sábado, 20 de diciembre de 2008

Los primeros tiempos (1)

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BRUNIAS Agostino_Mujer criolla y criadas circa 1770-180_MuseoThyssen 

Brunias, Agostino_Mujer criolla y criadas, c. 1770-1780

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Se precisa matrimonio para llevar casa.

 

Imagino que guardar bien en el fondo del baúl vivencias de los primeros tiempos en que uno llega a la inmensidad insospechable e insospechada de otro país y otra vida es algo común a la mayoría de las personas que hemos pasado, pasamos y pasaremos a diario por experiencias semejantes. El desconcierto y la voluntad a partes iguales tiemblan como una gota de rocío sobre la punta de una hoja, en esos primeros minutos del día en que desembarcamos a un mundo nuevo y debemos de inmediato incorporarnos a la cotidianeidad vital y brutal sin detenernos a reparar en la indiferencia con que nos trata. No, no somos excepciones. Nadie tiene por qué considerarnos especiales, ni siquiera medianamente necesitados de un trato delicado, porque hayamos sufrido una o cientos de humillaciones en nuestra vida anterior. ¿Acaso nos importan a nosotros historias que escapen más allá de nuestro ombligo?

De los primeros tiempos tengo recuerdos a los que extrañamente regreso por una simple razón, espero que comprensible: la subjetividad de la memoria se hace dolor físico. Me duele en la boca del estómago, donde se arman todos los grandes momentos del hombre, y puede ser desde una experiencia vivida durante un tiempo determinado hasta una instantánea, o un gesto desprendido de un todo.

Sucedió que después de una no calculada y breve estancia en Galicia, regresamos creo que el 2 o 4 de mayo a Madrid. Éramos mi madre (71 años entonces) y yo (31). Desesperado por comenzar a trabajar en lo que se me presentara, contesté a un anuncio clasificado en el que se pedía un matrimonio de servidumbre para la atención total de una vivienda en la Plaza de Cristo Rey. Mi madre y yo llegamos al acuerdo, conclusión, decisión (todo ello debe ir entre signos de interrogación) de que podríamos hacerlo, y yo me esforzaría por asumir el mayor peso de los trabajos domésticos, dejando a mi madre la exclusividad de la cocina y otras tareas más delicadas.

Llamé a la señora y le expuse nuestra situación. Recuerdo también que hablé con una hija. Me parecieron exquisitas. La señora me dijo que era una propuesta inusual, pero que estaba dispuesta a considerarla con el resto de la familia. Al siguiente día la llamé y quedamos para una cita en su casa. “Pero usted tiene estudios superiores, ¿no?” —me preguntó aquella dama.

Acudimos a la cita con las mejores galas que nos había ofrecido el ropero para indigentes y cubanos de Sor Isabel Viñedo, y durante toda nuestra entrevista se mantuvo mi apreciación de estar en presencia de alguien singular. Recuerdo que aquella mujer habló del arte que había que tener incluso para barrer el suelo de una casa. Y le preguntó a mi madre si alguna vez había servido. Le dejé el teléfono de la pensión (de cubanos) en que estábamos.

Al pasar dos o tres días de silencio, me decidí yo a preguntar por nuestra “suerte”. Llamé desde una cabina. La señora, exquisitamente esquiva y lógica, me transmitió algunas observaciones suyas: “David, comprendo su responsabilidad y su desesperación por aliviar la situación suya y de su madre, pero no se angustie usted. Es una desgracia lo que viene sucediendo en esa isla y que personas como ustedes lo pierdan todo y tengan que abandonar su país para lanzarse al mundo y la aventura. No creo que sea aconsejable que su madre, a estas alturas de su vida, tenga que ponerse a servir. Y sobre todo, David, para mí eso representaría un dilema que no sé cómo abordar. Y es muy simple la razón: yo puedo mandar a una sirvienta a hacer tal o cual trabajo, pero yo no sé cómo dar órdenes a una señora, a una gran señora como parece ser su madre. No desespere usted, no se angustie, intente mantener la calma, y, en este momento en que hablo con usted, yo estoy segura de que va a tener suerte y pronto encontrará un trabajo, saldrán adelante y, sobre todo, que Dios le dará la oportunidad de hacer lo indecible para que esa señora no pase nunca el menor trabajo.”

Como pude, le di unas entrecortadas “gracias”. Y ha sido una de las más hermosas lecciones que he recibido en mi vida.

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© 2008 David Lago González

10 comentarios:

Margarita Garcia Alonso dijo...

hermoso...

Lien Carrazana Lau dijo...

Me he quedado 'flipando', es tan duro, tan fuerte y tan cotidiano que no sé que decir, pero imagino que seguramente para tí daba igual entonces lo que aquella señora dijese porque lo importante era encontrar un trabajo.
Creo uno no dejará nunca de ser lo que 'es' porque limpie pisos ajenos, pero es una putada injustificable que tengamos que pasar por esas cosas por escapar de ese 'accidente político'.

David Lago González dijo...

Gracias a las dos por los comentarios. Podría extenderme en consideraciones anexas, pero realmente no me siento con el ánimo suficiente. De cualquier forma estoy seguro de que de todas las circunstancias se recuperan saldos positivos que son los que quedan. Besos.

Margarita Garcia Alonso dijo...

ahora te cuento, David, cuando me quedé en Le Havre, con mi hijita de ocho años, tuve que limpiar muchos pisos. Estaba en casa de una señora de Sainte Adresse, el barrio alto- por así decir- y en la saleta veo un cuadro mío. Me quedé de una pieza mirando. Enmarcado , con todas las de la ley, dudaba hasta haberlo pintado. y la sra. me preguntó
-"Ma petite Dame"... ¿ahora le gusta la pintura?"
-Le dije que sí- y sin tardar me contó que era de una pintora latinoamericana.
Le pregunté cuánto le había costado...y me mencionó una cifra trece veces superior a los 100 francos que me entregaba la galerista Corinne Lemmonier, por cada cuadro.
-Yo lo pinté- me salió muy abrupto y la señora revisó la etiqueta, mis papeles y en la tarde me despidió, sin invitarme a café, y bajo una lluvia fría propia de la Normandie.

Comentó que no podía retenerme en casa, por mi condición...

un abrazo.

David Lago González dijo...

Increíble, Marga, tremendo.
"Ma petite Dame........."
Casualidad? No creo mucho en la casualidad...
La reacción de la "señora" es que, claro, en su concepto de "criada" no entraba una pintora, sino que tenía que ser alguien muy por debajo de su (auto) condición humana, social, económica, de sensibilidad.
Muy terrible, pero yo prefiero estas historias insignificantes que ningún historiador recogerá en sus libros y conferencia. Es lo que yo llamo "la pequeña historia" que arma al hombre, la que le da su condición humana, esa que se puede compartir en el comedor de la casa (que es la parte más íntima de la casa cubana). La otra, La Historia, es la que por lo general nos destruye.

Anónimo dijo...

AMIGOS: SIN IRME DE CUBA, AQUÍ MISMO, YO HE TRABAJADO EN UNA FÁBRICA DE BLOQUES DE HORMIGÓN, EN UN ALMACÉN DE PINTURA, DESCARGANDO CAMIONES. ESO SUCEDE. ES TERRIBLE, PERO SUCEDE. DEJA SUS HUELLAS,
PERO SUCEDE TODO EL TIEMPO...

Anónimo dijo...

¡NO ES EXCLUSIVO!
LO QUE SUCEDE ES QUE AQUÍ ESO SE SILENCIA
Y ALLÁ....
NO.

David Lago González dijo...

A los anónimos de Cuba, al parecer.

En lo que yo he escrito ¿me quejo lastimosamente? ¿establezco algún tipo de "emulación" del sufrimiento? Claro que sucede todo el tiempo, también me pasaron en Cuba. Y PEORES COSAS que en Cuba y que aquí suceden en Africa.

Yo no cuento nada de eso para alcanzar el número 1 del hit parade del dolor. Simplemente lo cuento porque me da la gana. Pero yo no soy tu enemigo, no es a mí a quien tienes casi que insultar. Yo no me quejo de que me pasara eso, que no es nada. Nada, absolutamente nada, como que tú trabajes en un almacén de pintura o en lo que sea. Ya yo sufrí mi parte pero no tengo nada que ver con lo que te pasa a ti ni con lo que te pueda pasar. Y no voy a contar mi vida en unos comentarios, cuando el resultado es que me siento una persona absolutamente dichosa.

David Lago González dijo...

Perdón, quiero referirme más al segundo que al primero.

Margarita Garcia Alonso dijo...

estamos iguales, ni me quejo, contenta cada vez más de estar por el mundo, y dichosa.

besos David y gracias por el almuerzo.