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La pobreza, mirada desde la distancia, se convierte en tristeza. No me refiero a carencias materiales, sino a una pobreza que emerge de lo más hondo de la abulia. Tampoco considero para nada el (para algunos) lastre de lo provinciano. Acérrimo camagüeyano, casi he devenido con el tiempo y --de nuevo-- la distancia ("que me ha hecho comprender tantas cosas de tu querer", Meme Solís dixit) en un anti-habanero. Siempre hubo en mí algo torcido ("la gente que me ama y que me odia no me va a perdonar que me distraiga", Silvio Rodríguez dixit) que me hacía rebelarme ante la imposición, sutil o brusca, incluso hasta cariñosa, cualidad totalmente escenificada en aquel pasaje de mi infancia en que mi madre, sentados a la mesa, me invita a comer un melocotón en almíbar marca DelMonte:
--Niño, ¿no quieres un melocotón?
--No, ahora no.
--Pero ¿por qué? Si a ti te gustan los melocotones...
--Sí, pero ahora no quiero.
--Niño, cómete un melocotón ¿por qué no me complaces?
--Después, después. Ahora no.
--Davicito, tú te vas a comer un melocotón ahora mismo, o me dejo de llamar Agustina González Fagundo.
Y al término de tan amenazadora resolución, apoya sus brazos en jarra sobre la mesa, coge una tajada de la fruta, se incorpora, me incorporo, cae la silla, salgo corriendo, mi madre me persigue por toda la casa (que era laaaaaaaaaaaarga como real de tripa) y me pilla en la saleta, me hace una llave de judo que solía emplear para cuando había que inyectarme, y "me embute" el DelMonte en la boca.
Bueno, pues esa nostalgia capitalina un poco boba --creo que muchas veces evocada por gente que siempre ha mirado al que no es habanero como un guajiro y que, al fin y al cabo, denota mucho más provincianismo que el de cualquier oriundo-- viene a ser como el melocotón que mi madre me quería hacer tragar en aquel momento, en aquel preciso momento y no en cualquier otro momento que mi espíritu libertario y díscolo escogiera como "el más apropiado para comer melocotones".
Pero, de todas formas... Bueno, uno es un poco barroco, y se enreda. Yo había comenzado escribiendo sobre la pobreza convertida en tristeza y relacionada con Camagüey, la ciudad donde nací y morí hace ya mucho tiempo, porque, viendo algunas veces los posts del blog Gaspar, El Lugareño, en que por alguna razón que no comprendo él se empecina en informar sobre la vida "cultural" de la Ciudad de los Tinajones, me siento francamente provocado a intentar por todos los medios no volver nunca jamás, nunca, ni siquiera en vuelo directo y exclusivo a Camagüey, Camagüey.
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(C) 2009 David Lago González
3 comentarios:
Yo soy habanera de nacimiento y de corazón, pero jamás en mi vida he mirado a los que no lo son como a guajiros, porque , en esencia, la habana está hecha de todos los que viven en ella y que vienen de todas partes de Cuba, para formar ese conglomerado urbano que llamamos Habana, y el amor por La Habana nunca me ha cegado ante la belleza impresionante de Cuba, en su conjunto. Lo que yo no puedo evitar es sentir el amor que siento por ésa, mi decrépita, difícil y hermosa ciudad.
esa "lucha" de los habaneros contra el resto de cuba más me embroma (pues los capitalinos no te ahorran ni la más mínima humillación)que me intriga.- se comportan como aquellos que te gritaban "chorizo". en el fondo es lo mismo. ni en parís -que es mucho decir- tratan tan mal a los de privincias
Yo no puedo (pero sin sentimentalismos) dejar de evocar y visitar nuestro Camaguey. Guarda demasiadas cosas de mí, sobre todo lo más sagrado ; mi madre, mis hermanos, toda la familia ... y otras que no sé como llamar, pero que están allí y a las que no puedo renunciar a pesar de los pesares.
Ludwig von Berlin
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