martes, 9 de septiembre de 2008

NAVEGANDO SIN LASTRE, de Xenitis Rebel

.

MI PERSONAJE INOLVIDABLE.  Me suscribí a Selecciones del Reader's Digest en un lapsus mentis de mis 10 años de edad, en el año 1961.  La entrega de la revistilla no llegó a final de año: sin duda alguna ya La Revo --mujer inteligente donde las halla-- se habría dado cuenta de lo perjudicial del mensaje que esconde dentro el pequeño formato de esa publicación y con esmero se entregaba a cuidar de nuestras mentes.

Recuerdo que entre toda aquella basura que publicaban, había una sección que se llamaba "Mi personaje inolvidable".  En realidad yo tengo la suerte de tener muchos "personajes inolvidables" que andan conmigo de un lado para otro --"some of them are gone, some remain"--, y sin duda alguna, uno de ellos es Nikitín, a.k.a. (also known as) o t.c.c. ("también conocido como") José Rodríguez Lastre, y sobre todo, para Carlos Victoria y para mí, como "Josep".

Con él, y otras personas, conformamos una especie de "generación" (aunque en realidad es una perversión del término llamarle así), o "grupo", una fantasmagoría que existió y hoy sigue existiendo de la misma forma que comenzamos andando en ella: al mismo tiempo dejando de existir para lo establecido.  No sé cuándo comenzaré a escribir sobre esto: verdaderamente los muertos que quedamos vivos estamos tan cansados que, según las últimas llamadas de ayuda, parece que tendré que ocuparme yo.  No sé en qué barco voy a navegar, me aterra un nuevo viaje, me aterra emigrar otra vez, aunque sea al pasado.

El amigo Xenitis ha hecho este hermoso homenaje a un personaje inolvidable para muchos.

Gracias, Xenitis.

 

David

 

.

Etiquetas de Technorati:

.

Navegando sin Lastre

Por Xenitis Rebel


«Sabe lo que le falta y lo busca con afán. Tiene una madurez que no se esclaviza al crecimiento y una sabiduría que no prescinde del suceso inmediato, pero tampoco le rinde una adulonería barata. Su sabiduría tiene una excelente fortuna.»

(Paradiso, Lezama Lima)

.

Como yo no sé de cartas, y porque hace casi una década que navego sin su compañía, me antojo hoy de hacerle un amasijo de agradecimientos. Escribo una “reflexión patrística” referente a una personeidad (en el sentido de Xavier Zubiri); concreta, de carne y hueso; un AMIGO (amico-amicizia). Escribo de una amistad que se afianza por la distancia, y me exige poner el corazón como un altar sobre el que deposito todas mis ofrendas. Ha sido él “la otredad” de la que hablaba Antonio Machado más que la alteridad; la herida cordial que va más allá de la sublimación de la sexualidad, de una forma ética del eros, de un grado de intimidad menor que el amor, y por encima del tiempo y las contradicciones de la vida. Para mí, alguien teleológicamente más allá del multilaureado dramaturgo y escritor radial camagüeyano: “uno de los más importantes de la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.” (*)

No soy un crítico pero puedo especular que algún día, que sospecho lejano, Nikitín encontrará su Cayetano Alberto de la Barrera, «su mármol y su día/su infalible mañana y su poeta». Puede que algún día más cercano sea él mismo quien escriba sus memorias, y si “Antes que anochezca” (Before Night Falls) de Reinaldo Arenas, con sus disímiles garfios melodramáticos fue llevada hasta Hollywood: las memorias de Nikitín muy bien que pudieran desbordarlas. Lástima que Titón no esté para filmarlas, que mientras él viva en Cuba no las pueda escribir, y que si él sale de Cuba y las escribe entonces no le interesen a los editores. Con sus propias palabras sobre José Soler Puig pudiera decir de Nikitín que “tiene obras que marcan un hito” en la cultura y la sofrosine cubana (*). Si no me cree, señora, lea "Delirium Tremens", el mejor monólogo para teatro escrito en Cuba, y que al recordarlo ahora me lo imagino representado por Nacha Guevara o Franca Rame. Que me perdone Nikitín, pero así me parece más dramático después de conocer, “más profundamente”, a mujeres alcohólicas. No sé, puede que me traicione la memoria, o que a lo mejor también haya alguna otra, ausente por mi ignorancia, sobre cómo interpretar el arte de darle vida a una historia pija.

Conocí a su perrita primero que a él. Yo me mudé para su barrio a finales de los años setenta y, si mal no recuerdo, vine a establecer una conversación “en letra hablada” con él a principio de los noventa. En varias ocasiones cuando regresaba a mi casa y pasaba por frente a la suya la perrita solía estar, cual Cecilia Valdez, asomada entre los barrotes de la ventana grande hasta el suelo. El viejo José, el padre de Nikitín, un poco más adentro de la sala sentado en el perenne sillón, y puede que también la mamá que creo para aquel entonces aun vivía. La perrita era sata de “pura cepa”, pequeña, y de un andar alegre acompañando del sonido de las uñas en el piso. Yo me detenía a pasarle la mano y ella me devolvía su confianza lengüeteandomela. Después noté que también había un gato, pero gato al fin, como si no estuviera.

Su casa era su universo, o más bien su multi-verso, su convivio cósmico. Llena de vida societaria con él como condición de centro propio en la intercomunicación con otros centros humanos mínimamente ex-céntricos. Su mayor característica (que igualmente formaba parte del temperamento de Nikitín), era algo que extraño en las de por aquí, y es lo que los ingleses llaman openness. Cuando lo visitaba, lo primero que me llamaba la atención era la puerta casi siempre abierta, o puesto un ganchito muy pequeño, o si estaba cerrada, como dice David Lago: «de tan vieja aun cerrada ya está abierta». De la misma forma, la cocina consumadamente abierta al mundo, física y metafóricamente. Aunque no tanto, también abierto su cuarto de trabajo, dormir, leer, y quizás amar [«Baena Albornoz que desciende para recibir, cual Adonis consistente, el colmillo del jabalí que lo penetrará hasta hacerle morder el borde de la cama en un éxtasis de delicia» (Paradiso, Lezama Lima )]; cosa esta última de la que creo no hablamos pues qué sé yo, simple mortal heterosexual, de esas pasiones.

No sé si al viejo José le gustaba lo que cocinaba. Extraño mucho sus apostillas en las conversaciones vespertinas mientras él guisaba «salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados», nos hacía un café, o se sentaba y se enfrascaba en su costumbre de hacerse con la mano una gavilla con su pelo canoso. Era una conversación clara como su café, a lo Virgilio o quizás Gombrowicz, y no espesa como la de Lezama. En una entrevista dice él: “Tengo un intenso mundo imaginario en el cual me muevo, donde yo todo lo convierto si no en letra escrita, pues en letra hablada; hablo mucho solo, con mi perra…”(*)

Cuando la isla se hizo señorita y cayó con el “período especial”, nos intercambiábamos alimentos o aliños de su patio para liar menjunjes salvatorios más que salivatorios, y discernimientos de dónde arrancar una mascada para terminar el día. Con los aliños de casa de Nikitín y los limones de la de Jesús David Curbelo, cualquier bródigo se posesionaba del aliento de una cena lezamiana o de unos spaghetti a lo Virgilio. Eran tiempos en los que en un mismo día podía ver a Rafael Zequeira en casa de Nikitín, si atravesaba la calle, en casa de Curbelo (premio David de poesía) estaba Rafael Almanza (premio Alejo Carpentier) y si tomaba un rumbo más al norte Luis Álvarez Álvarez (premio Casa de las Américas).

Y así como Las olimpiadas de la vida surrealista así después Curbelo asumió el oficio de hacer zapatos, Almanza el de vivir lezamianamente, Zequeira se esfumó para España, y Luis Álvarez le innovó travesuras al régimen maquiavélico y la indigencia significativa de la kultura camagüeyana para poder viajar. A mi forma de ver, de todos ellos Nikitín era el más diurno y apolíneo; aunque, señora, con dable desenvoltura sabía descender a la gruta para desnucar la serpiente Pitón y exigir el oráculo para si. Y mientras todos nosotros nos enfrentábamos a ese mundo de una manera humana, demasiado humana para decirlo como Nietzsche, a Nikitín todo esto que pasaba en Cuba le daba más fuerzas. Si una vez se dijo de la Avellaneda “mucho hombre esa mujer”, yo diría de Nikitín que ha sido más hombre que muchos de nosotros. Para completar y despejar la idea de que no fueron tiempos cómodos para Nikitín recuerdo el hecho de “el último huevo”. Lo llamo así por un suceso paradigmático de esos días. Resulta que le quedaba un único huevo en el refrigerador y al intentar cogerlo se le cayó al piso (algo que merecería figurar en los “Cuentos Fríos” de Virgilio). Si mal no recuerdo, Nikitín, muy indignado, escribió sobre ese instante que, como diría Cortázar: «tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo». Yo pensé entonces que ese fue uno de los escasos momentos en que él hubiera preferido estar lejos de allí y junto a muchos de sus amigos lejanos.

Hojeando más hacia atrás el calendario recuerdo que, a ratos, en su casa o en la mía, bebíamos junto a Curbelo, Zequeira y alguna otra «de cuyo nombre no quiero acordarme» ahora. En cualquier morada y en cualquier terreno Nikitín bebía pródigamente. Una vez que había bebido mucho fue asaltado; aprovechando su embriaguez les fueron arrancados hasta uno de sus perdurables pantalones blancos, que tanto le gustaban, y tuvo que regresar semidesnudo a su casa. Estos, otros hechos que paso en silencio, y saben sólo Dios y Nikitín cuántas otras cosas más, llevaron sus pies hacia Alcohólicos Anónimos. Dejó de tomar, mató al águila que le consumía el hígado, y mostró una fuerza oculta en él que siempre tuvo y que pocos conocíamos. Esa fuerza que es la que creo yo fue transmitida por su padre, y que a la vez se pudo haber hecho presente al enfrentarse a su padre mismo y crecer en cada uno de esos encuentros. Esa misma fuerza que le ayudó a desafiar una sociedad homofóbica y machista, la misma que él sabe que tendrá que enfrentar cuando elige no abandonar el país y quedarse. Porque él se sabía, como no muchos, con cojones suficientes para ello. La paradoja es brutal, la parábola bestial y el hecho en si una bofetada al sistema donde más le duele. Con solo este gesto de quedarse, y de después enfrentársele sobriamente, Nikitín deja anonadada y desarmada a una sociedad dirigida por, ideologizada con y basada en una homofobia contumaz. Una sociedad que impone, de facto, leyes medievales y se hace eco del Aquinate (“De Potentia”): «matar al hombre pecador puede ser bueno, como matar a las bestias»; o de la filosofía moral de Kant (“Fundamentación de la metafísica de las costumbres”), para el cual una persona es más digna que otra si su comportamiento moral es más “adecuado”.

Es cuando se corre el velo del mejor Nikitín de todos en el campo axiológico, porque son valores que conciernen al centro de su personeidad y la fuente de su valor. Es aquí cuando se sube el telón y él es el actor de la mejor de sus obras teatrales; de su cuadrilátero, de su puesta en escena, y esta vez ejecutada en ese tablado que según Shakespeare es la vida misma. A mi forma de ver es como la resurrección de Nikitín, demiurgo en su propia excelsitud. Que no ocurre en un pueblo subyugado por los romanos sino en una sociedad gobernada por una kleptocracia; y rodeado él por ladrones por todos sus flancos, peores que los que una vez lo asaltaron físicamente, porque estos ladrones durante años han pretendido despojarle su altura óntica y natural de hombre [«...tiene la forma perfecta que se adopta frente a un hecho, tal vez lo que dentro de la tradición clásica nuestra se puede llamar belleza dentro de un estilo. Es como un estratega que siempre ofrece a la ofensiva un flanco muy cuidado. No puede ser sorprendido. Avanzando parece que revisa los centinelas de la retaguardia.» (Paradiso, Lezama Lima)].

Dicen los psiquiatras, y los conductistas, que no se deben dejar dos adicciones a la vez porque al final no se deja ninguna: Nikitín poco tiempo después también dejó de fumar. ¿Qué tomaba para enfrentar esta actualización práxica, para lidiar con sus bestias interiores? Agua, solamente agua para apagar la incertidumbre consiguiente a la mesura. Y lo hacía sin una cognición del acto, sin un sentido teleonómico del cambio de conducta. Me decía él: “No sé el porqué de esta tomadera de agua”. Aunque religioso, no se refugió en Dios ni se convirtió al protestantismo muy chic en esos días, ni buscó otro aquietante que su trabajo, su amor al ser humano, y el ir dejando espacio a la esperanza. El insomnio resultante lo atenuaba con lecturas insaciables que dilataban su ya considerable cultura: Benito Pérez Galdós, Soler Puig (Bertillón 166 veces leído), Thomas Mann, Marcel Proust. Pero en esto último se parece más a su maestro Virgilio, quien se consideraba antiliterario y no le gustaba que le llamaran maestro como a Lezama. Gracias a Nikitín se remozaron mis lecturas, y gracias a su deleite por la música clásica aprendí a apreciarla aun mejor, incluyendo a Rachmaninoff y su intricado Piano Concerto No. 3, el cual él siempre dijo que era el más difícil de interpretar al piano.

De mis múltiples conatos como escribidor recuerdo cuando le mostré a él uno de mis “peomas” donde utilizaba la palabra seso, me dijo que era una de los vocablos menos poéticos que él conocía y nos reímos mucho. Le agradezco cuando llevó a Carlos Victoria a mi casa y me lo presentó. Mucho antes yo conocía de la existencia de Carlos por Nikitín; porque por supuesto el régimen ya había empleado con Carlos la técnica de la evaporación, la de que nunca antes existió un Carlos Victoria (maña muy bien relatada por George Orwell en “1984”). Nikitín me había facilitado su lectura y usualmente conversábamos de él. Luego cuando llegué aquí llamé a Carlos y quedamos en vernos pero no nos vimos nunca, cosa de la que me arrepiento siempre. Sin embargo, he estado en un parque que creo es el descrito en uno de los cuentos de “El Resbaloso”, y en ese lugar he visto a Carlos y a Guillermo Rosales, por fin juntos, los dos soñando escrituras y escuchan a Led Zeppelín interpretando “Immigrant Song”: «We come from the land of the ice and snow, from the midnight sun where the hot springs blow».

«Un amigo distante
escritor y comediante
me pide que le vaya a
musicar la letra de su drama
y aquí voy con buenas
ganas de ayudar»

Así dice la canción “Camino a Camagüey” de Silvio Rodríguez, quien forma un capitulo aparte en la vida de Nikitín, pero que sería aquí un subplot muy largo. No obstante, y aunque soy de los que siguen escuchando a Silvio a pesar de todo, voy a decir algo que me revienta.

No creo que Silvio traicionó a los de su generación, como tampoco Bob Dylan, pero a diferencia de Dylan sí se proclamó la voz de esa generación (si no de jure por lo menos de facto en sus canciones) y a similitud de Dylan, invariablemente y escuetamente, le ha importado siempre una sola persona: él mismo (algo muy sui generis de Fidel Castro). Por eso, muchos de los que le rodeaban en esa época soñolienta, cuando despertaron se encontraron del otro lado de la barrera, o bajados y frente a la tribuna mientras Silvio sigue subido allí cantando (recuerde, señora, cómo dice Günter Grass en “Tambor de hojalata”: «arriba o debajo de la tribuna, pero nunca delante»).

La canción “Buena mañana tenga febrero” (1969), resultado de una colaboración de Silvio con Nikitín, y compuesta para su pieza teatral "El cuadrilátero" dice:

«Entre todo estoy tan solo,
solo en medio de una calle,
en pleno día con su gente,
solo en plaza y solo en casa.
Todo el día me saluda mi vacío»

Son de esas letras de Silvio que llevan a una exégesis múltiple. Y si a Silvio le sale del forro decir que el “Unicornio azul” era un penco que andaba por El Salvador con la guerrilla (la auto-elucidación de la metáfora es el clásico comodín del abyecto oficialista); entonces yo hago aquí la lectura que me dé la gana, porque me toca los huevos.

Pudieran ser esos versos una imagen de lo que cuenta Nikitín, cuando años después de que “sonó el despertador” Silvio y él se encuentran en una “actividad político-cultural”. Seguido al saludo y a un “beso judaico”, como lo llamaba Nikitín, se sientan a la mesa. Entonces el escolta y/o ayudante le sirve a Silvio y sólo a él de una bebida traída para si, y Silvio no le brinda ni tan siquiera a su viejo amigo. Nikitín y los demás en la mesa quedan perplejos ante un acto propio de monarca británico. ¡Era como para, en ese mismo momento, “encajarle una caravana de sentimientos gigantes”!

Schopenhauer dijo que lo que tenemos puede no hacernos felices, pero lo que nos falta nos hace desdichados. La nostalgia de su amistad, hoy día, convierte a Nikitín en mito personal mío, y al faltarle Lastre a mi barca esta se ha tornado muy inestable. Amigos como él no los hay por estos mares, no obstante, como dice Borges: «sólo se pierde lo que nunca se ha tenido».

(*) Nota y frase aclaratoria con texto aparecido en
http://www.cadenagramonte.cubaweb.cu/default.asp:
“Siempre digo que cuando hablas con alguien de mi, no puedes decir José Rodríguez Lastre, porque ese es un nombre vacío desde 1964. Para todos yo soy nada más que Nikitín”.

No hay comentarios: