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Yo reconozco a los ladrones, a los traidores, a los asesinos, a los bribones,
una profunda belleza que a vosotros os niego.
Jean Genet
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a Rolando Bencomo,
compañero de tantas madrugadas
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Mi primer trabajo, lo compartí con ladrones, asesinos, soñadores patrióticos, fumadores empedernidos de marihuana, vagos, maleantes, escandaloso público del coito apresurado o la chupada interrupta, exhibicionistas de mirada atenta y hermosas vergas, universitarios expulsados por respirar demasiado, contables alcoholizados, reservistas fugados, corruptores de infantes atrapados por la belleza bestial y adulada de la adolescencia, balseros traicionados por su amigo mejor, maridos engañados que aplicaron la justicia del cornudo, todos ellos egresados del ergástulo o con la posibilidad del ingreso a cuestas.
Entre tanta gente de recia estirpe no había un sólo culpable: todos éramos inocentes.
Nuestro criado había matado a su madre por el precio de un cigarrillo prohibido: era todo cuanto sabíamos.
Los demás, éramos un misterio que disfrazábamos con buenas sonrisas o rostros impenetrables, y nadie preguntaba al otro por su pasado, como si, acabados de nacer, la vida nos regalara aquel don de trabajar bajo un sol implacable, viajar durante cuatro horas de ida y de vuelta, compartir un rancho lejanamente asemejable al almuerzo, y con frecuencia rociarnos con abundante aguardiente para poder olvidar por unas horas aquella caprichosa vuelta de la tuerca.
Esos éramos los malos.
Los buenos formaban cofradía aparte, y como masones, su intachable proceder quedaba más allá de toda duda. Pero, paradójicamente, en algo se parecían a nosotros: todo era cuestión de tiempo. Ellos no tenían pasado; su pasado era su presente y su futuro, pero compartíamos un destino, ya vivido por nosotros y por vivir para ellos.
En ambos lados los corazones eran variopintos.
A los malos nos gustaba callar; a los buenos les complacía hablar y hablar, hacerse asequibles y brindarnos su paternidad comprensiva hacia los errores del hombre. Algunas veces coincidíamos en fechas patrias y la cerveza cruda los tornaba más tolerantes; como buenos sacerdotes, perdonaban las debilidades que nos habían convertido en malos.
Esos días que recordaban antiguas gestas sólo valían por el alcohol que se escanciaba y nos liberaba a todos por igual del destino, ése que ya algunos habíamos vivido y ese mismo que a los otros aguardaba, para convertirlos en ladrones, asesinos, delatores, soñadores patrióticos conversos, fumadores empedernidos de marihuana, escandaloso público sorprendido en la noche, oteadores indiscretos de ventanas ajenas, universitarios expulsados por un contable alcoholizado ya regenerado, enamorados de la belleza cruel de la juventud, arribistas destronados, estafadores del erario, representantes del poder asilados en Barajas, arrepentidos que contaban su vida y sus errores para Tusquets o Anagrama, escoltas de presidentes, militares aguerridos que el demasiado poder trastornaba; en fin, personas quebrantadas por el único trabajo que intentábamos hacer todos: sobrevivir.
La diferencia estaba en que los malos teníamos pasado y los buenos todo el futuro por delante.
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(Madrid, 6 de Mayo de 1999)
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NOTA DEL AUTOR: Estos tres poemas se refieren al lugar a donde me mandaron a trabajar ("me ubicaron") a raíz de la expulsión de la universidad y después de pasar mes y medio intentando conseguir, mediante terceros, un trabajo mejor en la ciudad. Uno de los que supuestamente estuvo haciendo gestiones para mejorar mi iniciación laboral era un vecino ex-guerrillero colombiano que había desviado un avión y a él y su familia (mujer y un hijo) les habían dado la casa de los Domínguez al doblar de casa. Por entonces, todas las "ubicaciones" las controlaba y decidía directamente el Ministerio de Trabajo y en su oficina sólo existían dos destinos: caña y Presa Najasa. La construcción de la Presa Najasa tenía lugar a 60 y pico de kilómetros de Camagüey, unos 20 de carretera hasta un merendero a salidas de la ciudad donde antiguamente hacían "rodeos" a alguno de los cuales me llevaba mi padre, y el resto era terraplén. Se salía a las 3 de la madrugada de la carretera central a la altura del Casino Campestre y de espalda a alguna de las ventanas de las que habían sido mis aulas cuando estudiaba bachillerato en el Instituto. El trayecto en total llevaba unas cuatro horas. Los vehículos utilizados para ello eran unos mastodónticos camiones de la casa francesa Berliet, a los que se subía por una escalera de cabillas y en su cama había una caseta con bancadas para los trabajadores. También habían unas (dos) "guaguitas" pero creo que eran más bien para regresar y, por supuesto, conseguir aunque fuera rozarlas era a veces puro milagro. Se salía de la zona de las oficinas a las 7 de la tarde, con lo cual llegábamos a Camagüey alrededor de las 11.
Por ley yo sólo tenía un margen de quince días desde la fecha de expulsión a la de presentación en el Ministerio de Trabajo. La inocente, ingenua y tonta falacia de intentar conseguir un mejor empleo quedaba fuera de la ley, que por entonces era específicamente La Ley contra la Vagancia, no recuerdo qué número tenía. Temblando (yo siempre estaba temblando, era como una gelatina ambulante) reuní cuantos certificados médicos tenía por ahí e incluso me habían librado puntualmente del Servicio Militar y me presenté ante un obeso compañero que controlaba ese área que no me acuerdo cómo se llamaba pero que era como de los disminuidos físicos, psíquicos y hasta químicos. El hombre me dijo que le dejara todo eso allí y volviera al día siguiente. Al día siguiente regresé puntualmente y temblando. Me recibió él y un chico muy rubio que era de "la onda" pero todo el mundo sabía que era informante, y me dijo: "David, nos conocemos perfectamente, a ti y a tu grupito de Nikitín, Carlos Victoria, Carlos Alonso, Elio Poblador y todos los demás hippies de la Plaza del Gallo, y tú me conoces también a mí... y todos estos papeles no valen una pinga" --y ante mi estupefacción y temblor (ya por entonces era como el tolvo de una concretera), los hizo trizas. Así, sin más, la valiosa firma del Dr. Félix hecha polvo. A cambio firmó él la iniciación del proceso para aplicarme la ley contra la vagancia (o Ley Contra Vagos y Maleantes, como la implementada por el Generalísimo Francisco Franco en España).
Al llegar a casa le comuniqué a Carlos (Victoria) la buena nueva. Él había pasado por algo semejante unos seis meses antes pero ya estaba trabajando en una oficina intermedia del Plan de Repoblación Forestal (o algo así). Terminamos de hablar y colgamos. A los pocos minutos me llama él contándome que una compañera de trabajo inevitablemente había estado escuchando la parte suya de la conversación telefónica y se había comunicado con una amiga que trabajaba en ese mismo lugar de donde yo venía, y esa otra persona me citaba para el siguiente día a las 7, antes de abrir las oficinas al populacho (que éramos nosotros) por una puerta que estaba en la parte de atrás pero yo tenía que esperar agachado en no sé dónde... en fin, "detalles que hacen grande un amor". La amiga de la amiga, mi salvadora, mi milagro de verano, era una lesbiana muy reconocida en la farándula de nombre Nereyda y miembro --¿debo decir "miembra", según Viviana?-- de una saga de informantes reconocidos de "la onda". No tuvimos ni que presentarnos. Ella me ordenó: "¡pasa aquí!" y le dijo a un esclavo suyo: "rellénale una ubicación para Najasa". "¡Vete!", me dijo a continuación, y la "s" de mis "gracias" quedó muda bajo el golpe de la puerta.
Así llegué a la Presa Najasa, con aquel papelito rosa que me designaba como "peón". La historia es infinita y no se trata de mi autobiografía. Era un lugar donde aparentemente podías perder la vida en cualquier momento, dado el material "humano" que llegaba allí todos los días. Yo tuve suerte y me dejaron en la oficina, le caí bien a mi jefe inmediato y tiempo después me contó lo mucho que tuvo que insistir para que no me mandaran a trabajar al talud, que nada tiene en común con el talmud. Todo lo que salía de la cárcel prefería la construcción a la caña, lo que a aquellos que no conocen qué puede ser todo lo relacionado con el cultivo de esta planta, pueden tener una idea de lo duro que es. La Presa Najasa era el umbral de Kilo 7. Como he escrito en el poema, todos allí éramos inocentes o, más exactamente, nadie sabía que había hecho el de al lado para haber parado en Najasa. De los pocos a los que le sabíamos algo estaba Benito, de apariencia infeliz. A nuestro jefe le dio pena y lo dejó para limpiar las oficinas (y, también, para servir de criado). Bien, pues Benito (a quien estoy volviendo a ver en este mismo momento) había cumplido una condena de 20 años por haber matado a su madre con una plancha ya que la mujer se negaba a darle dinero para comprar marihuana. Allí, en Najasa, conocí que la famosa Campaña de Alfabetización había sido una mentira más, pues fueron muchos los que, al rellenar los expedientes con sus datos, bajaban la voz hasta el "secretico secretón es muy mala educación" para decirme que ellos no sabía ni leer ni escribir. Así, tal cual, lo informaba yo a la sede provincial del D.A.P. (Desarrollo Agropecuario del País), hasta que un día el bueno de Cambra (que lo supongo siendo todavía párroco de la Iglesia del Cristo) me dijo: "pssist, pssist, que no pongas más lo de 'analfabeto' en los informes mensuales", "pero si eso es lo que me dice la gente...", repliqué; "pero se supone que somos el primer país sin analfabetos de América Latina..."; "y qué pongo, entonces", pregunté: "iletrado" me dijo mi amigo).
En realidad, ese material "humano", con todo tipo de comillas, apóstrofes, llamadas, notas al margen y reservas, después de la primera impresión, se reveló como un verdadero material HUMANO. En la mayor parte de las consecuencias que he vivido por cualquiera que haya sido la causa, agradezco lo vivido aunque no justifico lo que las motivó. A veces hay que llegar a situaciones extremas para valorar mejor la vida, y también lo que quede por vivir.
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2
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a Jesús Palomero
(de parte de Queta Pando)
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Ah, Jesús Palomero, tú, con tu sonrisa ladeada,
bajo el lado oscuro de la visera de tu gorra verde oliva,
por dónde reirán tus blancos dientes ahora, tantos años después
en que tomo prestado el fantasma de Queta Pando
para reivindicarte en la memoria de un poema.
Ah, Jesús Palomero, la yema de tu dedo
jugueteando con el pezón que asomaba por tu camisa entreabierta,
con esa lasciva mirada que lanza un hombre a otro
cuando se sabe poseedor del pezón justo,
la sonrisa perfecta, y el momento preciso de insinuarlos
como el manjar que se muestra a un indigente
y se le retira en el instante en que extiende su mano,
para dejar flotar en el aire la crueldad entre los cirros macabros de la broma.
Donde quiera que estés, yo estaré contigo.
No te dejaré hasta no hacer mía la justicia del paria
y retendré en mi boca lo que me enseñas cabronamente,
y tantos años después, cuando me sé bien muerto,
te juro que me cobraré con creces, y darás por extinguido del fuego su juego
cuando sientas sobre tu cuerpo una brisa ardiente que te abrase
y no sepas contestarte qué es eso que tanto te sofoca y te deleita,
y que nunca más, ¡ah, Jesús Palomero!, nunca más
volverás siquiera a imaginar de nuevo.
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(Madrid, 23 de Mayo de 1999)
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3
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Madame Pataza, con su larga gabardina negra, abierta al aire como las alas de una mariposa nocturna, nos salvó de una redada inoportuna en la Plaza de la Merced. Corrió a nuestro encuentro sin conocernos, y su alerta fue el grito de un pájaro de plumaje estrafalario que cruza como una aparición el cielo estrellado y tropical, y convierte el graznido en el aviso del cepo hacia el otro esclavo que rehuye al mayoral, desmintiendo así lo despectivo del mundo tercero y las bananas y las repúblicas miradas desde la altivez europea del "sálvese quién pueda".
Madame Pataza desapareció, como nosotros, entre los callejones de la vieja ciudad que quiso burlar a Henry Morgan inútilmente, sumándose a la oscuridad de la noche y la vida como un fundido repentino e inesperado.
A la mala sombra del cepo le cobijó el tiempo y pasados los años reapareció, tan fugazmente como la felicidad: tan sólo para morir a los pocos días de libertad sobre una loza desprendida de los cables de la grúa, como un maracuyá que se tira al aire y hace "ploff" contra el suelo.
Fue la única vez que pisé el talud de la represa, y desde aquella altura casi infinita vi allá abajo su sangre como el plumaje estrafalario de un pájaro tropical que del látigo del mayoral una noche nos salvó, y quién sabe si también de la mala sombra de algún cepo...
Descanse tranquilamente su negra gabardina tan inusual en la brillante noche tropical, "morena, bonita, sensual, que incita a soñar" * con alas abiertas que se echan al vuelo eterno,
libres para siempre en su profundo silencio.
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(Madrid, 23 de Mayo de 1999)
*(Texto de una canción de César Portillo de la Luz)
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NOTA DEL BLOGGER: Madame Pataza era un chico joven, una loca apabullante de esas que dan los pueblos de provincia. Supongo que lo de "pataza" le vendría por tener el pie grande, o por ser muy "pato". No sé. Lo más característico, aparte de su amaneramiento, era su vestimenta, y lo que parecía su prenda favorita: un sobretodo negro de cuerpo entero que llevaba desabrochado para que el aire tropical hiciera batir aquella tela como si fueran las alas de un vampiro.
Creo que esa noche en que nos salvó de la redada estaba Virgilio (Virgilio Piñera, no el otro) en Camagüey visitando a su gran y viejo amigo Carlín Galán (hermano del musicólogo Natalio), y nos habíamos sentado en el último banco de la Plaza de La Merced. Estaba Niki, no recuerdo bien si Carlos, yo, ellos dos, alguien más que no recuerdo. Y nos estábamos incorporando para avanzar hacia el centro cuando a nuestro encuentro venía, cual Matrix pre-hollywoodense, Madame Pataza volando literalmente a ras del asfalto y gritando "No sigan, viren, que hay redada en la esquina". Y rápidamente todos desaparecimos en esos intrincados callejones trazados específicamente para evitar la chusma pirata de siglos anteriores.
Años pasan hasta que otra algarabía, otro murmullo popular, me hace alzar los ojos y mirar por la ventana de mi oficinita en la Presa Najasa, para encontrarme con la presencia y esencia de dos locas acabadas de salir de prisión y rodeadas de hombres que las soliviantaban como si fueran Marilyn Monroe y Jayne Mansfield juntas. Así se las llevaron "pa'llá 'bajo", donde estaba la cosa dura (parece que todas las cosas duras están abajo), en una refrescante bienvenida de jodedera y bugarronismo.
El tiempo pasó y las locas se tranquilizaron, tal vez encontraron algún novio entre aquellos criminales sin alma pero provistos de otra alma especial para amar a los hombres. Una tarde viajaba Madame Pataza sobre una loza sostenida por los cables de una grúa, también mastodóntica, todo enorme, como en Jurassic Park, cuando ésta se desprendió y loza y loca quedaron deshechas en menudos pedazos sobre el talud (que no es lo mismo que "talmud"). La actividad se paralizó en todas partes y todos nos montamos de prisa y como pudimos en los camiones para ir a ver lo que había pasado. El cuerpo había reventado como una fruta demasiado madura al tocar la cortina de la presa. Todos estábamos muy confusos. Y sobre todo los obreros, entre los cuales parece que había llegado a ser muy popular y querido. "Un tipo legal", se dice. Recuerdo a un gordito rubio, que era muy jodedor, llorando como "una yegua".
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(C) David Lago González, 1999.