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A MODO DE INTRODUCCIÓN
Creo que cursaban todavía los años 80 cuando una tarde, recorriendo la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que ocupaba la mayor parte del Paseo de Recoletos, en Madrid, hubo de dar con un libro de tapa dura gris en cuyo lomo se leía “Literatura Rusa Clandestina”. Sin pensármelo mucho, decidí birlar a mis deberes la para algunos exigua cantidad de 500 pesetas y hacerme con el libro de marras. Era una recopilación de relatos escritos por patronímicos desconocidos, que han seguido siéndolo a lo largo del tiempo transcurrido y a pesar de las sorpresas históricas acontecidas. Habían sido editados artesanal e inicialmente en los célebres Samizdat, “publicaciones clandestinas” que circularon en la Unión Soviética y cuyo nombre era una abreviatura con alusión irónica a la de Gosizdat, que correspondía a la Editora estatal rusa.
Años después vendría la lectura de los demoledores testimonios de los “Archivos Literarios de la KGB”, pero esos relatos ya me habían impresionado lo suficiente como para sentirme siempre reflejado en el espejo de esos artistas que prácticamente perdieron sus nombres, sus obras y el significado de sus vidas bajo el anonimato impuesto por una ideología bestial y sutil que me ha hecho hermanarme a sus destinos.
En ellos pienso también cuando escribo este trabajo.
El Autor
-o-
Perteneció a esa generación de artistas que, como gorriones de Mao, la Revolución obligó a volar lejos de su habitat, hasta reventarlos. No tuvieron respiro, ni pudieron llegar. Cuando entraron a la Universidad, los expulsaron. Y cuando salieron a la calle, los encarcelaron. Después los deportaron, y los mandaron a ese campo de concentración que es Miami. El Exilio se presentaba como un inmenso arrozal donde, ya por costumbre o por miedo, evitaron posarse. Muchos artistas desahuciados y desconocidos deambulan por las calles de la ciudad: son como muertos vivos.
Néstor Díaz de Villegas
(In memoriam Carlos Victoria)
En el panorama cubano de la creación literaria y artística existen especialmente dos generaciones (grupos generacionales, grupos, grupos circunstanciales) que han sufrido o experimentado, con mayor crudeza y consecuencias, el rigor represivo de La Revolución y su comunismo insular.
La primera fue el llamado grupo de EL PUENTE, que reunía espontáneamente a jóvenes artistas, mayormente literarios, que al triunfo de la Revolución habían alcanzado ya una definición en el primer paso de la evolución creativa. Es lógico y totalmente admisible que este conjunto de sensibilidades diversas, pero provistas todas del germen anárquico (y también contestatario) de todo acto creativo, se sintiera esperanzado y entusiasmado ante lo que les parecía —y aparecía— como “un cambio”, algo nuevo y fresco que políticamente estuviera más en la línea de sus irreverencias hacia los estrechos cánones de una sociedad burguesa y socialmente obsoleta que rechazaban. Muy pronto iban a saber cuán más estrechos aún eran y serían para siempre los parámetros de aquel cambio de dirección con que la Historia, y la terrible historia de las confusiones, comenzaba a cercenarles y a definir los destinos de sus vidas y carreras, y no solamente las suyas propias sino las de todo un pueblo, tanto para bien como para mal, a lo largo de los próximos 70 o 100 años futuros, ya fuera por contacto directo como por las consecuencias de por vida derivadas de la experiencia. Es de significar que esa “terrible historia de las confusiones” no iba a limitarse a las cotas jurisdiccionales de su pequeño e insignificante territorio nacional, sino que contagiaría a la mayor parte del mundo, sobre todo occidental, tanto desde lo más primario como hasta lo más intelectual y “pensante”, lo cual serviría de muro de resonancias para la represión que ya experimentaban en casa. EL PUENTE simplemente no estaba previsto en el “stablishment revolucionario” (aún incluso no auto-declarado como comunista), y sucedía por iniciativa propia y personal de un conjunto de jóvenes que ese gran poder incipiente (pero excesivo y totalitario desde su cimiente) no había creado ni controlado, y que al intentar lo segundo dio al traste con el movimiento, dispersándolo y anulándolo a través de la represión y el terror, sirviendo de involuntarios e inocentes conejillos de Indias en los que experimentarían todos los métodos posteriores de disuasión y control de la personalidad artística individual. La Revolución, lejos de ser un elemento aglutinador, es un monstruoso elemento y mecanismo de separación y anulación de la voluntad individual, así mismo como de la manipulación colectiva y de una tergiversación propagandística, amén de maquiavélica, convincente a los seguidores con una fe de base (irracional, como suelen ser todas las variantes de la fe). A los jóvenes de EL PUENTE les tocaría ser los primeros en estrenar toda la gama de métodos de disuasión: exilio temprano, represión carcelaria, asociación con extranjeros y expulsión del país, métodos “correctivos” psiquiátricos, sujeción, auto-control, auto-censura, ostracismo, resignación acomodaticia y oportunismo voraz, pasando, claro, por todo tipo de traiciones y contradictorios lazos umbilicales mitigantes de la mezquindad que en ocasiones furtivas reúnen a comensales antagonistas alrededor de una mesa (que no es precisamente “La Mesa de la Verdad”). Todo un lamentable y tristísimo muestrario de lo que entonces se perfilaba como futuro inevitable.
La segunda generación a la que quiero referirme y que es el objeto de este trabajo es la que atañe principalmente a personas que habíamos nacido alrededor del año 1950 y que al triunfo de la Revolución estábamos entre la niñez y la pubertad, gente que en un momento vital de tránsito y formación del carácter, recibimos de lleno el impacto de un fenómeno político-histórico-social, único en sí mismo, que se permitió cambiar todo el orden establecido, con sus valores correspondientes, en apenas unas 24 horas que se hacen eternas y que dejan desnudo —o al menos, sumamente confundido— al protagonista y receptor involuntario de tal cambio. Fue como hacernos hombres y mujeres en el transcurso de una noche, de una forma nada natural. Esta aceleración brusca de la historia nos ponía en la disyuntiva de aceptar o rechazar drásticamente lo que el paso natural de la vida nos había ido enseñando y abrupta -y puedo decir también que violentamente— debíamos dilucidar sobre lo bueno y lo malo, lo acertado y lo errado, de la educación, forma de vida, costumbres, tradiciones, que habíamos ido recibiendo desde nuestro nacimiento. Nos forzaba a decidir cuando aún no teníamos la capacidad suficiente para hacerlo por nosotros mismos y el acto de decidir era una labor y un deber que mayormente correspondía a nuestros progenitores, a nuestros mayores.
Al mismo tiempo fuimos culpados abierta, públicamente, de lastres de los que no éramos conscientes. No fuimos los primeros “niños (naturales) de la Revolución”, sino los niños que la Revolución había heredado de lo que se dio en llamar poco después “la pseudo-República”, en alusión a que todo lo que no había sucedido bajo el catalizador de la pureza “revolucionaria” era en lo absoluto válido. De modo que nuestra educación en cierta forma pasó a ser un “correctivo” de supuestas desviaciones que acarreábamos de la influencia pequeño-burguesa de nuestros padres y familia. Creo que nuestros mayores intentaron protegernos físicamente ante esta avalancha de insultos vedados que propinaban a su papel de educadores a través de su apreciación de la conveniencia en aceptar los nuevos cánones, aun a costa de la posibilidad de perdernos como hijos (como sucedió en muchos casos, de ahí aquello de que los hijos denunciaran a sus padres, etc.) Intuyo el (razonable) pánico que un hecho de tal calibre despertaría en ellos, y de ahí aquella primera estampida de familias enteras con el propósito de “salvar” a sus hijos de algo que no sospechaban en toda su magnitud y que de cualquier forma sospechaban mal y entonces por debajo de toda realidad. Fue la explosión de la posible pérdida de la patria potestad, que dicho ahora suena ridículo pero que para ellos debe haber parecido simplemente atroz.
Esto ocurrió de forma generalizada con todos “los niños del 59”, pero se intensificó especialmente con aquellos de nosotros que comenzamos a experimentar “inquietudes artísticas”, y lo pongo entre comillas porque ello sirvió como motivo de recelo y persecución sistemática como posible ingrediente homosexual y de desviación de la conducta, y en general factible de dedicarnos un seguimiento personalizado. Todo parecía indicar que, más bien lejos de precaver que nuestra generación degenerara en un atajo de inservibles viciosos nada dispuestos a seguir la senda del “hombre nuevo” perfecto sólo posible en las mentes estrechas del Che Guevara y elementos afines, estuvieran absolutamente deseosos e interesados en crearnos como tal para proceder a aplicar más métodos de corrección en su afán de perfeccionamiento y exquisitez del sistema represivo totalitario y la anulación total de la personalidad individual. Incluso parecía planificado: éramos los que no íbamos a integrarnos en la maquinaria del poder, ni siquiera como oportunistas y vividores a expensas de contribuir a la mentira con la propia mentira de nuestra falsa colaboración, que, por otra parte, siempre se entendía que debía ser lo suficientemente entusiasta y dinámica como para disfrazar convenientemente cualquier atisbo de razonamiento personal: debía, tenía que ser enérgica, en pie de lucha constante, única manera de aceptar y cubrir la apariencias de cuán bien se mentía, sin importar que El Poder siempre era conocedor de la falsedad de tal simulación y se reservaba el derecho de descubrirlo y aplicar el castigo correspondiente cuando el oportunista de turno se sintiera lo suficientemente confiado como para creer que era más inteligente que La Revolución, verdadero pecado imperdonable.
Al fin y al cabo, como todos esperábamos, y todos los puntos cardinales así lo indicaban, delinquimos. Comenzamos a escribir, a pintar, a existir, al margen de las organizaciones oficiales que se supone eran las encargadas, no solamente de enseñarnos a hacerlo, sino también de conducirnos por el camino del reconocimiento y la aceptación; eludimos, despreciamos los talleres literarios, y eso no nos fue perdonado, ni por la Oficialidad ni por los que sí habían aceptado las reglas del juego. Decidimos no auto-censurarnos, sino auto-marginarnos, intuyendo ya perfectamente y anticipándonos a la marginación que el stablishment nos aplicaría o, en su caso, la labor de reconducir lo que escribíamos y producíamos a través de otros conceptos más acordes con la Revolución. No era en definitiva que hiciéramos nada abiertamente condenatorio del sistema, sino que lo que hacíamos no se ajustaba a lo establecido, ni en contenido ni en proyección, ni siquiera en la forma de decirlo o darle forma. Había un divorcio total de formas y contenidos, y para ser admitidos en las sendas que nos conducirían a ser “alguien” (Brigada Hnos. Saínz, Uniónde Escritores y Artistas, etc., aunque no muchas más), teníamos que renunciar a ser nosotros para convertirnos en ellos. En esta disyuntiva no éramos los únicos: había personas claramente pertenecientes a otras generaciones anteriores que también decidieron dejarse ser excluidos por razones semejantes o parecidas. Pienso específicamente en Raúl Ibarra Parladé (Santiago de Cuba), un poeta con el peso específico suficiente como para ser tratado con un respeto especial y que está muy por encima de cualquier poetastro que, valiéndose de su producción al servicio del Estado y su ideología, haya sido reconocido —y “reconocido”— como algo a tenerse en cuenta tanto dentro de sus fronteras como más allá de ellas (esto produciría un capítulo aparte).
De modo que lo que aquí yo (creo) bautizo como LA GENERACIÓN OBVIADA viene siendo más bien “un grupo circunstancial” de personas que nos mantuvimos al margen de los cauces oficiales cubanos y que en ese margen hemos desarrollado, sobre todo, nuestra iniciación en nuestra única razón de ser (el arte) mantenida en todo tiempo a pesar y en contra de cualquier posibilidad de reconocimiento. Como he querido sugerir hace un momento, esa marginación también en cierta forma ha viajado con nosotros dondequiera que hayamos ido y nos sigue acompañando en el llamado “exilio” (en definitiva, otra manifestación de “oficialidad”, con su propia regla del juego y su particular gama de valores, reconocimientos y exclusiones, y, paradójicamente, continuador y valedor del escritor y el artista oficial comunista, en el que existe también una gran confusión dado el prolongado tiempo del mismo y lo sutilmente preparado —por no decir “alerta”— que hay que estar para detectar precisamente la sutileza de una validación a la que el escritor o artista proveniente de los organismos oficiales insulares aspira y al que La Revolución le ha hecho creer merecedor de tal derecho).
Como fue un grupo que, salvo en cada núcleo, se desconoció a sí mismo en el sentido de su extensión a lo largo de Cuba, teniendo en cuenta que entre nosotros sólo existía el lazo de las circunstancias pero nunca fue un movimiento, y mucho menos algo organizado (como, curiosamente, quería “ver” a toda costa la Seguridad del Estado en mis visitas obligadas a sus villas y oficinas), es posible que sea una tarea a completar a partir de ahora. Estoy seguro de muchos nombres, pero carezco del conocimiento suficiente del pasado como para incluir con justicia a todo los que mantuvieron actitudes semejantes y específicamente a los que comprende ese periodo.
He aquí unos pocos nombres que considero podrían estar incluidos en LA EXPRESIÓN OBVIADA:
01. Raúl Ibarra Parladé Santiago de Cuba.
02 Antonio Desquirón Oliva Santiago de Cuba, 1946.
03 Carlos Victoria Olivera Camagüey, 1950.
04 José Rodríguez Lastre Camagüey, 1948.
05 David Lago González Camagüey, 1950.
06 Rolando H. Morelli Camagüey, 1953.
07 Osvaldo Lugo (pintor) Camaguey.
08 Roger Salas Pascual Holguín, 1950.
09 Delfín Prats Holguín, 1949.
10 Raúl Parrado (pintor) Camagüey, 1948.
11 Manuel Cuadrado (pintor) Camagüey, 1946.
12 Rogelio Quintana Puig La Habana, 1951.
13 Rafael Zequeira Guáimaro, Camagüey, 1950.
14. Omar Cerit Beltrán Camagüey, 1948.
15 Karin Aldrey Central Preston, Holguín, 1950.
16 José Abreu Felippe La Habana, 1947.
17 Luis de la Paz La Habana, 1956.
18 Esteban Luis Cárdenas Ciego de Ávila, 1945.
19 Evelio Cabiedes (Benny) Camagüey, 194?-199?
20 Néstor Díaz de Villegas Cumanayagua, 1956.
21 Juan Lara (actor, artista plástico) Camagüey, 1946.
22 Valentín Álvarez (actor) Camagüey, 1948.
23 Emilio de Armas Camagüey, 1946.
24 Rafael Bordao La Habana, 1951.
25 Rafael Bragado ¿?
26 Juan Abreu Felipe La Habana.
27 Nicolás Abreu Felipe La Habana.
28 René Ariza ¿?
29 René Cifuentes Camagüey, 1952.
30 Jesús Selgas (pintor) ¿?
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(Continuará...)
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© David Lago González
(Philadelphia, Sept-Oct. 2009)
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NOTA DEL AUTOR: Agradecería la aportación de otros nombres que consideren corresponden a las circunstancias antes detalladas.