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Leyendo en Wooster otro domingo por la mañana es una de esas cosas sencillas, normales y maravillosas de las que no pueden disfrutar las personas que siguen viviendo en el país donde yo nací. Verdaderamente desearía que todo el mundo fuera capaz de compartir esa dicha.
Compro El País, que hoy trae de regalo el DVD de Il Gattopardo, esa extraordinaria película de Visconti, adaptación de la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Realmente no se cuál es mejor: son las dos iguales en calidad pero complementarias y cada una vale por sí misma; lo que no vale la pena es compararlas. La actuación de Burt Lancaster es soberbia y muy bueno también el Tancredi de Alain Delon y la actuación de la bella Cardinale. Esa novela marca sentencias que prevalecen para toda el paso de la historia, anterior y posterior a ella.
El artículo del periodista Moisés Naím es preciso y claro, diáfano como esos días madrileños del verano en que no se ve una sola nube en el cielo. Para los cubanos que no hablamos la germanía común del patrioterismo es verdaderamente un alivio encontrarse con personas, ajenas a tal condición geográfica, que utilizan un lenguaje afín. Su comentario sobre el comentario aportado por el saliente Lula da Silva es ácido y exacto como un reloj a la una implacable de la tarde, y de ahí me da para sacar dos posteriores “quotes to remember” que más tarde colgaré.
También me leo lo escrito por Mauricio Vicent y, a tanta insistencia, no dejo de reparar en la constante, cada vez más constante, del ingrediente “racista” oficial en el dejar que la vida de este muerto en vida se fuera definitivamente hacia el otro lado. Por contribuciones de amigos que han tenido que volver algunas veces y por manifestación de “personas del color” que he conocido posteriormente, aquí, he sabido del grado de racismo que ha alcanzado la realidad insular, cosa que en verdad no era todavía imaginable cuando “disfrutaba” de mis últimos días comunistamente paradisíacos.
Luego camino un poco. La “bomba meteorológica” de ayer ha dejado el día límpido, con sol bueno y mar de espuma, “divino” que diría nuestro apóstol Pepe Martí, y es otro placer dar zancadas por El Rastro, sin la sangre por la ganadería que antaño rodaba por ese nombre pero con cuidado de los pickpockets dominicales que acuden como moscas al horario pico entre las doce y las dos del mediodía. Quiero comprarme un atril para typear cosas al ordenador pero el dinero ya desde antes no me alcanza, y aun así termino comprándome un colgante de pared para todos los juegos de llave que tengo (no sé cuál es su nombre exacto en castellano). Veo cosas, miro cosas, nada me compro, todo me tienta, pero sé que a mitad de mes ya careceré del dinero para poder comer. Entro en casa con el propósito de hacer esto que ahora estoy haciendo, pero me pongo a hablar por teléfono: me revuelve y me abruma tanto todo lo que sucede. Mañana habrá una misa por el alma del difunto, en esa foto que se muestra por todas partes tiene cara de diablillo y las autoridades de la Isla dicen que en realidad era un vulgar delincuente común. Lo que sí sé es que no hay nada más vulgar que la Revolución Comunista y todos los comunismos y fascismos del mundo. A nadie que haya vivido al menos la mitad de su vida en La Isla Paraíso puede serle ajena la posibilidad, la peligrosa posibilidad de ser culpado de cualquier cosa. Y qué pasa si fue formalmente sentenciado por alguna causa común: en Madrid un drogadicto (Antonio Puerta) da un puñetazo a un profesor universitario (Jorge Neira) y de inmediato se le establece un juicio mediático paralelo acusándole de delincuente, razón que sirve de atenuante en crímenes y asesinatos, y en definitiva son los mismos que se “colocan” en habitaciones de hospitales en las que yo he ocupado la cama tercera.
Luego ya no es posible escribir, mezcla de soledad, de impotencia, de grano en el culo, de incapacidad para calentarme cualquier cosa para comer (“almorzar” en cubano) —“cualquiera cosa”, como decía mi tía Ermitas— y me vuelvo a Wooster en busca de medio menú; pero los platos se han ido terminando, de manera que tengo que comerme un menú completo, y luego de la paella, los calamares a la romana y la media garrafiña de vino tinto (“tinho de sangue”), y el helado de menta que un camarerito amigo me sirve abundantemente, decido pasarme a la barra a tomarme un express (italiano —hay que precisar para que te lo hagan bien, a lo George Clooney, what else?) y una copa de Bailey’s, licor medio de maricones medio de señoras medio pijo. Y después de conversar con los chicos y chicas de la empleomanía, me regreso al palomar y me pongo a escribir, me bebo un culín de amaro siciliano y continúo con grapa, y, ¡oh! todo suena tan italiano... que yo mismo no comprendo cómo puedo compaginar mi cosmopolitismo con mi negra oscuridad localista que dio inicio y continuidad a mis vidas paralelas, inseparables e insuperables.
© 2010 David Lago González
3 comentarios:
Muy bueno. Saludos.
Buen resumen de Domingo David, aquí el tiempo no da aún para esos paseos placenteros, dentro de un par de meses quizás. Saludos.
Me tuviste sin aliento por el Rastro, que susto la "molotera" y bien lei lo que hay en "el cubierto".
Por cierto soy de las que bebe Bailey’s ...
te abrazo amigo mio
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