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Hoy fui a comer a casa de mi familia brasileña para celebrar la Pascua. En Madrid no se celebra de esa forma y, que yo recuerdo, tampoco se hacía en Cuba. Pero en Brasil sí y entiendo que más estos amigos que son del sur y de ascendencia alemana. A mí lo del huevo de Pascua me suena a Europa Central, pero nada más. Comí espléndidamente, como siempre.
A mi regreso en el metro, entró en el vagón un chico de unos 13 o 14 años que, muy nervioso, atropelladamente y casi a punto de llorar, explicó a los no muchos viajeros, en total brasileiro, que hacía aquello por ayudar a su madre por la situación tan apremiante que tenían. E inmediatamente se puso a cantar a capella y en perfecto inglés una canción medio gospel medio hip-hop mientras llevaba el ritmo con el chasquido de los dedos.
Quedé muy conmovido, casi a punto de llorar también y me recordó de un anochecer en Madrid a los primeros días de volver de Galicia, cuando bajé a comprar pan y me encontré a un indigente bebiendo de un alcorque (lo uso después en un relato que se llama “Eufemismos”). Yo fui el único que le dio una moneda. La dejé caer en un calcetín negro que llevaba entre las manos. Ridículamente le dije: “Tranquilo, rapaz”, pero dudo que él lo haya oído. Por suerte, uno siempre con el problema del pudor…
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