martes, 23 de febrero de 2010

ROLANDO H. MORELLI - Los tiranos mueren. ¿Sobrevive la vileza?

http://www.cubanet.org/CNews/y2010/feb2010/23_O_1.html

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Los tiranos mueren. ¿Sobrevive la vileza?

(Los que son, los que están y los que las pintan calva).

Rolando D. H. Morelli, Ph. D.

FRASE: Entre tales servidores bien aprovechados he conocido a no pocos en mis años de exilio, disfrazados de periodistas, de libre pensadores, de hombres de negocio, de banqueros, de actores y actrices, de directores teatrales, de activistas, síndicos o sindicateros, de profesores universitarios, de escritores, poetas y no sé de cuántas cosas más

FILADELFIA, Pensilvania, febrero, www.cubanet.org -Un chiste procedente de Cuba, cuenta que desde su lecho de muerte el Primer Tirano en Jefe oye un murmullo de voces, e inquieto pregunta al segundo de la tiranía y su primer acólito e intérprete: «¿Y eso que es, Raúl?»  El adulón de su hermanito, que ha organizado para la ocasión una masiva manifestación de duelo popular, le responde prontamente: «Es el pueblo, Fidel, que viene a despedirse…» En ese instante, como si hubiera sido picado por un tábano se sacude el comatoso, intenta incorporarse sin ayuda y pregunta con una ferocidad renovada en la voz: «¿Y a dónde creen esos que van sin mi consentimiento?»

El cadáver de la tiranía ha entrado en movimiento estos días. Imposible saber de seguro qué murmullos o estímulos lo animan. No se trata de Lázaro redivivo, asombrado y dispuesto a aprovechar una segunda oportunidad que de tal modo se le presenta, para redimirse. Oportunista, a la manera de los virus y las alimañas, la tiranía castrista sobrevive a costas de su pueblo, y de cualquiera que se ponga al alcance de su uña, de oportunidad en oportunidad, y gracias a los oportunistas de toda laya que la sirven a la vez que se cobijan a la sombra enferma que proyecta.

Entre tales servidores bien aprovechados he conocido a no pocos en mis años de exilio, disfrazados de periodistas, de libre pensadores, de hombres de negocio, de banqueros, de actores y actrices, de directores teatrales, de activistas, síndicos o sindicateros, de profesores universitarios, de escritores, poetas y no sé de cuántas cosas más. En infinidad de casos se trata, pura y simplemente de oportunistas avezados. En otros tantos casos se trata de verdaderos convencidos de su causa. Estos últimos, no son ni siquiera comunistas, si por tal se entiende a un individuo poseído por el equívoco complejo del llamado igualitarismo que ha de terminar, como siempre ha terminado, donde mismo empezó: ¡Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros!, que diría Orwell. ¡No! Se trata de resentidos de todo orden. De gente a fin de cuentas desesperada (y desesperante) inconforme con su condición humana, o desterrada, o frustrada de cualquier manera, que halla la manera de reivindicarse a sus propios ojos y a buen resguardo, mediante la idealización de un fauno, por demás decrépito.

A mi regreso de uno de los tantos viajes que di a Cuba cuando mi madre moría lenta y penosamente de cáncer, coincidí por puro azar en el aeropuerto de Rancho Boyeros con un viejecito de apariencia limpia y algo espiritado que resultó ser periodista en Miami, y lo había sido antes en Cuba. El nombre no me era del todo desconocido pues que de niño había leído yo, todavía en Cuba, algún escrito suyo. Luego le habían calumniado acusándolo de todo lo posiblemente vil cuando se marchó del país, antes de que sobre su nombre cayera el silencio más absoluto.

Y ahora, este viejecito —incluso simpático— que al parecer contaba con ciertas facilidades (o bien mentía al respecto) para ir y venir de los Estados Unidos a Cuba, me contaba cómo era que en Miami no se podía ya vivir por causa de los cubanos que seguían llegando en oleadas, y razonaba disparatando que la Revolución había querido adecentar el país, pero que Fidel no lo había conseguido por culpa de esos mismos cubanos que no lo comprendieron. Fidel tenía razón. Y él se había equivocado al juzgarlo comunista. Ahora se había reconciliado con la verdad y Fidel hasta lo recibía de vez en cuando o lo había recibido alguna vez. No consigo precisar qué fue exactamente eso que me dijo y reiteró en varias ocasiones. «A mí me acusan ahora de comunista y de infiltrado. ¡Ahí en ese Miami que usted seguramente conoce también! Y no me permiten escribir en los periódicos de ahí. Claro que yo soy un bicho, y me cuelo hasta por el ojo de una aguja. ¡Yo soy un sobreviviente! ¡Un bicho! Y escribo lo que me da la gana donde me lo publiquen».

Aunque me daban ganas de dejar al enajenado señor con la palabra en la boca, opté por quedarme sentado donde estaba y oír cuánto tuviera que decir. Un escritor no sabe nunca en qué momento habrán de servirle ciertos diálogos y confesiones ni siquiera buscados, que las impredecibles Musas le sirven en bandeja de plata y es de buena educación no rechazar. Al cabo, el indignado viejecito puso en mis manos varios ejemplares de otras tantas publicaciones miamenses que reproducían impresiones habaneras o viceversa. No tuve ocasión, naturalmente, de preguntarle de qué censura se quejaba entonces. A lo mejor el exilio simplemente no estaba interesado en oír sus patrañas o puntos de vista, pero de eso a creer que se le censuraba por el mero hecho de no ser popular o muy leído había su distancia.

Desde entonces he perdido de vista al señor periodista, pero he oído decir de él en Miami y otras partes (incluso a algunos amigos en Cuba) que en efecto, es comunista.  Lo que en realidad buscan decir, no es que sea comunista comunista, sino que tiene alma, pluma y voluntad de servicio a la causa que se proclama tal (¿entonces por qué habíamos de dudarlo?) y que representa con ventaja Fidel Castro. Noto y anoto como cosa curiosa, que este señor que fuera aliado y simpatizante del joven revolucionario Castro, y que se apartara del régimen cuando aún era joven y presuntamente idealista, haya retornado al seno del tirano en su vejez para entregársele y proclamar su lealtad, devoción y arrepentimiento. Todo ello se presta a conjeturas que se hacen y sirven para dar volumen al personaje miamense, que de otra manera carecería de relieve. ¿Se trató siempre de un infiltrado en tierras del exilio verdadero? ¿Obran en las manos de la Seguridad del Estado cubana algún o algunos trapos sucios con los que amenaza al viejito de marras? Me inclino por la hipótesis más benigna de que, las inclemencias de la edad y el destierro, y acaso mucho de vanidad herida, le inclinaran hacia lo que no es sino traición a sí mismo. ¡Pobre diablo, víctima por partida doble de la tiranía que aúpa a conciencia o sin conciencia! ¡Da lo mismo!

La eximia y nunca olvidada Lydia Cabrera me dijo una vez en Miami, en ese tono conversable que era el suyo de toda ocasión, que “antes que ser escritor o artista o lo que [fuera], uno [era] persona con dignidad, y cubano entero”.  Es decir, que no se trata de una cuestión de conveniencia o de “tener opiniones distintas” —como a veces se afirma— sino de ser consecuentes con unos principios fundamentales, que son también fundacionales: de nuestra persona, de nuestra integridad, de nuestra nacionalidad. Lydia Cabrera vivió ignorada en España a su salida de Cuba, como asimismo ocurrió con el gran poeta Gastón Baquero y tantos otros  —ella que en su patria era conocidísima, por ser ella misma y por ser hija del patricio don Raimundo Cabrera y cuñada de don Fernando Ortiz— y modestamente en Miami, donde murió a los noventa y tantos, hace unos años, consumida por la edad, mas no vencida. Invicta en su pobreza no indigna, siguió trabajando y escribiendo sobre Cuba y costeándose ella misma o con la ayuda de algunos amigos sus libros, que el régimen prohibía leer en Cuba, y a la muerte de Lydia comenzó a editar para consumo externo de turistas despistados o viajeros alertas que paguen en dólares contantes y sonantes por una edición pirata de El monte, que sólo puede encontrarse en el aeropuerto José Martí.

Sin embargo, ni Lydia ni Gastón rogaron al final de sus vidas ser acogidos al redil del tirano. ¡Ésa ha sido y es la regla de nuestros intelectuales exiliados! Ser ellos. Primero personas con dignidad y respeto por sí mismos. Primero cubanos que tener un país cautivo por público que los lea, y un gobierno despótico que pague la infamia de sus servicios con las ediciones de sus obras. Sin embargo, las excepciones no sólo confirman la regla sino que sirven de caja de ecos al tirano, allá, acá y acullá. Se las dan de mártires, hablan de reconciliación con lo irreconciliable, siembran a su alrededor la confusión en que viven y prosperan, para ocultarse en las marañas. Al final, puede que hasta lleguen a creerse lo que dicen. No son ‘comunistas’ en sentido lato, ni en sentido estrecho. No son sino arrepentidos por auto-persuasión o disuasión y conveniencias oportunas de su persuasión primera: apóstatas de su apostasía.  No son iconoclastas con causa. Ni siquiera son todos ancianos vencidos por la nostalgia o las aflicciones de la preterición. ¡No son! ¿Han dejado de ser? Tal vez nunca fueran nada. La tiranía es una absurda maquinaria sin alma cuyo combustible más preciado son los desechos que consigue por la fuerza, o que fomenta con su capacidad de seducción sobre algunas materias maleables y ciertas naturalezas predispuestas. 

Rolando D. H. Morelli, Ph. D. Escritor, académico e intelectual cubano residente en Philadelphia, es asimismo el fundador y director de las Ediciones La gota de agua.

3 comentarios:

David Lago González dijo...

¿Que si sobrevive la vileza????? Ja ja ja ja ja... No me hagas reír, que el botox me convierte la sonrisa en una mueca...

Anónimo dijo...

¿Que si sobrevive la vileza?????

y se agranda y echa raices y apesta y anda suelta hoy mas que nunca porque de tribus de oportunista, de gente sin escrupulos y de sirvenguenzas esta lleno el exilio cubano, o ver lo que andan corriendo como calumnias sobre margarita

Maria dijo...

No sabía que Lydia Cabrera vivió en España (Sí Gastón Baquero), ni mucho menos de su pobreza aquí y en EUA; creí que alguna univ americana le habría contratado. Leí El Monte, con mucho interés hace años, y siento su destino.

Rolando tiene la habilidad de retratarnos al vil de modo que también nosotros lo veamos deleznable, sea famoso como Juanes o humilde como este desgraciado.

¿La vileza?: el aire que respiramos; Lula da Silva en Cuba, me he acordado ahora.El día que Orlando Zapata agonizaba, por mencionar sólo lo peor que ha ocurrido hoy en Cuba.
Un saludo al profesor.