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jueves, 7 de enero de 2010

DAVID LAGO GONZÁLEZ - Una belleza enigmática de Al-Jumhuriya al-Lubnaniya en la Corte del Rey Fidelio

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Habana 1969[3A]

(Bárbara, Carlos Victoria, Rogelio Quintana, Julián, Abel Prieto.  La Habana, 1969)

(Property of Rogelio Quintana)

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a la imagen que recuerdo de Bárbara F. Melko

(como Rogelio la llamaba)

Siboney: antiguo Biltmore.

Los muchachos del bachiller nos apostábamos detrás de los setos para observar el patio de la casa de enfrente a la hora en que ella se desnudaba para beber el sol del trópico, y sus pechos asemejaban dos manzanas asadas, rociadas de caramelo, y las dos gotas de cera roja que las coronaban simulaban con justicia sus pezones erectos.

A pesar de la distancia de metros y años, yo los recuerdo.

Luego apareció en el patiecito atiborrado del escultor Fonticiella contrastando con la basura reciclada de sus inventos y sus muñecas incompletas: ella era la imagen de lo que la Naturaleza termina con el mayor de los aciertos.

Fenicia, macedonia, romana, mameluca, turca, y tropical; por sus ojos cruzaba el Orontes y el Litani y se confundían con el Almendares para llegar al mar y hacerse universal y vasta.

Por Madrid anda, como si caminara, una foto comprometedora donde, además de la suya, asoman por detrás de un sofá otras cabezas valiosas, incluso hasta de posteriores ministros de la Corte del Rey Fidelio que supieron ―¡sabia clarividencia de los ministerios!― separarse a tiempo del cogollito ignorante de los destinos que se fraguan en las trastiendas de lo secreto.

Se casó con Waldo, un pintor de hermoso pincel, que murió gratuitamente dentro del puñal de un negro fresco una noche de El Vedado ―Jorge Edwards lo menciona en un libro, pero el chileno lo cuenta mal, porque escribió de oídas y desconoce los pormenores de la gratuidad―.

Y juntos tuvieron una hija, tan hermosa como los cedros del Líbano y la florecilla etérea de la ceiba que apenas se la ve y apenas vuela y sin embargo es flor, y en ese rápido espejismo de su vuelo demuestra lo incógnito.

Años van y años vienen.

Muchos son los hombres que se interesan por la belleza enigmática de Al-Jumhuriya al-Lubnaniya; muchos son los escogidos por la reina, pero no todos los que quieren pueden obtener el tesoro enterrado en la arena de la costa.

Otros hombres, funcionarios de La Corte, requieren sus servicios, fuerzan sus métodos, buscan estratagemas amenazantes para conducirla por los senderos de la lengua delatante.

Pero La Bella es bella y se cree a salvo; cree que su belleza la salvará de la miseria de esos hombres.

Un diplomático encandilado quiere trasladarla al Viejo Continente: atrás quedaría la basura que los coches de La Corte descargan para alimento de las gaviotas.

Mas la hermosura y el enigma para algunos no son motivos de admiración, sino un simple propósito de destrucción y vasallaje, y el negarse a contribuir a fortalecer los cimientos del Reino de Fidelio se paga caro, hasta alcanzar el refinamiento de destruir para siempre sin llegar al burdo asesinato:

es necesario que nadie desaparezca

para que las historias pierdan valor con los años.

Y así, una noche, los gendarmes de La Corte irrumpieron en su casa; la tomaron rehén justo ante las narices asustadas del diplomático encandilado que raudo arrió sus velas y emprendió el regreso a la Baviera, previamente aconsejado para que no insistiera en reclamar aquel espejismo no merecedor de su amor y compostura, y mucho menos de su vida disipada.

Del otro lado de la historia, la belleza enigmática del Líbano fue acusada de consumar obscenas fechorías con su hermano y en presencia de su hija ―inocencia del destino que el destino utilizaba ahora contra ella―, y fue encarcelada durante años bajo un "nuevo amanecer"*.

Años van y años vienen.

La vida no se detiene, sólo se aja, y de nuevo amanece,

tímida, pavorosamente amanece: y todo por no mover "la sin hueso"...

El diplomático se ocultó, bien oculto, en la Selva Negra: no era de fiar. Tampoco él. Y la belleza enigmática de Al-Jumhuriya al-Lubnaniya quedó viva, como su hermano y su hija. Aquel pintor con cuya hermosura se acoplaba murió en el camino. Fonticiella quemó su casa, sus esculturas y su cuerpo.

Como la foto comprometida, hoy anda, como si caminara, por ciudades de Norteamérica.

Pero la dejaron viva: de nada vale

lo que ahora cuento.

Yo recuerdo dos gotas de cera roja sobre sus pezones erectos.

(Madrid, 25 de Julio de 1998)

(C) 1998 David Lago González

*Nombre de una cárcel para mujeres en la provincia de La Habana, Cuba.

―o—

Si hay alguna posibilidad de que el ser humano sea ser humano, esa posibilidad está aquí...

José Saramago

(La Habana, Cuba. 2 de enero de 1999.

Celebración del 40º Aniversario de la Revolución Cubana)

-o-

Hace unos tres meses, creo, internet me deparó una insospechable y agradabilísima sorpresa: Bárbara me había localizado a través de Facebook y me decía “ahora sé por fin quién es el famoso David Lago...” Había recuperado el apellido paterno y ahora se llamaba de otro modo, y sí, enseñaba en una universidad del norte de los Estados Unidos.

Yo no he conocido, ni en Cuba ni en ninguna otra parte del mundo, una mujer con más estilo y con más encanto que aquella Bárbara. Era una mujer de estirpe propia, como una princesa. Y siempre fue una mujer, aun cuando fuese una joven cautivadora.

En el poema —o “prosa lírica”, como le gusta decir a Zoé— las anécdotas están ficcionadas, claro está, o pretendidamente líricas. Pero realmente la vi por primera vez al unirme, irremediablemente y levemente contra mi voluntad, al resto de compañeros escolares que espíabamos el patio de un chalet de la acera de enfrente. Bárbara tomaba el sol, y con ella otra chica. Rafael (Zequeira) habría de decirme no sé cuántos años después que seguramente la otra hermosa muchacha era Zulema. Al cabo de una o dos semanas, no recuerdo bien, me dan mi primer pase de fin de semana, y Carlos Victoria y yo terminamos en casa del escultor Fonticiella. Allí estaba Bárbara. Era la chica del chalet de Siboney, ¿tal vez la calle 119?

Después, todo se iría al carajo. Tal vez consideraban que no merecíamos ser jóvenes, que no nos merecíamos la ligereza ni la belleza de la juventud y desde un principio se obstinaron en eliminarnos porque ya por no haber nacido dentro de la Revolución, les éramos un estorbo y algo con lo que nunca podrían contar. Y cuanto más se obstinaban en enderezar el árbol torcido por impuro, más nos asegurábamos nosotros de torcernos del todo.

© 2009 David Lago González

viernes, 13 de noviembre de 2009

DAVID LAGO GONZÁLEZ - Bette Davis eyes (Homenaje a los intelectuales cubanos, 1959-infinito)

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Juega.

(No juega.)

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Juega, chico, que la cosa está buena.

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(No juega.)

Ni siquiera mis hijos son chicos:

son el fruto de las constelaciones

que han alumbrado el nuevo hombre.

Eso fue lo que me dijiste.

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Tú no entiendes: tienes que jugar.

Juega a estar dentro o a estar fuera, pero no puedes "no jugar".

El juego no está prohibido;

lo verdaderamente prohibido es no hacerlo.

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(No juega.) Me niego.

¿Quién eres para obligarme a hacerlo?

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Soy El Gran Crupier. ¿No te habías dado cuenta?

La ruleta lleva mucho tiempo abierta, ¿no ves cómo gira?

¿Es que no te atrae el vértigo de la suerte?

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(No juega.)

Los casinos estaban cerrados: son "cosa mala",

me lo dijo un babalao.

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Además de crupier, soy El Gran Orisha.

Te digo que juegues, que te conviene.

¿Qué más da? Es sólo un juego.

El casino nunca se ha cerrado, cariño: jugábamos en la trastienda.

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(No juega.)

Y si no juego, ¿qué me pasará?

¿No puedo quedarme a un lado de la mesa,

mirando cómo juegan los demás?....

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No. No. Mil veces no.

¿Es que no lo entiendes o eres especial?

Aquí juega todo el mundo; incluso los que no están dentro del casino:

juega el españolito de izquierda, el "blondie" de Berkeley,

el estirado de Oxford, y hasta el "caballerito valiente" no es más que un simple peón.

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(No juega.)

¿Y qué pasó con las reglas del juego?

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Juega.

Sólo hay excepciones: en los grandes casinos nunca se salta la banca.

Juega, que te conviene, cariño.

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(No juega.)

No me gusta el juego.

Mi voluntad es débil: puedo acostumbrarme.

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Juega. De eso se trata: que te adiciones.

Es una droga.

Y si ahora juegas, aprenderás a seguir jugando cuando salgas del casino.

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(No juega.)

Yo no juego, decididamente.

¿No dijiste que era libre?

Pues entonces no quiero fichas,

no quiero naipes,

no quiero monedas engañosas

ni osos de peluche como símbolos de triunfo.

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Juega. No seas testarudo: ya me estás cansando.

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(No juega.)

Y si no juego, ¿qué pasa?

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Se te pasará factura.

¿Por no jugar?...

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Precisamente por eso.

Por no jugar: precisamente por eso.

Precisamente por eso.

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(No juega.)

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¿Es que no te das cuenta que nunca serás nada si no aprendes a jugar?

Tómalo como un simple ejercicio: lo que hoy se siembra será fruto mañana.

Y si no juegas ahora, tampoco sabrás

aplicar ese aprendizaje cuando visites otros casinos.

¿Crees que te van a apreciar por tus versos?

¿Crees que eso va a llegar a alguna parte?

Cretino, no eres más que el alelado que se alela con sus propias horas muertas.

Y no sabes jugar: incompetente.

Sólo los jugadores tienen baza en los tugurios de la noche.

Y los antros de la noche son tan infinitos como los caminos de El Señor:

están aquí y están allí, están por todas partes, y en todos se aprestan a jugar.

Aquí el último nunca será el primero.

Juega ya.

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(No juega.)

¡Cuánto de mal hice en volver!

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¡No lo sabes tú bien! ¿Qué creíste?

¿Que los tahúres se transmutan en ajuiciados coraleros?

¿Que recobran el discernimiento de la sinceridad

porque el agua que les circunde cambie de nombre

o porque el suelo de las ciudades varíe su testimonio?

¿Es que nadie sabía lo que pasaba desde el principio?

¿Es que todos son unos mocitos recién salidos de algún villorrio?

Las mismas lentes, las mismas barbas, idénticas chepas de bibliotecas,

semejante blandura en el macho y semejante dureza en la hembra

(tal vez eso que Djuna Barnes llama "belleza militar"),

igual destreza en la maestría de contar los cuentos, convencer, imponerse,

apabullar al oído lento con tantas palabras como puede una boca gorjear

para que los falsos naipes pasen desapercibidos

y así confundir con que el interés es otro cuando sigue siendo el mismo:

ocupar lugar, tomar posesión de la silla,

posar los codos sobre la mesa,

ganar terreno,

ganar terreno,

ganar terreno,

esperar,

esperar,

esperar,

esperar toda la vida si es preciso,

y esconder otra carta en la manga por si es necesario cambiar de nuevo.

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No tienes más que mirar a los ojos de Bette Davis:

sabe convencer con una mirada firme de que su mentira

es la gran verdad.

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(Madrid, 1 de junio de 1999)

© David Lago González, 1999

miércoles, 4 de noviembre de 2009

DAVID LAGO GONZÁLEZ - Villa Maristas, La Habana. Año del Señor de 1978

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A Short Lived Thing (silverpoint)

(C) Richard A. Kirk - A Short Lived Thing (silverpoint), 2008

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para Carlos Victoria Olivera

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A la mesa del restaurante (Veinte años antes)

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El miedo, que viste y calza nuestros actos,

se sienta a la mesa con nosotros.

Virgilio Piñera

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Cuando pregunta por sentarse quiere decir que ya lo ha hecho.

A la mesa del restaurante, es de súbito una intrusa

que asume entre nosotros la función de las copas y los cubiertos.

La subimos, la bajamos, la dejamos reposar en nuestros labios;

es quizá de este reposo de lo que se aprovecha

para hacernos cambiar el diálogo.

Irrumpe sin más ni más, como un trueno,

mientras a todo alrededor, impasibles, sobre el telón

se repliegan y se desdoblan la luna y el sol al cierre de cada acto.

En contra de todas las mudas objeciones, ella está aquí,

sobrepasando nuestras manos, nuestra voz,

el taconeo ahogado de las camareras

y el sonido de las botellas al chocar en la cubeta,

la benevolencia que nos hace coincidir a esta mesa

en la que inconscientemente separamos un lugar para esta amiga nuestra.

Y porque es más real que la misma realidad,

como un soplo puede borrarnos,

o puede al menos para siempre convertirnos en enemigos.

Basta con tirar del mantel en el que como vasos y cubiertos

nos confiamos al requerimiento de los comensales.

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(Camagüey. 2 de Septiembre de 1978)

© 1978 David Lago González

--oo--

Recursos (Veinte años después)

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"...and the bird can sing

but you can't hear me, you can't hear me."

George Harrison

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Podría haberse remontado a los tugurios nocturnos de Hamburgo de donde las viejas notas de My Bonnie salían flotando sobre el océano para refrescar el asfalto de la ciudad con sus chorros de agua nueva.

Pero para intentar romper el orden con que la bombilla siempre luciendo desvirtuaba las horas del día y de la noche, confundía y enloquecía el paso del tiempo, escogió, precisamente, el orden de empezar por el inicio público de los mitos.

Curiosamente, recurrió al orden para romper el orden,

sin deliberación posible, tal vez sólo por la fuerza irremediable a la que estaba acostumbrado.

"Ámame tú, que yo a ti también te amo"*: ¿se puede pretender más simplicidad, más inocencia, más ingenuidad, que confiar en que amar a alguien implique ser correspondido?

Los golpes precisos de Richard Starkey sobre la batería Diamond acentuaban y subrayaban el deseo más simple y más pretencioso de todo ser humano: amar y ser amado.

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Como si de peligrosos criminales se tratara, sólo habíamos visto sus rostros sobre el estampado multicolor de las revistas del enemigo; sólo les habíamos visto sobre el escenario montado por Santiago Álvarez para compararles con graciosos chimpancés circenses, denigrando aquella inicial alegría de la vitalidad a algo muy pobre en pensamiento.

En el principio fueron aquellas imágenes vejatorias las que nos permitieron verles bailar con Beethoven en las pantallas de las usualmente vacías salas de cine de los años sesenta.

Paradojas de la historia hicieron que aquellos "diez minutos del Horror" se convirtieron en diez minutos de placer y lozanía, y aquellos tristes cines se llenaron a rebosar de jóvenes inquietos, de pies que seguían el ritmo de la vieja canción de Chuck Berry con silencio estremecedor, de palmadas que no se atrevían a pronunciarse en sonidos, de contusiones contenidas entre el estrecho corsé de las butacas, de cómplices miradas que en la oscuridad se descubrían con una cierta libertad temerosa de su ilegalidad, pero sonriente, sonriente porque alguien más podía vivir en alguna otra parte, o morir, o pasar hambre, o cantar, "contonearse y gritar”*, aunque ello no representara la liberación de los pueblos oprimidos sino una simple, elemental y efímera etapa llamada "juventud":

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John, Paul, George & Ringo.

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"Ella te ama"*, sí, efectivamente, pero "debería haberlo sabido mejor"*: todo no iba a ser tan sencillo como la fugaz adolescencia lo presentaba.

Pero, por mucho que cantara, "no había respuesta"*: la pequeña habitación de Villa Maristas carecía de "alma de goma”*, pero sí mantenía su luz impía para que la cuenta de los días se convirtiera en tarea imposible.

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"Cosas que dijimos hoy"* tal vez no debieron haber sido dichas, pero cuando "el pájaro puede cantar"* ¿cómo hacer para que guarde silencio si es condición natural del ave expresar sus sentimientos a través de su pico, aun, incluso, a pesar de estar en jaula de utopías o anillada a la búsqueda de lo perfecto?

No se podía cantar la canción que tú eligieras: era necesario, estrictamente necesario, aplaudir, rabiosamente, estruendosamente, para que su estruendo silenciara la voz ingenua del imberbe.

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"Si hay alguien dispuesto a escuchar mi historia..."*

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Pero, ¿para qué?... Mejor refugiarse en un "bosque noruego"*: al menos entre los altos abedules no palpitará este calor agotador ni la luz sempiterna e implacable de esta bombilla en la celda del antiguo colegio de los Hnos. Champaignat.

-o-

Nunca jamás en los veinte años posteriores hemos vuelto a hablar de aquello. Ni siquiera entonces lo hicimos: sentados a la mesa te negaste a hacerlo y cuando pasaron muchos días me contaste el recurso de las canciones, de nuestras canciones, cuyas letras nos intercambiábamos como material delictivo.

-o-

Luego, alguien mató a John bajo el Dakota Building y la juventud se terminó con la sorpresa de un disparo.

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So, let it be.

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(Madrid, 27 de Junio de 1998.)

© 1998 David Lago González

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*Referencias relacionadas con los temas de los Beatles:

“that love me do, you know I love you” - “twist and shout” - “she loves you” - “I should have known better” - “no reply” - “rubber soul” - “things we said today” - “and the bird can sing” - “if there’s anybody goin’ to listen to my story” - “Norwegian wood”

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miércoles, 21 de octubre de 2009

DAVID LAGO GONZÁLEZ - La Etiqueta

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Soy "contrario al normal desarrollo de las actividades".

Me lo dijo un policía en tiempos remotos, desde mi juventud más temprana.

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Lo de "contrario" es casi un término lezamiano

que podría tomarse como una fuerza metafísica, espiritual,

con la que opongo resistencia o me rebelo

ante la aceptación de algo que no solamente quieran imponerme,

sino simplemente a algo que exista por sí mismo.

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Lo de "normal"

puede ir desde un estado natural a un precepto jurídico,

pasando por una línea recta perpendicular a otra línea,

todo lo cual abarca desde la geometría hasta la astro-física,

o el cuerpo humano, que es lo más natural que hasta el momento conozco.

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Lo del "desarrollo" se interna casi en un terreno desalmado:

¿Deshago un rollo o entorpezco la acción?

¿Acreciento lo físico, lo intelectual, lo ético,

o como una japonesa tradicional someto mis pies

a la tortura de un zapato de madera para que no crezcan?

¿Explico alguna teoría?

¿Calculo alguna expresión analítica?

¿Sucedo, ocurro, acontezco de algún modo, en algún lugar?

¿O me inhibo y me fantasmo?...

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Y... ¿"las actividades"?

¿Se refiere a la prontitud en el obrar?

¿O a las tareas que corresponden a una persona? ―o a una sociedad, ¡uuhhh!―.

¿Habla de una esfera de actividad determinada o tal vez

va mucho más allá y entra ya dentro del número de átomos

que se desintegran por unidad de tiempo?

¿Quizá intenta recordar el nombre de algún volcán "en actividad"?

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Yo, sea lo que sea, no sé muy bien lo que soy.

Pero creo que en el fondo el policía llevaba razón,

porque cuando creo haber encontrado un lugar,

resulta que no, que estoy en sitio inadecuado;

cuando intento contar algo sobre mi pasado, resulta que no,

que los que no lo vivieron me dicen que no fue así, que estoy equivocado;

cuando me enamoro de alguien, quiero irme hacia lo ajeno;

y cuando estoy solo, quiero estar acompañado,

o cuando tengo compaña, añoro la soledad;

cuando voy por una calle, quiero ir por la otra;

cuando me dicen que lo mejor es callarme, hablo,

y cuando debo hablar, enmudezco.

Así que, perdone usted, señor policía, su etiqueta me ha marcado.

Soy eso mismo que usted dijo:

  • desarrollo las actividades de forma contraria a lo normal,
  • actúo según el normal desarrollo de la contradicción,
  • normalizo lo contrario del desarrollo activo,
  • contrarío lo normal desde el desarrollo de la actividad.

O sea, que me ha convencido: yo no tengo remedio

y soy un peligro a la sociedad, al estado de derecho,

a la democracia, al proletariado y a los ricos,

a sus hijos, a su madre la pobre viejita, al conductor del autobús,

a Dios, a María Santísima, a todo lo que usted quiera.

Llevaba razón: no me debo el mundo,

no me debo la vida,

no me merezco ser feliz.

¡Enciérreme usted!

Usted sí que entra dentro del "normal desarrollo de las actividades"

y su deber es impedir que yo lo entorpezca, así que, por favor,

actúe en consecuencia ¡y elimíneme de una santa vez!

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(Madrid, 21 de octubre de 1999)

© 1999 David Lago González

viernes, 15 de mayo de 2009

Paraísos cercanos*

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a Frangelina

y los compañeros del Sindicato de Trabajadores

que se negaron a secundar los actos de repudio en contra nuestra

durante los acontecimientos de mayo de 1980 en Camagüey, Cuba

Por entonces vivíamos allí mi madre y yo.

Por entonces,

frente a la puerta de casa se levantaba un álamo y los Miranda tenían cuerpos de ébano bruñido. Si hubiesen aireado sus ornamentos habrían competido con lo inusitado del marañón, única fruta que ostenta su simiente a la vista de todos.

Por entonces,

los Miranda habían descubierto el contento en la humillación ajena y se deleitaban en subirse al árbol para convertir a mi madre en una vieja ramera a la que vaticinaban una segura violación por los ornamentos de otros ébanos bruñidos en la vecina Norteamérica, situando el mismo color de su piel como sinónimo de lo más ínfimo. Yo también sería sodomizado por otros cuerpos oscuros como la noche. No sé por qué razón los Miranda tenían esa extraña fijación con que los únicos forzadores del sexo de hombre y mujeres a noventa millas de aquel álamo tenían necesariamente que ser, como ellos, descendientes de esclavos africanos.

Por entonces,

alguna vez alguien misterioso, como si matáramos ruiseñores, nos dejaba a la puerta una bolsa de papel y llamaba al timbre o dejaba caer la aldaba salvajemente; cuando abríamos, el hedor nos hablaba sin necesidad de palabras, y pacientemente, en silencio, recogíamos nuestro regalo, con el que abonábamos las plantas del jardín interior que, agradecidas, crecían y florecían; el álamo, en cambio, tardaba mucho en espigarse unos centímetros: tal vez el peso de aquel ébano bruñido les impedía crecer con más libertad.

Pero los Miranda se equivocaron: no viajamos nunca hacia el norte, sino al noreste, a miles de kilómetros de nuestra casa, del álamo y de su vulgar suspicacia hacia nuestro futuro. Sus augurios cayeron al mar: la ramera y el marica nunca fuimos violados. Es posible que alguno de aquellos relucientes ébanos, sobre los que se condensaba la humedad del trópico como el rocío sobre la hierba del amanecer, se haya entregado por unas pocas monedas o por someras baratijas a algún nuevo colono europeo en el trasiego sexual del turismo. Todo es posible: hasta cabe imaginar que tal vez ahora vivan en el barrio negro de Miami.

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Es alguna de las cosas que recuerdo de ese paraíso cercano llamado Cuba, de ese pueblo conversador y alegre, donde la vida tiene tantas lecturas y las personas tantos pliegues como una falda plisada.

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Lamento,

eso sí,

que ya el álamo no exista: fue reducido a simple leña, como todos los otros árboles de mi calle, y hoy aquel barrio es una arboleda perdida. Lo imagino triste al sentir su desnudez impávida ante el quebranto de la historia.

Esto me han dicho: yo no he vuelto. Ni volveré nunca para ver crecer otro en vez de aquél que me acompañó desde niño, y mucho menos pisaré aquellas calles nuevamente para que los Miranda me reciban con honores, como a un pobre sobreviviente que la mediocridad confunde con el triunfo.

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Que repose en paz el ébano,

que en alguna parte del recuerdo reposen en paz las hojas barridas por el viento.

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Que descanse en silencioso respeto el pasado de mi vida.

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(Madrid, 8 de abril de 1999)

© 1999 David Lago González

*”Paraísos cercanos: Cuba”, documental emitido por TVE-1 la noche del miércoles 7 de abril de 1999.

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lunes, 4 de mayo de 2009

David Lago González - ELOGIO DE LA ESCORIA

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NOTA DEL BLOGGER: Ayer tarde, revisando papeles viejos que han quedado de otras limpiezas, encontré este poema que pertenece a un libro que el éter engulló con voraz apetito.

En esta ocasión, a pesar de estar incluidos en la dedicatoria general, quiero dedicarlo muy especialmente a mi amigo Elio Poblador, y a mi amigo Oscar León Morell que recientemente murió durante la Semana Santa.

En el poema soy indulgente hacia nosotros mismos. Releyéndolo ahora me doy cuenta del matiz trágico que quise omitir o que tal vez no supe distinguir en el año 2000 cuando lo escribí. Digo "Y nos separamos: eso fue todo." Cuando menos, es inexacto: eso NO fue todo.

-o-

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Elogio de la escoria (A Whole Lotta Love)

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...fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías.

Isaac Babel

(tomado de las notas de su interrogatorio en la Lubianka)

Este poema está dedicado a tanta gente que es imposible nombrarlos a todos

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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.

Excepto cuando llueve y todo se convierte en un lodazal. Pero en los días secos y soleados, si entrecierras los ojos y si tienes la suficiente imaginación, cuando entre los párpados miras la hojarasca, puedes pensar por un segundo que atraviesas el fantasma de Bavaria.

Aquí

he visto yo acuchillar a un hombre casi anciano que corría como una liebre, de mesa en mesa, de árbol en árbol, hasta que fue acorralado contra el mostrador donde se expendía la cerveza.

Aquí

hemos tenido la vida pendiendo de un hilo, y esa vida no ha sido más consistente que la espuma que el chorro del termo producía al chocar contra el fondo del cartón encerado de los vasos: un mero roce mal recibido contra la crápula y habríamos durado menos que el anciano que vi desangrarse.

Aquí

he venido con mi amante, y con el padre de mi amante, y años más tarde con el hijo de mi amante, todos como en una gran familia, escuchando cuentos de isleños de Canarias o rumores de barrios orilleros.

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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.

Aquí detrás, contra esa valla de alambre y cuando todavía no habían instalado los termos, estuve en dos noches distintas con un hombre rubio muy hermoso, de pelo rizado y ojos verdes, que se desnudaba por completo tendido en la tierra contra el alambrado y la vergüenza de ser poseído le provocaba tal rigidez mortis que el placer se convertía en la proeza de descorchar una botella con uñas y dientes.

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Pero El Bosque sigue siendo hermoso, a pesar de todo.

Claro que en esta ocasión —ni en ninguna— no hemos venido a admirar su belleza, sino simple y ramplonamente a emborracharnos como eso que dijo Babel entre sus delaciones: “como fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías”.

Pero esta vez será la última porque también hemos venido a despedirnos: el Gran Hermano ha enloquecido un poco más, ha separado las aguas del Jordán y ha dicho que todos a los que su simpatía nos es indiferente, podemos cruzar a la otra orilla (donde nos esperan cosas terribles, pero, qué más da; en todo caso, sería un simple cambio de avernos).

No estamos todos, pero estamos muchos.

Es de tarde en la isla tropical y las nubes, como un termo de cerveza incontrolado, se quiebran de improviso vertiéndonos encima sin la más mínima piedad toda la carga que han ido acumulando durante días: todo es excesivo en estos prados.

Nos refugiamos bajo los arcos de un puente y continuamos con nuestra cantaleta del adiós. El repertorio es variado, casi infinito y muy intenso: hoy nuestros ánimos requieren del rock duro el estruendo de su evasión con todo su rigor —en fin de cuentas, nos vamos al infierno—.

In the sunshine of your love, in my white room, summer in the city, born to be wild, y nuestra mayor y absoluta realización musical: “A Whole Lotta Love”.

“You need cooling, baby I’m not fooling,

I’m gonna say <yeah, go back to schooling…>”

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Carlos Victoria asegura que hay momentos extrañamente mágicos en que alcanzo la perfección de la segunda voz, pero nuestro amigo es un borracho empedernido y ha devenido en una total escoria, eso ya lo sabemos, así que, cual Olga Guillot, miente porque su maldad le hace feliz.

Pedro Castro introduce la cuña de su versión ególatra de “Bajo un palmar” y rompe el ruido de la lluvia con el absurdo de la forzada letra:

“Era en una playa de mi tierra tan querida, a la orilla del mar.

Era que allí estaba celebrándose una gira debajo de un palmar.

Era que estaba precioso, con el color de rosa de mi traje sencillo y sin igual.

Era que yo era novio mío, y me sentía nervioso entre mis brazos suspirar.

Era que todo fue un sueño, pero logré mi empeño porque ME PUDE BESAR.”

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La lluvia amaina. Desde lo alto de un barranco comienzan a lanzarnos piedras y a insultarnos: “¡Escoria! ¡Maricones, fuera de aquí! ¡Singaos por el culo!” ¡Qué curioso! ¿Cómo habrán podido adivinar todo eso, desde tan lejos? La gente nos sorprende a veces siendo extrañamente perspicaz. Nosotros, al unísono nos acordamos de Gran Funk Railroad y nos partimos la voz cantándoles “we are an American band...”

We are an American Man.

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El Bosque es hermoso, pese a todo.

Algunos partieron, otros se han quedado, otros se mataron o han muerto, otros tantos han desaparecido y nadie sabe de ellos. No nos pasó nada terrible, en fin de cuentas. Alguna edrada, algún cartucho de mierda, algún palo en la cabeza, un poquito de ácido a la cara, algún muerto nada grave, un escupitazo, cristales rotos, millones de insultos, barcos zozobrantes, locura en alta mar, festín de tiburones, humillaciones, violaciones en los campos de acogida, sed, hambre, y paciencia, mucha paciencia.

Y nos separamos: eso fue todo. También los grupos cuyas canciones cantábamos se separaron: Jimmy Page, Robert Plant, Steve Winwood, Eric Clapton: cada uno va por su camino. Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmi Hendrix, sucumbieron a los delirios del averno.

Pocos hemos vuelto a vernos de nuevo; otros nunca volveremos a hacerlo.

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(Madrid, 22 de marzo de 2000)

© 2000 David Lago González

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