viernes, 13 de noviembre de 2009

DAVID LAGO GONZÁLEZ - Bette Davis eyes (Homenaje a los intelectuales cubanos, 1959-infinito)

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Juega.

(No juega.)

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Juega, chico, que la cosa está buena.

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(No juega.)

Ni siquiera mis hijos son chicos:

son el fruto de las constelaciones

que han alumbrado el nuevo hombre.

Eso fue lo que me dijiste.

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Tú no entiendes: tienes que jugar.

Juega a estar dentro o a estar fuera, pero no puedes "no jugar".

El juego no está prohibido;

lo verdaderamente prohibido es no hacerlo.

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(No juega.) Me niego.

¿Quién eres para obligarme a hacerlo?

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Soy El Gran Crupier. ¿No te habías dado cuenta?

La ruleta lleva mucho tiempo abierta, ¿no ves cómo gira?

¿Es que no te atrae el vértigo de la suerte?

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(No juega.)

Los casinos estaban cerrados: son "cosa mala",

me lo dijo un babalao.

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Además de crupier, soy El Gran Orisha.

Te digo que juegues, que te conviene.

¿Qué más da? Es sólo un juego.

El casino nunca se ha cerrado, cariño: jugábamos en la trastienda.

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(No juega.)

Y si no juego, ¿qué me pasará?

¿No puedo quedarme a un lado de la mesa,

mirando cómo juegan los demás?....

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No. No. Mil veces no.

¿Es que no lo entiendes o eres especial?

Aquí juega todo el mundo; incluso los que no están dentro del casino:

juega el españolito de izquierda, el "blondie" de Berkeley,

el estirado de Oxford, y hasta el "caballerito valiente" no es más que un simple peón.

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(No juega.)

¿Y qué pasó con las reglas del juego?

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Juega.

Sólo hay excepciones: en los grandes casinos nunca se salta la banca.

Juega, que te conviene, cariño.

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(No juega.)

No me gusta el juego.

Mi voluntad es débil: puedo acostumbrarme.

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Juega. De eso se trata: que te adiciones.

Es una droga.

Y si ahora juegas, aprenderás a seguir jugando cuando salgas del casino.

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(No juega.)

Yo no juego, decididamente.

¿No dijiste que era libre?

Pues entonces no quiero fichas,

no quiero naipes,

no quiero monedas engañosas

ni osos de peluche como símbolos de triunfo.

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Juega. No seas testarudo: ya me estás cansando.

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(No juega.)

Y si no juego, ¿qué pasa?

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Se te pasará factura.

¿Por no jugar?...

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Precisamente por eso.

Por no jugar: precisamente por eso.

Precisamente por eso.

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(No juega.)

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¿Es que no te das cuenta que nunca serás nada si no aprendes a jugar?

Tómalo como un simple ejercicio: lo que hoy se siembra será fruto mañana.

Y si no juegas ahora, tampoco sabrás

aplicar ese aprendizaje cuando visites otros casinos.

¿Crees que te van a apreciar por tus versos?

¿Crees que eso va a llegar a alguna parte?

Cretino, no eres más que el alelado que se alela con sus propias horas muertas.

Y no sabes jugar: incompetente.

Sólo los jugadores tienen baza en los tugurios de la noche.

Y los antros de la noche son tan infinitos como los caminos de El Señor:

están aquí y están allí, están por todas partes, y en todos se aprestan a jugar.

Aquí el último nunca será el primero.

Juega ya.

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(No juega.)

¡Cuánto de mal hice en volver!

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¡No lo sabes tú bien! ¿Qué creíste?

¿Que los tahúres se transmutan en ajuiciados coraleros?

¿Que recobran el discernimiento de la sinceridad

porque el agua que les circunde cambie de nombre

o porque el suelo de las ciudades varíe su testimonio?

¿Es que nadie sabía lo que pasaba desde el principio?

¿Es que todos son unos mocitos recién salidos de algún villorrio?

Las mismas lentes, las mismas barbas, idénticas chepas de bibliotecas,

semejante blandura en el macho y semejante dureza en la hembra

(tal vez eso que Djuna Barnes llama "belleza militar"),

igual destreza en la maestría de contar los cuentos, convencer, imponerse,

apabullar al oído lento con tantas palabras como puede una boca gorjear

para que los falsos naipes pasen desapercibidos

y así confundir con que el interés es otro cuando sigue siendo el mismo:

ocupar lugar, tomar posesión de la silla,

posar los codos sobre la mesa,

ganar terreno,

ganar terreno,

ganar terreno,

esperar,

esperar,

esperar,

esperar toda la vida si es preciso,

y esconder otra carta en la manga por si es necesario cambiar de nuevo.

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No tienes más que mirar a los ojos de Bette Davis:

sabe convencer con una mirada firme de que su mentira

es la gran verdad.

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(Madrid, 1 de junio de 1999)

© David Lago González, 1999

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