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Pues sí, looks like he made it, parece que aquel joven periodista/personaje de La Tía Julia y El Escribidor logró lo que se proponía en aquella novela: ser escritor reconocido y de fama mundial y llegar a Europa. No recuerdo si entre aquellas intenciones suyas estaba el Nobel, pero, en fin, lo consiguió. Y nadie se lo regaló, eso es un hecho.
Creo estar seguro de que en Camagüey yo era orgulloso propietario de un ejemplar de esa divertida y positiva noveleta (o siempre lo fue la Pucha, no recuerdo) porque fue un arma que utilicé de antídoto contra los efectos primarios y secundarios del comunismo in-situ. La leí muchas veces. También To Kill A Mockingbird, de Harper Lee, que nunca me defraudó ni dejó de darme una paz especial.
A MVLl ya ni le leo, a no ser algún que otro artículo periodístico. Hace muchos años, yo leía Conversación En La Catedral acostado en la cama de mis padres en la primera habitación (creo que la mía se había quedado sin luz) y al descubrir el bien guardado secreto-clave de todo el por qué de La Catedral, literalmente di un salto involuntario sobre el colchón y grité no sé qué cosa. Mi madre, y creo que Emilia Espinosa o Yeyo, que estaban en la saleta paliqueando, vinieron corriendo a ver qué me había pasado. Y yo sólo pude responder: “¡algo genial, algo genial!” Bueno, pues con la genialidad me dejaron.
Cuando él y yo –y otras personas— compartimos el homenaje póstumo al poeta Gastón Baquero en Casa de América, le entregué al pasar mis dos libros editados por Betania y algunos Timbalitos. Él ni me miró siquiera. Una lástima pues. Siempre pensé, en aquel lejano Camagüey, que a él le hubiera gustado saber de la reacción de un lector suyo ante el secreto de La Catedral y de que uno de sus libros me sirvió como refugio contra el desastre atómico anímico que produce el comunismo.
DLG
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3 comentarios:
Creo que la alegria es inmensa,da tanto placer decir "ese premio Nobel lo he leido y me acompaño tantas veces"!!!!
besos David
Yo lo felicito y me alegro mucho pero recuerda que los peruanos blancones son muy alteros y la inmensa mayoría, bien repugnantes.
Raro, porque la verdad es que siempre es muy atento, demasiado.
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