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(Sari Maritza sipping tea, publicity still, 1930)
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(Hoy por ayer)
Sigue goteando el tema cubano, el sempiterno, aburrido, hiriente y maloliente tema cubano, con el que nadie sabe ya qué hacer. No sé si alguien lo supo alguna vez, pero lo que es ahora —a-ho-ra—, no ya una solución sino cualquier tipo de alivio se convierte en un misterio tan profundo como el huevo y la gallina, o la concepción del mundo según la Biblia, el Big Bang o Darwin. Es difícil mantener la cordura. Mantener la serenidad es algo inconcebible, ya de sobra con nuestro contenido genético del apasionamiento verbal (que supongo vendrá de la sangre española, de la africana serán los machetes). Y mantener la lengua fácil en el cofre de la boca donde no le da el sol es una tarea tan imposible y falta de futuro como el propio futuro de La Isla Desafortunada.
En El País hay de todo. Crónicas, noticias comentadas, artículos que van más allá de las fronteras insulares. Preguntas como unanswered prayers que se formula y lanza el periodista Juan Jesús Aznárez en su columna “Job en Cuba”. Ya nadie informa fríamente sobre la realidad, sino que antes —aun cuando su ocupación específica no sea la de opinar— pasa por el tamiz del enviado especial (o no), que un día está más claro o menos claro, u oscuro del todo. Comentarios que incluyen un más amplio abarque del comportamiento de la política y el conciliábulo extra-insular, a cargo de Vargas Llosa. Lo que sí se desprende de todo este montón de páginas inútiles es algo de indignación y, sobre todo, asco. En un texto anterior dije que la muerte de Zapata lo que había hecho es abrir el bote de la pestilencia y ésta sí que es libre de viajar por todas partes y llegar a todas las narices, aunque se pongan esos ridículos tapabocas de cuando se esperaba que la Gripe A descargara un poco la superpoblación mundial estilo Darwin. O sea, in other words, quien diga que no huele nada, simplemente está mintiendo, y es tan asqueroso como el asco en sí: la muerte de Zapata ha venido a definir concluyentemente la realidad cubana. Eso quizás es un logro, una ironía del tiro por la culata: simplemente el resultado. No es que en 51 años no se hayan sucedido hechos aplastantes suficientes para condenar al comunismo cubano como al resto de las ideologías totalitarias de represión y exterminio o lobotomización, tanto interna o externamente, pero la Seguridad del Estado, la comandancia política del gobierno y su maquinaria de infiltración planificada y sistemática sobre la opinión pública son verdaderamente magistrales, por lo que la Academia Sueca debería crear un nuevo premio Nobel: el del horror o la infamia, y otorgárselo en pleno al Estado cubano, y de paso un accésit al conveniente muro de resonancias que encuentra alrededor del mundo formado por la adolescencia trasnochada de supuestos libertarios que no quieren renunciar a sus sueños juveniles y también por los muchos afectados por los desmanes y las torpes políticas capitalistas y los más diversos caciquismos que han creado y crean sobradamente un caldo de cultivo para creer en cualquier cosa, en lo que sea, aunque sea simplemente en la destrucción por el simple placer de destruir.
Mauricio Vicent tiene razón cuando, como título de su información comentada, repite “¿Zapata? ¿Qué Zapata...?” El preso político Boitel (o “dirigente estudiantil”, según he leído también) murió igualmente de una huelga de hambre en el año 1972. Yo salí de Camagüey 10 años después, y creo que realmente vine a enterarme hace tan sólo unos años de la muerte de esa persona. Recuerdo de cuando mataron a Agapito, un muchacho de “la onda”, porque era de mi ciudad y todo el mundo me decía que yo lo conocía de nuestro punto de reunión, la Plaza del Gallo, pero nunca logré ponerle cara. ¿Qué sabe el ciudadano de a pie en Cuba sobre presos políticos, huelgas de hambre, vestidos blancos o proyectos disidentes? Harto tienen ya con sus problemas cotidianos, con esa elementalidad que ha sido una estrategia delicadamente organizada desde el triunfo de la Revolución, para reducirlos (y reducirnos, en los distintos periodos que hemos vivido allí) a meros estados vegetativos andantes que, como las plantas sembradas al lado de un alto muro, “se van en vicio” en busca del sol, y ese sol está muy lejos, muy alto, y ese sol sólo conjuga en verdad el verbo “huir”, y para muchos eso ha sido y es un reto de valentía.
Me viene ahora a la memoria, haciendo el camino de Freituxe a Bóveda (Lugo, Galicia), en abril de 1982, encontrarme con un señor de una aldea vecina que me preguntó y me echó en cara (ya todos por allí sabían que había regresado el hijo de David Lago después de 70 años de haber marchado el progenitor) qué nos pasaba a los cubanos que no hacíamos nada para quitarnos esa dictadura o tiranía de encima (tampoco es que los españoles hubieran hecho tanto para salir de Franco...) Es un tanto lógico que el respeto vaya a la par de los esfuerzos de lucha de un pueblo, pero durante todo el siglo XX y lo que llevamos de éste se ha respetado también la huída (llámese exilio, destierro o cualquier otro nombre), sobre todo de las poblaciones europeas, pero igualmente se habla con cortés consideración del destino de otros desplazados, sean asiáticos, árabes o africanos. Sin embargo, el cubano es cosa de cobardes. En un poema de mi libro inédito “La mirada de Ulises” vengo a decir que a Cuba (PM, o político-militar, como ETA) no se le puede destruir porque nunca ha existido, es un fantasma, y a los fantasmas no se les puede matar porque ya están muertos: ¿cómo luchar entonces —y además, ser comprendidos— contra cosas que sólo forman parte de lo onírico del ser humano, espectros que no tienen base material?
En la sección La Cuarta Página, Mario Vargas Llosa se pregunta sobre el dualismo de Lula da Silva. En la nueva urbanidad política de salón representa la más válida imagen decente del contrapunto a la vulgaridad, arrogancia y locura imperial (e imperialista) del venezolano Chávez y el coro de los ecos indígenas, pero en realidad es y todos siguen siendo muchachones que una vez admiraron el sueño romántico de La Revolución Cubana y jóvenes entonces que querían ser como el Che. Si hoy se comportan en sociedad es porque saben que deben medrar con “las buenas costumbres” del capitalismo ya que sobre la resurrección y restauración del ideario comunista, con su base teórica y su amor platónico por las clases desfavorecidas, todavía pesa demasiado el efecto dominó del este de Europa y del imperio soviético. Pero como nunca fue tan condenado y enviado a los avernos como sus hermanas fascistas y nazis, sólo es cuestión de esperar, como hace la Iglesia aguantando callada, carretas y carretones, porque al final sabe que la paciencia será premiada.
¿Los valores éticos? ¿Qué es eso? Todo está sumido en la más absoluta confusión, lo que no sé es si es natural o premeditada. Y no sólo es cuestión del Río Grande hacia abajo. Anoche veía en un canal de televisión las imágenes, ya un poco antiguas, de un pleno en un ayuntamiento vasco gobernado entonces por Herri Batasuna donde ETA había cometido un asesinato (o, siguiendo la nueva semántica política, una ejecución). El concejal batasuno lamentaba el hecho y era enérgica y apasionadamente increpado por ciudadanos (pocos) que le exigían que en vez de lamentar, condenara el asesinato. Por supuesto, no hubo condena alguna. Entonces mi memoria rastreó una imagen mucho más reciente en que el presidente de España, José Rodríguez Zapatero, se comporta exactamente igual que aquel concejal de la izquierda abertzale (tan próxima al gobierno cubano): lamenta pero no condena. ¿Cuál es la diferencia?
© 2010 David Lago González
1 comentario:
David, ayer no sé por qué pero no pude dejarte comentario, el caso es que comparto muchisimas inquietudes de estos dos post y me lleve un breve fragmento para chiquita donde te linkee, y me he quedado con deseos de compartir otros, pero es abusador sacarlos de contexto. Un abrazo
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