viernes, 10 de abril de 2009

CARLOS VICTORIA (breve introducción a la edición de sus versos en este blog)

 

Hace dos noches, después de un cruce de mensajes personales y comentarios con nuestro amigo común Antonio Desquirón, terminé sintiéndome como "el más ridículo de los hombres" por haber hecho el ridículo ante los demás y ante mí mismo.  (Para tal vez comprender, o intuir alguna cosa parecida, remitirse a los posts y comentarios anteriores que aparecen a partir de "Carlos Victoria y La Isla Fabulante".)

Un clavo saca otro, suele decirse, y no sabía que ayer por la mañana iba a ser descubierto el cuerpo sin vida de un amigo al que sobre todo le debo (le debemos mi madre y yo) las primeras horas no de mi exilio, estúpida definición que detesto y casi me insulta, sino de mi vida, o de la continuación de mi vida, asquerosas circunstancias políticas aparte, decidida libremente para ser vivida en alguna otra parte que no fuera nunca más Cuba.  El destino definió que fuese España.  Por lo cual, en este momento, no tengo mucha cabeza para escribir.

David Lago González

 

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Hoy sábado, despejado el cielo, con sol pero con algo de frío, cuelgo arriba el primer set de poemas de Carlos Victoria.

Sus versos que aquí edito en varios grupos, creo yo que es toda la poesía de Carlos Victoria de la que hay constancia.  No sé si Antonio Desquirón o José Rodríguez Lastre (Nikitín) guardarán otras muestras de aquellas épocas.  Éstas en particular se salvaron porque estaban en mi casa, y mi casa no fue requisada como la suya.  Posteriormente me fueron traídas.  Con estos poemas hice el primer número de Ediciones Timbalito en 1999 bajo el título de "Carlos Victoria, poemas recobrados" y le envié todos los ejemplares a Miami pues ya él había aborrecido de su poesía.  Ignoro si los quemó o Truca Pérez y su viuda los habrán vendido también en aquel "garage sold" que hicieron con su biblioteca.  Yo no puedo cometer el sacrilegio de tirar poesía buena, y mucho menos si es de amigos, así que siguieron quedando aquí estos poemas y el manuscrito de un poemario que me había dedicado a mí, y que también verá la poca o mucha luz que llegue hasta la terraza del ático de Heriberto.

Si a los albaceas no les gusta lo que hago, que me demanden.  Pero si me demandan a mí, deberían hacerlo también a Letras Cubanas.

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