jueves, 30 de abril de 2009

ANTONIO DESQUIRÓN OLIVA - Soberbia y necedad

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Por un relato de Lu Sin

Como los ancianos que huyeron del asilo

Para no comer las galletas

Con que el rey de facto

Los engordaba,

Decidí lanzarme a los caminos

Decidí andar hacia una pequeña altura cubierta de pinos

Donde seguramente había trufas y apetitosos animalitos;

Decidí vivir de la naturaleza.

Pero he aquí que

En un paisaje tan benévolo

Los vecinos habían exterminado toda caza:

Sólo pude recoger espinas de abeto, machacarlas y carbonizar

Burdas masas de color oscuro,

Que a duras penas tragué.

Luego encontré helechos y tosté las puntas de sus hojas:

En dos semanas se acabaron.

Supe que pronto moriré de hambre y frío en algún sitio apartado.

En realidad no es lamentable

Aunque sí me confunde

Ver escarmentada de ese modo

la conducta honorable.

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No acabo de entender por qué

decidir que es indigno

Consumir las galletas

De un necio

Merece que las generaciones del mañana

Condenen mi aspereza

Al dejar el albergue.

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(Santiago de Cuba, 30 de abril de 2009.)

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© 2009 Antonio Desquirón Oliva

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miércoles, 29 de abril de 2009

David Lago González - Puente en la Oscuridad, de Carlos Victoria (resención)

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PUENTE EN LA OSCURIDAD

Carlos Victoria

Premio Letras de Oro 1993. Universidad de Miami, 1994

Novela corta, fácil de leer. Su trama envuelve desde el primer momento, y manteniendo una considerable carga de suspense va incitando a internarse en un laberinto que cada vez va dejando más atrás la realidad hasta alcanzar un punto en el que se mezcla lo humano y lo espiritual, no en una espiral de confusión, sino en el desarrollo de una complejidad que escapa y sobrepasa los hechos meramente objetivos.

Natán Velázquez, el protagonista, es un cubano más de los muchos que viven en Miami. Un día recibe la sorpresa de saber que comparte la ciudad con un medio hermano al que le encomiendan encontrar. Pero Natán Velázquez es un personaje que realmente vive por inercia, que más que vivir "sobrevive", no en términos económicos sino en los que se refieren a su propia existencia, como si sus experiencias anteriores le hubieran dejado sin la debida fuerza para ser verdaderamente humano deviniendo en algo que intenta serlo o en una simple sombra que en la lejanía se ve cruzar un puente hacia alguna parte. La parte inicial de la novela, más anclada en los hechos, maneja un distanciamiento, una sequedad, un laconismo que recuerda un tanto a los grandes de la novela negra norteamericana. El protagonista empieza sus pesquisas en busca de ese hermano perdido al que algunos quieren recuperar, búsqueda a la que se suma sin ser capaz de precisarse a sí mismo si verdaderamente comparte ese interés y si al fin y al cabo resultaría edificante dar con otra parte de él que le descubra historias desconocidas que puedan contribuir a su fracaso como ser humano. Como muchos personajes de Hemingway, es un ser que ha aprendido a respirar más allá de la muerte y que al mismo tiempo carece del valor de dejar la vida o de retomarla con nuevos bríos. La investigación resulta para él una carga añadida a su ya cansada existencia, y, al adentrarse cada vez más en ella, la realidad va escurriéndose hacia una irrealidad que no llega a cuajar del todo como tal, llevada ex profeso hacia un campo nebuloso en que empieza a mezclarse con lo espiritual y lo metafísico. A mitad de la novela, un caprichoso giro de los ¿acontecimientos? hace que el protagonista atraviese por una especie de ritual de hechicería que es descrito magistralmente, en perfecta mezcla inseparable de credulidad, incredulidad, asombro y confusión. El personaje buscado se torna más oscuro, más escurridizo, más contradictorios los datos que dificultosamente se van recopilando sobre él, y al mismo tiempo se hace más humano, se le ve, no se le ve, se le cree distinguir del otro lado de Miami Lakes, pero nunca se deja tocar, nunca se deja encontrar, como si no fuera más que otra sombra que el espejo reflejo a la par de la del protagonista y ambas pugnaran por unirse y rechazar a la par esa unión, ese encuentro, ese simple hallazgo que posiblemente ya nada aporte a sus vidas, en plural, si es que ciertamente ese hermano existe en forma de cuerpo y no de desdoblamiento, de deseo, o quizás de rechazo.

¿Logran distinguirse realmente cruzando ese puente en el que se dispersan y se funden a otras sombras? Muertos que sobreviven como pueden en una ciudad que juega a estar viva.

© 1994 David Lago González

(Publicado en Prensa del Caribe, Año 1, nº 4, octubre-noviembre 1997)

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David Lago González - "Esta tarde se pone el sol", de Daniel Iglesias Kennedy (Resención)

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NOTA DEL BLOGGER : Mi amiga Karin Aldrey sigue enviándome carpetas (virtuales) de textos que en el último cataclismo informático perdí en el éter entre mi ordenador y alguna galaxia ignota. Entre las cosas que recién me ha enviado está esta resención que escribí para la Revista Hispano-Cubana y que no recuerdo si por fin fue publicada. Cuelgo, pues, el texto aquí, por si sucede otra hecatombe.

En realidad es un poco aburrido: no hago más que repetir lo mismo de siempre.

-o-

Esta noche se pone el sol

Daniel Iglesias Kennedy

Editorial Betania 2001, pág. 112

O sea, que Beaker Street existió. La KAAY, emisora radiofónica de Little Rock, Arkansas, y las palabras iniciales de Orson Welles en "La Guerra de los Mundos" con las que se abría el programa no fueron fruto de mi delirio. O sea, que efectivamente existió otra juventud que no simpatizaba mucho con la idea de la "cubanidad" --de la que no teníamos un molde específico-- y mucho menos con la concepción "revolucionaria" de esa cubanía. O sea, que las largas vigilias en el chalet de Junior en el antiguo Biltmore, emborrachándonos y colocándonos con ninguna otra droga que no fuera el opio musical de Pink Floyd, Soft Machine y todo el underground o progressive rock de aquella época, existió también para nosotros, aunque no fuera de interés para los que por entonces podían ser nuestros profesores.

Mientras escuchaba a Daniel Iglesias Kennedy hacer la presentación de su novela, escrita en Cuba en el año 72 y publicada ahora por Editorial Betania, sin adentrarse específicamente en el texto en sí, sino relatando simplemente las vicisitudes que atravesaron novela, autor y aquella pequeña historia de cada día suplantada (¿debo decir "aplastada"?) por La Historia Heroica... Mientras eso sucedía, yo estaba asistiendo a la mía propia y a la realidad que VIVIMOS, indiscutiblemente no todo el pueblo cubano, pero sí una parte considerablemente alta de la juventud de aquellos años y, por carácter transitivo, también de nuestros mayores.

Durante esas largas horas nocturnas no velábamos a San Lázaro/Babalú Ayé ni a Santa Bárbara/Changó ni a la Virgen de la Caridad del Cobre/Ochún, ídolos del sincretismo afrocubano; ni tampoco rezábamos rosarios, ni adorábamos a las figuras de barro de La Revolución Cubana y mucho menos al martirizado Ché Guevara, como tampoco loábamos a ningún político extranjero. Eran otros muy diferentes nuestros ídolos. Y quedábamos muy lejos de todo folclorismo, incluido el musical, incluso el de los pobres acercamientos de imitación que emprendían cantantes nacionales con lo más light de las melodías norteamericanas e inglesas de la época (España apenas contaba porque hablaban en castellano). Comenzamos a hacernos adultos el 1 de enero de 1959 con aquel desfile de pasarela de tanques, barbudos peludos, collares de santajuana (o madrejuana) y crucifijos que recorrió toda la isla desde oriente hasta occidente. Y continuamos madurando de espaldas al colectivismo, afianzando, endureciendo nuestro individualismo, que no pretendía ninguna reforma ni reivindicación ni enfrentamiento ante algo que desde un principio asumimos con la impotencia de un ignorante carente de aperos necesarios ante la barrera del Everest, desinteresados también ante tal proeza como desinteresados asimismo de todos los guías que la Historia nos había brindado hasta llevarnos a las faldas de aquella montaña (recordar aquella canción guajira que, como pavorreales con sus colas desplegadas, cantaban Ramón Veloz y Coralia Fernández: "...y un Fidel que brilla en la montaña, un rubí, cinco franjas y una estrella"). Lo único que inconscientemente pretendíamos era hacer realidad el verso de Carlos Victoria, poeta después auto-renegado de aquella etapa: "¡Vivir, vivir, Dios mío!" o contentarnos con una cierta "Imitation to Life". Nuestra juventud era nuestra, no posesión del Estado (que para nosotros no era más respetable que otros stablishments, pero extendiendo sus brazos de pulpo en una dimensión diferente), y por ello fuimos calificados como "elementos delictivos" o como, en mi caso particular, me había bautizado el Departamento de Lacra Social (que regentaba en Camagüey el famoso y temido Tte. Lara): "contrario al normal desarrollo de las actividades". A pesar de haber empezado a madurar siendo niños en el año 59, la inercia biológica no nos desposeía del todo de la inocencia, de la inconsciencia, de la alegría de experimentar, descubrir y de intentar hacer nuestra vida por nosotros mismos, de manera personal, con todos los errores y aciertos que ello puede acarrear, pero La Épica Historia del Olimpo redentor nos convirtió en una extraña mezcla de jóvenes maduros, o maduros adolescentes. Sin intención de victimismo, esta brusca alteración del ciclo vital de un ser humano es un lastre que, cuarenta años después, todavía arrastramos, por lo que tal vez seamos la generación más afectada negativamente por el triunfo de La Revolución y su sistemática imposición de valores o dogmas en los que nunca creimos y que de mala gana teníamos que hacer que lo hacíamos o rebelarnos ante ellos convirtiéndonos en heroicos patriotas cuando en realidad éramos simplemente antihéroes, cuyo desarraigo no comenzó cuando muchos de nosotros pudimos pisar suelo extranjero, sino que estaba con nosotros en el mismo suelo en el que vinimos al mundo. ¿La patria? ¿Qué cosa era aquello para nosotros? Cuando menos, algo vano que Fidel se obsesionaba en repetir a cada momento; en el peor de los casos, una palabrota. Entre medias, Una Cosa de la que queríamos huir.

De todo lo escrito en el párrafo anterior trata "Esta tarde se pone el sol". Con un lenguaje directo y sin florituras, sencillo, mucho más acorde con la "absurdidad fundamental" que con el trajinado realismo mágico, y desarrollada en su mayor parte en el entorno de un grupo de amigos de bachillerato, es reflejo de ese tiempo y de la juventud de ese tiempo, con momentos insustanciales, con momentos reflexivos, con momentos de duda, con momentos de rabia e impotencia. Con lo que nos tocó vivir. Jacobo no es sólo el protagonista de esta historia, sino un personaje real que se repitió y se multiplicó a todo lo largo del archipiélago, descreído, irreverente, RECONOCIBLE para quienes no pretenden alterar la realidad, y tanto él como toda la novela es un recordatorio para los que ayer, hoy y quizá mañana, para quedar bien con Dios y con el Diablo, se obstinan en decir que todos creímos en La Revolución y que esa revolución nos traicionó. De todas las posibles "back stabbers" que poblaban el aire, la única a la que esa juventud interesaba era la de la canción de esa época.

Como dijo el autor en la presentación del libro: "la juventud que conocí y viví fue ésta. Nunca conocí a jóvenes que estuviesen dispuestos a dar la vida por la utopía del Hombre Nuevo". Esta novela se convierte en la antítesis o el contrapunto de otras novelas que han querido presentar esa juventud dentro de un paulatino desarrollo de la desilusión. Porque, simple y llanamente, de qué se iba a desilusionar alguien que nunca estuvo ilusionado.

© 2001 David Lago González

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martes, 28 de abril de 2009

Harold Alvarado Tenorio - Amilkar-U

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(Por cortesía de Harold Alvarado Tenorio)

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Amilkar-U

(1940-1985)

Por Harold Alvarado Tenorio

Es poco y fragmentario, lo que sabemos de la vida de Amílcar Osorio Gómez [Santa Rosa de Cabal, 1940-1985], el más sofisticado y erudito de los poetas del Nadaísmo.

Hijo de una pareja de antioqueños pobres, Don Rubén Osorio, sacamuelas de plaza de mercado y Doña Elvira Gómez, ama de casa, nació en uno de esos pueblos de la colonización antioqueña en el Valle del Quindío, de extendidas plantaciones de café, casas de bahareque con patios cercados de chambranas, puertas zapotes y lavandas asediadas de araucarias con las nieves perpetuas del Ruiz, Santa Isabel y Santa Rosa como telón de fondo.

Amilkar-U debió estudiar en el Colegio Mayor de los Padres Lazaristas, cuando Santa Rosa de Cabal tenía una gallera, dos billares, tres boticas, una dentistería y el periódico no se publicaba porque el dueño había permutado la imprenta por un tren de juguete. El Seminario, con unos doscientos alumnos y medio centenar de hermanos vicentinos venidos de Francia y España, infundía en los chiquillos la vocación de servicio, a Dios y a los hombres, a través de los oficios manuales y la oración. Allí aprendió francés e italiano y los frisos del latín y griego que lució desde la juventud.

Empujado por la pobreza, dio con la belleza de su pubertad en el Seminario San Juan Eudes de Jericó donde conoció, siendo su caudatario, a Augusto Trujillo Arango [Santa Rosa de Cabal, 1922-2007], Doctor en Teología de la Universidad Católica de Washington, muy afecto a John McNamara, a quien el poeta debe, en buena parte, su fervor por el inglés, los seres de su mismo género. Sólo a los veintiuno, merced a los buenos oficios de la escultora judía Feliza Bursztyn [Bogotá, 1932-1982], que acababa de perder a Jorge Gaitán Durán, el gran amor de su vida, disipó su flácida virginidad teniendo trato con primera hembra. Bursztyn, ocho años mayor que él, murió en Paris huyendo del gobierno de Julio César Turbay Ayala que le acusaba de un delito que nadie conocía. Un Jueves a las cinco de la mañana, 18 encapuchados irrumpieron en su casa, le vendaron los ojos, desmontaron su cama creyendo que era un mortero, encontraron una pistola inservible y comenzaron, en unas caballerizas donde tenían también a otro poeta de ochenta años, desnudo y vendado, a interrogarla sobre “los polvos perdidos” de que había hablado, a gritos salpicados de obscenidades, en la mansión de uno de los más conspicuos Caballeros de la Orden de Malta, Don Ignacio Chávez Cuevas, director del Instituto Caro y Cuervo.

A mediados de 1957, meses después del derrumbe de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, atormentado por Bretón, Capote y François Sagan, perdió el quinto año de bachillerato, lo expulsaron del seminario, mientras su familia se muda a Medellín, donde ataviado de existencialista parisino, con trajes oscuros y pesados abrigos de invierno frecuenta El Metropol, un tugurio de camajanes, adictos y rateros cercano a la heladería Santa Clara, donde encontró a Fabio Raigoza, “bello como una puesta del sol” y con Alberto Escobar, Guillermo Trujillo y Gonzaloarango crearon el Nadaísmo.

Al año siguiente, desatendiendo una plaza de maestro de escuela que un político le había ofrecido, con Gonzaloarango, que le vendía como el Jean Genet tropical mientras le arrastraba por La Playa y Junín con una cadena de perro al cuello, iniciaron una gira que debió llevarles a Popayán propagando la buena nueva del Nadaísmo, pero terminó en Cali, con un paréntesis en la cárcel de Manizales, por tres meses, viviendo sobre una estera cundida de bichos en la Pensión Estación, de X-504. Amilkar-U leyó entonces, entre anhelos y deseos producidos por la hambruna, cincuenta libros de místicos y orientales de la biblioteca de Jaramillo Escobar.

Desalentado por el machismo y el misticismo de Gonzaloarango –vigilaba sus encuentros con Michael, un niño de ojos azules hijo de Possie Smith [Rosa Girasol], la entonces concubina del profeta-; obsesionado por el chismoso transgresor que frecuentaba los bares de la 3rd Avenue como estrella del New Yorker y de quien había leído Other Voices, Other Rooms, --cuyos personajes, habitan un desván como bisutería cubierta de polvo que al soplar reluce como oro revelando marchitos secretos-- y la jovencita de la Nouvelle vague autora de la Bonjour tristesse que llevaba siempre bajo el brazo, Amilkar-U decide marchar a los Estados Unidos siguiendo el ejemplo de Malgrem Restrepo, otro de sus conocidos de entonces.

Reneé Frei, impía fumadora de tabacos con cuerpo de boxeador y su mimado, el joven poeta David Howie, le llevaron hasta San Francisco, donde viviría por varios años frecuentando vates y budistas como Allan Watts, John Sirio, Steve Mc Cormick, Leek Cong, Dan Hall, John Hiebaut, Jim Tylor y Gregory Corzo. Luego, en New York trató a Allen Ginsberg, Peter Orlovsky, Bob Dylan y Brendan Behan con quienes coincidió más de una vez en los corredores y bares del Hotel Chelsea, donde iba en compañía del mafioso antioqueño Bernardo Fernández Mesa, propietario de un colosal loft en el Flatiron de la Quinta con Broadway, muy adicto a la entrepierna de las adolescentes de Balthasar Kłossowski de Rola.

Así vivió por años en Estados Unidos hasta la noche que, haciendo gala de sus pericias con “el camino de la mano vacía”, en un bar de maricas de New York decidió emprenderla contra un grupo de locas y travestis, que ofendidos, llamaron a la policía para defenderse de sus furias: no iban ellas, preciosas damas del Greenwich Village, habituales de Studio 54 y Crisco Disco en el 408 West 15th Street, irlandesas e italianas, a dejarse intimidar de semejante morsa descompuesta. Tres patrullas de la policía se estacionaron en la puerta de la discoteca, sacaron a empeñones al poeta, pidieron sus documentos y como no los tenía y llevaba más de una década como ilegal procedieron a repatriarlo. De nada valieron las gestiones de la escultora judía. Entre un grupo de amigos pagaron los boletos de vuelta para su amante olmeca, Efrén Mendoza, y de él, que regresaba a Medellín convertido en el poeta que circula en Vana Stanza y El yacente de Mantegna, pero sin duda, el mismo que había deslumbrado al cotarro con La ejecución de la estatua y Súbete todo en mí o La frente cubierta por el cabello.

Sin que pueda explicarse más que por su trato con Monseñor Trujillo Arango en Jericó o sus heteróclitas lecturas de juventud, Amilkar-U tuvo fama de erudito en lenguas como en teorías literarias. Una de ellas, que partiría de opiniones de Rubén Darío y Edgar Allan Poe, sostenía que la poesía sólo existe en concordancia con la melodía, correlación rota a partir de la aparición del comercio como origen de toda riqueza. La poesía, la música, la pintura y la danza habrían sido instrumentos, herramientas de las liturgias primigenias, unas veces de carácter moral, otras, sagrado. Historias fijadas en la memoria colectiva merced a las repeticiones, aliteraciones, juegos de palabras y rimas que la imprenta creyó obsoletas y que, el capitalismo salvaje, ignorará hasta hacerlas automatismos de la vanguardia y el nouveau roman, con sus variantes del méta-roman, roman du soupçon, o la italiana «scuola dello sguardo».

Se sabe que en plena juventud propuso a uno de sus compañeros de viaje el reto de ocupar cinco holandesas sobre una lata de sardinas. El desafiado creyó que se trataba de asociaciones o variantes de textos sobre peces o litorales, Melville o Hemingway, pero no, “se trataba de contar el objeto sin apartarse de su física sombra, de su escueta realidad. Amílcar gustaba de hacer estos ejercicios, parodias de los novelistas de moda describiendo con minuciosidad un muro gangrenado, registrando las estrías de cada ladrillo, recobrando la luz exacta del día con una prosa que era el silencio y la verdad de un mundo sin efugios del corazón.”

Amilkar-U creía también que la lectura en voz alta sólo hace viva la letra del poema evocando imágenes, conceptos, experiencias que yacen en el fondo de la memoria colectiva de cada oyente. Las artes literarias de su presente necesitaban de la voz para combatir las nuevas religiones y resignaciones de los rebeldes vencidos por la cotidianidad. De allí su conflicto con Gonzaloarango, de allí su “el único intelectual del Nadaísmo soy yo”, o “Gonzalo era un beato, un escritor mediocre” y “Ginsberg me aburría mucho, se la pasaba cantando mantras y quemando incienso, diciendo que quería hacer el amor con Fidel Castro…” “Yo he sido muy racionalista, lo que más me atrae es el racionalismo”.

En los museos de San Francisco y New York y en su trato con los innumerables artistas plásticos de las dos capitales de la cultura completaría sus concepciones de la literatura como un arte visual a partir del ritmo del texto. Como los modernistas Valencia, Darío, Lugones e incluso Juan Ramón, para Amilkar-U pintura y poesía eran los otros extremos de la armonía, porque si la música es análoga a la poesía en sus emociones cantadas y rimadas, la pintura, la música y la poesía lo son en acordes y armonías del color. Quien no se inclina hacia la música y la pintura no podrá ser un auténtico poeta.

Teorías que guiaron las confecciones de muchos de los textos que le sobreviven. Una de las novelas que escribió y hoy están o desaparecidas o en poder de sus herederos, La ejecución de la estatua, ocurre en una plaza mayor, domingo, día de mercado, entre el amanecer y su crepúsculo. En trescientas carillas quien narra imagina la vida tras las ventanas que rodean la plaza. Cuando las sombras ocupan sus lugares llegan los asesinos que producen una masacre. Durante el genocidio, Edipiana, la estatua que representa la madre en todas las plazas de Colombia, es ejecutada mientras los zamuros descienden de las cumbreras de las casas sobre los basurales con la total indiferencia y el silencio de los recién interfectos.

También con la lírica, Amilkar-U estableció una suerte de Verfremdung, como quizás lo habían hecho los Modernistas al desentenderse de un entorno y realidades que encontraban despreciables para la vida y mucho más para el arte. Como Darío, nicaragüense, y Valencia, colombiano, Osorio Gómez tomó el camino del arte, invirtiendo la crónica de la realidad, creando el otro mundo que no halló en las ciudades de su juventud y en los lenguajes de sus compañeros de viaje. Por eso dijo Gonzaloarango que si bien había sido uno de los fundadores del movimiento, fue odiado y admirado hasta el fanatismo por haber erigido la ignominia en estética y degradado los valores hasta el envilecimiento, execrando lo eterno y lo inmundo, el arte y sus amigos.

Su único libro de poemas, Vana Stanza, diván selecto [1962-1984] se publicó en una edición de trescientos ejemplares un año antes de su muerte. En la breve nota introductoria que le acompaña dice que los poemas no están ordenados cronológicamente, no menciona los libros de los cuales proceden y menos recuerda que el autor había sido uno de los fundadores del Nadaísmo. 100 poemas que le han separado, como sucedió con Los poemas de la ofensa de X-504, de las facilidades y fragilidades del Nadaísmo. 100 poemas que le alejan a grandes pasos del acento y las representaciones de Mario Cataño Restrepo, José Mario Arbeláez, Gonzalo Arango Arias, Elmo Valencia o Héctor Escobar.

Vana Stanza es un recorrido memorable por los espacios de la memoria, lugar vacio para siempre de realidad, vano de carne y hueso que nos habita hasta la última hora, testigo único de nuestra marcha por la historia. Como en los poemas de Kavafis que tradujera para la revista del movimiento en los años setentas, un piso de maderas, unos candelabros, unas puertas o sus janelas serán las substancias que repasen las ausencias de la vida y del amor. Recuerdos imaginarios que nacen en las aristas del día o al momento de romperse la luz, bodegones de la carne y el placer, iluminados por surtidores y fulgores del deseo, mármoles del presente, solas presencias del desprecio por la ordinariez de la vida cotidiana, por la lujuria podrida de la infecta carne del capitalismo. El cuerpo como lugar de la ruina del mundo, fragmentos y ultrajes del destino.

“El cuerpo, ha escrito Omar Castillo, está presente en la obra de Amílcar Osorio, ya como correlato del universo, como vaso de lo coloquial, como sustancia que nos introduce en los rigores y ejercicios de la existencia, luchando entre las formas y la rutina, ofreciendo sensualidad como trasgresión a la sumisión que implica la ignorancia del cuerpo”.

Con Vana Stanza, como con Los poemas de la ofensa, la poesía llamada colombiana por fin rompe definitivamente con las tradiciones españolas, que perduraron hasta los primeros libros de los poetas de Mito, incluso en su mejor exponente, Gabriel García Márquez, deudor, sin culpa alguna, de la peor poesía del mejor poeta de Piedra y cielo, Eduardo Carranza.

Poesía, la de Vana Stanza, para ser dicha en voz alta, en los aposentos del Renacimiento o en los recintos que guardaban las damas de las cortes de amor, arte de la voz y el ojo, cadencias y compases para la pátina de los sentimientos contemporáneos, las separaciones y jugarretas del destino. Para los fiascos de los nuevos amoríos entre machos, la nueva especie y género que había invadido sin regreso el mundo del siglo que nacía entre las ruinas del Muro de Berlín y el fin del comunismo.

Los labios se entreabren y ya se ha ido el beso.

El amor no es efímero, es efímero el tiempo.

Amilkar-U murió el 12 de Febrero de 1985, al caer en las aguas de La oculta, una laguna de Jericó, donde había conocido la precaria felicidad que deparan los encuentros con quienes una vez se amó.

Contadora, Abril de 2009.

Bibliografía de Amilkar-U

Vana Stanza, diván selecto [1962-1984], Hernán Buriticá Editor, Medellín, 1984. El yacente de Mantegna, Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 1986.

Bibliografía sobre Amilkar-U

Amílcar Osorio: Veinte años no es nada, Magazín Dominical de El Espectador, Septiembre 10 de 1978. Darío Jaramillo Agudelo: La poesía Nadaísta, Revista Iberoamericana, Pittsburgh, nºs 128-129, Julio Diciembre de 1984. Gonzalo Arango: Los días de nuestra vida, El mundo semanal, Medellín, Febrero 23 de 1985. Jaime Jaramillo Escobar: ¿El Nadaísmo, escuela de místicos?, Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, Junio 23 de 1986. Jairo Morales Henao: Amilkar Osorio más allá del silencio, El mundo semanal, Medellín, Enero 17 de 1987. Juan Gustavo Cobo Borda: Los restos de un naufragio verbal, Boletín cultural y bibliográfico, Bogotá, n1 10, 1987. Omar Castillo: Asedios y 9 poetas colombianos, Medellín, 2005. Oscar González: El único intelectual del Nadaísmo soy yo, Magazín Dominical de El Espectador, s/f. Ramón Illán Bacca Linares: Sobre y de Amilkar-U, Olas, Barranquilla, nº 4, 1985.

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Amilcar en S. Frisco (1)

(Amilkar-U en New York)

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(C) Harold Alvarado Tenorio
www.haroldalvaradotenorio.com/web
www.arquitrave.com

domingo, 26 de abril de 2009

BEA ARTHUR is dead

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"What will I do?" when all this extraordinary people like YOU are gone?

Rest In Peace,

my Lady of the Laughter

viernes, 24 de abril de 2009

Tertulia Literaria Hispanoamericana Rafael Montesinos

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Tertulia Literaria Hispanoamericana

Rafael Montesinos

Curso LVI

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La Directora de la Fundación de Colegios Mayores MAEC-AECID

y la Directora de la T. L. H. Rafael Montesinos

se complacen en invitarle a la

sesión 1624ª

Martes, 28 de abril 2009 - 19´30 horas

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Manuel Francisco Reina leerá poemas del libro

Las Rosas de la carne y otros versos

presentado por Manuel Ríos Ruiz

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Tertulia Literaria Hispanoamericana Rafael Montesinos

Colegio Mayor “Nuestra Señora de Guadalupe”

Avenida de Séneca, 4 28040-Madrid

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LA ROSA RESURRECTA

Para Francisco Quintero

Rosas secas sobre mi corazón agotado

como un tintero exhausto para escribir de amores,

donde los cuervos criados con la ternura antigua

de quien creía su pecho nido de palomas,

secaron mi fuente para el amor y las lágrimas

como monstruos sedientos de pasión y de vida.

Rosaledas yermas para versos amorosos,

pétalos disecados entre páginas viejas,

libros de poemas desterrados en estantes

donde el polvo los velaba de memoria real.

Y entonces tú llegaste como un pájaro incauto.

Entraste en mi casa confiado y sereno

como nuevo presagio de fortuna y de dicha,

y me brotaron yemas en las ramas marchitas,

y en mis manos anidaron de nuevo las tórtolas

y rosa resurrecta de amor quemando el labio.

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Manuel Francisco Reina

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Tertulia Literaria Hispanoamericana

Rafael Montesinos

Fundada en 1952

martes, 21 de abril de 2009

QUOTES - Edward P. Thompson

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"Los historiadores deberían saber que los sinsentidos, cuando se los tolera –y aún se los corteja y festeja— pueden llegar a tener una asombrosa eficacia y vitalidad. A fin de cuentas, para cualquier espíritu racional, el grueso de la historia de las ideas no es sino una historia de sinsentidos."

Edward P. Thompson

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lunes, 20 de abril de 2009

Arturo Pérez-Reverte - Ese rojo maricón


Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte

ESE ROJO MARICÓN

Ayer vi de nuevo Las cosas del querer, de Jaime Chávarri, cuyo estreno me entusiasmó hace veinte años. Al poner el deuvedé temía que la película hubiera envejecido mal; pero lo cierto es que disfruté mucho. Las canciones son deliciosas, la historia está admirablemente contada, Ángela Molina sigue extraordinaria y guapísima, Ángel de Andrés Pérez borda su papel de pianista bruto y tierno, y Manuel Bandera está soberbio interpretando el personaje de Mario, inspirado sin rodeos en el inmenso, entrañable Miguel de Molina. Y como las cosas encajan unas con otras de manera misteriosa, hoy abro el periódico y me entero de que en Madrid hay una exposición, abierta hasta mayo, titulada: Miguel de Molina. Arte y provocación. No he ido a verla todavía, porque quiero escribir esta página con la película recién vista. En caliente. Para agradecer a Jaime Chávarri que hiciera lo que hizo, y para recordar a Miguel de Molina. Y no es un recuerdo cualquiera. Ni casual. Se lo dice a ustedes alguien que, cada vez que viaja por carretera, lleva puestos en el cedé del coche Ojos verdes, Don Triquitraque y La bien pagá. Entre muchas otras.


La historia de Miguel de Molina es tan española, tan de aquí, que duele con sólo teclearla. Una historia de talento roto, quebrada y trágica como la de aquella generación partida por la guerra civil, maltratada por un bando vencedor que demostró, en sus infames representantes, una falta absoluta de compasión y de decencia. Miguel de Molina era el artista más notable de su tiempo, y con él se ensañaron los nuevos amos de España, poniendo en ello toda la chulería arrogante, despiadada, de quienes se sabían impunes y poderosos. Al chiquillo que había empezado fregando el burdel de María la Limpia en Algeciras, al artista original y personalísimo que arrasaba en tablaos y escenarios, que nada tuvo que ver con la política, no le bastaba, para el favor de la nueva gentuza –la que arrebató el poder a la anterior gentuza–, haber sido obligado a echar flores desde una tribuna y saludar brazo en alto el desfile de los vencedores, junto a Jacinto Benavente y otros artistas. Tenía, además, que trabajar para empresarios que le pagaban tres veces menos de lo que había cobrado durante la República. Purgar así haber animado con su arte a los soldados rojos en los hospitales de guerra, lo mismo que habría animado a los nacionales de haber caído al otro lado. Era la España eterna, de siempre: conmigo o contra mí. El caso es que Miguel de Molina se negó a renovar un contrato, y lo pagó muy caro. Al terminar una función, tres individuos que se identificaron como policías –uno de ellos, el conde de Mayalde, sería luego alcalde de Madrid– lo llevaron a un descampado, lo forzaron a beber aceite de ricino y le dieron una paliza, arrancándole el pelo y algún diente. Y mientras el infeliz preguntaba por qué le pegaban, los otros respondían: «Por rojo y maricón».

Y luego, el exilio. Al artista enorme, ídolo de las radios y los escenarios, que había visto y oído nacer Ojos verdes en un café de Barcelona una noche de conversación entre él, Rafael de León y Federico García Lorca, le negaron los permisos para actuar, persiguiéndolo con saña allí por donde iba. La mano del franquismo era larga, entonces. Después de triunfar en Argentina, presiones de la embajada española lo forzaron a irse a México, donde también se le hizo la vida imposible –Jorge Negrete y Cantinflas lo putearon con muchas ganas– y terminó regresando a la Argentina de Perón. Allí escribió un poema –Cuando te duela España– que más o menos empieza diciendo: «Esquiva los cuchillos / de los recuerdos», y termina: «Que el pan es uno solo / en cualquier tierra». Y no volvió, claro. Regresó más tarde a España un par de veces, temporalmente –los periódicos lo machacaron a gusto por homosexual y republicano–, pero en realidad no volvió nunca. Se quedó allá, en Argentina, negándose durante mucho tiempo a ser entrevistado. Sin querer saber nada de su patria ni de los periodistas –yo fui uno de ellos, en 1978– que llamaron a su puerta. Cuando en el año 92, cincuenta y dos después de echarlo a palos, España le concedió la Orden de Isabel la Católica, a él ya le daba igual. Estaba fuera de plazo, y así lo dijo: «Esa reparación me llega demasiado tarde». Murió a los pocos meses, a punto de cumplir los 85 años, y está enterrado en Buenos Aires, en el cementerio de la Chacarita. Málaga reclamó sus restos el año pasado, pero yo creo que ni Málaga ni España lo merecen. A buenas horas, mangas verdes, habría dicho él. Mejor que lo dejen en paz donde está. Allí donde lo confinamos a palos, entre todos. Donde pudo quedarse. Nada resume mejor su vida que La bien pagá, aquella copla con la que una vez triunfó en los escenarios: «Ná te pido, ná te debo / me voy de tu vera, olvídame ya». Miguel de Molina, como tantos. Como siempre. La puerca España.

Fuente: XLSemanal

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domingo, 19 de abril de 2009

"Will you still love me tomorrow?" as sung by Ann Hampton Callaway

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CARLOS VICTORIA - Canción

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Para cruzar el arroyo, ay mi madre,

Tú no mueves la tiniebla,

Pero si miras al pozo, ay mi madre,

Te vas a quedar en ella.

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La noche quiebra tu casa, ay mi madre,

Y las estrellas tu sueño,

Y si me muero en la sala, ay mi madre,

Hay un niño en el espejo.

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La novia que yo tenía, ay mi madre,

Se me volvió una paloma,

Y la esperanza y la risa, ay mi madre,

No me conocen la boca.

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Si el camino está mojado, ay mi madre,

Los recuerdos no se pierden,

Pero si llueve en el patio, ay mi madre,

Tú verás cómo no vuelven.

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En el jardín se oyen voces, ay mi madre,

Pero no hay quién las responda,

Y en el cielo hay dos colores, ay mi madre,

Pero no hay quién los conozca.

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Por el mar se fue mi barco, ay mi madre,

Y no viajaré ya nunca,

Están pasando los años, ay mi madre,

Y no encuentro al que me busca.

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Cierra los ojos el ángel, ay mi madre,

Y la tierra está vacía,

Pero si los labios abre, ay mi madre,

Qué solitaria es la vida.

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(Enero 1970)

© Carlos Victoria Olivera 1970

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viernes, 17 de abril de 2009

ROLANDO H. MORELLI - CENSORSHIP (Conference at Columbia University, NY)

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(La traducción al español realizada por el propio autor será puesta en breve. Blogger.)

I was about to turn censorshipfifteen, the time one is first invited to attend a Cuban “quinceañera” debutant party. With ingenuity and cunning, I had managed to let my hair grow long, almost touching my shoulders, in spite of my parents instructions to get a hair cut as soon as possible, and my teachers’ no less peremptory admonitions to the same effect. My high school friend Tania had invited me to her cousin Adele’s quinceañera party and I was glad to oblige, feeling my own coming of age something transcendental. After much rehearsing of the formal choreography required in such cases to open the ball involving the fifteen couples that formed the debutante’s entourage, of which I had been invited to be a part, we were ready to party. The chosen evening, things began as planned with all the pomp and circumstance of the occasion, and once these were concluded, the real dancing and fun began. The dance had been legitimately booked and rented by the parents of the debutant, for the purpose of this birthday celebration, the Cuban equivalent of what is known in the States as a Sweet Sixteen celebration. The person in charge of playing music for the occasion was one of us, a kid named Ventura, with a notorious magic touch to find and play all kinds of good records. Everything was going fine as we listened to the music of recordings that had been smuggled into Cuba by some diplomat’s child or some other means: the chords and riffs from Carlos Santana, the pleasing melodies of José Feliciano and the work of other musicians popular with youth; when suddenly the music was interrupted, and a lot of yelling and cursing could be heard directed at us. Uninvited, the forces of public order had intruded and broke up what they considered a dangerous criminal activity. Some parents present as chaperons tried to reason with the authorities, but to no avail. They were merely chastised by them. Boys and girls were separated into two groups. The girls were told to leave with their chaperons, while we boys were all lined up in front of a wall with our hands against it. Although the mothers accompanying their daughters were permitted to leave with them, they were reprimanded for their permissiveness and lack of revolutionary combativeness and consciousness. The target and/or presumed cause of this raid, was the stack of records being played. Ventura, seventeen years old, long hair, tight pants and loose shirt with flowery design, was pushed out of the building and taken into custody by two officers while we remained inside waiting for some decision on their part. The stack of records was confiscated, and a big show was made of breaking several of Santana’s and Feliciano’s albums, as if to show us what we had in store. (Ironically, many years later, after my departure from Cuba, I happened to witness none other than Carlos Santana himself, sporting a fashionable T-shirt imprinted with a prominent portrait of Che Guevara while performing at the Academy Awards ceremony in which a popular movie celebrating the life and exploits of a young and entirely fictitious Guevara had been nominated. I confess my heart froze first with disbelieve and then with anger, remembering the many occasions in which through the years we had been told that Santana was not only a mediocre musician, but a sellout to American imperialism as well; a bad influence from which we had better keep our distance.) Finally, we were forced to climb on the back of several trucks waiting outside. Needless to say this was a terrifying experience for a boy my age. Conducted to Police headquarters we spent the rest of the night incommunicado in a huge patio surrounded by a thick wall. In the early hours of the morning we were told to gather in front of an official who informed us we were being taught a lesson for our own good, and that we would soon be released after signing some documents and “visiting the barbershop”. With this last remark, meant to be sarcastic, he actually indicated we all were to have our heads quickly shaved by a group of barbers given this task, who were already occupying the center of the expanse that held us captive. I regret to admit that my parents and teachers approved of the lesson I was presumably taught that night, save for the part that concerned both parties having to monitor and report our activities to the authorities, for a period of fifteen days (symbolic I think). We were not officially arrested or put under house arrest, only under scrutiny.

I grew up without freely being able to listen to the sounds other youth around the world were listening to: No Rolling Stones, no Beatles, save for an occasional song played on national radio to give a false impression of openness, but nothing deemed inappropriate by the Cuban authorities. If you did, you were doing so at your own peril. No Celia Cruz either for that matter, nor any other popular Cuban artist who had fled the country, and even many who, although still living in Cuba, were considered “problematic” for a number of reasons: his or her homosexuality, alleged or proclaimed; his or her “social conduct” in other areas. Even those who would become later, much later, known as, the voices of the “New ‘revolutionary’ Song” had to first conform to the dictums and demands of the State-run and controlled radio and television media. At any moment, a popular singer, actor or artistic public figure (national or international) would simply disappear from the limelight and never be heard from again, or at best relegated to an occasional cabaret appearance or restaurant presentation. Most others would languish in limbo while those who exhibited a revolutionary spirit, which often meant denouncing what were considered the revolutionary transgressions of their fellow artists, were granted the possibility of recording and/or traveling abroad, among other prizes. That is how in the 1970’s out of the ashes of Cuban music, and in the midst of one of the worst periods of repression within Cuba, there rose like a false phoenix of legend the orchestra Los Van Van, despised by most members of my generation for this very reason. Los Van Van, officially promoted at the expense of an entire culture would become known abroad as popular Cuban music incarnate. Their artistic merit aside, the fame and acclamation of “los Van-Van” originated first and foremost in the political correctness and opportunism that made them possible, and came at the expense of a myriad of equally talented musicians, in the same manner that Alicia Alonso’s fame, stands not only on her own merits, but on the sacrificing of generations of dancers who could only be second to “la prima ballerina assoluta” of the National Cuban Ballet Company, the pride and “the pain in the neck” of the regime, considering the number of gay men and women that integrated its ranks.

After decades of this sort of strict state control over the arts and popular music, enter Ry Cooder. People in the United States and elsewhere became infatuated with the recordings of the Buena Vista Social Club, which he presented as being his great discovery of extraordinary, forgotten representatives of the Cuban tradition in music. Few knew or cared to know that these were only a sampling of a large number of great musicians who after a long and glorious career, or at the very peak of it, suffered the ostracism imposed on them by the monopoly and arbitrariness of the Cuban state over all the means of communication, a practice that resulted in putting an abrupt end to their careers. So even if not involved in any form of “counterrevolutionary” activism, which would have landed them in prison, these artists, just by being considered at some point in time to be no longer of interest to Cuban culture by the self-appointed cultural authorities of the Revolution, were doomed to oblivion. In a country where even the right to purchase or sell a set of guitar strings, not to mention an entire instrument, is solely the privilege of the government and the acquisition of such commodities on the side could land you in jail under the provisions of Cuban revolutionary laws, many musicians were simply forced to give up their careers. Many that had played for a living for years in a professional capacity were simply told that they lacked the qualifications to be considered professional musicians anymore, and therefore put in a category that allowed them to only “receive” instruments and be given venues in which to play only when these were allotted to non professionals in good political standing. This in turn meant no recordings, no public presentations, no salaries, etc., essentially a devaluation of the person as well as of the professional.

The story of the rise and fall of one of Cuba’s greatest composers and cultural icons, Meme Solis, serves as one of the best examples of the real tragedy Cuban culture suffered under the tyrannical Castro regime, and is by no means exceptional. In brief: The «Meme Solis’ quartet» shared with another popular quartet of the time, known as “Los Zafiros,” the favor and attention of young people during the first decade of Castro’s Revolution, but sooner or later both groups started to encounter difficulties that had to do with what the regime expected from them, or what it was not willing to accept, that is, “degeneracy” of any kind, “affectation”, “extravagance”; in summary: conduct unbecoming or improper, even if this was a matter of their private lives, for there was no longer a distinction permitted between one’s private and public life in the eyes of revolutionary morality as enforced by the communist rulers, except, of course, for the Maximum Leader himself, whose life, even his place of residence was (still is) a secret to most Cubans, those living within Cuba, that is. «Los Meme», as they were known to their fans all over the island were allowed to record and succeed until one day their so-called extravagant behavior and feared bad influence over their followers was no longer tolerated. That was very likely the day the owner of the famous Olympia Theater in Paris wanted to extend individual contracts to both «Los Meme» and «Los Zafiros», but the real boss (Castro and his goons), said no, and that was the end of it. In 1968 the so-called “revolutionary offensive” (offensive indeed to any semblance of sanity left in Cuban life) permanently closed down all remaining bars and cabarets, except those for authorized Cuban radio and television performers. On December 1969, ostracized and desperate, no doubt fearing for his personal safety, Meme Solís requested permission to quietly leave the country. His request was ignored, and for twenty years the eagerly expected authorization was refused and the name of the singer, composer and maestro definitively erased from the annals of Cuban music as written in politically correct literature and history circles in and outside Cuba.

Meme’s fears were far from unfounded, for against a façade of revolutionary fervor and enthusiasm, a public relations fanfare generated for domestic as well as international consumption that was echoed and trumpeted abroad by the Castro propaganda machinery and the well meaning sympathizers of the so-called “extraordinary achievements of the Revolution,” an actual civil war incited by Castro’s repressive policies was taking place, incited by the many atrocities perpetrated “in the name of the people” against real people. In the Escambray mountain range at the center of the island, a rural peasant uprising against the abuses and arbitrariness of the Castro government took place. It would take Castro’s militias more than six years to curtail it, although for political purposes he announced to the outside world the end of the war before it had actually terminated, a feat that required the relocation of entire towns to other regions of the country where they remain to this day, their residents forbidden to return ever again to their ancestral homes. Entire groups of people were being repressed for simply belonging to one or another category of individuals deemed dangerous, or potentially dangerous by, among others, Comander Ernesto “Che” Guevara. These individuals were interned in labor camps supposedly aimed at their re-education, and known as UMAPS, acronym for Military Units to Aid Production. Homosexuals, non violent political dissenters, nonconformists, seminarians and/or religious individuals, musicians, artists, writers, and anyone deemed anti-social were grabbed in the streets at different times, or called for a deceitful interview that ended up in their being forcibly transported long distances to one of the labor camps without any prior or subsequent notice to their families. At first, the existence of such camps was kept semi-secret until it was no longer possible and several international protests such as that of the Matachine Society in New York City, one of the original national gay organizations in this country, staged protests against the incarceration of Cuban homosexuals in front of the United Nations. The beat poet Allen Ginsberg, invited to Havana to serve on the jury in the Casa de las Americas’ yearly literary contest, voiced concerns about the internment of homosexuals during his abbreviated stay in Cuba; abbreviated because he was suddenly expelled by the revolutionary authorities allegedly for his liaisons with among others the young Cuban poet José Mario, and for having said in a conversation spied upon by the secret police, he thought “‘Che’ Guevara was good looking and that he would have liked to have sex with him.” Ginsberg was sent packing and put aboard a plane that took him to Prague. But José Mario, like many other Cubans, was sent to one of the labor camps in the inaccessible interior of Camagüey province. Others like poet and short story writer Ana María Simo, from Mario’s group, was forcibly taken away from her house in the middle of the night and submitted to a series of electroshock therapies to cure her of her maladies. Later returned to her family under house arrest, she was eventually allowed to live in exile in France in 1968. In fact the whole “El Puente” group lead by José Mario disappeared, disbanded by Castro himself who was heard saying at the University of Havana, “leave that bridge (el puente) to me. I’ll blow it up”. All books printed and those titles about to be printed by Mario and his group were confiscated and quickly turned into pulp, and I don’t mean fiction.

José Mario’s, Ana María Simo’s and Meme Solís’ stories as victims of censorship and repression under the Castro tyranny, is not, I must insist, an uncommon story. Separately, they illustrate a handful in a gamut of procedures applied by the Castro regime over the years to definitively censor any form of dissent.

I began by recalling a personal experience of my youth intimately connected to censorship, and continued by referring to repression as affecting both literature and what we may term popular culture, because too often when talking about censorship, we the literati and academicians tend to focus our attention on well known writers, painters, cinematographers, etc., thereby personalizing their plight, but also, all too often narrowing the scope of the effects of censorship when we should be addressing, certainly in Cuba’s case, an extensive and entrenched phenomena, inseparable and intrinsic to the ideology of tyranny, and particularly to regimes such as Castro’s with their professed hatred and disdain for anything resembling democracy or individual freedom. I want to point out that censorship in Castro’s Cuba has been aimed from the very beginning against not only individual rights but against the collective right as well: totalitarian, absolute; successfully carried out over the years, with the complicity and the complacency abroad of many who claim to represent in American or free European societies the ideals of freedom and social justice.

There exists, it seems, a double standard among advocates of the Castro regime. Laws passed in the US in an effort to curb illegal drug trafficking or the threat of terrorism, which potentially are significant limitations to our individual rights, are seen as flagrant abuses of power, while a Cuban system of no guaranteed rights of the individual in the first place, where the only lawyer showing up at your trial (in the very rare case you ever get one) is there to represent the state and whose only role is to state for the record what crime it has already been determined you committed; this mockery of human dignity is embraced. The usual argument for tolerating this obvious disconnect is to focus on the alleged social justice that supposedly thrives in revolutionary Cuban society as exemplified by its system of free education and universal health care. Allow me to address this directly.

Before coming to this country I was myself an educator. The fraud our educational system became under Castro and its deterioration over the years can only be hidden by statistics provided by the Cuban government to a Unesco committee formed by unquestioning and complicit nations whose interest are more often than not coincidental with those of the Cuban authorities. As for our health care system, I suggest you direct your attention to the many serious reports and studies from independent health care providers in Cuba, who because of their negative evaluations were subsequently subjected to harassment and/or imprisonment, such as doctor Darcy Ferrer, or the organization of “Doctors Without Borders” based in France, rather than pay one second of attention to the doctored public health data spewed out by “official” sources. Two personal stories speak mountains. First, I myself was subjected to one session after another of nine electroshock “therapies” while in the army, where I had been drafted under the “Mandatory Military Service” law, in order to presumably cure me of my homosexuality. When after my first session I asked the psychiatrist to terminate the treatment because I was afraid of what it was doing to me and the horrible side effects I was experiencing, I was told in no uncertain terms that under the revolution I was government property, and therefore had no say in the matter. I was forced to undergo the remaining 8 sessions against my will. Second, my mother died in Cuba of a colon cancer in 2000, a disease that in this country is now considered very treatable because of early diagnosis and intervention, but which went undiagnosed for two years there and thus led to her inevitable demise. I had to purchase on the black market (within the hospital) on one of my visits to Cuba to see her, twelve bottles of hyperalimentation fluid because she was essentially dying of starvation, being fed with only glucose for over a week before my arrival. I can tell you of the abysmal conditions faced by Cubans that I witnessed in this hospital, and I don’t mean just wastebaskets near overflowing or bedpans not being emptied in a timely manner that unfortunately happens all too often in the US, what I mean is soiled mattresses that remain uncovered unless the patient’s family can supply the sheets and spilled human excrement remaining on the floor for hours. In the adjacent wing, foreigners invited by Castro under programs subsidized by the Chavez regime in Venezuela and other Latin American countries, enjoyed all sorts of amenities, under what has become an apartheid system that affects Cubans in general, and black Cubans in particular, although this is not an apartheid clearly delineated along racial lines, but rather those demarcated by the Party. Much can be said about how the United Nations and similar organizations hide and disguise the real situation of health care in Cuba, as well as most of the American and European free press, in what ends up being censorship of the truth in favor of presenting a positive image of the Castro regime.

Another way the press outside Cuba participates in a sort of de facto censorship is its failure to report on significant dissident movements and events occurring within the country. These groups of brave men and women, practically abandoned to their fate by the rest of the world, have resisted, and by so doing have paid a heavy price but have made some inroads. These are today’s independent librarians, journalists, lawyers, economists, medical doctors, and others, who by their very existence within Cuba as autonomous entities constitute a threat to the regime. Castro feared both the growing number of these men and women and the effect they were having in and outside Cuba, when in the year 2003 he decided to put an abrupt end to their “treacherous activities” by throwing them into prison, precisely when the world press’s attention was focused on the US and allied forces’ invasion of Iraq. This wave of repression known as Primavera negra or Black Spring was at best, buried in the “supplement” pages of American newspapers, if reported at all. The free press, or at least a large segment of it, has shown over and over again that it is more inclined to advocate the rights of professed terrorists in Guantanamo or elsewhere, than the rights of ordinary Cubans in Castro’s gulag. And when it comes to ordinary people fighting for their rights, Cubans are matter-of-factly ignored. The assumption is that there is no struggle there; or worst yet, that no struggle is needed there, where people are free and content with their lives!

Here are other examples of Cubans having to take a back seat on the press coverage bus. How many times have you heard that Nelson Mandela is the political prisoner who spent the most number of years in prison? Certainly 27 long years for rightly opposing apartheid in South Africa is a gross injustice, but I am certain the name Eusebio Peñalver means nothing to you. Also a black man, he spent 28 years of his life in Fidel Castro’s prisons under the most horrid conditions, suffered all sorts of tortures and when finally released by the grace of His Maximum Leadership Fidel Castro, he was sent to Miami, to die in exile, never to return to his country again. Peñalver had been an opponent to Batista’s dictatorship, but then he also opposed what he considered the deceitful betrayal of Fidel Castro’s ideals and the imposition of his tyranny. Another black man, Antunez, spent seventeen years in prison for screaming at a public rally, “communism was an error and pure utopia”. He was twenty-five at the time. The beatings he suffered while in prison and the terrible conditions of his imprisonment had him on the brink of death on more than one occasion. Yes, Cuba’s gulag is filled with prisoners, many of whom are not even deemed political by the government, but ordinary criminals, and many of these men and women are black, but it seems the powerful media of the free world is as good at censoring this information as the Castro government itself.

Censorship and repression often go hand in hand, we might even say censorship is the most accomplished and “clean”, as in effective, kind of repression there is. For dictatorship, and more concretely tyranny, is the embodiment per excellence and the concretization of censorship: the tyrant himself, the almighty Censor incarnate. By the grace bestowed upon himself, he becomes, the State, the nation, the people and their traditions, wants and needs, usurping their existence and imposing a mold for conformity and uniformity, according to which all the serf-children must conform and the only free thinking adult is he, the despot, as Supreme Censor. There is no other name for this than feudalism, pure and simple. There is nothing modern or exciting, nor ideologically challenging about Castro’s Cuba or similar regimes. There is nothing that more resembles the absolute despot of old, with his indisputable right of life and death over his subjects, than Castro, nor is there anything that more resembles a feudal realm than totalitarian Cuba. Now, if you believe that traveling backwards in time as if in a time machine to the darkest moment in the Middle Ages, and imposing this social structure on millions of modern men, if that is your idea of an exciting experience, then you are right: Castro’s Cuba is an exciting, dynamic place and his social experiment with humankind a valid one.

Before we open the floor to commentaries and questions from those of you who wish to do so, I would like to add a final personal note I consider not out of place here. My partner in life and I are at present, have been for a number of years now, embarked in a labor of absolute love regarding the salvaging and preservation, albeit in a modest way, of many works of Cuban literature censured by the Castro regime, or condemned to oblivion for a number of reasons, all of them in essence, political. We are committed to publishing and/or reprinting works whose very existence the new generations of Cubans in and outside the island do not know. It is a way of contributing to an uncertain future, to a dream of freedom when a new Cuba can be possible and young people don’t have to fear arrest for the kind of music they listen to, or for their taste in literature or art, or for their sexual preference or demeanor.

© 2009 Ph. Dr. Rolando H. Morelli

(Columbia University, New York. Conference. April 12, 2009.)

martes, 14 de abril de 2009

ROGER SALAS - Pascua en Roma

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niebla_5_copyright MeteoA

(C) Meteo

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(para Isel y Vito)

Hay una radio lejana que se afana

en una alegre canción cualquiera;

es tan temprano, niebla en Aventino

y las palomas del Tevere remolonean

entre gastadas volutas Borromini.

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Gris pastoso baja de Villa Borghese

hasta confundir el verde con la nada,

avisándome sin ruido debo continuar:

esmerarme en la escritura, no es nada,

nunca nos conduce más allá del río.

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La canción ha cesado de repente

pero el rumor pétreo, al contrario,

se exhibe tan ufano y al compás

del impudor radiante de las estatuas.

Huele ácido el rescoldo de incienso.

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Faltaban las campanas, indolentes,

y han llegado ya gestando un abrazo

tan ansiado como cristal absorbente,

tan temidas hoy como promisorias:

¿Quién sabe de quién tañen finale?

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Roma (10-13/IV/2009)

© Roger Salas

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sábado, 11 de abril de 2009

Edith Piaf canta para mi amigo Oscar León Morell

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Mi amigo Oscar fue hallado muerto anteayer en su casa de la calle de Valverde.  Otro día escribiré sobre él y nuestra amistad, y sobre la amistad tal vez.  Y sobre mil cosas.  Hoy sólo quiero dejarle este vídeo de una cantante que tanto le gustaba.  ¡Que el Ruiseñor de París cante siempre para él! Y que logre en el mundo de las ánimas la paz que tan esquiva se le hacía en el mundo de la carne.

Tu amigo  David.

 

OJOS COLOR DEL TIEMPO Y EDAD INDEFINIDA

 

Así definía  Corín Tellado a los galanes de sus novelitas rosa: no se esforzaba mucho la mujer.  La escritora asturiana ha fallecido hoy, o ayer, en fin, en fecha tan indeterminable como su edad.

viernes, 10 de abril de 2009

CARLOS VICTORIA - Seis poemas para mi madre loca en Camagüey (1969)

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I

El invierno vino sólo por ti,

mujer que cruzaste desde la vieja

escuela

hasta la muerte de tus padres,

y tus hermanos y primos se casaron

y procrearon

como Dios manda en

El Libro.

Nada de viernes ni fiestas ocultas,

sólo el invierno fue

en tu corazón.

El azar despoblando

tus hermosos labios

me vuelve a recordar

la niña que dejaste,

abandonada y fría

en un pozo de Marzo,

y el invierno la olvida

y la dibuja

contra toda ceniza de ti misma.

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Niña y madre,

el reposo tardío busca

en vano

tu cuerpo en otro cuerpo.

Tus muñecas, las pálidas y sucias,

juegan a perecer

en el frío y la tristeza.

Y tú eres la novia de mis tardes,

siempre adiós, no me olvides,

y hacia inviernos más tuyos,

donde nadie te besará jamás

los ojos y los labios

solos.

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II

Solías decir:

“el jardín es un cielo inviolable,

y los ángeles flores”.

Tu pañuelo a capricho se ocultaba

en el verde,

y tu madre, llena de ingenuidad,

creía en las flores.

La tierra del jardín

fue una sombra de muerte

hasta el día de tus lágrimas.

Y años más tarde llegaron

los claveles, rosas de dedos rojos,

amapolas contritas,

girasoles con cabeza llorosa,

lirios temblando,

todos te conocieron.

Y tú empolvabas rostros dentro

de cada flor,

la cara de mi padre,

la de tus dos abuelos cuando fuiste pequeña,

las de tus más queridos novios,

viajeros de muy lejos, fatigados,

y en los ojos una tibia nostalgia.

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“El jardín ya se puebla

de flores...”

y tú estabas llorando, laboriosa,

en medio de recuerdos y de ángeles.

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III

¡Qué isla desierta la locura,

la paz de manos grises,

la añoranza!

La tarde en que mi madre

tuvo el único hijo,

todas las calles se le volvieron muerte.

Cabezas de tiniebla

y animales sin labios

merodeaban la cuna de sus noches.

Y sus pechos estaban helados.

las salamandras llenaban

las paredes,

aunque nunca mostraban los ojos.

Y mi madre, que soñaba

con un dios en la puerta,

sentía a los muertos acercarse.

De rezos y de amor

me abrigaba en su blusa.

Y los muertos entraban

sólo a tocar

su sombra,

junto a la mecedora gris

donde ella cada noche me

arrullaba. Y había voces y llaves más reales.

Los dos éramos eco de otra eternidad.

.

.

IV

Fue amargo

el ángel en tu cuerpo

dentro de los muros altos y habitados

que conociste.

El aire puebla allí

los meses dolorosos,

las cabezas enfermas de muerte

y vida,

la eternidad de nunca.

El niño que yo fui

te visitó tres domingos

en un largo año,

quieto y torpe como un pájaro herido.

Y hay un parque con árboles

y una nueva imagen

de la muerte

en aquel frío espacio.

Allí una mujer intentó besarte,

y otra te arrojó piedras

desde su desgracia.

Yo lloré sobre mi pubertad caída

todo el tiempo.

Un asilo más alto que un reino

vendría a ser el resumen,

una foto de angustia

o miseria

a tus veintiséis años.

Y la memoria posee esos dedos

en el rostro

de una mujer vivida,

con los ojos llenos de ceniza,

de un puñado de lágrimas,

una mujer tan dueña

del poema

como de sus dementes ojos.

.

.

V

Los días,

presurosos en la blanca cabeza

de las nubes,

no vuelven a traer el hilo de alegría

que supieron dar en otros tiempos.

Tu rostro amarillea

el espejo del primer cuarto,

donde Dios y su fiel enemigo

luchan por poseerte cada noche.

Mientras los ojos y las manos,

mi madre,

te envejecen inolvidablemente.

Ahora todos se fueron,

te olvidaron,

y dejaron postales y nostalgias

en lugar del olvido.

Tu locura los espantó a todos,

y te quedaste con la Biblia

y la más primitiva soledad.

Camagüey ya no espera

tocar tu adolescencia,

sólo la cartera y el vestido blanco

de la justa mitad de tu vida.

Y los sueños todavía te despiertan,

aunque ya demasiado

oscuros

para ser sueños.

Sin embargo,

las calles que conoces,

los árboles del patio, las tristezas,

todo trata de imaginar acuerdos

para así parecerse a

tu infancia.

.

.

VI

Ah mi madre,

cuando el dolor sea sólo una estatua de huesos,

un tibio y dulce polvo,

cómo voy a recordarte entonces.

Todos los manicomios del mundo

serán mi última casa, mi guarida,

porque el hogar se nos habrá quebrado

en dulces terrones y lluvia.

Y los poemas de la carne y los ojos

serán un breve sueño

desterrado.

Para el portal tendré los balances

y las persianas rotas,

y el ángel te mirará soñando.

Las faldas y los peines

de cuando eras muchacha

serán los enemigos de tu viaje.

Ah, qué cristal agudo,

qué memorias,

los nuevos niños habrán desconocido.

Cerradas con aldabas de oro y sombra

para toda la vida.

Cómo será la huida de tu boca,

de tus años y de tus visiones,

en mi propia estancia.

Colocar el mantel, las cucharillas,

la fuente junto al pan,

los platos blancos,

sentarme en la mesa frente a tu nostalgia,

y ya nunca más estarás conmigo.

.

(Agosto 1969)

© Carlos Victoria Olivera 1969

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