martes, 6 de abril de 2010

ROLANDO MORELLI - Los cambios que quisiera Silvio, la credulidad y el latiguillo de “Granma”

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Advertising poster for Zan Zig the magician performing with rabbit and roses, Strobridge Lithograph Company, Cincinnati & New York, 1899

(Advertising poster for Zan Zig the magician performing with rabbit and roses,

Strobridge Lithograph Company, Cincinnati & New York, 1899)

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Los cambios que quisiera Silvio, la credulidad de Vicent y el latiguillo de «Granma»

Rolando Morelli, Ph. D.

FILADELFIA, Pensilvania, abril, www.cubanet.org

 

Gracias, sin dudas, a la conocida biografía novelada de Stefan Sweig destaca el personaje de Fouché como arquetipo moderno del individuo que transita fluidamente de un régimen revolucionario a otro y de éste a su contrario sin aparente esfuerzo, merced a su habilidad histriónica, a un don sui géneris con las palabras que se empeñan y con las que se callan, y no menos a su absoluta falta de escrúpulos.

Lo que representa para la modernidad el tipo de Fouché podría ser encarnado contemporáneamente por otros tantos mequetrefes, bien que desposeídos de su fibra e innegable talento de aventurero, entre los que la abultada figura de Silvio Rodríguez ocuparía un lugar particular en el contexto cubano. A éste le tocó nacer, crecer, llegar a la madurez —es un decir, se entiende— y sobrepasarla al fin, en medio de lo que a falta de concepto más preciso se ha llamado la Revolución Cubana, es decir, el período de cincuenta y un años que ya dura la tiranía de los oligarcas Castro.

Con su vocecita aflautada y algún talento para la composición S. R. se encontró prontamente con los primeros tropiezos en la que había de ser su carrera artística, y a diferencia de quienes nunca consiguieron alzarse airosamente del primer tropezón gratuito, al margen del talento que poseyeran, Silvio se las ingenió para convencer a tirios y a troyanos no ya de su competencia —eso vendría después sobre el camino— sino de su utilidad y buena disposición. Para unos, contaba con el breve antecedente de haber sido “medio hippy” o “jiposo”, cosa improbable cuando se consideran a fondo los hechos, y para otros se mostraba dispuesto a renunciar a aquellas tendencias de tipo medio descarriado para sumarse al carro de la Revolución en marcha.

Por años creímos muchos, y otros siguen creyéndolo a pie juntillas, que su canción “Ojalá” era una especie de maldición o apóstrofo contra Fidel Castro y su “viejo gobierno de difuntos y flores”, que entonces ni siquiera estaba compuesto de tan calamitoso coro de ancianos como han llegado a ser a día de hoy. Amigos mejor informados nos dan cuenta, sin embargo, de que nada tuvo que ver el texto de  esta canción con las expectativas de quienes éramos por entonces los seguidores naturales del trovador, lo que además convierte la letra de la misma de transparente en enrevesada y sobre todo fraudulenta. ¿Pues de qué nos habla esta canción a fin de cuentas? ¿A quién apostrofa? ¿Merece una simple mortal, o un fracaso amoroso de cualquier índole poco menos que un Apocalipsis o Armagedón?  No que tampoco importe mucho a estas alturas enterarse. Como tantas otras de las suyas, donde parece decir digo, dice Diego, y tan frescos. ¡Qué cada cual se corte el traje como mejor le acomode! En algunas, a medida que se acerca al instante de la epifanía revolucionaria, (lo que de inmediato le redunda en pingües ganancias a todo nivel, no descartado el económico) se transparenta más la monserga de unas letras que pasan por ser poesía, en el mejor o peor estilo benedettiano.

Habiendo así dejado de ser enseguida un blasfemo de mentiritas fue de inmediato acogido a sagrado en el seno de esa matrona severa que proclamaba ser la Revolución, y hecho objeto de homenajes que recibió a diestro y a siniestro, sobre todo a siniestro, de las autoridades del régimen. Fidel y Raúl Castro en persona lo condecoraron con los más altos honores que puede infligir en sus lacayos un régimen abyecto. Bien pues, que ahora Granma, el más oficial de los periodiquitos oficiales del régimen de La Habana a nombre de los mismos que antes le exaltaron le fustigue con una caricatura hipócrita, pero a fin de cuentas apropiada a la medida del sujeto, en la que se le echa en cara el aburguesamiento progresivo mientras cantaba presumiblemente a “los pobres de la tierra”, frase expropiada a Martí por los libelistas.

Mientras Rodríguez cantó tal y como le exigían que fuera el verso y el reverso, a nadie pudo molestar que el cantautor oficial por antonomasia acumulara mucho dinero y prebendas de toda índole. Si ahora Granma viene a reprobárselo, en público y con caricatura, será para llamarle a capítulo. No sería de asombrar, por otra parte, que las fuerzas más oscuras del régimen, adelantándose a lo que es inevitable, intenten pasar gato por liebre una vez más, creando una quinta (o sexta o décimo-séptima) columna encabezada nada menos que por Silvio y hasta por el propio reportero de El País en Cuba, Mauricio Vicent: una disidencia de dedo, al modo socialista, que les arrebate el protagonismo a los verdaderos disidentes y además siente cátedra entre el socialismo bien pensante de todas partes, aunque no entiendan por derecho las letras de Silvio.

Todo este desatino y furor de Granma contra Rodríguez se origina a partir de las declaraciones que hiciera el propio interesado con motivo de la salida en España de su disco más reciente, y coincide —¡cuántas coincidencias!— con otras del no menos oficialista Pablito Milanés pocos días atrás mientras se encontraba fuera de Cuba. Esta vez, la plataforma reformista de Silvio no corresponde al conservador ABC, sino a otro medio español: El País, voz diz que de cierta social-democracia interpretada por el grupo Polanco y otros afines.

¿Y qué nos viene a decir Silvio Rodríguez a fin de cuentas, a estas alturas del viaje?  Como si poseyera en común con el otro de la estrofa, Milanés, un mismo libreto, pide cambios dentro del sistema. Granma sabe, como también lo saben los cantautores oficiales, y lo sabe Vicent el corresponsal de El País, que liquidado el sistema comunista cubano se les acabará la mamadera que los mantiene rozagantes. ¿Qué periodismo de verdadera consecuencia le será encargado al corresponsal del diario madrileño? ¿Quién apadrinará la maquinaria propagandística que hizo y mantiene en cartel el nombre de Silvio Rodríguez? Estos niños bien de la cultura izquierdosa internacional ¿a quién irán entonces a escribirle o a cantarle? Y cuando se desgañite el grito poderoso de un pueblo humillado y masacrado a lo largo y ancho de más de medio siglo de opresión e ignominia, ¿quién podrá todavía dar crédito a las denuncias y panfletos de Silvio, Pablito y cualquier otro, privilegiados del sistema que los cubanos se habrán sacado de encima? ¿Podrá entonces decir Vicent que no sabía, o que no se le permitía hablar de lo que no ignoraba?

Es ya muy tarde, sin dudas, para conformarse con que se suprima la “r” de revolución según nos viene a decir ahora Silvio, a fin de que se produzca una evolución natural. Eso, está de más decirlo, es el punto de partida inevitable de cualquier transformación. La “r” de la palabra, como el concepto mismo de “revolución” hace ya mucho que fueron superados cuando se traicionó su propósito inicial, que había de devolvernos la democracia y de traer al país verdadera honestidad administrativa y acabó desembocando en una tiranía sangrienta y longeva como pocas.

"El país pide a gritos una revisión de montones de cosas y conceptos", nos asegura ahora Rodríguez, haciendo alarde de su acostumbrada ponderación en cosas de este orden. No, señor cantautor, el país ni siquiera está en condiciones de pedir nada. Apenas unos pocos se enfrentan aún a la represión oficial y están dispuestos a pagar con sus vidas por conquistar un milímetro de dignidad. Cada día, de manera individual, inconsciente incluso, los habitantes de esa nación llamada Cuba son más pobres, se abisman un poco más en la desesperanza, la indefensión, la mentira oficializada como política de estado, y se depaupera hasta la transparencia el tejido social que aún da cierta coherencia de tal al país.

Hace ya mucho que ha pasado el momento de “revisar” montones de cosas y de conceptos. El momento actual es de cambio, un cambio urgente; de volver a reinventarnos porque hemos dejado de ser. No se trata de “reinventar la revolución” una vez más, señor cantante, como usted dice y escribe el corresponsal. (Vicent escribe “revolución” con letra inicial minúscula, a nosotros nos obligaron a escribirla siempre con mayúscula, como correspondería a la revolución antonomástica, lo mismo que el socialismo de marras. ¿Se trata de uno más de los deslices a que nos tiene acostumbrado el corresponsal habanero de El País?) Según su juicio, Rodríguez “fue bastante claro” en todas sus declaraciones. Ante un auditorio compuesto naturalmente de seguidores del cantante que abarrotaban la sala de Casa de América en Madrid, donde el encuentro y la presentación de su más reciente disco tuvo lugar, hubo espacio hasta para el optimismo y la evocación de Dios por parte de Silvio: “Aseguró” —nos dice Vicent— “que en conversaciones privadas -se supone que con gente de nivel o bien informada- había escuchado ‘extraoficialmente’ que ‘esas cosas se están revisando”. ‘Dios quiera que así sea’, [concluyó Rodríguez, según Vicent] ante una sala abarrotada, (…) que irrumpió en aplausos”. La “revisión” anunciada por Silvio de “esas cosas” que extraoficialmente atribuye a un ente abstracto, el mismo al que con un poco de sentido común habría que responsabilizar por el desastre nacional, incluido el empecinamiento en creerse infalible y exento de fiscalización, queda así supeditado a los manes del clan revolucionario sin más, y el público de sus seguidores aplaude. ¿Por qué aplauden?

Sin dudas les sigue entusiasmando el optimismo que comunican tales palabras, o el que es posible extraer de ellas. No importa cuántas veces hayan sido pronunciadas palabras parecidas en circunstancias determinadas. ¿No ha sido capaz acaso la Revolución de superar siempre todas las predicciones y vaticinios desfavorables?
Entre tanto Silvio como Vicent e innumerables otros remontan las aguas sin alejarse demasiado de la orilla. En esa equidistancia tan sutil entre el contubernio y la protestada honestidad artística radica, después de todo, la ciencia de su éxito. En un contexto de opera bufa, con escenarios convencionales y recursos trucados, estos vienen a ser los tataranietos de Fouché, herederos de una tradición revolucionaria muchas veces traicionada y superada como su Dios manda. (¡Aplausos a siniestra!).

Rolando D. H. Morelli, Ph. D.
Escritor, académico e intelectual cubano, reside en Philadelphia. Es también co-fundador de las Ediciones La gota de agua.

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Este texto fue editado inicialmente por Cubanet y enviado por el autor para su re-edición en este blog.

1 comentario:

replicante7 dijo...

Gracias, David.
Traté de poner el link en twitter desde el post pero no encontré el logo "twitteriano".
Al fin, puse el link en twitter desde mi perfil. Nunca me había interesado tener seguidores en twitter, ahora sí lo he echado de menos pues este post merece difusión.
Seguiré siguiéndote.