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Ya sea porque las circunstancias de sus vidas les lleven a ello, ya sea porque forme parte de una decisión personal muy profunda o porque un ansia de protagonismo les conduzca por un meandro de caminos que no se sabe bien dónde irán a parar, o ya sea, incluso, por un arrebato de iluminación que supuestamente asista al incipiente líder, las personas que luchan por la libertad tienen muy variadas formas para hacerlo. Podría decir que todas son válidas y con ello quedaría bien con todos, pero eso no es cierto y verdaderamente detesto la corrección política, aunque tampoco voy a entrar a diseccionar las artes y métodos y espontaneidad de la disidencia, ya que no soy un experto y sería un gran hipócrita si dijera que para mí es fácil entregarme y “entregarme” a una pasión que no nazca en el corazón: o sea, el recelo por causas políticas reside en mí y presumo que el asunto no es meramente patológico sino que lo justifican hechos y hechos y hechos apilados a lo largo de años.
Por otro lado comprendo que después de 50 años de comunismo no se puede esperar que aparezca alguien de la nada siendo absolutamente “puro” y que no haya estado contaminado aun en la menor de las medidas de las formas y lastres de un único estado y una única ideología. Ya sucedió en la Confederación Rusa y los países que antes conformaban la falsa imagen de sólida unidad en una URSS que sólo se mantenía fusionada por la fuerza de la represión. De ahí que existan personajes como Putin, un antiguo KGB nada menos.
Desconfío de la fe, pero ya sea por sinceridad, ingenuidad, oportunismo o envilecimiento, la gente suele tener un pasado vinculado de alguna manera a parcelas del poder, o si no del poder, al menos de haberse dejado llevar por las plácidas olas cuando la playa se presentaba idílica, o miserablemente idílica. Siempre existe la justificación de no haber hecho otra cosa que tratar de vivir. Estoy muy lejos de conocer el pasado de todos los que conforman la disidencia cubana, salvo casos que fueron notorios y que todo el que quiera conocer conoce aunque un tupido manto de piedad se tienda sobre ellos porque tal vez otras coyunturas actuales —no las mías—hagan necesario ser más indulgente. Yo no llenaré mi boca con la palabra “democracia” porque nada sabía de ella hasta el otro día, pero realmente sí me cansa un poco que señoras o señores que no hace tanto militaban en el Partido Comunista de Cuba vengan a darme charlas sobre democracia, libertad de expresión y derechos humanos. No voy a dedicarme detectivescamente a indagar la mayor o menor participación de sus miembros en tiempos pasados y no tan pasados, ya que hasta aburrirme me es incluso mucho más provechoso y edificante, pero permítaseme, por favor, que siga mirando las cosas con distancia.
Esta distancia y continencia incluye a todos los componentes de la disidencia cubana, los de antes y los de ahora, y en ese saco meto igualmente el boom Yoani Sánchez y todo lo que cuelga.
En este caso hay un antes y un después a partir de la entrevista-formulario que le hace Yoani Sánchez al presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Aunque las respuestas corresponden más a Mahatma Ghandi resucitado, supongo que es real que fue contestada por la asesoría de la Casa Blanca ya que ésta nunca lo ha desmentido. Ahora bien, ¿realmente la política internacional se supone tan simple —aun en un caso tan poco interesante ya y tan cansino como Cuba— como para reducirla a ese nivel? Permítaseme que considere que el coeficiente intelectual del presidente Obama es más complejo y rico que el que le atribuían a George Bush, Jr., que para algunos rayaba en la muerte cerebral.
En este punto hay algo que ofende mi inteligencia —que, ya comenzó a ofenderse en un principio y paulatinamente ha ido intensificándose—. Pero en los inicios de este fenómeno todo era un poco más creíble o un poco más aceptable. Supongo que ya no es absolutamente necesario (y condición sine qua non) posicionarse, definirse (y, por tanto, quemar las naves) para salir de Cuba ni para establecerse en el extranjero: que ya se puede salir antes, otear el horizonte y considerar si se tienen posibilidades, no sólo de sobrevivir, sino de vivir en países donde el costo de la vida es un lujo que un mero inmigrante —no dispuesto a hacer lo que sea, sino aquello que le permita no humillarse demasiado— no puede permitirse, pagar religiosamente sus cuotas consulares a Cuba para mantener viva su condición de cubano, regresar antes de cumplirse doce meses y volver a salir de Cuba al siguiente. U obtener un permiso para residir en el extranjero, que no sé si se establece por un periodo determinado o cómo funciona exactamente. No es que desee que todos mis compatriotas que se deciden a dejar la isla tengan que pasar por calamidades y rigores (cuyo saldo, a la postre, por lo general siempre es positivo; lo demás es invento del poder cubano), pero ciertas formas de subsistencia para otros pueden también resultar un insulto, sobre todo si posteriormente adoptan roles de protagonismo y de representación.
En ese principio del verbo —nunca mejor dicho— la imagen aventurera y atrevida de un grupo de jóvenes que se pasaban el tiempo sorteando las posibilidades y dificultades de los hoteles habaneros en busca de una conexión a internet, se presentaba, además de romántica, admisible. No creo en la obligatoriedad del “deber de todo cubano” a convertirse en un disidente activo, yo nunca contribuí a afianzar ese poder excesivo en que devino “la revolución más hermosa del siglo XX” —como se la he oído definir al escritor español Antón Elorza—, por lo que no me siento comprometido a reparar ninguno de sus errores (que, por otra parte, para mí se concentran en un solo y único error: la Revolución en sí misma), y ello no anula para nada mi derecho a opinar.
Ahora bien, esa actitud, incluso divertida, de una especie de Robin Hood de los Bosques internáuticos, sistemáticamente ha ido convirtiéndose en una forma cuasi-institucional que dista bastante de la espontaneidad solitaria. Llevar el ritmo de posts y flujo cibernético que existe en este momento requiere de una organización que se dedique noche y día a esta función, o, de lo contrario, de personas con superpoderes o de héroes de comics, lo que me parece bastante improbable. Para nada estoy diciendo que la horripilante CIA o la más que temida Seguridad del Estado cubana estén detrás de Yoani Sánchez y compañía (como tampoco detrás de las numerosas y muchas veces inútiles agrupaciones de la disidencia), pero es evidente que las cosas no son tan primarias como se da a entender, y también para mí es indudable que esta situación conviene a más de uno y que está siendo utilizada por más de uno para réditos posibles y futuros. Cuáles son no lo sé. Y de este razonamiento salta entonces otro: la situación de la libertad de expresión y el libre movimiento de ciudadanos ha mejorado considerablemente con respecto a hace treinta años, lo que viene a contradecir el discurso de las cosas que se quieren subrayar sobre los métodos represivos y que los que padecemos ese cáncer y sus diferentes metástasis conocemos perfectamente. Da la impresión de que estas personas ya no tienen que dedicar tanto tiempo a buscar cómo “postear” sino que tienen todas las facilidades para hacerlo desde sus casas. Entonces, ¿en qué quedamos?
Volviendo a los inicios, nunca dejó de sorprenderme aquel primer premio concedido nada menos que por el Grupo Prisa y el diario El País, que catapultó a Yoani Sánchez a la fama mediática, consagrándola como periodista, carrera que no estudió y que no voy a decir que está al alcance de cualquiera porque estaría descalificando a excelentes profesionales a nivel mundial.
De modo que sí, hay un antes y un después a partir de la famosa entrevista a Barack Obama. Yoani y otras personas son interceptadas en plena vía pública, obligados a subirse a un coche, los golpean, los coaccionan, en fin, una serie de hechos injustificables. No sé cómo dan con el nombre o el alias del agente de la Seguridad del Estado responsable del acto, y al día siguiente (o al otro, o al otro, da lo mismo), en un arranque de machismo cubano, Reynaldo Escobar, su esposo, le reta a duelo en una esquina de El Vedado, como si se tratara del Far West. ¿Iban a batirse con espada o con revólver? ¿Es que querían experimentar en carne propia la humillación de un acto de repudio? Soy absoluto conocedor de la magnitud bárbara de un hecho de este calibre y respeto y considero sobremanera a las personas que, de una manera u otra, hemos pasado por crueldades semejantes, de modo que me parece que provocar uno con el pretexto de llamar a contar a quien se pasó con “mi” esposa, representa casi un insulto y una gran falta de respeto. Por otra parte, si dar tan fácilmente con el delator, tomarle fotos, pedirle reparación del honor o la integridad mancillada, resulta tan fácil, y por una osadía semejante, en un régimen totalitario donde no se puede ni respirar, se espera que no se vaya a recibir otro castigo más allá que la respuesta rápida de la chusma paramilitar, entonces, está claro que la situación política en Cuba ha mejorado considerablemente desde los tiempos en que yo vivía allí.
© David Lago González, 2009.