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(Yeros Dimitris)
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Harta ya de estar harto, ya me cansé
Joan Manuel Serrat
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Sí, la verdad es que no sé por qué he cogido esta majomía con el desconcierto por venir (Concierto de Paz sin Fronteras, Miguel Bosé, Juanes & demás). Pienso, claro, que... es que tampoco hemos tenido respiro en cincuenta años, y en muchos de nosotros esa cantidad de años conforma nuestra vida entera. Las demás dictaduras pueden haber sido horribles, espantosas de la death, e infinitamente peores que la Revolución Cubana --digo esto para complacer al respetable que gusta de escuchar que cualquier cosa ha sido peor que lo que ellos consideran romántico, utópico y hermoso--, pero han pasado. HAN PASADO. Ya. Pasó. Y la presencia es la presencia, igual que su contrario. Aunque no hayan cerrado las heridas (porque nada se cierra realmente), ha habido un punto en el que a partir del cual la gente puede considerar que comienza una nueva etapa. El asunto que tan dolorosamente nos atañe, a nosotros, a todos los cubanos no importa en dónde estemos ni de qué forma (y es probablemente en lo único que podamos ser iguales, y hasta hermanos), es que no termina. Parece que va a terminar pero continúa. Así, durante 50 años, que son, al mismo tiempo, medio siglo de escuchar los mismos insultos y descalificaciones que los estúpidos acólitos repiten una y otra vez como cotorras que se aprenden una frase y la multiplican hasta la extenuación, el hastío o la reacción violenta, asesina, criminal, ejecutora, que puede provocar en algún aquejado por la dictadura de marras.
Por eso anoche me desperté una vez en plena madrugada, y a pesar de haber sido la única noche en semanas en que corría brisa por mi balcón, yo no podía volver a conciliar el sueño, y me martillaba en la cabeza ahora un nuevo insulto: "intolerante," intolerante, intolerante, intolerante, hasta que en plena hoguera del insomnio pude retener los versos finales del poema que esta mañana, hace un rato, he escrito, y ahora lanzo desde la terraza del penthouse que da a la calle San Ramón, frente a la casa de Martha Verdugo, que fue una de las compañeras de trabajo que quiso darme actos de repudio durante El Mariel.
Para todos ustedes, de mi propia inspiración, mi canción INTOLERANCIA.
INTOLERANCIA
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Que se calle la orquesta antes de comenzar a tocar.
Que sea el único concierto sin voz.
Que a partir de entonces sus cantores no tengan paz,
por haber ido a cantar a la tierra de Dios y el Diablo
bajo el sol que la nieve disparó un día para cegarnos para siempre.
Que se ahoguen todos en la gran sopera de cerámica blanca
llena del óptimo merengue, virgen de cortes y éter,
que muchos dicen el mejor del mundo.
Que la negra única no pueda volver a gozar de mujer ninguna,
ni tampoco de un solo hombre.
Que el blanquito patético reciba la bala
que lo haga por fin tan hombre como para no serlo.
Que el paisa bonito se funda en negro, de camisa y corazón.
Que el minero y la mujer del minero vuelvan a su mansión,
pero realmente contaminados por el estercolero;
que lo que ellos consideran piedras con las que me han golpeado,
palabras con las que me han insultado,
gestos con los que me han humillado,
se ensuelva todo en sí mismo como un polluelo enfermo,
conjurado por el dolor de mi madre y la herida de mi padre,
y el dolor de todos
y la risa de todos
y la basura de todos.
Que abran y cierren la boca
con la frustración de darse cuenta que de ellas no sale nada.
Que dejen ya de creerse que piensan.
Que me dejen en paz.
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Que el pálpito de la miseria del hombre
vuelva a reposar tranquilo sobre mi párpado,
asumido como vida irremediable, gozosa y sufrida;
al fin y al cabo, mi única vida.
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(Madrid, 26 de agosto de 2009)
© 2009 David Lago González