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Una vez, caminando por una calle de Nueva York, vi en la acera a un vagabundo con un cartel que decía:
“Estamos en primavera y yo soy ciego”.
Simón Peres
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Estamos en primavera y yo soy ciego.
Union Square se ha oscurecido como una tormenta tropical en pleno mar
y las moradas nubes, como hematomas de Dios, como racimo de prietas uvas,
apisonan mi espalda contra el lecho de hierba de este endeble bote con el que zarpé
siempre preguntándome qué hacer en los próximos diez minutos.
La pregunta más cruel que ser humano puede hacerse
cuando vive en una tierra rodeada de agua por todas partes
y todas las salidas se vuelven líquidas,
y todos los sueños se vuelven nubes,
y todo lo que nos proponemos se nos escurre entre los dedos.
Por suerte, yo ya soy ciego y ahora, nunca jamás
de aquí en adelante, la primavera me hará daño.
No tendré que aguardar por ella;
no tendré que temer por la irrupción violenta del verano
con su húmeda comezón y su referencia de luneta de cine de barrio.
Al ser ciego, tampoco tendré que hacerme la maldita pregunta,
y lo que es peor: intentar encontrar la respuesta.
Sólo deseo
que aquella ardilla que regaló su nuez a Rafael Bordao
como queriendo compartir la vida,
pueda encontrar mi mano entre la hojarasca de Union Square,
forzar su rigidez,
y guardar en ella otra nuez como ésa,
que me haga compensar la desdicha de no haber sido ciego durante tantos años.
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© 2000, David Lago González
(Madrid, 29 de febrero del 2000)
NOTA DEL AUTOR: Esta misma semana murió en New York mi amigo Richard López (former Tolón, a.k.a. Cuca West). Murió bailando en una fiesta privada, pero estaba tan larga y desahuciadamente “acatarrado” como lo estoy yo y viviendo de prestado gracias a la magia y los caprichos del destino.
A Richard ya lo han matado varias veces. Hace no sé cuántos años me encontré con Rogelio Quintana en la calle y me dijo de su muerte. Después escribí este poema, con esa hermosa cita que vi en alguna parte escrita por Simon Peres y que posteriormente he visto firmada por alguna otra persona famosa... ya sabemos que la fama confunde y luego no se sabe quién dijo qué, cuándo y dónde, pero, a pesar de ella, es un bello exergo.
Pasada otra cantidad de tiempo, un día hablaba con mi amigo, el pintor Osvaldo Lugo, y le comenté sobre la muerte de Richard. “A no ser que haya visto a un fantasma,” dijo, “yo he estado con Richard ayer noche”. Como somos absurdos y contrarios, yo le comenté que hasta le había escrito un poema y, como somos absurdos y contrarios, él concluyó: “no importa, ya se morirá algún día y así ya lo tienes escrito”. De cualquier forma, yo me apresuré a borrar los vestigios de la dedicatoria por considerarlos de mal gusto.
Posteriormente, Richard y yo hablamos frecuentemente, hasta que anteayer Jesús Selgas le pasó un mensaje a un amigo común para darle la novedad.
Lamento que haya muerto pero celebro que haya sido bailando como Alaska que se pasaba todo el día bailando y la co©telera agitando porque pienso en el potencial calvario que haya podido ahorrarse. Y lamento muy sinceramente que mi poema por fin tenga una dedicatoria póstuma, pero en fin, c’est la vie, y en estas misteriosas artes de la poesía nadie sabe ni sospecha todas las profecías.
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In the loving memory of Cuca West.
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