Casa Sefarad, una entidad financiada por el Gobierno español que defiende los intereses judíos y/o sionistas (a veces coinciden, a veces no) ha organizado un encuentro en Alicante. Uno de los temas a debate es el antisemitismo en la prensa. En la mesa de moderación, tres buenos periodistas (Marco Schwartz, jefe de Opinión de Público; Elías Levy, subdelegado de Efe en Jerusalén; y Sal Emergui, corresponsal en Israel de varios medios españoles), judíos los tres, que en alguna ocasión habrán sido acusados de antisemitismo.
Si el antisemitismo es el odio a los judíos, existe. Si es la idea de que los judíos dominan a su antojo el planeta, existe. Si es la convicción de que los judíos son culpables en general, también existe.
Como existe la islamofobia.
Como existen otros fenómenos racionalmente indefendibles.
¿Deberían los medios de comunicación permitir expresiones antisemitas o islamófobas? No deberían, supongo, por una cuestión de respeto a la inteligencia ajena. Tampoco deberían incluir otros reflejos de la estupidez humana, pero lo hacen. Porque la estupidez humana existe. Fuera de los medios y dentro de ellos.
¿Conviene prohibir la estupidez, como en varios países se ha prohibido proclamar que no existió el Holocausto? Creo que no. La estupidez fermenta en la clandestinidad y acaba adquiriendo, para algunos, la condición de “verdad oculta”.
Hay quien ha calificado en Alicante de “antisemita”, o “antijudío”, un artículo en el que se afirma que la creación del Estado de Israel fue un error. ¿No se puede decir eso? ¿No se puede decir tampoco que la creación de Bélgica fue un error? ¿O que la creación de la Unión Soviética fue un error? ¿O que Estados Unidos nació de un genocidio? ¿O que las fronteras africanas son un disparate heredado del colonialismo?
Me declaro relativista y contrario a la censura sobre la expresión de ideas. La libertad de opinión es muy útil. Sirve, al menos, para que cada uno se clasifique. ¿Dónde está el límite? En los hechos. Hitler no cometió un delito al escribir Mein Kampf, sino al ordenar el exterminio de los judíos. Ahí me da la razón la propia jurisprudencia de Israel: la ultraderecha israelí no cometió un delito al desear públicamente la muerte de Yitzhak Rabin, como demuestra el hecho de que el único juzgado y condenado fue el asesino.
Por supuesto, eso me permite hacerme una idea sobre la catadura moral e intelectual de la ultraderecha israelí. Como me la habría hecho de la catadura moral e intelectual de Hitler antes de su nombramiento como canciller alemán. Como me la hago de quienes piensan que el régimen iraní constituye una esperanza para el mundo.
(Ayer no escribí. No tiene demasiado interés explicar por qué tardé 26 horas en llegar desde Tel-Aviv hasta Alicante; me remito a las obras completas de Carlos Boyero, que contienen varias descripciones brillantes sobre la adicción de Iberia al overbooking, y me adhiero a ellas).
http://blogs.elpais.com/fronteras-movedizas/2010/11/antisemitismo.html#more
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