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...And a house is not a home
When there's no one there to hold you tight
And no one there you can kiss goodnight
Hart David-Burt Bacharach
("A house is not a home")
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Éstas son fotos de la que fue mi casa en Camagüey. Fueron tomadas por un vecino y casi familia que volvió en el año 2000 , y la persona que habitaba en ese momento la casa gentilmente le permitió tomar las fotos.
Hay también fotos de la acera a ambos lados de la fachada. Enfocado desde la distancia me pareció muy triste, con alguna ligera reminiscencia de lo visto por entonces en la televisión y la prensa sobre Kosovo y las demás zonas afectadas en la Guerra de los Balcanes. Salvando las distancias, claro está. Supongo que los que siguen habitando esas calles no aprecian la tristeza y, en todo caso, habrán demasiadas cosas confluyendo al mismo tiempo con la misma premura y la misma inopia como para darse el lujo de detenerse en apreciaciones superfluas. Yo no entiendo por qué ahora existe una tendencia a querer quitar el nombre de revolución a La Revolución cuando su acción (remitirse al diccionario) es parte integral e importantísima de su proceso de mantener "la nada cotidiana" en una continua y agotadora sensación y realidad de movimiento para que el individuo caiga síquicamente extenuado. Es el reverso del dicho "un clavo saca otro" porque la práctica se realiza clavando sobre el primer clavo otro más, y otro más, y otro más, así hasta el infinito, y ese infinito borra la forma y el dolor inicial del primer clavo. Final, ¿qué queda? La desmemoria. Todo está planificado, nada es espontáneo, nada es natural, todo es provocado para convertir al hombre justo ("el hombre justo" del que hablaba Ginsberg en sus poemas mastodónticos) en la anulación y la enajenación total de sí mismo. Brillante ideología.
Pero "Una casa no es un hogar" es una eterna canción con música de Burt Bacharach y letra de Hal David que da título a este post. La casa sigue en pie. En ese año de las fotos, el 2000, era una de las casas que mejor se conservaban en la cuadra (que es la segunda de García Rouco), gracias a que sus moradores parecían tener medios --y supongo que conexiones suficientes--, para mantenerla presentable. Los muebles no son los originales, pues sus habitantes de entonces (no sé si siguen siendo los mismos) son consecuencias de varias permutas. De modo que para mí no representó gran cosa volver a ver el cascarón y su interior. Independientemente del miedo inoculado por el Estado a la población sobre el futuro de su techo en el supuesto de un cambio que reponga el orden constitucional (anterior a lo inconsticionalmente constitucional), yo como propietario nunca se me ha ocurrido pensar recuperarla de ninguna manera. Faltan los muebles (para más inri, diseñados por mi padre, que era una especie de one-band-man) y faltan las personas que la ocupábamos y las que la visitaban. Es una estupidez más de la Revolución y otra proyección del síndrome cubano del ombligo, creer que la vida de los propietarios de algo termina en ese algo material. Es también una muestra de la falta de amplitud de esos pensantes trastornados por la mediocridad. Para mí el hogar que conocí allí no existe nunca más y nada lo sustituirá porque simplemente, al partir para siempre de un lugar, lo perdido no es compatible con lo ganado, y viceversa.
1ª foto) La fachada o frente de la casa.
Los colores han cambiado. La reja de la ventana es la misma, pero la ventana en sí era de madera y tenía dos hojas, en los que habían postigos y cristales coloreados, tanto vertical como horizontalmente arriba. La puerta estaba barnizada y no existía la reja --una aportación dado el grado de delincuencia--. Es una puerta que ocupa todo el espacio del hueco de la misma, en la que existe una segunda puerta que es la que se utiliza habitualmente. De haberse tomado una foto antes del año 82 en que salimos, desde el mismo ángulo, la ventana no se vería porque quedaba oculta por un álamo que crecía frente a ella, en el espacio donde todavía se conservaba la tierra. Ese árbol se dividía a medio tronco en tres ramas fuertes que fueron utilizados por los muchachones de la familia Miranda para desde él insultarme a mí (con los calificativos que todos los de la época del Mariel pueden recordar) y a mi madre llamándole "puta" y vaticinándole que sería exhaustivamente singada por los negros americanos, color de piel que ellos consideraban despreciable, doblemente despreciable pues estos chicos eran, son y serán negros negrísimos, y casi con toda seguridad actualmente formarán parte de la fauna miamense, pero nunca de su flora.
La casa la compró mi padre en el año 1955, reformándola completamente, y en el año 56 nos mudamos a ella, desde el número 59 donde vivíamos en alquiler (que era propiedad de Ballín, un gallego amigo de mi padre, que vivía en un chalet calles abajo).
La casa del lado izquierdo también era de mi padre. La compró en el año 57 al tocarle el segundo premio de la lotería nacional. Vivía allí un matrimonio gallego. Él trabajaba en los Ferrocarriles y murió de cáncer en el año 58. Quedó viviendo allí su viuda, Caridad Cuervo.
2ª foto) Izquierda de la acera.
En la foto, entre la casa nº 63 que está al lado de la que yo viviera (foto anterior) y la continuación de éstas, falta la vivienda que fuera de los Cazo, padres, También gallegos, y una sobrina Emma Cazo; los hijos de Pedro y Balbina Cazo vivían también en la cuadra, con sus respectivas familias, en la acera del frente.
Le siguen la casa de los Balmaseda, la de los Carbonell, la de Virtudes, su hermano y sus sobrinos. La última puerta formaba parte de una quincalla durante los 50 y buena parte de los 60, hasta que posteriormente fue convertida en casa.
Donde hay tierra, incluso donde no la hay, estaban plantados los álamos, que desaparecieron todos durante el período especial convertidos en leña para cocinar.
3º foto) lado derecho de la acera.
Álamos inexistentes que todavía puedo ver.
Al lado nuestro, en el 59, la casa de los Cortés. René Cortés y Blanca Mayo, inmejorables. René leía mucho, a él le dejé la mayor parte de mis libros. Fueron almacén, refugio y cómplices de lo relativamente poco que pudimos salvar del inventario. Con Blanca canjeamos la máquina de coser para que se quedara con la de mi madre, mucho más moderna que la suya. Para tomar el café de las tres nos comunicábamos por golpes en la pared, bien en la saleta o en el comedor. También me ocultó los escritos y mi máquina de escribir de posibles peligros. Y sin saber exactamente qué, nos acompañó en el miedo y la incertidumbre con que vivimos los dos últimos años posteriores al Mariel por haber caído en una estafa para salir del país engañados por una vecina de enfrente, Rosa Cadenas.
La siguiente casa estuvo ocupada por los Sastre: padre y dos hijas, que partieron a Estados Unidos durante los 60.
Le seguía la casa de Carmen y Manolo Rúa, los dueños de Tagarro. Gallegos inolvidables, con un corazón de oro, tanto ellos como sus hijos. Nos volvimos a encontrar con Carmen otras tantas veces aquí en Madrid.
Y lo último que se ve es una cuartería que era propiedad de los Rúa. Durante los 50 y primeros años 60 fue una cuartería "decente". Imposible recordar todos sus moradores de entonces, pero, aparte de Manolín el gallego, habían personajes memorables como el chino Zoila (que vendía maní y era maricón; a los muchachos del barrio siempre nos preguntaba la hora para a continuación susurrarnos: "muchacho-saca-picha, muchacho-saca-picha"); desapareció de un día para otro, nunca más se supo de él y no oí a nadie jamás preguntarse por la suerte del pobre chino; y también estaba La Favorita, que era puta gordísima, como salida de Amarcord, que trabajaba la zona del Mercado de Abastos de Santa Rosa pero nunca allí donde vivía, me parece estar seguro de que nadie le daba el saludo. También vivía un matrimonio chino: él era cocinero y ella no sé qué, ella era una mujer finísima, muy delicada, como una flor de lis. Y con la Revolución llegó Remigio, que ocupaba justamente el ventanal que da a la calle, pero eso ya mereció un poema y merece un post aparte.
Después (fuera de foto) está la escuela primaria "Rafael Guerra Vives", construida por Batista, pero inaugurada por Fidel.
4ª foto) Sala y saleta.
Aunque, naturalmente, es la misma saleta tomada desde la sala en línea recta al pasillo, apenas la reconozco: tan importante es el mobiliario que ha formado parte de la vida de uno.
5ª foto) Pasillo.
Lo que más desagradablemente me impresionó fue "el cielo encabillado" como protección para los ladrones.
La reja blanca que se ve cerrando "el pasillito" era la que tenía la casa en la ventana de la calle cuando mi padre la compró. Esa reja (entonces no blanca) se guardaba en el trastero del patio, o "cuarto de desahogo" como es más común decir en las casas cubanas. Antes de la Revolución, en lugar de las rejas había cortinas venecianas a ambos lados. Con el paso del tiempo quedó solamente la que pega a la pared derecha pues arreglar una de ellas venía costando una cuarta parte de mi sueldo, y, naturalmente, se hacía mediante una persona que se buscaba la vida fabricando él mismo las cintas y los mecanismos necesarios.
La señora de la casa (con el rostro sombreado) está en la puerta de otro pasillo que conduce al cuarto de baño.
6ª foto) Las dos primeras habitaciones.
La foto está tomada desde la que era mi habitación hacia la de mis padres. Los batientes de cristal azul que se ven al final servían de separación entre ellas.
7ª foto) El comedor.
Como en buena parte de las casas cubanas que imitaban el estilo colonial, el comedor está al lado de la cocina.
La puerta abatible de tres bandas ha sido sustituida por una puerta de dos hojas.
8ª foto) La cocina.
9ª foto) El patio.
De nuevo, más rejas de cabilla. La puerta anti-ladrones no existía, por supuesto. La ventana es la original. Ese es el trastero. Su tamaño es superior a cualquier habitación "pequeña" de las que he pernoctado en España, y más o menos igual a la considerada aquí como habitación principal.
En ese trastero oí a mi padre hablar en gallego por primera y única vez de forma espontánea. Por los respiradores --situados en la parte superior de las paredes-- habían entrado cuatro ratas, enormes como hurones, y un día nos pusimos a la tarea de darles caza. Recuerdo que estaba en casa Raúl Parrado, amigo pintor también emigrado a España y creo que ya fallecido. Después de lograr matarlas, mi padre empezó a comprobar los destrozos que habían dejado, y al ver lo que habían hecho en una montura y una capa de agua (de campo) que se habían salvado de la Reforma Agraria, exclamó: "¡Ratas, filhias de puta!"
No mucho antes de su muerte me llamó un día para que le ayudara a mover baldosines viejos que se apilaban detrás de la puerta. Aquella montaña escondía una especie de zulo lateral que escondía dinero de la era republicana, que más tarde quemó dentro de un balde. En fin...
Bajo suelo, mi padre hizo construir un aljibe. Al extremo izquierdo inferior existe una losa para, originalmente, abrir o cerrar una llave de paso. Como también el agua se nos racionó desde tiempos inmemoriales (¿había nacido ya Fidel?), las tuberías y todo el alcantarillado dejó de funcionar correctamente. En el aljibe habían bastantes cucarachas, enormes, kafkianas cucarachas. Ese agua solamente la utilizábamos para regar las plantas.
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Quizás debería colgar algunas otras fotos de los primeros tiempos de la casa, o algunas escasas de los últimos tiempos que la vivimos. Recordar (la empleomanía cubana que pueda leer este post) que hubo largas etapas de nuestras vidas (esas cosas "que tal vez un día valieron un poco") en que no había máquinas de fotografía ni carretes ("rollos" se llamaban en Cuba). Pero, en fin, esas otras fotos tal vez serán para otro día: esta noche estoy demasiado cansado para cualquier cosa.
(C) 2009 David Lago González
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