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Mucha gente murió durante el éxodo masivo del Mariel (abril-mayo 1980) y sus preliminares. Recuerdo que un vecino llamó a su familia y les dijo: “Salgan como puedan porque yo no vuelvo más con ningún barco. Me llenaron la embarcación de locos y en alta mar aquellos locos se volvieron aún más locos y se tiraban al agua, no sé si para salvarse o para matarse. Y los demás nos volvíamos locos entonces tratando de rescatarlos.” Cosas como ésta sucedieron muchas veces y apenas se han contado. La mal llamada “Generación Mariel” prefiere referirse a los triunfos y a los ganadores, porque también eso forma parte de la tónica general del país de acogida: valen los triunfadores; los perdedores, en el mejor de los casos, al olvido o, a lo que es peor, a IGNORAR que una vez existieron. No hay acción más malévola ni más malintencionada que la de “ignorar” al otro, como si no existiera.
Mi amigo Rolando D. H. Morelli, que, a su llegada a uno de los campamentos, se prestó voluntario para asistir a recién llegados con problemas, guarda historias espeluznantes.
Solo sé que visto lo visto –y lo que voy a decir seguramente será tildado de “barbaridad” y seré enviado a la hoguera con tanta buena gente—, tal vez bastantes de los que llegaron a Key West o a donde fuera en territorio americano, deberían haberse quedado en el mar acompañando a los tiburones o en la propia Cuba haciendo frente a los tiburones humanos, comunistas o no, y al rechazo y al abandono de la familia y de viejas sólidas amistades.
Son indignos de haber tenido tal posibilidad de rehacer sus vidas para, en el caso de muchos “intelectuales” y “para-intelectuales”, servir ahora de puente de plata a los mismos que les despreciaron y les siguen despreciando y que por exigencias del maquiavélico guión, hoy se desnudan juntos y se lanzan todos a la misma piscina.
Si tuvieran vergüenza, no deberían dormir tranquilos.
© 2011 David Lago González
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