miércoles, 29 de abril de 2009

David Lago González - Puente en la Oscuridad, de Carlos Victoria (resención)

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PUENTE EN LA OSCURIDAD

Carlos Victoria

Premio Letras de Oro 1993. Universidad de Miami, 1994

Novela corta, fácil de leer. Su trama envuelve desde el primer momento, y manteniendo una considerable carga de suspense va incitando a internarse en un laberinto que cada vez va dejando más atrás la realidad hasta alcanzar un punto en el que se mezcla lo humano y lo espiritual, no en una espiral de confusión, sino en el desarrollo de una complejidad que escapa y sobrepasa los hechos meramente objetivos.

Natán Velázquez, el protagonista, es un cubano más de los muchos que viven en Miami. Un día recibe la sorpresa de saber que comparte la ciudad con un medio hermano al que le encomiendan encontrar. Pero Natán Velázquez es un personaje que realmente vive por inercia, que más que vivir "sobrevive", no en términos económicos sino en los que se refieren a su propia existencia, como si sus experiencias anteriores le hubieran dejado sin la debida fuerza para ser verdaderamente humano deviniendo en algo que intenta serlo o en una simple sombra que en la lejanía se ve cruzar un puente hacia alguna parte. La parte inicial de la novela, más anclada en los hechos, maneja un distanciamiento, una sequedad, un laconismo que recuerda un tanto a los grandes de la novela negra norteamericana. El protagonista empieza sus pesquisas en busca de ese hermano perdido al que algunos quieren recuperar, búsqueda a la que se suma sin ser capaz de precisarse a sí mismo si verdaderamente comparte ese interés y si al fin y al cabo resultaría edificante dar con otra parte de él que le descubra historias desconocidas que puedan contribuir a su fracaso como ser humano. Como muchos personajes de Hemingway, es un ser que ha aprendido a respirar más allá de la muerte y que al mismo tiempo carece del valor de dejar la vida o de retomarla con nuevos bríos. La investigación resulta para él una carga añadida a su ya cansada existencia, y, al adentrarse cada vez más en ella, la realidad va escurriéndose hacia una irrealidad que no llega a cuajar del todo como tal, llevada ex profeso hacia un campo nebuloso en que empieza a mezclarse con lo espiritual y lo metafísico. A mitad de la novela, un caprichoso giro de los ¿acontecimientos? hace que el protagonista atraviese por una especie de ritual de hechicería que es descrito magistralmente, en perfecta mezcla inseparable de credulidad, incredulidad, asombro y confusión. El personaje buscado se torna más oscuro, más escurridizo, más contradictorios los datos que dificultosamente se van recopilando sobre él, y al mismo tiempo se hace más humano, se le ve, no se le ve, se le cree distinguir del otro lado de Miami Lakes, pero nunca se deja tocar, nunca se deja encontrar, como si no fuera más que otra sombra que el espejo reflejo a la par de la del protagonista y ambas pugnaran por unirse y rechazar a la par esa unión, ese encuentro, ese simple hallazgo que posiblemente ya nada aporte a sus vidas, en plural, si es que ciertamente ese hermano existe en forma de cuerpo y no de desdoblamiento, de deseo, o quizás de rechazo.

¿Logran distinguirse realmente cruzando ese puente en el que se dispersan y se funden a otras sombras? Muertos que sobreviven como pueden en una ciudad que juega a estar viva.

© 1994 David Lago González

(Publicado en Prensa del Caribe, Año 1, nº 4, octubre-noviembre 1997)

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2 comentarios:

Antonio Desquirón Oliva dijo...

no es que encuentre mala esta novela sino que siento que CV narraba mejor en los cuentos que en la novela. hay mucha más "acción dramática", mucha menos palabrería.

David Lago González dijo...

Ah sí, en eso tienes toda la razón. Pero esta novela, en particular, creo que es la mejor suya, justamente la de menos palabrería, cosa que un profesor que tuve definiría como "too wordy". A "La Travesía Secreta" le sobran por lo menos 100 páginas, y eso que comparada con el manuscrito la reducción es considerable. Yo no llegué a leer el último libro porque cuando pasó por Madrid yo me hallaba agradablemente atrapado en un dédalo de músculos y suaves palabras brasileñas y preferí quedarme en ese estado en vez de lanzarme a Coslada (que ahora llaman La Nueva Bucarest) por donde estaba Carlos.
Igual creo que hay dos narradores fácilmente distinguibles cuando la trama sucede en Estados Unidos a cuando sucede en Camagüey o en Cuba. Y con la majomía pentecostal no puedo, la rechazo mucho y en cuanto cae en ese remedo de Nathaniel Hawthorne pierdo el interés en lo que leo.