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(Dan McCarthy - Guiding Light, 2010)
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¿Por qué, existiendo los lazos históricos, familiares y sentimentales entre cubanos y españoles, España no se convirtió para nosotros en el Miami natural que pudo haber sido?
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Anterior a la Revolución, en Cuba no existía un sentimiento anti-español —ni tampoco, un resentimiento anti-norteamericano generalizado— . Por supuesto, ni muy de lejos el que siempre ha existido en México, y también en otros países latinoamericanos de una clara procedencia indígena, que, en sus inicios, fue fruto de la dignidad mancillada de los grandes imperios destruidos y sistemáticamente menospreciados por La Corona Española, excepto en el campo de antropología. En el archipiélago caribeño no existía imperio alguno sino restos desgajados de comunidades primitivas que se habían perdido en el Mar Caribe y habían arribado a aquellas costas por entonces desconocidas para lo que se llamaba El Mundo. La referencia indigenista nunca prendió en Cuba por la obvia razón de que fueron arrasados en la conquista y colonización española, de modo que carecíamos de población indígena suficiente como para que alguna chispa de ésta prevaleciera en el país que se estaba formando a base de colonizadores, criollos y negros africanos llevados a la Isla como esclavos. De forma natural los cubanos teníamos asumidos que todo esto formaba parte de la Historia: no era cuestión de entablar compensaciones de honor o de dinero y exigir públicamente reparación por el genocidio, en los albores de la época colonial, de taínos, siboneyes y guanahatabeyes que, tanto a los españoles como a los criollos como a los negros y posteriormente a la inmigración china, les tenía muy sin cuidado. Decir esto no es nada correcto, política y patrióticamente. Pero es la cruda realidad, y a veces la realidad no es hermosa, justa ni, mucho menos, perfecta. De ahí que en Cuba no exista una verdadera identificación popular con la problemática indigenista de Centro y Sudamérica porque, simplemente, no hay sangre que nos una. Era una cuestión de blancos y negros y de clases sociales, en muchos casos llevada con bastante lasitud, y que posteriormente, ya en la etapa castrista, se convertiría en un sordo pero latente enfrentamiento continuo entre los posicionados a favor del régimen (bien por fe genuina —los menos— o por oportunismo —los más) y aquellas otras personas que intentaban continuar dentro de la rutina natural, orgánica, de la vida, costumbre que, cuando menos, era mal vista por la oficialidad ya que mantenerse al margen significaba posicionarse del otro lado como potencial o seguro desafecto y enemigo. Aquí comenzó entonces la promoción del antiamericanismo, bastante traído por los pelos e impuesto con premeditación, perseverancia y alevosía por la nueva asignatura ciudadana y política, y el martilleo incesante de la propaganda en cualquier medio de comunicación escrito, oral y hasta en el lenguaje mímico-gutural de los sordomudos. De ahí que se lanzara al mundo una fantasía íntimamente vinculada a La Revolución: el anti-imperialismo yanqui, hasta el punto que ése fue el lazo de unión más fuerte entre el General Francisco Franco y el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, cuya admiración se reciprocaban y, en definitiva, debe haber pesado mucho para que el primero de los mencionados nunca tuviera en cuenta los intereses, no del gobierno español, sino de sus súbditos, que en ningún caso representaban ni a la República, ni a la Corona ni al régimen franquista. Esos súbditos no eran representantes del Estado español sino simples emigrantes que por alguna razón habían dejado atrás La Madre Patria (y aquí cabe también la culpabilización del “que se fue”, al que por arte de magia se le adjudica una vida y un derroche de opulencias de las que carece su familia “abandonada”, sumamente explotada y manipulada por la propaganda oficial cubana en el plano interno); todo lo contrario a los nuevos colonos hispanos que hoy pueblan y utilizan la mano de obra cubana entre otras cosas, porque allí está abolido el derecho de huelga que existe aquí, y los sindicatos “constituidos” han sido siempre un vehículo de transmisión de las ordenanzas estatales.
Es de esta última etapa y de las absurdas fiebres intempestivas de Fidel Castro reivindicando unos orígenes ajenos a la influencia española (que no tenemos, salvo la africana y, en mucha menor medida, la china, y creo que me repito) y del despreciable papel de cliente de burdel (nuevo colono) que goza pero no respeta la materia prima que utiliza, lo que ha ido generando un popularizado desprecio anti-español, que se torna en la hipocresía profunda del cubano hacia lo que puede ser veta a explotar, escalera a subir, visado de salida hacia lo que sea, envuelta en la zalamería y el lingoteo baboso del que los cubanos sí son verdaderos orfebres.
No obstante, y precisamente por el vínculo paternalista colonial (como se da entre países de la Commonwealth), España era el país llamado a convertirse en refugio natural de los cubanos que escapaban del comunismo cubano en sus distintas facetas. ¿Qué nos detuvo entonces? Creo que varias razones:
España, para nosotros, estaba simbolizada principalmente por el personaje paterno, que en cierta forma implicaba el orden y la disciplina, se erguía en figura de respeto y obediencia, y para llegar al cariño hacia él debíamos vadear estos conceptos, que chocaban demasiado escandalosamente contra la dulzura femenina de la madre criolla.
España entonces era tierra de emigrantes. Nuestros padres y abuelos habían emigrado a Cuba huyendo del hambre y de costumbres tan profundamente oscuras y medievales que ni ellos mismos sabían de qué huían. En la inmigración española en Cuba pesaba mucho más la cantidad de españoles que quedaron allí viviendo tras la independencia y el aluvión de gallegos, asturianos, vascos, montañeses, catalanes y canarios de las primeras décadas del siglo XX que los republicanos que huían a causa de la Guerra Civil. En ese aspecto, nunca la pudimos imaginar como Tierra de Promisión.
España estaba sometida a una dictadura represiva, bajo dos poderes: el militar y el eclesiástico. Si uno exagera un poco, era como una versión incipiente y antigua de estado religioso como los que hoy padecen muchos países musulmanes. Ya los cubanos sabíamos lo que era el poder militar, y la Iglesia en Cuba nunca tuvo la fuerza suficiente como para constituirse en una fuente de mando significativa ni profesamos nosotros una gran beatitud (gracias a Dios).
Por otra parte, España decididamente no nos quería y pronto cerró el grifo de escapada en los años 60. Creo que para nosotros siempre estuvo vigente el sistema de visado para entrar al reino o la república española, al contrario de lo establecido con otras antiguas colonias españolas. No entiendo de asuntos consulares.
Miami era prácticamente tierra virgen, de modo que los cubanos, sin ponerse de acuerdo, decidieron construir allí otro país réplica de aquel en donde no podían vivir. Y lo lograron con creces. De esa época aquí, sólo queda El Corte Inglés.
© 2010 David Lago González
2 comentarios:
Madrid es el unico lugar en el mundo donde no me siento en exilio, -y esto puede parecer fuerte, incluida la Habana-no voy a enumerar las razones que son muchas, y me quedo con el sentir, con la emocion interior y saber, al vivirla, cuanto nos habian engañado...
El ultimo parrafo de este articulo, hasta deberia recopiarlo aqui... es genial, me trae imagenes, metaforas y reflexiones sobre la evolucion humana e intelectual de un exiliado, segun la mata donde se haya colgado...pero no quiero hacerte responsable de mis asociaciones.
un abrazo.
Si cubanos sí que hay muchos en España, lo que pasa es que pronto y bien nos aclimatamos a España, quiero decir, nos buscamos pareja, y nos desperdigamos por toda la geografía, sin formar un grupo homogéneo ni endógeno, como los chinos. Entonces, diluidos, parece que no existiéramos como grupo numeroso y constituido, pero en los últimos 8 años el número de Cubanos radicados en España es enorme.
Algunos dicen que los cubanos nos "españolizamos" rápido, yo me parto a carcajadas, porque no hay nada ya de sí más español que un cubano.
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