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(David Lago de la Fuente, mi padre)
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Mi padre —ya lo he dicho— era gallego. De una pequeña y hermosa aldea llamada Freituxe, en la provincia de Lugo. Era muy introvertido, y para mí (y también para mi madre) fue muchas veces un verdadero misterio. Nunca me enseñó a amar a España, nunca habló una sola palabra en gallego, salvo las que me contestaba cuando yo, siendo niño, lo sometía a un riguroso interrogatorio idiomático. Nunca me aconsejó tampoco. Nunca se travistió de amigo: era mi padre. Y punto.
Pero muchas veces no hace falta recibir lecciones expresas para aprender. Y siendo como he sido siempre —“un espíritu de contradicciones”—, resultó absolutamente beneficioso que no me “sugiriera” y mucho menos me “impusiera” respeto hacia las costumbres de su país de origen, eso que tantos llaman “patria”. Estoy seguro de que por esa razón comencé a querer a España.
Mi padre llegó a Cuba en la bodega (3ra categoría) de un barco en 1916. Tenía entonces 18 años y supongo que no llegaría precisamente forrado de dinero. Para España era un emigrante, para Cuba un inmigrante. Tenía un gran sentido comercial, lo que no le protegió de comenzar desde el fondo de lo más bajo, que es por donde solemos empezar los emigrantes. Luego, con el paso de los años, llegó a ser una persona respetada como empresario y como aquello que se llamaba “persona decente”. Antes de yo nacer, había pasado por la presidencia del Centro Gallego de Camagüey, según tengo entendido por informaciones familiares. Luego lo perdió absolutamente todo y terminó siendo mantenido por mi (tanto como mi madre, como la casa, como un tío paterno al que su hijo abandonó en la calle y se largó a Miami donde aún, lamentablemente, vive simulando... eso: ser una persona decente). Cosas que pasan cuando vienen mal dadas.
Mi padre nunca utilizaba las formas verbales y pronominales propias de España, ni siquiera en la intimidad. Utilizaba las cubanas. Nunca jamás emitió ningún juicio que pudiera estar asociado al chauvinismo español y gallego. No tenía un acento marcada y cerradamente “galego”. Se adaptó al nuevo país, lo quería sin estrépitos de ninguna clase. Daba la impresión de que se sentía a gusto, incluso en los malos momentos. Trataba muy correctamente a todo el mundo, incluidos los que no se lo merecían. De paso perdió bastante dinero dando y prestando dinero a amigos que lo necesitaron en un momento determinado y que, durante la época de las vacas flacas, se redujeron a uno o dos que respondieron a su súplica de que le devolvieran lo que pudieran de lo que les había dado, y eso porque insistió con ellos. Una vez, ya en los 70, quería que yo lo acompañara a hacer un recorrido por la zona de Santa Lucía monte porque había olvidado con exactitud a quiénes por allí había dejado dinero cuando las vacas gordas. Quería de todas formas aportar algo a la casa, al mantenimiento familiar, a no considerarse una carga para mí. Yo logré persuadirle de llevar a la práctica esa idea porque me parecía una humillación añadida que él se infligía.
El respeto que este gallego, mi padre, demostraba por Cuba, me parece que es lo más cercano a lo que se llama INTEGRACIÓN. Desgraciadamente, muchos cubanos consideran que integrarse es una especie de “traición a La Patria”; sin embargo, no les disgusta que se les considere “asilados políticos” ni tampoco recibir la pensión y las ayudas que prometen, dan y no dan (hay de todo) por tal condición. Y es entonces cuando piden solidaridad con nuestros problemas.
© David Lago González
3 comentarios:
Sabes David, mi abuelo por parte de madre era también un gallego de Lugo, yo no lo conocí, cuando nací ya él había muerto...que coincidencia!
David, me ha emocionado mucho esta historia, porque conmigo paso justo lo contrario. Mi padre era canario, de un pueblo de aquí de Gran Canaria llamado La Atalaya de Guía. Emigro para Cuba en 1951 en busca de una vida mejor. Desde que tengo uso de razón siempre he oído hablar de esta isla, incluso creo que ya me gustaba antes de conocerla. Lo mismo me pasó con mi madre que es cubana, siempre contando como eran las cosas allá en Cuba. Ahí es dónde viene la parte triste...mis padres se fueron a Brasil en mayo de 1960 y cuando pudimos ir todos a Cuba la primera vez en 1982, todo aquello que mi madre nos había contado ya no existía...hasta hoy ella no se ha recuperado del todo...jamás ha vuelto...yo sí volví dos veces más y por eso los apoyo en la medida que puedo.
Buen fin de semana
Besos
Gracias a los dos.
Carmen, yo creo que ya en los 50 pocos españoles emigraban a Cuba, porque la situación se había desestabilizado con la insurrección, los sabotajes, los muertos y todo eso.
Los canarios me son muy queridos pues mi padrino era canario y viví muy gratamente en esa comunidad (en realidad los españoles en Cuba no estaban "regionalizados" como aquí. Además, por mi lado materno, provengo de ancestros sefardíes de la zona de Cáceres que cuando la expulsión de los judíos, huyeron primeramente a Canarias y desde allí a Cuba, Puerto Rico y Península de La Florida. El apellido devino en un signo canario: Fagundo. Como decía mi madre: todos los Fagundo somos familia, todos venidos de una misma rama.
Besos.
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