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Fíjate, Heriberto, ahora me doy cuenta que muchas veces la gente termina donde empieza. Te acordarás que yo nací en un barrio que, en la actualidad española de la maqueta política correcta e intacta donde nada se mueve sin la conveniente aprobación silente que ni se sabe de dónde viene, sería también etiquetado como “multi-cultural”; y en Madrid he acabado viviendo también en otra zona multi-cultural.
Ahora cuando venía hacia acá me crucé con dos mujeres de raza negra, elegantemente ataviadas en sus saris (o cosa así que seguramente no se llamarán de esa manera), y mientras desayunaba en Wooster vi pasar una legión de gitanos y gitanas (españoles, no romaníes) cerrados en negro, con pañoletas y medias incluidas. Y la verdad que me quedé pensando que, plásticamente, era mucho más agradable la imagen de las mujeres negras en blanco marfil. A veces me encuentro con alguna que parece salida de uno de los cuadros de Miquel Barceló en la etapa en que vivió en Mali.
Pero lo de los chinos… Yo creo que a nosotros nos va a pasar como a los chinos de mi barrio en Camagüey, me preocupa este bolchevismo galopante que veo por todas partes en mi ciudad de Madrid. Recuerda que en la calle de la Plaza, no me acuerdo su nombre --¡ah, Van Horne!--, casi esquina con la mía, habían dos sociedades chinas, una al lado de la otra, pero separadas, en casas distintas. Ignoro qué diferencia habría entre ambas. En la sala y la saleta tenían esos típicos balances camagüeyanos, robustos, como el tipo de mueble que aquí llaman “rústico”. Uno pasaba por allí y los chinos de ambas comunidades mantenían la misma parsimonia, absortos en sabrá Dios qué cosas pero se les veía tranquilos, como si estuvieran en paz consigo mismos. Fumaban lentamente, y aún más lentamente se mecían en sus sillones. Al fin y al cabo, ellos habían logrado huir.
Una de ellas la cerraron bastante pronto con la Revolución, pero la otra seguía abierta, yo creo que incluso sobrevivió al Mariel. Claro que, no sé si por mala leche o por ignorancia, a algún mayimbe cederista se le ocurrió colgarle a los chinos un cuadro gigantesco con la imagen de Mao Tse Tung. Seguro dijo: ah, chino = Mao, y zas, allí les plantaron la cara de galleta de agua amarilla del Gran Timonel. Menos mal que los chinos conservan esa expresión facial como lisa, que no refleja nada de lo que están sintiendo o pasando, pero deben haberse estado cagando en la hora en que todos aquellos comunistas cubanos les cogieron el local para las reuniones del comité de zona. Impertérritos los recuerdo, mientras el populacho jacobino celebraba sus asambleas a la derecha de donde estaban los balances.
DLG
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1 comentario:
Me a gustado mucho y me he podido reír a carcajadas,.. como hija y nieta de chinos cubanos me doy por aludida en tu nota de una forma cercana, compartiendola y disfrutando de una forma muy peculiar tus enseñanza sobre la forma de ser de mi gente, tiene mucha razón en lo que dice que los comunista cubanos pensaron que los chinos todos! por ende tenían que ser comunista también!!, y lo etiquetaron de "rojos" sin preguntarselo! y aun mas mi abuelo odiaba el comunismo, me acuerdo las largas charlas en zanja, cuando jugaba domino..valga que despotricaban de fidel castro en mandarín y cantones, a si nadie podía enterarse de sus discusiones..sobre la pasividad en su rostro es por su esencia Tao, oh! Sen, es budismo, una bella filosofía de vida,un abrazo me a gustado leerte.saludos.
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