domingo, 14 de diciembre de 2008

Los Suicidas (1)

 

Héctor Valls, el primero en suicidarse.

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chrono1905

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Conocí a Héctor Valls creo que en 1967 cuando regresé a Camagüey por unas vacaciones de la beca. Nikitín me dijo que tenía que conocer a su noviecito y la primera noche —o sea, posiblemente la misma noche del día en que llegué— me hizo acompañarle a la Escuela de Pintura, que quedaba muy cerca de casa, y ocupaba varias estancias del Museo Ignacio Agramonte, inicialmente Cuartel de Caballería en los últimos tiempos de la colonia. Recuerdo que Héctor ocupaba una banqueta frente a su lienzo, en un rincón al fondo de la habitación donde impartían las clases prácticas, y era casi inexistente físicamente: huesudo, etéreo, muy poquita cosa, pero con una gran luz interior que vertía desde su abierta sonrisa.

Era hijo de un dentista homosexual que había querido experimentar la satisfacción de la paternidad en compañía de una lesbiana que tampoco quería renunciar al privilegio de la maternidad. Por supuesto, el producto resultante no estaba obligatoriamente vinculado de forma directa con el acuerdo entre sus padres, pero sí pesó sobre la personalidad y la vida de aquel muchacho, y mucho más dado el contexto político-social en el que crecíamos.

Aquel noviazgo con Nikitín no llegó a nada, porque la personalidad de nuestro amigo era como la del Neptuno devorando a sus hijos pintado por Goya. Pero él y yo devenimos amigos de coincidencia fortuita. No recuerdo con precisión si en esas coincidencias estaba la escuela secundaria, pero sí estuvo el bachillerato. A mi regreso definitivo a Camagüey —o semi-definitivo—, él estaba allí, en otro grupo del mismo año. Lo veo ahora en el corredor del instituto haciéndome un visaje clandestino con los ojos y riéndonos los dos de la muda confidencia que, de tan mímica, ni siquiera existía.

Por ese septiembre negro (en Cuba no solamente existió una primavera negra de los 75, que es de lo que más se habla, ni un quinquenio gris, sino que prácticamente toda nuestra vida pasó más bien en una opacidad continua), y juntos pero no revueltos, compartimos interrogatorios realizados por el director del instituto y funcionarios de Lacra Social, que recavaban conjuntamente nuestra cooperación solidaria en la aportación de datos personales sobre otros compañeros de estudio. Ese mismo curso, un grupo de los estudiantes logramos evadir la obligatoriedad de ir a cortar caña durante “el período de trabajo productivo” esgrimiendo certificados médicos correspondientes a muy diferentes dolencias, por lo que tuvimos que desempeñarnos en otras tareas como, por ejemplo, impartir clases en escuelas primarias rurales. Pero la dirección del centro (¿”Manuel Ascunce Doménech”?) nos tenía preparada otra sorpresa, y al reincorporarnos a clase fuimos llamados, todos, absolutamente todos los que no habíamos cortado caña, a pasar una revisión especial para un llamado —también especial— del Servicio Militar Obligatorio. Yo me salvé, pero Héctor Valls fue llamado a fila.

Le volví a ver en un pase que tuvo tiempo después. Fue al Instituto a saludar a sus compañeros y amigos. Tres o cuatro meses después se suicidó.

Siempre corren rumores cuando uno se muere. El suicidio, como el asesinato, perennemente oculta una razón. Y hay muchas diferentes maneras de matar. Yo acuso a toda persona con poder en Cuba, de esas que carecen de hechos de sangre, que no asesinaron a nadie con sus manos, pero cuyas mediocres y resplandecientes vidas están tan llenas de crímenes de lesa espiritualidad que sólo pagarían sus culpas sometiéndolos a una indiferencia universal.

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(Madrid, 14 de diciembre de 2008)

© 2008 David Lago González

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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Y hay muchas diferentes maneras de matar. Yo acuso a toda persona con poder en Cuba, de esas que carecen de hechos de sangre, que no asesinaron a nadie con sus manos, pero cuyas mediocres y resplandecientes vidas están tan llenas de crímenes de lesa espiritualidad que sólo pagarían sus culpas sometiéndolos a una indiferencia universal.

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Muy buen post, sobre un hecho triste, y que me recuerda, por antagonismo total, el artículo que acabo leer en Ecodiario de ZV, donde con saña mata, ultraja, mancha al artista exiliado.

David, si ese personaje pudiera ser llevado delante de un tribunal, acabaríamos aquí en el extranjero, con esos males que mencionan y que destruyen el espiritu.

saludos
Gregorio Ortiz.

David Lago González dijo...

Muchas gracias, Gregorio.

Yo no había leido el artículo de Zoe del que hablas hasta que lo he visto aquí un tanto asociado con el corto texto mío. Sin duda las cosas están enfocadas desde muy distintas posiciones de proyección.
Yo me pierdo un poco en lo que dice Zoe pero no creo que esté manchando al artista exiliado. Intuyo que puede estar llamando la atención precisamente sobre un tipo de artista cubano, no exiliado y mucho menos definido, que tiene patente de corzo para una cierta imagen de crítica tolerada que sugiere otra cierta imagen de libertad aparente.
Yo me refiero a hechos de los 60 y 70 pero estoy casi seguro de que al referirme a la culpabilidad arrastrada por bastantes personas, no nos estamos refiriendo a las mismas y creo que ella habla de personajes más recientes y posiblemente sin ningún poder. Pero ni ella tiene que escribir como yo ni yo como ella.
Gracias. Un saludo.

Anónimo dijo...

Buenos días David, me ha impresionado la foto de tu artículo, esa fragilidad de ángel caído en mal lugar.

Esa situación que narras me aterró en Cuba, aún me aterra, por experiencia propia sé que pueden volver loco a cualquiera, pueden llevarlo al suicidio, a sentirse enfermo, diferente y despreciado.

Merecen esa indiferencia, y si es encerrándoles en un cayo a jamás, mejor.

Margarita Garcia Alonso dijo...

David, perdona, no me identificqué en el comentario anterior.

Un abrazo.

David Lago González dijo...

Anónimo de la 1:13.

Por casualidad desde hacía poco tenía esa foto en mi stock de imágenes y sí, coincide plenamente con la fragilidad de la persona evocada.

Gracias por visitarme, querido anónim@ de la 1:13 (bromeando: esta forma de dirigirme a las personas me recuerda el consultorio sentimental de Francis, pero en fin, otra papel más qué más da.)

Anónimo dijo...

Inconmensurablemente se ha escrito acerca del tema. Se le ha cantado ("The Ballad of Hollis Brown", "The Final Cut", "I Think I'm Going To Kill Myself"). Muchos calificativos han manejado los “acanémicos” para diferenciarlos (vicariantes, perfeccionistas, hedonistas, transicionales, sintomáticos, etcétera). En cada uno por separado, y en todos a la vez como una epidemia del mundo moderno, el acto nos sigue golpeando a la cara con un gran ¡¿por qué?!

Según Camus (Le Mythe de Sisyphe) el suicidio es el gran problema de la filosofía, y Emile Durkheim fue el primero en estudiarlo sociológicamente. Para este último (así creo) pudiera este ser un suicidio anómico (de anomia): por un excesivo control y regulación de la sociedad sobre el individuo. Es, por tanto, un hecho social. ¡Que no venga ningún puntero del castrismo a simplificarlo acuñándolo de por homosexual, o por depresión, etc.! Porque, además, los casos son incontables.

Nuevamente David nos sorprende con una viñeta donde otros (como Xenitis), para expresar (“show don’t tell”) lo mismo tendrían que utilizar de 1000 a 2000 palabras, y al final quizás no lo lograrían tan poéticamente.

Por las cuantas cosas que no dice y dice David aquí, y por no dar la otra mejilla, gracias David.

David Lago González dijo...

Ay, Carlos, muchas gracias: me siento apabullada e infinitesimalmente pequeñito.
Gracias, San Clemente.