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(C) Richard A. Kirk - A Short Lived Thing (silverpoint), 2008
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para Carlos Victoria Olivera
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A la mesa del restaurante (Veinte años antes)
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El miedo, que viste y calza nuestros actos,
se sienta a la mesa con nosotros.
Virgilio Piñera
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Cuando pregunta por sentarse quiere decir que ya lo ha hecho.
A la mesa del restaurante, es de súbito una intrusa
que asume entre nosotros la función de las copas y los cubiertos.
La subimos, la bajamos, la dejamos reposar en nuestros labios;
es quizá de este reposo de lo que se aprovecha
para hacernos cambiar el diálogo.
Irrumpe sin más ni más, como un trueno,
mientras a todo alrededor, impasibles, sobre el telón
se repliegan y se desdoblan la luna y el sol al cierre de cada acto.
En contra de todas las mudas objeciones, ella está aquí,
sobrepasando nuestras manos, nuestra voz,
el taconeo ahogado de las camareras
y el sonido de las botellas al chocar en la cubeta,
la benevolencia que nos hace coincidir a esta mesa
en la que inconscientemente separamos un lugar para esta amiga nuestra.
Y porque es más real que la misma realidad,
como un soplo puede borrarnos,
o puede al menos para siempre convertirnos en enemigos.
Basta con tirar del mantel en el que como vasos y cubiertos
nos confiamos al requerimiento de los comensales.
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(Camagüey. 2 de Septiembre de 1978)
© 1978 David Lago González
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Recursos (Veinte años después)
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"...and the bird can sing
but you can't hear me, you can't hear me."
George Harrison
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Podría haberse remontado a los tugurios nocturnos de Hamburgo de donde las viejas notas de My Bonnie salían flotando sobre el océano para refrescar el asfalto de la ciudad con sus chorros de agua nueva.
Pero para intentar romper el orden con que la bombilla siempre luciendo desvirtuaba las horas del día y de la noche, confundía y enloquecía el paso del tiempo, escogió, precisamente, el orden de empezar por el inicio público de los mitos.
Curiosamente, recurrió al orden para romper el orden,
sin deliberación posible, tal vez sólo por la fuerza irremediable a la que estaba acostumbrado.
"Ámame tú, que yo a ti también te amo"*: ¿se puede pretender más simplicidad, más inocencia, más ingenuidad, que confiar en que amar a alguien implique ser correspondido?
Los golpes precisos de Richard Starkey sobre la batería Diamond acentuaban y subrayaban el deseo más simple y más pretencioso de todo ser humano: amar y ser amado.
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Como si de peligrosos criminales se tratara, sólo habíamos visto sus rostros sobre el estampado multicolor de las revistas del enemigo; sólo les habíamos visto sobre el escenario montado por Santiago Álvarez para compararles con graciosos chimpancés circenses, denigrando aquella inicial alegría de la vitalidad a algo muy pobre en pensamiento.
En el principio fueron aquellas imágenes vejatorias las que nos permitieron verles bailar con Beethoven en las pantallas de las usualmente vacías salas de cine de los años sesenta.
Paradojas de la historia hicieron que aquellos "diez minutos del Horror" se convirtieron en diez minutos de placer y lozanía, y aquellos tristes cines se llenaron a rebosar de jóvenes inquietos, de pies que seguían el ritmo de la vieja canción de Chuck Berry con silencio estremecedor, de palmadas que no se atrevían a pronunciarse en sonidos, de contusiones contenidas entre el estrecho corsé de las butacas, de cómplices miradas que en la oscuridad se descubrían con una cierta libertad temerosa de su ilegalidad, pero sonriente, sonriente porque alguien más podía vivir en alguna otra parte, o morir, o pasar hambre, o cantar, "contonearse y gritar”*, aunque ello no representara la liberación de los pueblos oprimidos sino una simple, elemental y efímera etapa llamada "juventud":
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John, Paul, George & Ringo.
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"Ella te ama"*, sí, efectivamente, pero "debería haberlo sabido mejor"*: todo no iba a ser tan sencillo como la fugaz adolescencia lo presentaba.
Pero, por mucho que cantara, "no había respuesta"*: la pequeña habitación de Villa Maristas carecía de "alma de goma”*, pero sí mantenía su luz impía para que la cuenta de los días se convirtiera en tarea imposible.
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"Cosas que dijimos hoy"* tal vez no debieron haber sido dichas, pero cuando "el pájaro puede cantar"* ¿cómo hacer para que guarde silencio si es condición natural del ave expresar sus sentimientos a través de su pico, aun, incluso, a pesar de estar en jaula de utopías o anillada a la búsqueda de lo perfecto?
No se podía cantar la canción que tú eligieras: era necesario, estrictamente necesario, aplaudir, rabiosamente, estruendosamente, para que su estruendo silenciara la voz ingenua del imberbe.
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"Si hay alguien dispuesto a escuchar mi historia..."*
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Pero, ¿para qué?... Mejor refugiarse en un "bosque noruego"*: al menos entre los altos abedules no palpitará este calor agotador ni la luz sempiterna e implacable de esta bombilla en la celda del antiguo colegio de los Hnos. Champaignat.
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Nunca jamás en los veinte años posteriores hemos vuelto a hablar de aquello. Ni siquiera entonces lo hicimos: sentados a la mesa te negaste a hacerlo y cuando pasaron muchos días me contaste el recurso de las canciones, de nuestras canciones, cuyas letras nos intercambiábamos como material delictivo.
-o-
Luego, alguien mató a John bajo el Dakota Building y la juventud se terminó con la sorpresa de un disparo.
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So, let it be.
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(Madrid, 27 de Junio de 1998.)
© 1998 David Lago González
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*Referencias relacionadas con los temas de los Beatles:
“that love me do, you know I love you” - “twist and shout” - “she loves you” - “I should have known better” - “no reply” - “rubber soul” - “things we said today” - “and the bird can sing” - “if there’s anybody goin’ to listen to my story” - “Norwegian wood”
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