domingo, 28 de marzo de 2010

El último bastión del último bastión

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SilvioDiasRetro

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Té de Ceilán

(Melodías para una escalada)

(Homenaje a Silvio Rodríguez)

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La voz se imposta fácilmente.

Todo estriba en actuar con frialdad, derribar estoico al adversario,

como un magistrado inglés que bebe impasible su té de Ceilán

y dicta una sentencia de muerte.

El adversario es también fácil de encontrar.

Un río por cruzar, una piedra inoportuna,

un sobre lacrado, un hombre,

una taza de auténtica porcelana china,

una nación, un amor imposible, un anhelo no realizado.

Todo por permanecer.

Tal vez por venganza algún acto, alguna canción improvisada.

Pero no siempre. La voz se imposta para vivir,

para soñar, para sentir, para creer

que en cierta forma has cruzado un río,

has apartado la piedra inoportuna,

has rasgado un sobre,

has matado un hombre,

has visto con placer que la vieja porcelana china

se ha convertido en polvo al tirar la taza contra el suelo,

has conquistado una nación,

has amado a “una mujer clara” que te “ama sin pedir nada”,

y por fin has realizado el viejo anhelo que durante tanto tiempo

había estado enturbiando el té desde el fondo de la taza.

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(Camagüey, Cuba. 1975)

© 1975 David Lago González

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Es un viejo poema escrito hace 25 años, dedicado a Silvio Rodríguez. Lo de “homenaje” está usado en el sentido inverso de la palabra, que era cómo se utilizaba en Cuba por aquellos tiempos.

Yo no fui amigo de Silvio Rodríguez, pero sí otras relaciones de amistad muy fuertes y muy sólidas, y salvadas a lo largo del tiempo inmenso que ya se nos ha echado encima, han hecho que de alguna manera estuviera en contacto o al tanto del personaje desde antes que lo fuera. Desde que hacía el servicio militar, vivía en la calle Zanja con sus padres y su hermana, desde que él y su musa visitaran la casa de Teté Vergara con asiduidad, desde antes de que adivinara de que aquel “gobierno de difuntos y flores” (y que es un tema absolutamente personal y no político) iba a estar presente en él durante toda su vida. Cuando fue a aparecer en televisión por primera vez, pasó un telegrama avisando del día y los detalles. Empezamos a verlo en mi casa, en el una vez flamante televisor de 24” que ya por entonces daba sus últimos coletazos, y tuvimos que salir corriendo mi amiga y yo para mal verlo en el televisor de su casa, en una imagen que se iba y venía entre eso que llaman “llovizna” y que más bien era un aguacero. Cantó “Quédate” (mediocre canción) y “En mi calle” (preciosa melodía que ha ido ganando calidad y perfección con las sucesivas versiones). E., que, por lo general irradiaba siempre un brillo especial, lucía mucho más durante aquel atardecer. Creo que al final brincábamos, nos abrazábamos. Por fidelidad a la amistad, no me voy a referir a otros muchos incidentes de la relación entre ambos.

Para una generación que era eminentemente musical (al contrario de la beat generation, que fue absolutamente literaria), para nosotros Silvio era el que había logrado musicalizar nuestro momento, el único que cantaba. Los demás venían a ser pura comparsa. En cierta manera venía a ser nuestro Bob Dylan. Se considera que Robert Zimmerman traicionó a sus seguidores folkies al pasarse al rock durante el concierto de Newport en 1965. La primera traición de Silvio Rodríguez fue cuando se internó por el nada aceptable camino del compromiso político con una Revolución con la que nunca jamás, ni remotamente, nos sentimos identificados, y que representaba todo lo contrario a lo que la progresía mundial suponía, martirizándonos y condenándonos por las mismas razones, incluso nimiedades, que hacía con nuestros contemporáneos cualquier otro poder. Pasó de ser el esquema potencial de una canción protesta a ser un fabricante de loas y adulaciones ridículas y desgraciadamente no obviables. El cantador oficial, el juglar del Reino.

Luego (o después) vino la obra de Nikitín, “El Cuadrilátero”, presentada en Camagüey por el Grupo de Teatro de Camagüey, a la que él pondría música y canciones (de ahí su canción “Viaje a Camagüey”), y que Natividad González Freyre (sí, esa pobre señora que desde hace años padece alzheimer en Madrid y que en sus últimos tiempos en La Habana estuvo asediada y bajo actos de repudio) se encargó de destruir por completo —de hecho, fue la única obra de teatro de Nikitín que lograra montarse— y de paso acabar con todo el grupo de teatro, que tuvo que desperdigarse hacia Santiago de Cuba y hacia la actuación radiofónica. Coincidimos con él, Nikitín y yo, en Santiago de Cuba en el Primer Festival de la Canción Protesta (esto requiere un post aparte que ya escribiré). Y entre medias, la segunda traición de Silvio Rodríguez, y de la que pocos saben, fue representar el papel de flautista de Hammelin para atraer a los hippies para el internamiento voluntario en un campo de caña disfrazado de experimento de integración y convergencia entre esa juventud descarriada, extravagante y extranjerizante y la otra juventud que oficialmente aparentaba convertirse en imagen del Che Guevara. Carlos Victoria devino en líder indiscutible de esta experiencia. Silvio, que se introdujo entre medias, estuvo presente en todas las conversaciones, pero nunca llegó a Verdún, nombre del campamento de lo que se dio en llamar “La Brigada Perderemos”, que hoy todavía sigue siendo un tema tabú en Cuba e, incluso, no dudo en pensar de que haya existido un pacto de silencio entre Carlos Victoria y Abel Prieto para no tratar el tema, pues ése fue uno de los puntos de desavenencia entre Carlos y yo.

Aquel “castigo” por el que se le envió a faenar (o a animar las tropas) en un barco de pesca en aguas de Canarias y que dio por fruto la canción “Playa Girón”, nombre del barco, según rumores populares de la época,  se debió a  que la mejor marihuana de toda La Habana se fumaba en casa de Silvio; incluso el primer trip lisérgico de Carlos Victoria lo cogió en su casa, y luego iba viendo elefantes azules en “la guagua” que nos devolvía a la beca.

-o-

Hoy los diarios hablaban de él. Siguiendo el reciclaje de Pablo Milanés, “reclama cambios en Cuba”. “En su nuevo disco pide superar <la erre de revolución>”, subtítulo del titular enviado por Mauricio Vicent desde La Habana (elpais.com).

A pesar de todo lo dicho anteriormente, yo respetaba a Silvio. Todo el mundo puede escoger su camino, y si él escogió el del diablo durante tantos y tantos años me parece respetable, aunque no lo comparta. Lo que sí merece todo el desprecio del mundo es que, a estas alturas, comience —como la mayor parte de artistas e intelectuales oficiales de la UNEAC o de la organización estatal a la que pertenezcan— su proceso de reciclaje.

Todo lo que falta es que venga a amenizar las noches en el Café Libertad. Precisamente. Ojalá, por lo menos, que se quede sin voz.

© 2010 David Lago González

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