viernes, 15 de mayo de 2009

Paraísos cercanos*

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a Frangelina

y los compañeros del Sindicato de Trabajadores

que se negaron a secundar los actos de repudio en contra nuestra

durante los acontecimientos de mayo de 1980 en Camagüey, Cuba

Por entonces vivíamos allí mi madre y yo.

Por entonces,

frente a la puerta de casa se levantaba un álamo y los Miranda tenían cuerpos de ébano bruñido. Si hubiesen aireado sus ornamentos habrían competido con lo inusitado del marañón, única fruta que ostenta su simiente a la vista de todos.

Por entonces,

los Miranda habían descubierto el contento en la humillación ajena y se deleitaban en subirse al árbol para convertir a mi madre en una vieja ramera a la que vaticinaban una segura violación por los ornamentos de otros ébanos bruñidos en la vecina Norteamérica, situando el mismo color de su piel como sinónimo de lo más ínfimo. Yo también sería sodomizado por otros cuerpos oscuros como la noche. No sé por qué razón los Miranda tenían esa extraña fijación con que los únicos forzadores del sexo de hombre y mujeres a noventa millas de aquel álamo tenían necesariamente que ser, como ellos, descendientes de esclavos africanos.

Por entonces,

alguna vez alguien misterioso, como si matáramos ruiseñores, nos dejaba a la puerta una bolsa de papel y llamaba al timbre o dejaba caer la aldaba salvajemente; cuando abríamos, el hedor nos hablaba sin necesidad de palabras, y pacientemente, en silencio, recogíamos nuestro regalo, con el que abonábamos las plantas del jardín interior que, agradecidas, crecían y florecían; el álamo, en cambio, tardaba mucho en espigarse unos centímetros: tal vez el peso de aquel ébano bruñido les impedía crecer con más libertad.

Pero los Miranda se equivocaron: no viajamos nunca hacia el norte, sino al noreste, a miles de kilómetros de nuestra casa, del álamo y de su vulgar suspicacia hacia nuestro futuro. Sus augurios cayeron al mar: la ramera y el marica nunca fuimos violados. Es posible que alguno de aquellos relucientes ébanos, sobre los que se condensaba la humedad del trópico como el rocío sobre la hierba del amanecer, se haya entregado por unas pocas monedas o por someras baratijas a algún nuevo colono europeo en el trasiego sexual del turismo. Todo es posible: hasta cabe imaginar que tal vez ahora vivan en el barrio negro de Miami.

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Es alguna de las cosas que recuerdo de ese paraíso cercano llamado Cuba, de ese pueblo conversador y alegre, donde la vida tiene tantas lecturas y las personas tantos pliegues como una falda plisada.

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Lamento,

eso sí,

que ya el álamo no exista: fue reducido a simple leña, como todos los otros árboles de mi calle, y hoy aquel barrio es una arboleda perdida. Lo imagino triste al sentir su desnudez impávida ante el quebranto de la historia.

Esto me han dicho: yo no he vuelto. Ni volveré nunca para ver crecer otro en vez de aquél que me acompañó desde niño, y mucho menos pisaré aquellas calles nuevamente para que los Miranda me reciban con honores, como a un pobre sobreviviente que la mediocridad confunde con el triunfo.

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Que repose en paz el ébano,

que en alguna parte del recuerdo reposen en paz las hojas barridas por el viento.

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Que descanse en silencioso respeto el pasado de mi vida.

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(Madrid, 8 de abril de 1999)

© 1999 David Lago González

*”Paraísos cercanos: Cuba”, documental emitido por TVE-1 la noche del miércoles 7 de abril de 1999.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta poema-memoria es la pura perfeccion. CS

David Lago González dijo...

Gracias Carl. No creo que sea perfecto pero sí es la pura verdad. A los Miranda les habían dado en los 60 la casa de Pedrito Cazo. Eran como 20, o sea, terminaron siendo como 20, lo que da lo mismo. Con los padres y los dos hijos mayores (Raúl y Olga) las relaciones siempre fueron cordiales, salvo que Olga se convirtió en una de las principales instigadoras para darnos los actos de repudio cuando El Mariel. FELIZMENTE NO recordarás que poseer un teléfono en una ciudad como Camagüey era como que una extensión del mismo perteneciera por lo menos al barrio. Olga Miranda, como muchos otros, se servía de él. Compinchada con otros y con gente de mi trabajo (los más gusanos) quisieron organizarnos ese pequeño agasajo usual por aquellos tiempos y, fíjate que el texto lleva una dedicatoria, se negaron la presidenta del CDR y el director y los dirigentes sindicales de mi trabajo. Esto te dice que "la obligación" de participar en tales actos no era tan ineludible como quieren hacer ver los que esgrimen esa razón para justificar posiblemente su propia participación.
Cuando comenzó El Mariel yo estaba de vacaciones. Como al término de mis vacaciones, todavía seguía en Cuba, yo me incorporé a mi trabajo y me entrevisté con el director de la empresa (Rolando Acuña se llamaba) que, apenado, tuvo que trasladarme a una brigada obrera. El pobre capataz no sabía ni cómo tratarme por la vergüenza que tenía. Me pusieron a dar pico a un resto de cemento. Desde las naves vecinas comenzaron a gritarme, insultarme, tirarme cosas, así toda la jornada de trabajo. Por supuesto, no regresé. Luego me dieron baja por "abandono del puesto de trabajo". Nunca te expulsaban por cosas que internacionalmente pudieras usar contra ellos o valerte de eso para solicitar asilo, como, por ejemplo, expulsarte del trabajo por salida del país. Al menos lo que conozco de aquellos momentos.
Entonces comenzaba la etapa de la ley de peligrosidad. Y yo tuve una suerte infinita.

Anónimo dijo...

Valio la pena visitar internet a las dos de la manana.Un hermosisimo poema a un tiempo que fue espantoso.Caldo de cultivo para la tralla.En mi barrio acabaron.Recuerditos que guardo de la ninez.Eva.

David Lago González dijo...

Uy, "la tralla". Se me había olvidado ese palabra. Por completo. GRACIAS, Eva. Sí, muy feos tiempos; supongo que en la memoria de un niño/niña también dejaron su secuela.

Anónimo dijo...

Cuantos hechos parecidos , la historia y la vida no alcanzarían para revivirlos, sepultarlos, dar fé de ellos. Aveces faltan las palabras para describir los hechos, y los sentimientos que éstos provocan.


Ludwig von Berlin