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(mi madre a la derecha y mi tía a la izquierda, pasillo central de casa, Camagüey 195…)
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(http://indiciosdedesorden.blogspot.com/2010/12/proposito-de-la-navidad-estampas.html)
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Estampas
Todos en Navidad somos un poco Magos
Iosif Brodski
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a Gisela,
intentando reparar en cierta forma
mi incapacidad para contestar su “Christmas card” de cada año
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Cuando la familia es numerosa, multi e internacional, los panes se reparten para que toquen a todos, así la Nochebuena tocaba un año en nuestra casa y otra en la dacha de mis padrinos, en el apeadero de Wooden.
En nuestro año, disponíamos a cielo raso una mesa tan larga como la noche, ocupando el pasillo de punta a punta. Y mientras el cerdo se asaba en el horno de la panadería, las mujeres se ocupaban en preparar el congrí y cocer la mandioca, entregándose al milagro de esponjear las frituras de malanga y rozar la sabiduría de Matusalén al mezclar con precisión los componentes de los buñuelos, amasarlos, y dejarlos reposar con figura de ocho antes de echarlos al aceite, allá por el atardecer.
El casabe se humedecía con agua salada minutos antes de sentarnos a la mesa, justo entrando los panaderos con el lechón en su planchuela de metal.
Al siguiente año, era la matanza en el pueblo.
Se pagaba a un mozo fuerte que le clavara certero y sin titubeos el puñal al puerco, sobre la mesa rústica, bajo el guayabo oloroso.
El calor de las pailas con agua al fuego era sofocante y se disponían a un lado las navajas para afeitar la piel del cerdo.
Los hombres lo aguantaban y el moreno grandote lo ultimaba.
Lo colgaban del naranjo hasta que vaciara toda su sangre en una cubeta para luego freírla y enloquecer a mi madre, que ya de por sí andaba medio loca.
Las mujeres preparaban un mojo con ajo, aceite y limón.
Y cuando el cerdo estaba seco sequito, lo empalaban y lo asaban a púa, muy lento muy lento, sobre carbón vegetal y ramas de guayabo, untándole el mojo con una brocha de pintar las paredes, sin mucho miramiento ni finuras, y nadie, que yo sepa, murió de indigestión.
En las islas no se andan con tanta mierda.
El mozo fuerte, además de ensangrentado, terminaba borracho, bien borrachito, y si no se quedaba a cenar, se llevaba su buen trozo pa’responder a la resaca del otro día.
La mesa se armaba en escuadra, bajo el cobertizo del patio interior: las orquídeas atardeciendo cuando los jazmines y la madreselva amanecían de olor.
Mi padrino, canario inolvidable, gustaba empapar las migas de pan en la copa de vino tinto.
Y veníamos e íbamos de la ciudad al pueblo y del pueblo a la ciudad, y de más allá, de más lejos, venían los Fagundo con dos barrigas, como era menester (decía el patriarca León Fagundo), para hacer frente a la comilona y regresar ilesos a la inmemorial Sefarad del trópico.
Y en las noches viejas, cada 365 días, nos veníamos a la Galicia de La Esmeralda, a lo que quedaba de aquel viejo Hotel “Cuba y España” que se hundió con el crack del 29. La Ermitas daba vueltas como una meiga a una mágica poción llamada “sopa”, mientras los dos patos que antes cuacaban por el patio trasero se asaban rellenos de melocotones y nueces y cosas raras que yo no alcanzaba a comprender, y ni siquiera me preguntaba. Mi padre y Goyanes sí se preguntaban por lo que se avecinaba, mientras brindaban con fino el desfile de casi todo el pueblo que pasaba a desear el buen año.
Lucita hablaba y hablaba sin parar, con los gatos, con nosotros, con Cuca la de Farnot, y hasta con las plantas que se abarrotaban en el patio interior dejando entre ellas solamente ese espacio felino y elástico que ni siquiera los niños podíamos atravesar.
Enrique, mi primo, que ocupaba dos habitaciones contiguas del antiguo hotel, había pintado a escala natural la impresionante figura de Mae West, que le miraba desde la pared mientras dormía.
El extenso ramaje del aguacatero daba sombra al patio primero y al segundo, y paría frutos de dos kilos, como retoños de hombre.
Y a las doce las uvas; entonces nos la comíamos tranquilamente, sin esa precipitación que nos imponen desde la Puerta del Sol, antihumana, contra natura. Las uvas había que saborearlas lentamente, para que cada mes nos fuera lento y sabroso, nos fuera suave y nos ayudara a vivir.
Y por eso yo creía en los muertos, porque todo aquello sucedía en una vida que transcurría más allá del mundo, más allá del hombre y sus miserias, y toda aquella gente, y hasta el mozo fuerte que terminaba borrachito borrachito, éramos no más que magos, y a partir de entonces lo que en adelante contáramos quedaría siempre entrecomillado por lo inverosímil, lo dudoso y los trucos del sombrero de copa que se llamaba Navidad.
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(Madrid, 25 de mayo de 2000)
© 2000 David Lago González
3 comentarios:
Parece inevitable, estos días los recuerdos surgen, invadiendo la memoria múltiple de voces, gestos, rostros, situaciones, que un día fueron cotidianas y hoy cobran una importancia capital.
Saludos.
Bellísima viñeta, y bellísimas señoras, todo el amor entre ellas, la protección, todo, qué grande es la familia, y los recuerdos, menos mal que tenemos esos recuerdos. Gracias.
Si no fuera por esos recuerdos me faltaria el aire cada mannana.
Muy lindo el relato. Muy cercano.
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