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(Andrei Tarkovsky - film still from Stalker, 1979)
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TRIBUNA: JORGE SEMPRÚN
Mi último viaje a Buchenwald
Los escritores son los únicos capaces de mantener vivo el recuerdo de la muerte. En ese campo de concentración, que fue nazi y después estalinista, pueden encontrarse las raíces de la construcción de Europa
JORGE SEMPRÚN 05/04/2010
http://www.elpais.com/articulo/opinion/ultimo/viaje/Buchenwald/elpepiopi/20100405elpepiopi_15/Tes
Ya no se trata de luchar contra los totalitarismos, dice Magris, sino combatir los particularismos
Cuando todos los testigos hayan desaparecido, permanecerá todavía viva la memoria judía
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En un magnífico artículo, Catherine Herszberg evocó hace poco (Libération, 13 de febrero) una visita a Auschwitz, con ocasión del 65º aniversario del descubrimiento del campo por parte del Ejército Rojo. Acompañó allí a una vieja familiar, antigua deportada. Y su relato -lleno de ironía corrosiva, una mirada precisa y una emoción contenida- confirma con brillantez una idea que comparto desde hace años: la escritura y los escritores son los únicos capaces de mantener vivo el recuerdo de la muerte. Si no, si los escritores no se apoderan de esa memoria de los campos de concentración, si no la hacen revivir y sobrevivir mediante su imaginación creadora, se apagará con los últimos testigos, dejará de ser un recuerdo en carne y hueso de la experiencia de la muerte.
El texto de Catherine Herszberg se titulaba precisamente, de forma premonitoria, Los funerales de la memoria.
Sin embargo, pese a la pertinencia entristecida de ese relato, pese a su análisis lúcido y desengañado de las trampas, las dificultades y los errores inevitables de las conmemoraciones oficiales, el 11 de abril estaré en Buchenwald, en la explanada en la que se pasaba lista a los prisioneros, para tomar la palabra durante la ceremonia conmemorativa de la liberación del campo por parte de los soldados estadounidenses del Tercer Ejército del general Patton. He aceptado la invitación que me han hecho la ministra-presidenta del Gobierno de Turingia, Christine Lieberknecht, y el director del Monumento de Buchenwald-Dora, mi amigo el profesor Volkhard Knigge.
¿Por qué lo he hecho, por qué motivos?
Por una razón principal, de la que derivan todas las demás, que son complementarias: porque es la última vez. Quiero decir, desde luego, la última vez para mí. Dentro de cinco años (las conmemoraciones oficiales, probablemente para subrayar su solemnidad, se celebran con un ritmo quinquenal), en el 70º aniversario del descubrimiento y la liberación de los campos, yo ya no estaré.
Por última vez, pues, el 11 de abril, ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez -que en este caso concreto son la misma cosa-, por última vez, diré lo que creo que tengo que decir.
¡Se comprenderá que no quiera perderme semejante ocasión!
En primer lugar, la explanada de Buchenwald, bajo el viento glacial del Ettersberg -un viento de una eternidad mortífera, que sopla sin cesar, incluso en primavera-, es un lugar idóneo para hablar de Europa. Porque Buchenwald fue un campo nazi hasta abril de 1945. Los últimos deportados, partisanos yugoslavos, salieron de él en junio de ese año.
Ahora bien, el campo volvió a abrirse en septiembre con el nombre de Speziallager n° 2, campo especial número 2 de la policía soviética en la zona de ocupación rusa.
Fue en 1950, tras la creación de la República Democrática Alemana (RDA), cuando el campo se cerró y se transformó en lugar para el recuerdo. Pero hubo que esperar a 1989, a la caída del Muro de Berlín y el imperio soviético y la reunificación democrática de Alemania, para que Buchenwald pudiera asumir sus dos memorias, su doble pasado de campo de concentración sucesivamente nazi y estalinista.
Es, por tanto, un lugar ideal, único, para reflexionar sobre Europa, para meditar sobre su origen y sus valores. Para recordar a los jóvenes visitantes -miles cada año-, a los estudiantes del mundo entero que hacen allí cursillos de historia, que las raíces de Europa pueden encontrarse en ese lugar, en las huellas materiales del nazismo y el estalinismo, contra las cuales, precisamente, se inició la aventura de la construcción europea. Unas huellas visibles a simple vista: en lo alto de la colina, la chimenea achaparrada del crematorio, apagada para siempre, recuerda a las decenas de miles de muertos del campo nazi, a quienes encontraron su tumba en las nubes, como escribió Paul Celan. Al pie del Ettersberg, en cambio, en los límites del antiguo campo de cuarentena, un joven bosque plantado por las autoridades de la RDA oculta las fosas comunes en las que están sepultados, en desorden, anónimos, los miles de cadáveres del campo estalinista.
Es un lugar ideal, la explanada de Buchenwald, para recordar el origen de Europa, pero también para pensar en su futuro, en este momento de crisis, involución, falta de aliento y empuje. Un momento en el que viene a la memoria la frase de Edmund Husserl, pronunciada en Viena en 1935, en pleno apogeo de los totalitarismos: "El mayor peligro para Europa es el cansancio".
Hoy, para emplear las palabras del gran escritor europeo Claudio Magris, lo fundamental ya no es luchar contra los totalitarismos, sino combatir los particularismos, convertir esta problemática suma de 27 países libres en una estructura multiforme y orgánica con una misma razón democrática.
Por otra parte, parece que este año participarán en las ceremonias de conmemoración veteranos estadounidenses del Tercer Ejército de Patton. Una ocasión perfecta para recordar el papel decisivo que desempeñaron en la liberación del campo los soldados afroamericanos de los batallones de choque, los jóvenes soldados hispanos del sur de Estados Unidos, con un habla castellana fluida y melodiosa, los hijos de los granjeros de la Norteamérica profunda que descubrieron, en aquella guerra justa y terrible, los valores universales de su democracia. El 11 de abril de 1945, mientras las vanguardias acorazadas de Patton, después de vencer y dispersar a la guarnición de Buchenwald y los hombres de la división SS Totenkopf, atacaban con éxito Weimar -rodeando el campo propiamente dicho, al que los estadounidenses no volvieron hasta 24 horas más tarde-, un jeep del ejército se presentó en la inmensa entrada del recinto.
Un jeep solitario en el estrépito de la batalla. Dos hombres de uniforme. Uno de ellos era civil, quizá periodista. El otro era un oficial, primer teniente. Pero lo importante no es eso. Lo importante son sus nombres. El civil se llamaba Egon W. Fleck, el oficial, Edward A. Tenenbaum. Decid estos nombres en voz alta y contened vuestras risas, contened vuestras lágrimas. Dos judíos norteamericanos fueron los primeros en franquear la entrada al campo de Buchenwald, acogidos como vencedores por los hombres en armas de la resistencia antifascista.
En los archivos estadounidenses puede verse el informe preliminar sobre Buchenwald que redactaron Fleck y Tenenbaum el 24 de abril de 1945 para sus superiores militares. Todavía se sienten su sorpresa, su trastorno y su emoción, tanto tiempo después. Pero esta increíble ironía de la Historia, esta burla ontológica que significa la presencia de Fleck y Tenenbaum (judíos americanos, pero de origen alemán bastante reciente; la prueba está en su informe preliminar, redactado en inglés pero en el que emplean la palabra alemana panzerfaust para referirse al bazuca, el arma individual anticarros) en la puerta de Buchenwald, esta maravillosa casualidad, nos remite a una verdad indiscutible.
Cuando todos los testigos -deportados y resistentes- hayan desaparecido, pronto, de aquí a unos años, permanecerá todavía una memoria viva, personal, de la experiencia de los campos de concentración, una memoria que nos sobrevivirá, que es la memoria judía. El último que recordará, mucho después de nuestra muerte, será uno de esos niños judíos que vimos llegar a Buchenwald en febrero de 1945, evacuados de Auschwitz, después de haber sobrevivido milagrosamente al frío, el hambre, el viaje interminable en vagones de mercancías, con frecuencia a la intemperie, para dar testimonio en nombre de todos los desaparecidos, los náufragos y los escapados, los judíos y los goyim (los no judíos), las mujeres y los hombres. ¡Larga vida al tornasol judío que refleja toda nuestra muerte!
Jorge Semprún es ex ministro de Cultura. Perteneció a la resistencia comunista y fue deportado de Francia a Buchenwald en 1943. © Le Monde, 2010. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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NOTA DEL BLOGGER: Cuando el talento y el sufrimiento coinciden, el resultado es una sola palabra contundente y explosiva que contiene a todas las demás palabras del universo.
Verdaderamente, como dice aquí Jorge Semprún, si del hecho de escribir se desprende una misión social, es la de ser constancia viva del tiempo del escritor e incluso superarlo para convertirse en advertencia contra el olvido. No es regodearse en el pasado: es alertar sobre el peligro de que un hecho lamentable del pasado se regenere y adquiera nuevas formas para hacerse presente en el futuro. Y es doloroso que estas voces sean tan pocas y aisladas.
La coincidencia formalmente antagónica pero íntimamente semejante que se describe en este magistral artículo va desde el amplísimo escenario europeo a cualquier particularismo del mundo occidental contemporáneo que ha derivado de malgastar la vida tirando de los dos extremos de una misma cuerda atada a una misma razón o sinrazón. ¡Con cuánta facilidad, y con cuánto espanto, el hombre se equivoca cuando piensa alto, por encima de su pobre e insignificante cabeza!
Desde el ostracismo y la oscuridad del cajón de mi mesa, le digo simplemente:
¡gracias, Sr. Semprúm!
© 2010 David Lago González
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4 comentarios:
Es un bello texto. Lo leí doble, en El País, y aquí, aunque aquí tiene el colofón de tus palabras, mucho mejor.
Sí, y gracias por la parte que me toca. Otra vez el azar viene en auxilio de uno, porque esta mañana estaba especialmente por los suelos, y después de leer ese artículo --que, en definitiva, no es nada optimista-- me he recompuesto algo.
Besos Zoe.
Me ha emocionado, y tu tambien David que le pones un toque en do mayor, que estremece, gracias
¡Larga vida al tornasol judío que refleja toda nuestra muerte!
recomponte niño, que andamos recolados
Gran, gran artículo de Semprún. En muchos de sus planteamientos con Semprún no he estado de acuerdo, pero no por ello nunca he dejado de reconocerle, y admirar su alto nivel intelectual y de ser persona culta. Fue de lo mejor que hizo en la primera legislatura F.G. de ponerle de ministro de cultura, por otro lado me entristece cuando escribe en este gran artículo, que es su última vez porque dentro de cinco años ya no estará. Simplemente espero que nos dure por mucho tiempo. Muchas gracias por incluir este artículo porque andaba con interés en buscarlo y leerlo, después de leer uno de Patxo Unzueta (pero muchísimo inferior a este, llamado: "Semprún, las fosas de Kayn y Garzón" del día 15 de abril de 2010.
Gracias, y un saludo.
JUAN
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