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dos recuerdos de ADOLFO LLAURADÓ
Hacia el año 1968 Adolfo Llauradó era bastante insufrible como persona. Buen actor, pero poseído por una vanidad que sólo permitía la adoración.
En Santiago de Cuba coincidí con él dos veces. Se realizaba el Primer Encuentro de la Canción Protesta, y después de la noche inicial fuimos a celebrarlo a la mansión de unos burgueses cuyo apellido no recuerdo y que parece que habían descubierto el discreto encanto de la Revolución, o la conveniencia de servirle. Da igual. La reunión allí fue muchísimo más enjundiosa de lo que puedo referir en torno al difunto, pero como éste andaba mariposeando por la casa y, sobre todo, por el bello y ancho patio central donde nos encontrábamos todos, como si fuera... eso, una mariposa perdida de la lluvia de lepidópteros de Macondo, la dueña de la casa, harta ya de tanto “artisteo” y de tanta mariconería fría, le dijo muy en alta voz: “Adolfo, que no estás en Hollywood...” Por aquel tiempo el sujeto parece que había sufrido un accidente de coche o algo así, y llevaba la cabeza vendada, posiblemente escayolada, a la altura de la frente, y del lado derecho de ésta le salía un alambrito doble que terminaba en una vuelta hacia arriba. El asunto era como metafísico o galáctico, futurista en todo caso.
A los dos días, por la mañana, Niki y yo fuimos a visitar a Roberto, que se hospedaba en un hostal precioso, maravilloso, donde también se alojaba Modesto, el del ICAIC, creo que todavía marido de la que después sería la primera mujer de Silvio y madre de su hija actriz. Roberto estaba muy nervioso y nos dijo que nos teníamos que marchar enseguida porque..., porque..., porque venía Adolfo Llauradó a acostarse con él. Roberto era bellísimo y siempre ha tenido un extraño pacto con la eterna juventud que nunca ha revelado si fue establecido con El Diablo, pero con quién si no... Nosotros intentamos disuadir a Roberto de cómo iba a acostarse con un tipo tan pesao, pero nada pudo convencerle. El caso es que no nos fuimos porque queríamos joderle “el palo” a la Llauradó con nuestro hermoso amigo camagüeyano de piel de manzanA (o puedo decir “de manzanO”, todavía existían por entonces). Niqui y yo nos miramos en silencio y sin mediar ni un solo gesto nos pusimos de acuerdo en algún plan que no sabíamos cuál sería.
En eso llegó Adolfito, con su alambrito y su pose de estrella. Ni Nikitín ni yo le miramos. Entonces comprendimos lo que minutos antes habíamos acordado mediante nuestras artes telepáticas: ignorarle. Totalmente poseídos del espíritu Teatro Estudio en acción, nos pusimos a conversar sobre veinte fruslerías que no venían al caso, sin dedicar ni una sola mirada al susodicho. Pasábamos por delante de él como si no existiera. Brincábamos su espacio vital, lo obviábamos. Nos volvíamos hacia la silla que él ocupaba como si estuviera vacía.
Aguantó la inexistencia sólo quince minutos. Y, sin probar la textura de nuestro hermoso amigo, se largó.
© 2009 David Lago González
1 comentario:
Delicado, jocoso, sensual, es una joya tu narrar. Me he reido e imaginado a todos en ese salon. Una cronica inolvidable.
Un enorme beso.
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