lunes, 16 de agosto de 2010

El cambio del cambio (I)

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I

Mauricio Vicent ha debido trabajar a jornada completa en estos días desde la Isla de la Siguaraya bajo ese inclemente 90% de humedad ambiental que fatiga La Habana con tanta impiedad, aun para los pocos privilegiados que puedan moverse en coches con aire acondicionado y dar el salto a grandes salones oficiales donde también funcionan a pleno rendimiento los aparatos, y El Aparato del Gobierno. Esta ola de efervescencia, por suerte me pilló en Galicia de vuelta a mis orígenes celtibéricos y con una temperatura de miedo, que escasamente algún día rondó los 30 grados. No es que quedándome en Madrid yo hubiera ido a formar parte de “la comisión de embullo” [(término acuñado por una antigua compañera de trabajo, Martha Verdugo, gusanísima ella pero de las primeras que quiso organizarme el correspondiente acto de repudio cuando los sucesos de El Mariel --casualmente vivía en la calle San Ramón, frente a Heriberto, su penthouse, sus muchachitas y sus muchachitos (el uso del diminutivo sólo obedece a tipicismos regionales y nacionales, y para nada está vinculado con la pederastia, aclaración hecha)], pero mi distancia, subjetiva y objetiva, digamos que se vio fortalecida por unos cuantos cientos de kilómetros más, no sólo geográficamente sino también en el plano mental.

“La distancia me ha hecho comprender tantas cosas de tu querer…” cantaba Meme Solís con su voz aterciopelada en una canción que creo se llamaba “El Hastío”. Es curioso cómo algunas cosas prevalecen, o toman importancia muchos años después de que se hayan iniciado. Y para confiar y entregarse mínimamente a una causa, a una creencia, incluso un amor o una pasión, hay que tener una cierta fe de la cual partir. Sucede que en lo religioso mi confianza no está ligada a ninguna institución sino que es algo muy personal y profundo. Sucede que desde hace ya algunos años dejé de estar enamorado y no tengo saudades de ninguna nueva pasión que me lleve como un loco a interesarme en y por la vida de alguien. Sucede que en lo político mi fe es nula. No crea nadie que esto me hace subir un peldaño por encima de nadie, aunque tampoco es lo contrario. Simplemente carezco de esa disposición a la entrega que tanto en religión como en política, me haría la vida un poco más llevadera, menos aislada, con muchas menos rozaduras y me dejaría menos expuesto a la perplejidad que advierto en ciertas caras que al verme no saben si saludarme o volverse. Pero en eso los expertos de la Securite de’l Etat cubana y el pingajo colgante de todas sus consideraciones comunistas, represivas y enjuiciadoras, no es que me hayan castigado con una etiqueta, no, sino que con precisión milimétrica definieron mi juventud y el resto de mi vida: soy contrario al normal desarrollo de las actividades.

Sé que no son una misma cosa, pero con el mismo tedio y/o con el mismo enfado asisto al juicio que pueda emitir Alpha-66 como al que pueda pergeñar Antonio José Ponte para decir sin decir y pasar por mi vida sin saber que pasabas; o a la heroicidad de un antiguo mercenario (me acostumbré a llamarles así, lo siento) de la Brigada 2506 o a la de Martha Frayde u Orlando Fondevila; o cualquier diatriba entre Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner pasando por Hernández Busto y Dinio García; o cualquiera de los “mayimbes in reverse” y Pío Serrano o el falsario historiador del rosado exilio mejicano (en el que todos toditos todos acceden con una facilidad extrema a doctorados universitarios en un país y con unas instituciones que se han caracterizado siempre por ser pro-Estado cubano), el Sr. Rojas; la hija de Fidel, la hija de La Guardia o el hijo de Almeida, o Víctor Batista, si es que alguna vez dijera algo; Germán Puig o una de las momias de Las Mulatas del Fuego; o todos los que aparecen y aparecerán, o los que leo en algún periódico definidos como “uno de los prisioneros de conciencia más conocidos” y yo veo por primera vez su nombre (lo que no es extraño porque no practico ningún tipo de profesión política), o los recién hace poco militares y psicólogos a los que le publican libros y son presentados en la Fundación Ortega y Gasset, lo cual supone el aval de El País; o los que ayer dieron actos de repudio y luego se inmolaron de hambre; o los condecorados por la SEC y luego son símbolos representativos de la Contrarrevolución (perdón, la Disidencia Pasiva, que a las cosas no se les puede llamar por su nombre –pero a lo mejor soy yo el que me equivoco); o todos esos doctorados de universidades norteamericanas que de pronto representan a todo el pueblo cubano; en fin, toda esa gente que una vez –oh, equivocadamente— nos hicieron polvo cuando empezaba a vivir, y ahora que comienzo a acercarme al tránsito infinito, siguen haciendo polvo del polvo, y de pronto todo se olvidó, volvieron a borrar mi vida, y la vida comenzó con la negra primavera y la especial hambruna de un periodo que no inventó la inhumanidad sino que simplemente la continuó. En fin, que tanto la politicheskoĭ intelligentsii como la osnovnoĭ politiki me ofrecen el mismo grado de vacuidad porque en ellas no advierto nada de lo que se puede leer concerniente a lo que en verdad sucede en la gente y con la gente (aquí).

Yo quiero que no me suelten la monserga mediática admisible y admitida de la libertad de expresión y la democracia (enarbolada y defendida por personas que nunca han vivido en tales estados de gracia) y que alguna de estas personas que han llegado ahora me diga, en público y claramente, lo que quiere decir cuando hablan de “cambio”. Porque si el cambio al que se refieren es sobre la misma estructura socio-política, entonces creo que hice muy bien en no confiar en nadie.

Durante mi retiro galego, he podido leer cosas en los periódicos como “El objetivo de este trámite era comprobar que no se trataba de una deportación, sino que su salida del país era voluntaria.” (Mauricio Vicent, El País, 13.07.10)

O “Según el acuerdo, los familiares de los presos podrán regresar a Cuba libremente, mientras que los ex reclusos deberán obtener una autorización para volver.” (Mauricio Vicent, El País, 13.07.10)

O, dado el “gran papel libertador del ministro Moratinos” --en mentideros de la Siguaraya se comenta que el Cardenal Ortega va a proponer su beatificación al Vaticano…--, “la mayoría de los observadores de línea moderada señalan que la aserción de Moratinos es una exageración monumental.” (Andrés Oppenheimer, ¿Una nueva etapa en Cuba?, El País, 13.07.10)

O lo dicho por José Miguel Vivanco (director de Human Rights Watch), preguntado por Oppenheimer: “Obviamente, estamos muy felices por los presos y sus familias, pero nunca se me ocurriría felicitar a un Gobierno por liberar a gente que jamás debió haber estado presa.” (Andrés Oppenheimer, ¿Una nueva etapa en Cuba?, El País, 13.07.10)

Periódicos y otros medios de comunicación españoles han insistido posteriormente en calificar esta puesta en libertad a cambio de distancia por medio. No suelo escatimar epítetos para nada ni para nadie que no se los merezca, pero si ellos firmaron un documento como que abandonaban Cuba voluntariamente, técnicamente no se le puede llamar a eso “destierro obligatorio” (u obligado). Por supuesto, por supuestísimo que lo es, pero insisto en que técnicamente no. Para abandonar Cuba yo tuve que firmar la entrega de mi casa –que era nuestra y no facilitada por la Reforma Urbana--. Era condición sine qua non y un chantaje, pero existe un documento en el que yo accedo a entregar mi casa; por lo tanto, el Gobierno no me la expropió, y de esa forma ellos quedan protegidos contra cualquier intento de reclamación por mi parte supuestamente llegado un momento en que la legalidad exista. Y si hablamos de libertad y democracia tenemos que entender que éstas son las leyes, aun cuando vayan contra nosotros y, como suele suceder, aquellos que no respetan ninguna regla son los primeros en hacer (mal) uso, o abuso, de ellas.

Supongo que el posible “permiso” que prometen dar a estos ex reclusos si quieren retornar a su Siguaraya, es una mera formalidad estúpida (por falsa y timadora) dirigida a las organizaciones internacionales de derechos humanos y a los distintos gobiernos del mundo (más) libre.

La concesión a sus familiares de no perder sus propiedades (muy posiblemente entregadas por la Revolución y no pertenecientes a ellas desde antes) es, para el resto de nosotros, un insulto y una gran carcajada. Por otro lado, según las normas que actualmente rigen sus condiciones consulares, eso debería implicar el pago mensual de las cuotas consulares de por vida (revolucionaria), y, además, el chantaje de un comportamiento cuando menos anodino o fantasmal en su vida en el exilio (o como coño quieran llamarle). O sea, tú tranquilita --cuando más publica en CubaEncuentro o hate amiguita de Ponte-- porque, si no, pierdes la casita que la Reforma Urbana te dio y a lo mejor era la mía porque tú no eras la verdadera propietaria. ¿Es que todavía hay algún estúpido que se cree más inteligente que La Revolución? Sí, seguro que lo habrá porque está en la naturaleza del cubano: naturalmente para el onanismo mental no existen límites.

En algunos blogs he leído del secretismo que hubo con la llegada. Una prolongación de sus cárceles, nada más. Hay que acostumbrarse poco a poco, puede que hasta sintieran frío, estos gusanos contrarrevolucionarios no entienden los cuidados que pone la Revolución con la salud de sus ciudadanos. Pero tuvieron suerte que no se movilizó Cayo Lara y sus muchachitas para recibirlos con un acto de repudio, porque a los 500 asilados en la Embajada del Perú en abril del 80 los recibieron con gritos e insultos tales como “aquí no queremos chorizos”. Los pobres, muertos de hambre como estaban, pensarían que les iban a repartir chorizos en Barajas.

Y lo de la pensión en Valle del Kas… Prácticamente una humillación cuando pase el tiempo y se den cuenta dónde les metieron. Pero no todos podemos llegar con bequitas de la Universidad de Cádiz ni con El Mundo ni con La Razón bajo el brazo. Y aseguro que también forma parte del aprendizaje de la libertad y la democracia, saber lo que vale un peine.

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(PD. He leído que algunos siguen teniendo miedo. Eso, aseguro, no deja de sentirse NUNCA.)

© David Lago González 2010.

2 comentarios:

Zoé Valdés dijo...

Leyendo todo este recuento, me doy cuenta que hay pura caca en todo lo cubano, tal como lo dices, sin decirlo. Y lo peor es que todavía quiero creer en la buena fe.

Zoé Valdés dijo...

La buena fe del cubano, claro está.