.
(Property of Rogelio Quintana)
.
Vi por última vez a Carlos Victoria entre el 28 de febrero y el 1 de marzo de 2003 en mi casa de Cuabitas, Santiago de Cuba. Después de visitar a su familia en La Habana y Camagüey, tuvo la gentileza de llegar hasta mi ciudad y dormir en casa. Recuerdo que le di una novela japonesa que faltaba a su colección, y que me alabó —ignoro si de de corazón o por cortesía— el fricasé de pollo con que lo recibí y el emparedado tostado y con mucho queso que le preparé al día siguiente para su viaje de regreso a La Habana.
Era mi amigo desde 1969, cuando ingresó a la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. En realidad cuando Carlos entró a primer año también lo hicieron, el también fallecido poeta Ignacio Vázquez, el hoy Ministro de Cultura cubano Abel Prieto, Iván Pérez, Rogelio Quintana y otros que no menciono para no extender demasiado esto; entonces ya yo cursaba el Segundo o Tercer año de Lengua y Literatura Francesas. Aquellos muchachos imponían respeto desde el primer día porque todos, absolutamente todos, en especial Carlos, Rogelio y Abel poseían un talento literario especial. Y que me perdone quien considere una miopía o un deshonor el afirmar que, por ser ahora lo que es, Abel Prieto posee real talento literario. Qué le voy a hacer, entonces no lo era y para mi también lo resultaba talentoso, lo mismo dije de Carlitos, Rogelio —genial dibujante y diseñador— y el no universitario pero infaltable Roger Salas. Como se diría en el lenguaje cubano callejero, una raya más, qué le importa al tigre.
Todos éramos poetas. Créanme que no había conocido uno, vivo, con la fuerza, autenticidad y elegancia de Carlos Victoria, zafante quizás Eliseo Diego y José Lezama Lima. Desgraciadamente, unos años más tarde —creo que cuando llegó a Miami— no sólo renunció sino que repudió toda su obra poética. Era su derecho, pero a mi me dolió mucho.
Sin ser un especialista en la narrativa victoriana, creo conocerla en lo esencial. Él y el tunero Guillermo Vidal elaboraron como nadie el tema de la búsqueda, más que de la propia identidad, de la propia individualidad, en medio de una historia plagada de hechos y procesos que tienden a disminuirnos e incluso a borrarnos como personas. Ignoro si ese tema existe en la narrativa cubana anterior a ellos, al menos con el mismo nivel de tratamiento. En la poesía cubana sí, pero recordemos que Carlitos no quiso ser poeta. Probablemente la literatura homoerótica, más allá de ilustrar una manera transgresora o cuando menos no tradicional de vivir en opuesto a una cultura tan rabiosamente patriarcal como la nuestra, también ande en busca del individuo, pero no me atrevería a afirmarlo, ya que lo central —la condición homosexual— viene resultando demasiado potente.
El hecho es que tengo derecho a contarme entre los pocos con que Carlos compartió ideas, creaciones y amistades durante sus años de estudios habaneros, tales como Benny Bola de Humo, Omar el Indio, Miguelito el Águila, el ajedrecista y físico Junior Fernández, los hermanos Espasande, el novelista José Hernández —Pepe El Loco—, el grabador Juan Boza, el pintor y diseñador Umberto Peña, así como buena parte de su mundo humano camagüeyano, como el poeta David Lago, el teatrista y escritor José Rodríguez Lastre, Elio Poblador, el actor Roberto Pérez de Ágreda, Carlos Alonso Victoria y otros que hoy sigo considerando mis amigos. No puedo decir que “viví mi juventud” cerca de él pero sí que compartí una parte importante de su formación como escritor cubano. O sea, que me asiste cierto derecho no profesional a opinar sobre su obra.
Días antes que Carlos fui expulsado de la misma universidad y aunque nunca he sido encarcelado, aún lamento la pérdida de mi ejemplar de La Fenomenología del Espíritu, de Enmanuel Kant, que se fue en esa ocupación de materiales —poéticos en su mayoría, pues entonces CV era poeta y eso escribía—que refiere él en su última voluntad. También viví años de eclipse, de los que no sé bien si estoy saliendo. Por supuesto que no me alegro de ello y creo que sería tonto pedir que lo olvidara —tanto a mi como Carlos o cualquiera que haya pasado por una experiencia similar—, pero también considero extremado mantenerlo como consigna de vida. Los “trabajos de amor perdidos” y ciertos azares hieren lo mismo y hay que pasar sobre ellos.
La mezcla de la vida literatura con la política y la delación forma parte de la manera de ser de nuestra literatura desde de José María Heredia y Domingo del Monte. Quizá ello favorezca ese intercambio entre lo circunstancial y lo que no lo es que da a lo cubano esa vibración tan especial. No lo sé. Tampoco quiero decir deba ser así, sino que objetivamente lo es. Por tanto descreo mucho de quienes colocan el acento en lo político, cualquiera que sea el mundo que se defienda y lo mismo si son los amigos y seguidores, que si es el propio autor.
Independientemente de a quién pueda beneficiar ahora, me siento muy orgulloso de ver un texto de mi amigo Carlos Victoria incluido en una antología de la cuentística cubana de todos los tiempos.
El hecho de ver unidos en el mismo corpus a los autores que no viven en la Isla, con lo que sí vivimos en ella, creo que durante muchos años será una ilusión. La política, el derecho y los sentimientos heridos en uno y otro sitios se opondrán durante mucho tiempo. A menos que se pase por encima, lo cual será siempre discutido y desautorizado.
Recuerdo ahora a un gran florentino expulsado, Dante Alighieri , y a un checo cuya última voluntad no se obedeció, Franz Kafka: el tiempo en el primero y la acción de los vivos en el segundo, torcieron los designios originales para mostrar lo endebles que —para bien y para mal— somos frente al Tiempo.
Antonio Desquirón Oliva,
Santiago de Cuba, abril 6 de 2009.
4 comentarios:
Llegar al blog ha sido confuso; ya no recuerdo cómo lo hice... Y quedarme a leer, todo un placer. Regreso pronto, muy pronto.
Saludos.
Gracias, Chantal. Palabras que satisfacen a todos los que colaboramos aquí.
La foto... Esta foto me ha atrapado; algo en ella me incita a volver y he vuelto. Es una gran foto. Voy descubriéndola... encantada.
El chico negro de la foto se llama Julián, sus padres eran (o son?) médicos y compartían un piso frente al hotel Habana Libre, en el corazón del Vedado. Recuerdo que tenía um auto marca Lark o Nash y a veces lo conducía y hasta en una ocasión nos llevó a pasear. Es un tipo muy inteligente y no por gusto aparece en la foto.
Publicar un comentario