jueves, 10 de febrero de 2011

ROLANDO H. MORELLI - ¡A la palestra y al podio corred, armengoleses!, que de escritores, artistas y «cederistas», dicen que se trata ahora.

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MALASAÑA 042

Remember Malasaña, 2011

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¡A la palestra y al podio corred, armengoleses!, que de escritores, artistas y «cederistas», dicen que se trata ahora.

Wednesday, February 9, 2011 | Por Rolando D. H. Morelli

 

FILADELFIA, Pensilvania, febrero, www.cubanet.org -Puesto que de altas nociones e ideales muy por encima de la comprensión de vuestras pobres cabecitas se trata, amigos lectores, no os sorprendáis de nada. Ni de que sea la palestra idónea la que facilita el Herald en español, ni de que el paladín blindado en armas contra empecinados molinos de viento vuelva a ser el señor que es. ¡Sí, el mismo Cid Armengol! De nuevo él. No es ocuparme de este caballero adarga al brazo —como quería el ínclito “Che” Guevara que fuera— lo que más me interesa. Ignorarlo sería a primera vista lo acertado, puesto que resulta lo más fácil, pero en esto de los infundios y las medias verdades o los cuarto de verdad en que se especializan los armengoles, conviene no perder de vista aquello de “que algo queda”, o podría quedar, si no le salimos al paso oportunamente. Y puesto que soy uno de los firmantes de la carta-protesta dirigida a las autoridades universitarias newyorquinas que invitaron y patrocinan la presentación del representante de un régimen liberticida como el cubano, en un foro libre, no quiero dejar sin precisar los hechos distorsionados por la visión del señor periodista Alejandro Armengol.

Para empezar, me fastidia ya el título de su embestida disfrazada de abuelita porque injusta y mentirosamente junta, baraja y confunde a los escritores y artistas exiliados y a los cederistas del régimen cubano. Quienes protestamos, en justo usufructo de un derecho que no concede la tiranía ni siquiera a los cederistas que le sirven, llamamos cívicamente la atención sobre la inconsecuencia de permitir la libre expresión en un foro democrático, al representante de un régimen que encarcela masivamente a periodistas independientes y agrede a las madres, hermanas y esposas de esos presos por no dejar que se olvide que estos presos son inocentes y fueron encarcelados por el delito (en Cuba) de escribir la verdad y darla a conocer al mundo. La democracia que no se defiende de sus enemigos, se suicida. No sé si alguien llegó alguna vez a producir esta afirmación. Se trata de una convicción tan arraigada que me parece mía, y si no lo es, la abrazo igualmente y me la apropio. ¡Qué me demanden por plagio!

Curándose en salud, afirma Armengol que “nada hay de singular en que un grupo de intelectuales y artistas exiliados [envíen] una carta de protesta [bla, bla, bla] por invitar al escritor Miguel Barnet, presidente de la oficial Unión de Escritores y Artistas de Cuba”.  Bien, si no hay nada que le parezca singular en el hecho como manifestación de la convivencia con la práctica democrática, ¿a qué buscarle cuatro patas al gato? ¡Son sólo cuatro! Ni más ni menos. Pero el periodista se adentra en la zona de los relativismos y falsas comparaciones a que son adictos los de su vena: “Que Geandy Pavón —proyeccionista de la imagen de Zapata Tamayo en embajadas y teatros de diversos países, quiera dar a conocer su rechazo al acto, una simple presentación de una novela de Barnet traducida al inglés, es un acto común en un país democrático”, sigue diciendo. Antes de pasar adelante, hay que desmontar el cúmulo de patrañas y desatinos que con tanta frescura y desfachatez acumula Armengol en tan poco espacio.  Primero, está la veloz mención del nombre de Zapata Tamayo, como si su muerte y particularmente las condiciones en que ésta se produjo no mereciera al menos una simple acotación. Contrasta frente a este silenciamiento que se hable como lo hace el periodista de la actividad desempeñada por un señor de nombre Geandy Pavón, a quien no obstante reconocer el derecho a hacer lo que hace, se lo reprocha, según hace evidente el tono empleado cuando dice: “proyeccionista de la imagen de Zapata Tamayo en embajadas y teatros de diversos países…”. Lo bueno hubiera sido, caramba, que el señor Pavón mencionado no hubiera contado con la posibilidad de proyectar nada, pero esas son o deben ser desventajas de la democracia. Y por último, en este mismo párrafo, desliza el periodista una afirmación que es una mentira redonda con aspecto de símil. ¿A qué viene todo este protestar de los intransigentes exiliados por la presencia del pobrecito de Miguel Barnet en una universidad newyorquina?  Pues al aparente hecho de que el mismo, a título de escritor cuya obra ha sido traducida al inglés por otro escritor, éste radicado fuera de Cuba, haya venido a presentarla. ¡Cuánto candor! Tanto revuelo por “(…) una simple presentación de una novela de Barnet traducida al inglés”.

Semejante afirmación, falsa de toda falsedad y naturalmente interesada, busca crear las bases para otras comparaciones y conclusiones que Armengol sabe (como sabemos nosotros) resultan más insostenibles, y en torno a las cuales girará el resto de su artículo. Porque ni Barnet viene a título personal, ni el propósito de su presentación pudiera ser una simple presentación.  De ser así, debería preguntarse Armengol porqué niega el régimen de La Habana a tantos escritores cubanos contestatarios o disidentes la posibilidad de venir aquí y de presentar sus libros. Para no ir más lejos, y para sólo poner un ejemplo, ¿porqué se le negó (y se le sigue negando reiteradamente), la posibilidad de recoger el premio Ortega y Gasset otorgado a ella por una fundación de prensa española, a la bloguera Yoani Sánchez? ¿Se le olvida a Armengol que aún contando con un visado a cualquier parte no le es dado a ningún cubano, escritor o no, viajar sin antes haber sido privilegiado con la autorización del régimen?

“Pocos meses atrás” —va directo al grano de la intriga el justo Armengol— “aunque con peor suerte de divulgación en este periódico, hubo otra carta por la entrega de una placa, que se le otorgó a Orlando Bosch en un centro académico de la Universidad de Miami.  Profesores de todo el país, entre ellos un nutrido grupo de la U.M. criticaron el evento de homenaje a Bosch que organizó el Instituto de la Memoria Histórica Cubana”. No entraré a calificar sus calificativos o su descripción respecto a un clamor poco menos que universal, según afirma, por la concesión de la placa al señor Bosch. La queja de que el periódico en que escribe (siempre) se negara a acoger entre sus páginas la mencionada carta-protesta, habría si acaso de atribuirse a una decisión editorial puesto que no puede negar Armengol que sus ataques al exilio —abierta o embozadamente expresados— han gozado siempre de amplia divulgación en las mismas páginas a las que atribuye la censura de la carta a la que se refiere. Tal vez alguien pueda dar fe de la existencia de la carta. Acaso el periódico podría disculparse retroactivamente con Armengol.

Aunque a renglón seguido el tergiversador de oficio diga simulando una retirada prudente “claro que la comparación entre Barnet y Bosch no es adecuada”, lo hará para enterrar aún más la daga de su cinismo comparativo. El paralelo le parece inadecuado por ser Barnet un simple escritor, o en palabras más impúdicas: “no [se] puede decir que el escritor ha sido condenado por actividades terroristas en Estados Unidos. Bosch sí”.

No haré aquí la defensa del individuo Bosch, para la que no estoy capacitado. No soy abogado. Sí diré que el terrorismo ha sido práctica revolucionaria por definición desde que existen revolucionarios. La revolución cubana devenida de inmediato en la dictadura de un hombre y un partido y sus acólitos, lo que sigue siendo más de medio siglo después de entronizada, ha practicado constante y sistemáticamente la violencia sobre millones de cubanos y ha pretendido extender su acción a otras latitudes. Ésa es su razón o sinrazón de ser. Estos son hechos innegables. Bosch es de los muchos cubanos que razonan que contra el terror de estado sólo el terror puede emplearse. Pero el argumento de que Barnet no ha sido hallado culpable de terrorismo en los Estados Unidos constituye una pirueta de racionalización más que un razonamiento —una más— en el conjunto de las que sostiene consuetudinariamente Armengol en sus escritos. Barnet encarna y representa, mediante su decidido compromiso y complicidad con el régimen, a un estado terrorista por su configuración, por sus ideas y por su vocación represiva adentro y agresiva en su política exterior. Un solo botón del ramillete, que para muestras bastan, sería confirmación fehaciente de esto que afirmo: ¿Quién estuvo a punto de provocar el desencadenamiento de una tercera guerra mundial en la década del sesenta, por razones que nadie con elemental decencia podría defender?

¿A quiénes pretende engañar todavía Armengol al decir que “algo no anda muy bien en un exilio donde se rechaza tanto a Barnet y se admira tanto a Bosch”?. En su concepción del exilio y de lo verdaderamente razonable lo “bueno” sería condenar al que lucha contra una tiranía salvaje que asesina y reprime y exonerar al bueno de Miguel Barnet quien sirve con su pluma al régimen que lo aúpa. Claro, hay que decir además de lo que ya dijo que “no es que esa sea la forma de pensar de la mayoría de los cubanos que viven en Miami, Nueva Jersey o Nueva York, pero es lo que se quiere aparentar, y la prensa contribuye a ello”. ¡Vamos! Ahora resulta que la mayoría de los cubanos que han alcanzado la libertad a bordo de un tibor o cualquier cosa que pueda flotar, se decanta por perdonarle a la tiranía sus crímenes y sería partidaria de conceder a los Barnet y Armengoles de este mundo más correa para que hagan y deshagan a sus anchas. ¡Es la tesis que maneja la prensa oficialista de Cuba (única permitida, naturalmente) desde que los gusanos nos volvimos convenientemente mariposas y los traidores nos convertimos en traidólares, y el exilio pasó a convertirse por obra y desgracia de los mismos que lo imponen, en la inmigración o la comunidad cubana en el exterior. Armengol pocas veces se aparta completamente del canon periodístico que rige en la isla del doctor Castro, de sus lugares comunes y eufemismos interesados, y en esta piececita suya desgrana ese talante más propio de los tabloides Juventud Rebelde o Trabajadores. Tal vez se trate de imponer una concepción que pase sin resultar cuestionada, mediante la reiteración festinada en los medios en que escribe este señor.

Para los signatarios de la carta que Armengol denuesta en defensa de Barnet y del régimen de Castro, asegura el periodista, “el escritor debe ser excluido, sacado del juego”. Así, “el escritor”. “Debe ser excluido, sacado del juego”. Casi parece que copia un verso del poeta Heberto Padilla cuando escribió el libro por el que la tiranía castrista lo encarcelaría y obligaría mediante torturas a retractarse en público y denunciar a otros. Yo conocí a Padilla, llegué a tratarlo y estuvo a leer su poesía en mi casa. Con él conversé numerosas veces. Me hice de él como hombre una buena opinión que se corresponde con mi valoración del poeta. Era un hombre bueno, es decir, no era maligno como Barnet, por ejemplo. Pero aún si no lo hubiera sido, aún si se tratara del peor de los hombres, someterlo a torturas que no pueden soportarse y acaban con la voluntad de cualquiera lo habría vuelto a mis ojos mejor que cualquiera de esos otros que como el asesino guerrillero argentino, o los Castro predican el odio a cualquier costo en nombre de la revolución. ¿Quién habla, señor Armengol de sacar a los escritores de circulación? Yo no. ¿Cómo íbamos los escritores y artistas del exilio a buscar la perdición para otros escritores, o para un cubano cualquiera? Miente y distorsiona Armengol como de costumbre mientras luce su armadura de caballerete entre Sancho y don Quijote. No sé quién pueda ser José Manuel Prieto, presunto prologuista de Barnet, ni me interesa averiguarlo. Cid Arme rompe lanzas también por él contra “la presunta chusma diligente”.

Y concluye poco más o menos el fatigoso escritorzuelo su trabajo afirmando que “resulta asombroso que unos cuantos escritores y artistas…”  En fin, que pese a lo que dijo o quiso decir antes, se trata al fin y al cabo no sólo de “la chusma diligente” o será que todos somos esa misma chusma lamentable, “no aprovechen el exilio para distanciarse de una valoración en que la política es la única guía, la cual por décadas imperó en Cuba”.  Observemos: el exilio es algo que como cualquier casaca o chaqueta se puede poner y sobre todo quitar y colgarse de una percha que olvidamos. La valoración política no debe ser “la única guía” de ese exilio. ¿Quién le dice que es la única? Mas, por qué no había de ser una de ellas cuando lo que nos coloca en el exilio es precisamente la tiranía, y hacer democracia es la manera que entendemos de dar por bien empleado el exilio. Y que no se nos pase por alto ese concesivo y engañoso “(…) que por décadas imperó en Cuba”, con lo que se da por zanjado el pasado y la opresión conocida por nosotros. ¿Qué le da derecho a pensar a este señor que cualquier derecho es suyo por antonomasia o con exclusividad? La estocada a fondo, que por suerte yerra, pero procede del brazo armado armengoloso categoriza: “ … un código que censuraba principalmente películas y libros, no por su falta de valores artísticos, sino porque se apartaban de un patrón cederista de fidelidad absoluta. Esa fidelidad sin Fidel es la que sigue operando en la mente de algunos exiliados”. Armengol dixit!

Dejaré sin glosar este último párrafo del artículo comentado por parecerme ocioso seguir empeñándome en una disección minuciosa de un cadáver que tras larga exposición apesta. Ojalá no falte entre los pacientes lectores quien esté dispuesto a asumir mi relevo en este empeño de exhumador, por más extenuante que se les antoje la tarea.

Rolando D. H. Morelli, Ph.D., es narrador, poeta y ensayista cubano exiliado. Co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua. Reside en Philadelphia.

A mí me parece que ni el tal Armengol ni el tal Barnet se merecen ni el texto de Morelli ni la foto de Lago.

Como dijo Bette Davis, y después Elizabeth Taylor, en su interpretación de Virginia Woolf (Edward Albee), abriendo la puerta del “frigidaire”:

What a dump!

Puah!

(mío)

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