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“We do not know how big the crowd is, and what opposition it is… until we get out of step with it.”
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REPORTAJE: IDA Y VUELTA
La revolución y las basuras
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 19/02/2011
http://www.elpais.com/articulo/portada/revolucion/basuras/elpepuculbab/20110219elpbabpor_6/Tes
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Decía Mark Twain que algunas de las peores cosas de su vida no habían llegado a sucederle. Algunas de las revoluciones mejores de la mía les han sucedido a otros. La primera alegría política desbordada de la que tengo recuerdo me sucedió una tarde de finales de abril en Madrid, en 1974, cuando compré el diario Informaciones, que era el que leíamos los antifranquistas, y vi el titular que anunciaba la Revolución de los Claveles en Lisboa. La dictadura acababa de caer, pero había caído al otro lado de la frontera. Para muchos de nosotros la ebriedad de la liberación no era menos estimulante porque fuesen otros los que estaban viviéndola. Tenía un reverso de esperanza, y otro de melancolía. Igual que veía uno las películas queriendo imaginarse que era él quien abrazaba a Faye Dunaway y no Warren Beatty, así miraba las fotos de la gente que se lanzaba vestida a las fuentes de la plaza del Rossio o que trepaba a las orugas de los carros de combate para poner claveles en los fusiles de los soldados. El hábito fortalecido por la literatura y el cine de vivir vicariamente las vidas de otros y de imaginar que las cosas que nos importaban sucedían en lugares y tiempos ajenos a los nuestros se trasladaba intacto a la experiencia política. Aquella primavera del 74 yo me pasaba la vida en el reino encantado que fundó para siempre Víctor Erice en El espíritu de la colmena o en las manifestaciones italianas de las películas en blanco y negro de Bernardo Bertolucci que ponían en la Filmoteca. La cámara recorría morosamente la marcha de una multitud de puños cerrados y banderas con hoces y martillos y cuando la acción pasaba a otro asunto se levantaban en la oscuridad silbidos y gritos de protesta, porque suponíamos que las imágenes de la manifestación habían sido abreviadas por la censura, no por la decisión del director de no seguir recreándose en ellas.
Algunas formas radicales de alegría civil no hemos llegado a experimentarlas nunca. No me quejo. Las cosas son lo que son
Lo que vaya a pasar mañana o el mes que viene no se sabe. Lo que pasa hoy nadie lo vaticinaba hace sólo un mes
Salíamos aturdidos del cine a la borrosa realidad y comprábamos Informaciones o Triunfo para sumergirnos por delegación en las muchedumbres portuguesas, que lo inundaban jovialmente todo, las plazas y las avenidas de una Lisboa en la que no habíamos estado nunca, los balcones, los tejados, los parques públicos, los pedestales con elefantes o con reyes a caballo. La libertad era posible, aunque fuera en otra parte. Nosotros imaginábamos que una dictadura era como una fortaleza de muros de hormigón y troneras blindadas que sólo sería posible tomar por asalto o derribar a cañonazos: pero en Portugal el edificio entero de la dictadura se había desmoronado sin que los militares alzados contra ella dispararan sus fusiles, y sin que los carros de combate tuvieran otra misión que la de servir para que la gente feliz escalara sus torretas. En nuestro país los esbirros de la Brigada Político Social torturaban a los detenidos: en Portugal sus congéneres, los policías de la PIDE, huían como ratas de la ira incruenta de los revolucionarios, que asaltaban las comisarías y tiraban por los balcones los siniestros archivadores metálicos con las fichas de identidad de los perseguidos. Con mi Informaciones de cada día o mi Triunfo de cada miércoles recién comprados en un kiosco de la Puerta del Sol yo miraba los balcones de la Dirección General de Seguridad y me imaginaba entrando por su puerta principal entre un río de gente, corriendo escaleras arriba hacia los despachos de los torturadores, o descendiendo hacia los sótanos donde estaban las celdas, donde abriríamos los cerrojos para soltar a los presos.
Pero la misma Puerta del Sol era el escenario de otra revolución delegada, de la que nos separaban las fronteras del tiempo, más irrevocables todavía que las del espacio. Caminando por ella uno imaginaba la revolución posible que se parecería a la de Lisboa y la otra revolución verdadera que la había llenado de gente el 14 de abril de 1931. En las fotos de Santos Yubero que pudieron verse tan magníficamente ampliadas hace unos meses en Madrid la muchedumbre del 14 de abril se convertía en un conjunto asombroso de retratos individuales, de personas concretas que gritaban o sonreían o trepaban con alpargatas a las copas de los árboles o a los techos de los tranvías. Yo, que tantos hombres he sido, no haber sido nunca -dice el poema de Borges- aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach: ni yo ni ninguno de los que compartían aquella felicidad aplazada de 1974 en Lisboa alcanzamos nunca su cumplimiento en nuestro país, en nuestras propias vidas. Tampoco nos echamos a las calles de Teherán en enero de 1979, ni a las de Managua en el verano de aquel mismo año. En eso nos parecíamos a nuestros padres y a nuestros abuelos, que se tuvieron que conformar con ver en los noticiarios del cine el júbilo de París en el día de la Liberación en agosto de 1944. Algunas formas radicales de alegría civil no hemos llegado a experimentarlas nunca.
No me quejo. Las cosas son lo que son. El pasado es inmodificable, aunque tantas personas en España dediquen sus mejores esfuerzos a corregirlo, y la calidad de la democracia española no es inferior a la de la portuguesa, aunque su nacimiento fuera más vacilante, más confuso. En cuanto a las alegrías de Teherán y Managua, nuevos sátrapas con inclinaciones policiales se encargaron muy pronto de desbaratarlas. En noviembre de 1989 el hundimiento súbito de las tiranías comunistas y el gozoso delirio de quienes se encaramaban al muro de Berlín debieron de habernos traído alguna otra felicidad delegada, o al menos solidaria, pero al ensimismamiento español le quedaban lejos aquellos países del corazón de Europa, y una parte considerable de nuestra clase intelectual y periodística aún juzgaba de mal tono la resistencia contra dictaduras que no fueran fascistas. Por una casualidad de la vida me tocó ver en televisión las imágenes de la caída del muro de Berlín en una casa en la que estaban reunidos algunos escritores, editores y críticos de inclinación al parecer progresista. Miraban las imágenes de la gente abrazándose en Berlín como si asistieran lúgubremente a la transmisión de un entierro.
Ahora me acuerdo de aquellas revoluciones siempre ajenas, triunfales o fracasadas, viendo imágenes de las multitudes en esa plaza que de pronto se ha agregado a la geografía de la libertad, la plaza Tahrir, escuchando voces de egipcios en la radio pública americana y en la BBC, leyendo los reportajes admirables de The New York Times, donde el periodismo se sigue ejerciendo como un oficio responsable de adultos. Las decepciones de tantos años, el cinismo instintivo español, no llegan a malograrme la alegría, la antigua alegría delegada por la libertad súbita de otros. Lo que vaya a pasar mañana o el mes que viene no se sabe. Lo que pasa hoy nadie lo vaticinaba hace sólo un mes. La economía, la politología, la sociología han demostrado tener el mismo rigor predictivo que la ufología. Pero esta mañana me ha alegrado el día ver en la portada de The New York Times a la gente joven de la plaza Tahrir recogiendo hacendosamente la basura acumulada en los últimos días. En mi país las grandes alegrías colectivas suelen tener un origen alcohólico o futbolístico, y dejan tras de sí un rastro de toneladas de basura que siempre recogen otros.
antoniomuñozmolina.es
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febrero 18, 2011
http://isiswirth.wordpress.com/2011/02/18/odio-las-revoluciones-por-jacobo-machover/#comment-847
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(Agradezco a Jacobo Machover por este artículo.)
ODIO LAS REVOLUCIONES
Jacobo Machover
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“Odio las revoluciones y a sus admiradores. Parafraseando a Claude Lévi-Strauss y su provocador “Odio los viajes y a los exploradores” (en “Tristes trópicos”), se podría llegar a una conclusión parecida: hay que acabar con las ilusiones, con esos sueños recurrentes, que acaban SIEMPRE por transformarse en pesadillas. Hablando de la revolución francesa, la madre de todas las rebeliones que acaban adquiriendo una significación mayúscula, el filósofo René Girard escribe: « La revolución es violencia, y la violencia no tiene orígenes, está allí desde siempre, nada la crea, y no produce nada.”
No hay nada que salvar de las revoluciones y, menos aún, de las actuales, las que han tenido lugar en dos países árabes y amenazan con extenderse por toda esa región, amenazando la paz, aunque fuera “fría”, con Israel, lo cual, confieso, es lo que más me importa.
Los regímenes comunistas nunca han tenido ni tienen nada que ver con esas autocracias ancladas en las tradiciones locales, como las de Ben Ali o la de Mubarak. Pero los sistemas implantados por ellos no eran totalitarios en lo más mínimo. Se basaban en una represión despiadada, en la corrupción a todos los niveles y en la utilización de la religión a su conveniencia, para aplacar a los islamistas que amenazaban sus propias prebendas. Los “pueblos” que salieron a la calle no son ni más ni menos valientes que otros. No tienen tampoco más espíritu de sacrificio. Parte del “pueblo” tunecino hoy día huye de ese “tunisami” (que podría desembocar en un islamismo puro y duro) para ir a buscar refugio en la isla de Lampedusa, en Italia, y de allí buscarse la vida y el sustento en la vieja Europa, tan aburridamente democrática, pero que aplaude a las “masas revolucionarias”, con una nostalgia trasnochada de los “sans-culottes” franceses, de los “bolcheviques” rusos y otros “republicanos” españoles. Esta vez, sin embargo, los aplausos no son tan nutridos como los que saludaron la victoria del castrismo, por ejemplo. Muchos intelectuales (entre los mejores) se quedan callados, o escépticos, recelosos ante lo que vendrá, sin duda, no un aire de “fiesta” tropical como antaño, sino un cambio brutal nada “sexy”, con la sharia por ley suprema y ejércitos de mujeres enlutadas, envueltas en trapos de la cabeza a los pies. Ay, sí, y la amenaza de una guerra (otra más) contra Israel. En Egipto, un viejo predicador islamista, otrora exilado, ha dado cita, en la Plaza de la Revolución (perdón, de la Liberación), a 2 millones de sus fieles (el doble de los “fieles” de los Castro), el año próximo en Jerusalén (pero en la suya, vista desde la mezquita Al-Aqsa). ¿Quién coño puede estar entusiasmado con esa perspectiva, sabiendo que algunos “hermanos” ya se han lanzado a la caza de las prostitutas en Túnez (como en nuestra “noche de las tres P”) y que todas las manifestaciones de masas tienen lugar los viernes, en esa mezquita al aire libre en que se ha vuelto la Plaza de cuyo nombre no me quiero acordar?
En otros tiempos, cuando los comunistas vietnamitas acabaron con el “imperialismo” americano y sus “fantoches” autóctonos, ya se produjo algo así: decenas de miles de hombres, mujeres y niños se tiraron al mar, prefiriendo enfrentar los peligros de una travesía sin rumbo, y a los piratas que los desvalijaban sin piedad, en lugar de esperar el futuro luminoso que supuestamente les iba a aportar la nueva sociedad. ¿Y los cubanos? ¡Cuántas veces se han lanzado en botes, en lanchas, en balsas, votando con sus pies y gritando: “No future”! Es exactamente lo que sucedería en Cuba en caso de que hubiera una rebelión del “pueblo”.
Todos ellos, así como los camboyanos, los albaneses y tantos más por el mundo no hacían más que ilustrar la sentencia de Francesco Guicciardini, amigo de Maquiavelo: “Para escaparle a un tirano bestial y cruel, no hay regla ni medicina que valga, excepto la que se aplica con la peste: huir lo más lejos y lo más rápido que se pueda.”
En Cuba no se produciría nada semejante a lo que ocurrió en los países del Este. En la ex – Unión Soviética, todo vino de arriba, de la mano de Mijaíl Gorbachov, de Boris Yeltsin y de unos cuantos más, que realizaron, al cabo de más de 70 años, que Moscú “no aguantaba más”. En los demás satélites de la “hermana República”, fue más o menos lo mismo, incluso la caída del muro de Berlín, provocada por gente que huía, refugiándose en embajadas de la República Federal (como los cubanos en la embajada del Perú en 1980), para unirse a sus compatriotas del Oeste. En las llamadas “revoluciones”, tampoco hubo movimientos “heroicos”, ni durante la “revolución de terciopelo” en Checoslovaquia, ni en Rumanía, cuando los ex – comunistas liquidaron a los esposos Ceaucescu para que no hubiera juicio. En ninguno de esos países se hizo el proceso del sistema, ni, desgraciadamente, me lo temo, se hará.
Pero era son ellos con quienes los cubanos tenían verdaderos puntos en común, por haber vivido los mismos terrores, los mismos horrores, la misma vigilancia, la misma delación, la policía del pensamiento, la doble moral, el ateísmo militante, las colas, el caos económico, la felicidad impuesta por aclamación, el culto a la personalidad, al Jefe, al Partido, o el exilio eterno. En aquel entonces, los hermanos Castro acabaron con cualquier veleidad de cambio al fusilar a los militares que acaso tuvieron la tentación de introducir cualquier amago de “perestroika” en la isla. Poco antes, los chinos habían acabado sin contemplaciones con los estudiantes de Tiananmen.
En Cuba, las Brigadas de Respuesta Rápida y el contingente Blas Roca se encargarían de enviar a todo el mundo a casa o a la cárcel y, si no fueran suficientes, lo harían los cederistas y, si éstos tampoco fueran suficientes, intervendrían las “avispas negras” y otros cuerpos represivos especialmente entrenados para ello. No se trata sólo de “irresponsabilidad”, hay ignorancia de la realidad en los que convocan a un motín generalizado. Qué bonito espectáculo ¿verdad? Con cámaras de televisión por doquier, con “twits” y páginas Facebook retomados por toda la blogosfera. Pues no. Tan bello no sería. Tendríamos que tragarnos otra vez el mito de una nueva revolución, con nuevos líderes autoproclamados, con viejos y nuevos eslóganes repetidos a saciedad, sin la profundización democrática necesaria para no caer más en la utopía sangrienta que significó, un día ya lejano, la huida de un dictador para desembocar en una total ausencia de libertad durante medio siglo.
¡Que se vayan Fidel y Raúl! Claro que sí que nos gustaría a todos, pero con alguna esperanza que proponer, para que los presos de conciencia salgan todos, por fin, de las cárceles aún repletas, para acabar con las leyes absurdas de la revolución, con la organización deliberada de la escasez, para volver a un Estado democrático sin brillantez pero nuestro, del que los cubanos no tengan que huir por todos los medios para construir una vida más o menos decorosa en un exilio que, a pesar de las mejoras que significa, se vuelve cada día más insoportable y que, si el tan cacareado “levantamiento popular” se llegara a producir por obra y gracia del Espíritu Santo, se vería incrementado con la llegada a las costas de la Florida de cientos de miles de fugitivos para quienes la palabra “revolución” o cualquiera de sus sinónimos no significa nada más que destrucción de su familia y de la vida, de sus propias vidas.”
Comentarios (4)
4 comentarios »
Qué se vayan Fidel y Raúl? Hay que estar alucinando.
Si mal no recuerdo en Chile el final del régimen de Allende comenzó con “La Revolución de las Cacerolas”
Comentario por Frida M — febrero 19, 2011 @ 12:26 am | Responder
Yo también odio las revoluciones salvo… incluso si, como sabes, en este país no nos tienen permitido el odio a las revoluciones, ni el odio, tout court… Insisto, y me perdonas de nuevo, con mi comentario en el post anterior: No creo que lo que está ocurriendo en los países árabes sean revoluciones, creo que son fenómenos nuevos, expeditivos, sin los trámites habituales de las revoluciones… Es un fenómeno inédito, y claro que no debemos quedarnos callados, no sólo los intelectuales, que tienen como norma callarse, además y sobre todo los políticos, que son los que tienen que exigir un mínimo de seguridad internacional, y esa seguridad sólo se consigue presionando para que estos países entren en un sistema democrático lo más rápido posible. Pero claro, aquí los políticos se dedican a gozar de prebendas que le facilitan los dictadores.
En cuanto a las prostitutas perseguidas, que también leí hoy, es fatal, estoy de acuerdo contigo; pero en Cuba, como sí fue una revolución pura y dura a la manera estalinista, aunque con una guerrita de merengue de por medio, donde se fusiló más de lo que se batalló, esas persecuciones fueron maquilladas como una profilaxia social insoportable e imperdonable que todo el mundo aceptó y aplaudió. No es el caso en Túnez, no hasta ahora. Y la prueba es que la prensa ha hablado, y muchos tunecinos lo desaprueban.
En cuanto a lo de la página en Facebook, que es muy diferente de Twitter, creo que te refieres a lo de Por un levantamiento popular, yo estoy de acuerdo con el levantamiento, porque tú y yo nos hemos preguntado en algunas ocasiones qué podría pasar para que acabe la pesadilla, yo sí creo que sólo podría acabar si eso sucediera, me lo dicen todos los años vividos en Cuba, la propia historia de Cuba, y la historia de su exilio. Yo odio la palabra revolución por lo destructivo que el término conlleva cuando nos referimos a cambio político, pero revalorizo las revoluciones, por el contrario, que han conducido a algo positivo, creo que la revolución de Yeltsin fue más importante que la de Gorbachov, pero Gorbachov fue el impulso, y pienso que la caída del Muro fue una apoteósica revolución, y así…
Lo otro que nos quedaría es esperar a que siga la casta de los Castro, o que un grupito coja el mando cómodamente y el traspaso dure 50 años más. Pero la vida es una sola, igual no nos toca verlo, igual estoy equivocada… Veremos, si todavía nos quedan ganas…
Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:00 am | Responder
Mira esto: http://twitter.com/#!/DirectorioCuba
Cuando golpean a una anciana, y la encierran en un calabozo, qué creen que pueden hacer los hijos? Plantarse en masa frente a la estación de policía, eso puede ser el inicio de algo nuevo, diferente, porque lo no que aceptaríamos ninguno de nosotros es esperar tranquilos dándonos sillón a que un familar nuestro caiga en las garras de los asesinos.
Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:06 am | Responder
Perdonen, vuelvo, porque recordé: la Embajada de Perú, Mariel, la Crisis de los Balseros, fueron movimientos abortados a través del éxodo y exilio… Y es que nos ha caído el castigo de la errancia, antes que la justicia divina.
Comentario por Zoé Valdés — febrero 19, 2011 @ 2:16 am | Responder
Magnífico cuestionamiento de Jacobo, compartido por mí al 100%. Además, justamente me lo leo ahora, después de leerme un artículo de mi admirado Muñóz Molina en Babelia, también sobre “las revoluciones”, y ver en la calle los pasquines pegados de los grupos “revolucionarios” madrileños celebrando las revueltas en el mundo árabe (su ignorancia supina y adoctrinada por la CGT y sabrá Dios qué más) le hace celebrar cualquier tipo de revuelta de cualquier signo.
Con el permiso del autor y de la distinguida moderadora del blog, me lo subo al Penthouse –ay, esas escaleras… me van a matar…– Viene al pelo con el momento de incertidumbre.
Saludos “revolucionarios” a todos.
Comentario por David Lago González — febrero 19, 2011 @ 10:46 am | Responder
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Dos escritores (y pensadores) que admiro coinciden hoy en torno al mágico –y elemental— conjuro del término “revolución”. El primero, el español Antonio Muñóz Molina, comenta una cierta querencia de su generación por el febril entusiasmo popular que no ha podido nunca llegar a sentir del todo. El segundo, el judío francocubano Jacobo Machover, hace relucir el rechazo a una trascendencia insospechable. En ambos textos hay cosas cercanas y a la vez distantes. Pero en ambos hay un cierto (o bastante) escepticismo. Una mezcla de él y un cierto dejarme arrastrar por la alegría cívica experimenté durante los sucesos de la caída del imperio soviético en 1989, vistos desde Madrid. Perplejidad, incertidumbre, incredulidad y pánico, viví en carne propia durante el casi mes y medio que duró ¿la revolución? de la Embajada del Perú y El Mariel en mi ciudad natal. Alelamiento y sorpresa incomprendida e incomprensible me paralizaron casi cuando las tropas triunfantes de los que de inmediato se destaparían como brutales y sutiles asesinos (Castros y Guevaras, y otras malas compañías) atravesaban el viejo Camagüey, y mi madre sufría unos sofocos que calmaban unas jóvenes vecinas Nelsy (muy poco después abandonaría Cuba para siempre hacia Estados Unidos) y Nancy (que finalmente se casaría con su novio barbudo Alonso, que devendría en un déspota policía de alto grado y previsiblemente experimentado torturador) y la sala de casa se llenaba de olor a monte que traían unos alzados con collares de madrejuana, rosarios al cuello y luengas guedejas rizadas que provenían de la zona de Nuevitas y venían a saludar a mi padre, que alguna vez había sido patrón de sus trabajos. Alegría, entusiasmo, estupefacción, admiración y preocupación he estado experimentando ante las revueltas de Túnez y Egipto, y ansiando silenciosamente que se defina por fin el rumbo del futuro egipcio para bien y para que sirva de guía a los demás pueblos encolerizados del mundo árabe. Porque sobre todo estos escenarios --pasado, presente y futuro--, sobrevuelan dos aves: una paloma y un cuervo. Yo también odio las revoluciones. No me gusta que nadie más en el mundo se arrogue el derecho de quebrar up-side-down el destino de un niño, como hicieron conmigo en 1959 o como hicieron con Jacobo ese mismo año fatídico.
© 2011 David Lago González