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Lo imprevisto es la felicidad, o al menos
una buena parte de ella.
Y sucede también que la felicidad es imprevista.
No se la ve venir. No se le oye silbar.
Es como uno de esos últimos asesinos medievales
que pueblan estos harapos de siglos sin control,
y de pronto nos explotan al lado,
en medio de una carcajada o de un dolor.
Felicidad: risa serena cercana a la pena que se aleja.
Cruel también.
Inmisericorde. Pletórica de iniquidad.
Termina arrasando lo que para unos quedaba
como parte de tórrida inercia
cuando para otros se torna en dos recias manos trabadas
para ayudar al salto,
al salto del muro que nos lleve al corral de las gallinas.
Roba los huevos de oro
para acumularlos en la escarcela.
Luego olvida que allí los guardó
y en un bandazo los revienta contra el lomo:
inesperadamente se ha marchado de nuevo.
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(Madrid, 3 de Agosto de 2010)
© 2010 David Lago González
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