sábado, 13 de marzo de 2010

LEYENDO EN WOOSTER (sábado 13 de marzo de 2010) - ANTONIO MUÑÓZ MOLINA en BABELIA : LA COSTUMBRE DE LA INFAMIA (¡Magistral!)

.

cafe

.

No quiero enturbiar con ninguna palabra mía que comente el soberbio y magistral artículo de Antonio Muñóz Molina porque no hay nada que añadir que pueda engrandecerlo más. Cada vez que le leo, lo admiro más. No voy a caer en la indignidad de poner el anagrama de PayPal en ninguno de mis blogs (aunque estoy casi seguro de que me hace mucha más falta a mí una aportación económica que a otros tantos que la piden), pero cómo me gustaría leer ese último libro suyo, que me han dicho que es magnífico. Siento una profunda admiración por este hombre tan claro en sus conclusiones y tan decidido a hacerlas públicas por encima de los convencionalismos de lo conveniente.

Sigue siendo curioso, sorprendente e imprevisto cómo la muerte de Zapata Tamayo y demás ambientes circundantes a ésta, se ha constituido en un verdadero revulsivo para la sociedad española y para la decantación ética de una buena parte de su intelectualidad, en detrimento de la manifestación de otra parte lamentable de ella. Nada va a hacer caer a Fidel —como se decía antes— pero al menos definirá irremediable la inclinación política de algunos.

Con Cuba todo resulta difícil. Si complejo es entender lo que allí sucede desde hace medio siglo por parte de personas acostumbradas a la democracia (que incluso tienen la posibilidad de pensar en justicias sociales) y/o personas que han tenido que padecer dictaduras catalogadas de derecha en las que se estilo mucho más lo brutal que lo sutil y refinado, no es menos fatigoso intentar explicarlo. Cómo explicar y convencer la terrible facilidad con que antes de la estampida (dirigida) de El Mariel, cualquier acto que supuestamente no encajara dentro de los parámetros gubernamentales era considerado un delito político

  • (salir ilegalmente del país, escribir por libre, matar una vaca o vender y comprar carne de vacuno, estar en posesión de dólares y/o dinero cubano anterior al cambio de moneda realizado por el Estado en el año 1960, llevar el pelo largo en el caso de los hombres, vestir ropa extranjera, elogiar o comentar algo de las sociedades no soviéticas siendo profesor de cualquier materia, poner una bomba, expresar en voz alta una protesta o lamentación porque el autobús no llega o porque la comida de los comedores obreros o estudiantiles es una basura, intentar matar a Fidel, coincidir con asiduidad en visitar una casa donde también acuden otras personas, y un sinfín de cosas inimaginables dependiendo siempre y mucho más, no del acto, sino de la mala suerte llamada también arbitrariedad y mezquindad humana)

y cómo inmediatamente después de zarpar la última embarcación cargada de escoria, la mayor parte de esos delitos “políticos” pasaron a ser comunes, a los que habría que añadir los considerados de escándalo público por ser considerado homosexual o lesbiana, por ser sorprendido in fraganti teniendo relaciones sexuales en un descampado o ser reiterativamente borracho o fumar marihuana. Incluso, hasta que vean que dos hombres entran juntos en una casa a altas horas de la noche. Cómo explicar la facilidad de lo peligroso, lo caprichoso de lo prohibido.

Comprenderá pues el Sr. Guillermo Toledo cuán fácil podría él haber “delinquido” viviendo bajo ese gobierno que defiende. Comprenderá el Sr. Miguel Luchino González Bosé que la ambigüedad a la que tanto partido ha sacado, habría bastado en Cuba para dar con sus huesos en uno de los campos de concentración de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Comprenderían Javier Bardem, su madre, Luis Tosar o cualquier otro actor o director de cine español, que ese estremecimiento que les recorre el cuerpo en la Gala de los Oscars y el hilillo de saliva que se escapa por la comisura de sus labios, podría haber sido suficiente en Cuba comunista para que no actuaran ni dirigieran nada en sus fucking vidas.

(1)

 

 

ANTONIO MUÑOZ MOLINA   -   IDA Y VUELTA

LA COSTUMBRE DE LA INFAMIA

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 13/03/2010

http://www.elpais.com/articulo/portada/costumbre/infamia/elpepuculbab/20100313elpbabpor_4/Tes

 

He olvidado con los años el nombre y la cara de aquel escritor ruso pero me acuerdo siempre de sus manos. Eran unas manos grandes, mucho más toscas que su cara, con los dedos chatos, con unas uñas aplastadas y como cuarteadas, rotas, crecidas con dificultad, las del índice y el corazón de la mano derecha muy amarillas de nicotina. En las palmas de las manos y en las plantas de los pies están escritas las vidas de la gente, me contó una vez un forense. En las manos de aquel escritor ruso, ex soviético, al que yo conocí en un congreso de literatura en Portugal, estaba escrita de manera indeleble una biografía de hospitales psiquiátricos y campos de castigo. Era un coloquio internacional del que tampoco recuerdo nada, salvo las manos de aquel escritor, salvo el dedo índice que por un momento se apartó del humo del cigarrillo para señalar en dirección de los colegas occidentales que compartíamos con él una mesa redonda, y que le habíamos escuchado en silencio mientras contaba su historia de persecución. "Qué poco tenemos que agradecerles a ustedes", nos dijo, el dedo amarillo de nicotina tan fijo como la mirada de los ojos muy claros. "Ustedes, los escritores europeos, que disfrutaban de la libertad, qué poca solidaridad tuvieron con nosotros, qué poca ayuda nos dieron".

      Algunos bajaban la cabeza o miraban hacia otro lado para no ver aquel chato dedo acusatorio. Ésa ha sido la actitud de una parte de la intelectualidad occidental hacia los sufrimientos de las víctimas de los regímenes comunistas. Mirar para otro lado, callar por miedo a que lo acusen incómodamente a uno de cómplice de la reacción. Al fin y al cabo hay causas mucho más seguras que garantizan sin riesgo la vanidad de sentirse solidario, el certificado irrefutable de progresismo que le permite a uno la impunidad moral, aparte de un cierto número de beneficios prácticos que tampoco son desdeñables. Ya se sabe el peligro que se corre cuando se atreve uno a no marcar el paso de la ortodoxia, tan querida entre quienes al parecer tienen por oficio la libertad de la imaginación y la rebeldía del pensamiento. Hay, por lo tanto, quien calla y otorga, quien firma estratégicamente algunos manifiestos, quien tal vez llega a darse cuenta de ciertos horrores pero elige callar "para no favorecer al enemigo", no sea que alguien diga que se ha vuelto de derechas. Hay, en una gran parte de la izquierda democrática europea y americana, una resistencia sorda a aceptar que la opresión y el crimen cometidos en nombre de la justicia son tan repulsivos como los que se cometen en nombre de la superioridad racial. Basta que una dictadura se proclame de izquierdas para que sus abusos merezcan la indulgencia de quienes nunca correrán el peligro de sufrirlos, del mismo modo que un grupo terrorista que asegure luchar por la liberación de un pueblo oprimido despertará la emoción romántica de anglosajones y escandinavos llenos de buenas intenciones, capaces de llorar por el desamparo de un gato abandonado, pero fríos como pedernal ante la sangre de una víctima humana.

      Intelectuales. A principios de los años sesenta, cuando el admirable documentalista y director de fotografía Néstor Almendros se exilió de Cuba y regresó a la Barcelona en la que había nacido, y en la que estaban sus amigos españoles, descubrió que para casi todos ellos se había convertido en un apestado. Se rebelaban contra la dictadura de Franco, pero sospechaban de él porque había huido de la dictadura de Fidel Castro; algunos de ellos eran homosexuales, pero cuando Néstor Almendros les contaba la persecución de los homosexuales en Cuba preferían no darle crédito. Como Castro se declaraba antiimperialista, criticar su tiranía era convertirse en cómplice del imperialismo. Señoritos burgueses de Barcelona se ungían de legitimidad revolucionaria negándose a aceptar que Néstor Almendros pudiera tener razón. Lo que contaba, lo que había sufrido, no merecía ningún crédito. Si era preciso se podría recurrir a la calumnia.

      Éste es el grado siguiente de la infamia: hay quien calla, y hay quien levanta la voz, pero no en defensa de la justicia o de la libertad, sino para calumniar a los que han huido, a los disidentes, a los que cometieron el delito de desear para sí mismos y para su país lo mismo que disfrutan aquellos que les niegan la dignidad, el derecho a ser escuchados. Es una antigua técnica soviética. André Gide estuvo en la URSS en 1936, invitado con todos los honores, para leer el discurso funerario en el entierro de Máximo Gorki. Había sido hasta entonces un simpatizante sincero de la revolución. Pero en aquel viaje en el que las autoridades lo trataban con la pompa con que se recibe a un magnate extranjero empezó a observar cosas que lo inquietaban, que empezaron a sembrarle dudas, que le provocaban la alarma de contradecir sus convicciones más queridas. Otros veían y prefirieron callar, embriagados por ese licor tan irresistible para los intelectuales y los artistas, el halago a su vanidad de los gerifaltes de una tiranía. Pero André Gide volvió a Francia y se atrevió a contar lo que había visto, lo que no había podido ni querido ignorar, la pobreza horrenda, la desigualdad restablecida en beneficio de los jerarcas del partido comunista, la desoladora uniformidad de un país en el que el miedo apagaba las voces y bajaba las cabezas. Y a partir de entonces se convirtió en objeto de los peores insultos, en los que nunca faltaban las referencias groseras a su homosexualidad, que sería una prueba añadida de su decadentismo. André Gide llevaba muchos años muerto y Pablo Neruda lo seguía insultando en sus memorias, haciendo bromas sobre su "corydoncito".

      Ahora un disidente cubano ha muerto después de una larga huelga de hambre y los papeles han vuelto a repetirse. A unos les ha tocado el oficio de callar, de modo que no hubo información sobre la huelga de hambre de Orlando Zapata, que reclamaba el derecho a la dignidad poniendo en juego lo único que le queda a uno en una tiranía, su vida. Y a otros, en el reparto habitual de la infamia, les ha tocado ejercer la calumnia. A Margarete Buber-Neumann también la calumniaron intelectuales europeos de conciencia limpia cuando después de sobrevivir a los campos de Stalin y a los campos de Hitler escribió un libro de memorias lleno de claridad y coraje explicando la inhumanidad idéntica de las dos tiranías. Mientras tantos estábamos callados, o no nos enterábamos, el actor Guillermo Toledo eligió para sí mismo el papel que sin duda considerará más ilustre, el de insultar a un perseguido desde la cima de su privilegio, el de llamar traidor y terrorista a un pobre hombre que jamás pudo tener ni una fracción del bienestar ni de la libertad que el señor Toledo y los que le jalean disfrutan sin peligro. Yo pensaba que ser de izquierdas era estar a favor de la igualdad justiciera de los seres humanos, del derecho de cada uno a vivir soberanamente su vida. No imaginaba que duraría tanto la costumbre estalinista de injuriar a los perseguidos y a los asesinados.

      --o--

      ANTONIO ELORZA  -  De Raúl a Chávez

      http://www.elpais.com/articulo/espana/Raul/Chavez/elpepiesp/20100313elpepinac_9/Tes

       

       

      El artículo de Antonio Elorza, también contundente, juega con otras comparaciones y equiparaciones. “Malhaya el aire, malhaya, y el agua que me lo hundió...” andará Zapatero cantando por toda la Moncloa desde que le tocó a España asumir la presidencia semestral de la Unión Europea, porque si ya antes había dejado de convencer, ahora tozudamente está obligado a contradecirse continuamente y en Bruselas se comporta de una forma y en Madrid de otra, y al final tendrá que decidir; o quizás no, en definitiva seis meses pasan en un suspiro y el olvido (la mala memoria) es fácil, cada vez más fácil.

      Si el “embargo” norteamericano —que no existe, porque todo turista que llegue a Cuba dispone de cualquier cosa que no está a disposición del pueblo llano, a no ser que los horribles, horripilantes de la muerte, Estados Unidos tengan tanto poder dentro de Cuba como para dirigir el bloqueo o apartheid interno— no ha valido para que los Castro y toda su corte sean mínimamente humanos, también está demostrado que de nada sirven unos diálogos que sólo quieren ganar adeptos a su izquierdo mientras en el bolsillo derecho se echan más y más maravedíes infectos de todos los derechos que los sindicatos españoles defienden para sus trabajadores. Los “intereses” españoles... Asimismo hablan también los despreciables imperialistas “yanquis”... Si estos decían aquello del “patio trasero” y al menos hay que reconocerles el cinismo de la sinceridad, qué hay que agradecer a España que considera a aquella isla una cochiquera y un puticlub, no ya de carretera, sino de camino vecinal, y encima lo disfraza todo argumentando que desean el bien del pueblo cubano. ¡Basta ya, por Dios! Ni el viejo generalísimo se preocupó jamás de los intereses de los españoles en Cuba (por ejemplo, mi padre, yo) porque el único interés español era el supuesto anti-imperialismo norteamericano que es posible que fuera más genuino por parte de Franco que por parte de Fidel. Hoy los intereses españoles en la isla siguen siendo los mismos y además la recuperación —en este caso, comercial— de la Perla de la Corona, perla y corona del gobierno español y nunca de los cubanos (y por cubanos no me refiero al Estado), pero, hoy, ahora mismo, como la obstinación de Zapatero, siguen viviendo de espaldas a una no aceptación del español magnate, cuya calidad humana varía considerablemente con respecto a la del emigrante de la primera mitad del siglo XX.

      A veces da la impresión de que el actual Gobierno español se preocupa más por los intereses que tiene en Cuba que por toda la situación de su propia casa. Realmente no lo comprendo. No sé qué es más importante para Zapatero: si Cuba o España. Si como cubano es indignante, lo es doblemente como español. ¿Qué pasaría si España recuperara esa dignidad que Elorza da por perdida y mantiene una actitud enérgica y definida frente al desgobierno cubano? ¿Por qué no pueden abandonar al gobierno cubano? ¿Por qué no pueden abandonar a los que ellos, eufemísticamente, llaman pueblo cubano? ¿Siguen siendo nuestros papás, nuestros capitanes generales?

      ¿Por qué no acaban ya de sacar a relucir toda la trastienda de entramados del terrorismo internacional que conduce irremediablemente al Gobierno cubano, de igual forma que se dice que todos los caminos conducen a Roma? ¿Por qué Elorza patina aquí también, cuando habla de las FARC, ETA y Venezuela? Ahora todos son terroristas, antes todos eran frentes nacionales de liberación y eran mirados con reconocimiento. El único cambio es semántico eufemístico, pero continúa siendo “una lamentable farsa”.

      (2)

      (1)(2) © 2010 David Lago González

      2 comentarios:

      Margarita Garcia Alonso dijo...

      Pues me he quedado frente a esa prosa de Antonio Muñóz Molina con unas enormes ganas de decirle GRACIAS.

      Gracias David por compartir,

      un abrazo

      David Lago González dijo...

      Sí, claro. Es que yo lo comparto todo: lo que dice y la forma de decirlo. En realidad no soy de otra manera, pero eso es lo que a mucha gente no le interesa.
      Besos Marga.