ocupaban esa zona de Alemania. Y añadió, teniendo a la vista la chimenea del crematorio nazi y el bosque plantado por las autoridades de la RDA para ocultar las fosas comunes en las que enterraron a miles de presos del campo, que sólo tras la caída del Muro pudo Buchenwald "asumir sus dos memorias, su doble pasado" nazi y estalinista.

Cuando escribió el artículo ignoraba que dos días antes de leerlo en Buchenwald se produciría el accidente aéreo en el que perecieron el presidente y gran parte de la cúpula del Estado polaco, que se dirigían precisamente a rendir homenaje a las víctimas de la matanza de Katyn, un bosque próximo a la ciudad rusa de Smolensk en el que fueron asesinados en 1940 por los soviéticos miles de soldados y gran parte de la élite dirigente polaca. Ese nombre ha quedado unido para siempre a la infamia, además, porque durante decenios los soviéticos aseguraron que la matanza la habían perpetrado los nazis.

Las dos memorias. El mismo día en que Semprún leía su discurso en Buchenwald, se publicaba en La Vanguardia un memorable artículo en el que Antoni Puigvert reseñaba un libro de Miquel Mir y Mariano Santamaría sobre la violencia anticlerical en la Cataluña republicana de 1936, cuyas atrocidades no difieren mucho, dice Puigvert, de las que sufrieron los republicanos asesinados con extrema impiedad por patrullas falangistas en la zona ocupada por Franco. El argumento de que no es comparable una violencia con la otra, aduciendo que la de los franquistas fue sistemática mientras la otra era obra de incontrolados y fruto de la justa ira popular, o porque no es equiparable el número de víctimas de un lado y otro, pesa poco para cada memoria humana particular, a la que la estadística difícilmente aporta consuelo.

Las víctimas del lado franquista ya tuvieron su reconocimiento en los 40 años posteriores, se alega también. Pero de lo que se trata es de la asunción de las dos memorias; el reconocimiento por la España democrática de todas las víctimas injustamente asesinadas en ambos bandos es condición para fundar una memoria compartida. Pareció así establecido hasta hace poco, pero la herida ha vuelto a sangrar y el tema está ahora más candente que nunca por el inminente juicio al juez Garzón.

Paul Watzlawik teorizó hace años sobre lo que llamó ultrasoluciones: la fórmula infalible para convertir un problema en irresoluble es buscarle una solución tan extrema que provoque el caos. Garzón buscó una solución exagerada para atender al amparo solicitado por familiares de víctimas del franquismo que querían inhumar a sus deudos, y, queriendo justificar su competencia como juez penal en el caso, tomó iniciativas cada vez más radicales, incluyendo una reinterpretación de la Ley de Amnistía de 1977 como equivalente a las de punto final del Cono Sur. Con efectos fuera del marco judicial, tan delirantes como el surgimiento de voces que reclaman la derogación de la Amnistía de 1977 con el argumento de que fue un autoindulto franquista. O el deslizamiento desde la deslegitimación de la Transición, por haber permitido gobernar a los herederos del franquismo, a la del Estado democrático.

Al aceptar a trámite las querellas por prevaricación, el magistrado Varela también optó por la vía de la ultrasolución. La prevaricación no sólo es un delito gravísimo; también lo son, al margen de cuál sea la sentencia, las consecuencias del enjuiciamiento mismo, que implica la suspensión cautelar del magistrado (y el cuestionamiento de su autoridad moral). Los argumentos para dar vía libre al procedimiento contra Garzón (lo afirmado en la querella "no es algo que pueda considerarse ab inicio ajeno al tipo penal de la prevaricación, al menos como hipótesis", etc.) podrían ser empleados por querellantes audaces contra Varela, como ya han anunciado dos asociaciones de memoria. Seguramente hay muchas personas contrarias a las iniciativas de Garzón, pero más contrarias a que por ellas se le inhabilite. Lo cual tal vez explique en parte esta ola aparentemente imparable que nos anega.

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NOTA DEL BLOGGER:  Magnífico artículo de Patxo Unzueta que, partiendo de la figura de Jorge Semprún, su discurso por Buchenwald, y lo sucedido antes y ahora en Katyn, engarza justamente tanto pasado y tanto presente con vocación de futuro.

El siglo XX se caracteriza por no haber dejado nada absolutamente resuelto, lo cual constituye la peor herencia con la que ha podido empezar el actual XXI porque, lejos de dilucidarse las diferencias perfectamente equiparables, éstas parecen ser avivadas continuamente por gente que verdaderamente no adivino —o no quiero imaginar— adónde quieren conducir el futuro —si ellos mismos son capaces de detenerse a pensar en sus propios actos... Hay en todo una radicalización extrema soterrada y sometida a un eufemismo semántico e hipócrita que no sé cuál de las dos cosas infunde más temor.

Creo que siempre es mejor utilizar el plomo en los pies (andarse con pies de plomo) antes de destinarlo a metralla y a hondas modernas y sofisticadas. Lamentablemente me parece que la mayor parte de la gente no piensa así y, repito, si es que en verdad piensan.

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Las partes subrayadas y puestas en negrita por mí en el texto de Patxo Unzueta, son puntos de contacto que distingo en relación a la situación cubana, dirigidas sobre todo a aquellos que consideran nuestro país de origen como gran ombligo universal (que no viene a ser más que otra de las “taras pequeño-comunistas” que La Revolución nos ha legado).

David Lago

miércoles, 14 de abril de 2010

DOS TRAGEDIAS ENLAZADAS POR EL ARTE

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Un cineasta que venero ha sido, desde muy joven, el polaco Andrzej Wajda. También otros directores de ese país así como checos y húngaros, y ese sólido batallón del cine anti-stablishment soviético, con nombres como Konchalovski, Nikita Mijalkov, Andrei Tarkovski, me han enseñado lo que es combinar el impacto de una imagen con la profundidad amarga del análisis de la realidad que nos toca vivir.

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En Polonia, ese hermoso país con amigos fervientes que sigo queriendo a través del tiempo, se han sucedido en los últimos días dos tragedias. Una de ellas fue la rememoración de la masacre de Katyn, en la que se asesinó la élite intelectual, la cúpula militar y ciudadanos polacos hasta un número del orden de las 22.000 personas cuando la Unión Soviética y la Alemania Nazi se repartieron la nación ante la permisividad internacional y el “nadie escuchaba” de entonces. Eso fue en el año 1940, antes de comenzar la II Guerra Mundial. Tanto Stalin como todos los demás dirigentes soviéticos negaron, primero los hechos y luego la responsabilidad achacando la matanza a las tropas hitlerianas. 50 años después Mijail Gorbachov reconoció que la URSS había mentido. 20 años después de aquel reconocimiento, la Rusia devenida de ese negro manchón en el trágico y convulso siglo XX —tan tétrico como el nazismo, el fascismo, el maoísmo, los jemeres rojos, el castrismo con su vieja obsesión de tierra quemada, y otros innumerables momentos dispersos por todo el universo—, ha brindado una satisfacción al pueblo polaco.

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Rememorar es volver a vivir, y no precisamente como dice la canción. Cuando Polonia se disponía a recibir esta satisfacción, otra tragedia se añade como colofón del pasaje histórico. El avión con toda la plana mayor del gobierno encuentra en la bruma de Svalensk el destino de sus antepasados. Los polacos, personas respetuosas y dignas donde las haya, han querido obviar las diferencias de opinión y concentrarse en el drama. Esta última vez los cadáveres han sido recuperados, identificados y serán sepultados dignamente. Todo el que sobrevive gusta de saber dónde están los que no lo hicieron: de ahí las exhumaciones en España, la obsesión por creer a toda costa que los desaparecidos en Chile y Argentina continúan vivos en alguna parte de los ojos o en las pupilas de sus hijos secuestrados; también a millones de judíos les gustaría recuperar el polvo de sus muertos, a los que sobrevivieron al gulap, y también a los familiares que han sobrevivido a los desaparecidos cubanos en el estrecho de La Florida huyendo del comunismo (ese mismo que mató en Katyn) les gustaría que el mar devolviera sus nombres pero a quién puede interesarle un huesesito de nada convertido ya en coral.

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Naturalmente la decisión por parte de Rusia de compensar a Polonia por los excesos pasados tiene orígenes mucho más altos que la película de Wajda, pero me gustaría imaginar que esta vez la sensibilidad del arte ha tenido algo que ver en la incomprensión de la mentalidad política.

© 2010 David Lago González

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http://www.elpais.com/articulo/internacional/nos/reconciliamos/Alemania/nos/podemos/reconciliar/Rusia/elpepuint/20100414elpepiint_4/Tes