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NOTA DEL BLOGGER: Mi amigo Rolando --que cada vez escribe mejor-- se ha vuelto un respondón. Está harto, igual que estamos otros tantos. Quizás por inevitabilidad nos toca a los más independientes, cansarnos de tanto sectarismo (muy oportuno el post de Zoe) y tanta maniobra cada vez menos encubierta para intentar forzar a que los que salimos de Cuba con un mínimo de dignidad y no hemos hecho un negocio o una forma de vida de ninguna de sus variantes, continuemos caminando por el sendero de la eliminación total que desde los inicios de Tan Aciago Incidente comenzaron a experimentar con nosotros. Por ahora es todo.
David Lago
-o-
¿Prepotencia anticastrista, o Armengoloso refocilarse?
(http://www.cubanet.org/CNews/y2010/feb2010/16_O_1.html)
Rolando D. H. Morelli, Ph. D.
FILADELFIA, Pensilvania, febrero, www.cubanet.org -Tanta mala leche evidente resuma la más reciente de las diatribas que contra el exilio escribe un tal Alejandro Armengol, acogido a sagrado entre las páginas de El Nuevo Herald, que, renunciando a mi intención inicial de mandar a la papelera dicho escrito enviado con algunos artículos de verdadero interés por amigos residentes en La Florida, me obligo a unos comentarios. Más que estar dirigidos a quien desde su poltrona mediática desbarra epítetos y acusaciones de alto comisario ideológico, denostando los ingentes esfuerzos de diferentes organizaciones por servir de enlace entre la Isla y el mundo, van encaminados a reflexionar con un lector inteligente, que es el de CubaNet, uno de esos medios que desde el exilio —aludidos por él, aunque sin ser nombrados—, demoniza Armengol.
Es posible, si bien el señor periodista del Herald no hace siquiera intento de demostrarlo o respaldar su opinión con alguna evidencia racional, que algo del dinero empleado desde hace años por instituciones privadas así como por entidades del gobierno norteamericano con el fin de promover vías que faciliten en alguna medida la consecución de la libertad y la democracia en Cuba mediante el apoyo financiero a muchas agencias noticiosas del exilio y de la Isla, sin tales recursos a su disposición, resulten mejor o peor utilizados y aún que algunos sujetos en alguna parte puedan utilizar dicha ayuda financiera de manera oportunista o deleznable. De ahí a llegar a una conclusión que es ante todo una premisa sin otro soporte argumental que su mera declaración, hay un gran trecho. Lo recorre el señor Armengol, como suele hacerlo, a pasitos de danza clásica interpretada por un bufón, y repartiendo brochazos (de brocha gorda se trata, naturalmente) a diestra y siniestra, aunque en realidad el pintor es diestro —admitámoslo— en su pintarrajeo. Gusta del rojo en todos sus matices: del grana escandaloso al último de los tintes carmesíes, pero sabe emplear de otros embarres como el gris sucio mezclado de bermellón, así como las tintas escuálidas también llamadas medias tintas.
A todos los esfuerzos por levantar puentes de comunicación efectiva entre el exilio y el pueblo oprimido del que procede, radicado en la Isla, llama Armengol nada más y nada menos que “un gran derroche de fondos”. Y después de mucho andar declara que “la clave (…) no es que varias organizaciones de Miami y Washington [D.C.] se dediquen a estas labores, sino que las lleven a cabo con el dinero de los contribuyentes norteamericanos. No es correcto que con fondos fiscales (sic) se financien programas que intentan producir un cambio de régimen en Cuba. Lo que tiene que hacer [el gobierno de] Washington es acabar de tirar a la basura cualquier plan —concebido por burócratas, políticos y vividores— para una supuesta transición democrática en la isla, y limitar la ayuda en este sentido a un fondo humanitario para los opositores presos”.
Empecemos por el final, es decir, la recomendación de este señor del Herald, de que toda ayuda debería “limitarse” a lo que él llama con sus acostumbrados eufemismos cuando estos le vienen bien, “un fondo humanitario para los opositores presos”. De procederse con arreglo a dicha sugerencia, se estarían creando a no dudarlo las condiciones ideales para una inmediata y masiva encarcelación indiscriminada de personas en la isla, porque a la larga ese dinero iría a parar a las arcas de la tiranía, como sucede ahora mismo, mal que nos pese, con las remesas de todo tipo que enviamos a familiares y amigos. ¿Podemos renunciar, sin embargo, a ofrecer tal ayuda? La respuesta, si es que se trata de que hay una sola respuesta a esta pregunta, es difícil y compleja y no responde a los esquemas con que se aparece el señor Armengol. Por otra parte, los fondos destinados a cualquier esfuerzo por la libertad del pueblo cubano se nutren no de un “contribuyente” en abstracto, sino que esa masa humana está conformada igualmente por cubanos que en el exilio trabajan y contribuyen cada día con su esfuerzo y su inteligencia al bienestar financiero de la nación en que viven o que han adoptado como segundo hogar. De la misma manera en que el espíritu de la nación norteamericana no se echa atrás a la hora de socorrer a países necesitados como Haití y muchos otros alrededor del mundo, tampoco sería serio aconsejar que frente a la sacudida sísmica cubana se mostrara remiso. ¿Irá a donde está encaminada toda la ayuda a Haití o a los necesitados del mundo, a los desplazados por las guerras, etc.? ¿Quién podría garantizar la absoluta consecución de este fin? ¿Habríamos entonces de echarnos atrás y declarar que no se ayuda si no se garantiza de manera absoluta la idoneidad del destino de dichas ayudas? Únicamente la insensibilidad y falta de civismo de un memo podía concebir semejante resolución. ¿Por qué entonces se empecina Armengol en exigir un rigor sin paralelo en el caso de la ayuda financiera a instituciones, personas y grupos de apoyo a la disidencia en Cuba y en los Estados Unidos, que se empeñan en hacer labor común en el campo de la información y el intercambio de ideas? Algunos, naturalmente, entre los que se cuentan los infiltrados de la tiranía que no podían faltar a éste y el otro lado del mar se beneficiarán apoderándose de algunos dólares. En cuanto a la falta de fiscalización de que habla Armengol, de ser cierto que las instituciones y dependencias gubernamentales de Washington que aportan fondos no llevan un conteo adecuado (cosa que es más que dudosa, y por tanto implica una doble calumnia a los que aportan y a quienes reciben tales ayudas), la responsabilidad o falta de ella de las fuentes, no puede ser atribuida a quienes trabajan día a día porque funcione y siga funcionando el puente a duras penas levantado entre la isla y el mundo.
“Cabe preguntarse” —sugiere Armengol— “qué importancia han tenido tantos y tantos artículos de poca calidad, así como reportajes mal hechos, que desde hace años llegan a La Florida y a todo el mundo gracias a la existencia de supuestas “agencias” que aquí en Miami los recogen y distribuyen”. Según su propia respuesta, nada de eso ha servido para conocer mejor la realidad cubana. “¿Han sacado a la luz hechos importantes? ¿Se puede creer en lo que se afirma en muchos de ellos? En la mayoría de los casos, estas preguntas tienen una respuesta negativa”. Armengol dixit! Si aplicáramos iguales criterios a los escritos de Armengol en el Herald, ¿no estaríamos obligados a llegar a iguales conclusiones que las suyas respecto a quienes impugna? Ahora bien, no es cierto que los reportajes procedentes de Cuba y otras partes acerca de la realidad cubana, incluso aquellos que no son precisamente modelos de periodismo, no hayan tenido una profunda resonancia en el mundo de la información. Todos estos seudo argumentos que emplea el señor Armengol ya han sido utilizados antes por la misma gente en relación a Radio o TV Martí, que aún con sus fallas constituyeron y constituyen punto y aparte en la trayectoria llamada “informativa” del régimen cubano y sus afines en cualquier latitud, los que hasta el momento mismo de ser creados tales medios de difusión, gozaban de un monopolio absoluto sobre la percepción de la realidad cubana.
Ya basta. ¡Basta ya, señor Armengol, y Armengoles todos que viven a la sombra del exilio, parasitándolo como vampiros de la noche! Cuando ustedes hablan, ocultando la prepotencia que los caracteriza, de la supuesta prepotencia de otros, en realidad se caracterizan a los ojos de cualquier lector medianamente enterado, y a fin de cuentas se descaracterizan. ¡Más cautela! La arrogancia es muy mala consejera, sobre todo cuando es iletrada. Recuerda aquello de “el maestro Ciruela, no sabía leer y puso escuela”. Los malos de la fábula que declaráis sois vosotros mismos, vuestra imagen en el espejo que os contempla sin integridad ni valor para reconocerse. No de otros se habla en la truculenta fábula de marras, señor, sino de usted. ¡De ustedes se habla! ¿No os reconocéis? Además de todo lo otro, estáis ciegos.
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*Nota. Declaro aquí, casi solemnemente, y sin que medien presiones de ninguna clase, o sugerencias de ninguna índole, que no soy empleado, ni estoy a sueldo de ninguna agencia de Miami o de cualquier otra parte. Todo lo que he escrito va por mi cuenta y riesgo. ¡Lo juro! ¡Créanme!
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Rolando D. H. Morelli, Ph. D.
Escritor, académico e intelectual cubano residente en Philadelphia, es asimismo el fundador y director de las Ediciones La gota de agua.
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